– Oh, lo siento. ¿Te hice daño?
– Nada que el linimento no pueda curar -contestó, sonriendo-. El mío es Cap.
– ¿Qué?
– Que mi principal rival es Cap. Aunque mi empresa funciona de forma diferente. Pueden decidir no ofrecernos entrar en la sociedad a ninguno. Pero si finalmente escogen a Cap como socio, tendré que esperar otro año más.
– ¿Y qué puede tener él que no tengas tú? -preguntó Hope.
– Una mujer.
– Estoy segura de que estamos en otros tiempos…
– No. Brinkley Meyers es tan convencional y anticuada como para exigir de sus socios que estén casados. Porque eso quiere decir que tienen una familia, que su vida está organizada. Cap puede concentrarse en el trabajo porque no tiene que pensar que ha de ir a comprar comida y llevar sus trajes al tinte.
– Eso es lo que tiene Paul, una mujer -mencionó Hope con tristeza-. Te entiendo.
– Deberías estar hablando con los invitados.
Hope se volvió sobresaltada. Era Benton.
– Oh, claro. Es que Sam y yo nos hemos puesto a hablar y…
La sonrisa de Benton indicaba que había visto el beso que se habían dado y Hope se ruborizó ligeramente.
– Lo sé, lo sé -contestó el hombre-. Presenta a Sam a algunos de los invitados que acaban de llegar.
El hombre se sumergió entonces entre la gente, dejándolos solos y confundidos.
Ya era tarde cuando salieron del elegante edificio de apartamentos donde vivía Benton.
– ¿Caminamos un poco?
Hope sintió como si el beso que se habían dado siguiera flotando en el aire.
– Claro, puedo tomar un taxi en Madison.
– ¿No tienes frío? -preguntó él.
– Oh, no.
Las palabras de Hope hicieron brotar de su boca anillos blancos en el aire frío. Los ojos de Sam reflejaron las luces de las farolas al mirar a Hope. Esa mirada le calentó la sangre, que comenzó a correr más rápidamente por sus venas. Sí, definitivamente no tenía frío.
Sam la agarró del brazo.
– Esas botas de nieve que llevas parecen bastante decorativas. ¿Son buenas?
Hope miró sus botas de tacón alto con adornos en la parte de arriba.
– Se supone que sí, pero nunca las he puesto a prueba en la nieve -contestó, apoyándose en su hombro.
El brazo de Sam de repente no agarraba simplemente su brazo, sino todo su cuerpo.
– Tú sí que no llevas calzado para la nieve -añadió ella, que notaba que le faltaba el aire.
– No necesito botas de nieve. Soy de Nebraska.
– Ah, entonces lo entiendo.
Hope se volvió hacia él y sonrió. En ese momento, se dio cuenta de lo cerca que estaban sus caras y rápidamente giró la cabeza.
Durante unos minutos, continuaron andando en silencio. Sam intentaba caminar al paso de ella. Delante, se veían los faros de los coches que circulaban por Maddison Avenue. Era un tráfico denso, pero ellos, caminando bajo los árboles helados por aquella calle de elegantes mansiones, parecían estar en un lugar completamente diferente.
– He sido la estrella de tu fiesta -dijo finalmente Sam.
– Yo fui la estrella de la tuya -le recordó Hope.
– Entonces, ¿cerramos el trato? -preguntó, deteniéndose y obligándola a girarse hacia él.
Hope alzó la vista.
– Sí, de acuerdo.
– Lo sellaremos con un beso.
Sam se inclinó hacia ella y la besó.
A pesar de que el beso de la fiesta había sido fingido, lo cierto era que había despertado en Sam un apetito tal, que habría puesto cualquier excusa para volver a besarla. De todos modos, intentó que fuera un beso ligero que solo sirviera para llevarse a casa el sabor de su boca.
¿A quién quería engañar? Había empezado a desearla con una intensidad que amenazaba su vida, había empezado quererla de un modo que era peligroso para sus cuidadosamente trazados planes. Y en esos momentos, por un breve espacio de tiempo, era suya.
Apretó suavemente los labios contra los de ella. Fue un beso insoportablemente dulce y le dio el coraje que necesitaba para rodearla con sus brazos.
Luego, notando la indecisión de ella, deslizó su lengua sobre su labio inferior. Casi gimió cuando ella separó los labios y lo dejó entrar. Exploró su boca y jugó con su lengua. Cuando ambas lenguas se entrelazaron, fue como si supieran que solo podría ocurrir en ese momento, que nunca más volvería a suceder.
Sus brazos la apretaron con fuerza, acariciaron su espalda con desesperación y maldijeron la barrera de los abrigos que le impedían llegar hasta su piel. Notó una erección repentina y exigente y apretó a Hope contra ella, tratando de aliviar el deseo, pero empeorándolo.
A pesar de todas las capas, Sam notaba los senos de Hope contra su pecho. ¿Lo desearía ella también? ¿Había alguna esperanza de que a partir de ese momento pudieran construir…?
El corazón le latió con fuerza en el pecho y notó la cabeza ligera mientras concentraba todo su ser en un beso que ella jamás olvidaría.
Incapaz de contenerse, le pasó las manos por debajo del abrigo y lo abrió. Tocó sus senos con los dedos. El gemido de Hope sirvió para encender aún más el fuego que lo consumía. Acarició la espalda de Hope y bajó hasta su cintura para apretarla contra su cuerpo mientras la besaba con más ardor. El gemido de Hope terminó convirtiéndose en un suspiro mientras se retorcía contra él.
Era una tortura. Separarse de ella después de aquello era algo inconcebible. La llevaría a casa y harían el amor.
Cuando esa idea le llegó al cerebro, descubrió que estaba en peligro. Estaba completamente excitado y a punto de perder el control, pero sabía que no tenía ninguna posibilidad de que Hope lo dejara subir a su casa. El amor no estaba en sus planes. Ni siquiera habían dejado claro lo del sexo.
Le costó un esfuerzo enorme, pero finalmente la soltó y se separó de ella. Lo que necesitaba en ese momento era dar un golpe a algo. Un buen golpe.
No a Hope. Lo que quería hacerle a ella era tumbarla sobre una superficie blanca y elevarla hasta el éxtasis… del modo más primitivo.
Pensando en lo dulce que sería con Hope, le colocó el abrigo y se lo cerró. Ella alzó la vista y esbozó una sonrisa. Tenía el rostro encendido y su boca estaba ligeramente hinchada.
– Creo que me he entusiasmado un poco… -se excusó él.
– Eso es la tensión.
– Y el cansancio.
– Está siendo una semana dura. Estamos a miércoles.
– Y es ya casi Navidad.
– Tenemos una tendencia a exagerar en estas fechas.
– La semana que viene no hay mucho que hacer -continuó él, tratando de calmarse-. Me parece que no tenemos nada que hacer hasta el próximo viernes por la noche.
– Oh -exclamó Hope, también triste-. Me imagino que es preferible así.
– Sí, así seguiremos con nuestro trabajo.
– Sí, será lo mejor.
– Yo también lo creo.
Sam pensó que la conversación estaba decayendo. No quería dejar a Hope y tenía la sensación de que ella tampoco quería irse, pero ambos sabían que el trato consistía en no establecer ataduras entre ambos. Sam no estaba seguro de qué sentiría ella, pero sabía que cualquier cambio en el trato tendría que ser negociado. Y acalorados como estaban por la pasión, no era momento de ponerse a negociar.
Así que, tan rápidamente como fue capaz, agarró a Hope y la condujo hacia la carretera.
– ¡Taxi!
La ayudó a subir al coche, intentó dar un billete al conductor, que Hope rechazó, y se quedó allí solo, en mitad de la noche.
– ¿Qué tal te ha ido?
– Muy bien -les informó Hope a sus hermanas-. Cuando sienta que estoy preparada para traerlo a casa, iré a una agencia de animales. Me apetece que tenga el pelo largo…
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