Barbara Daly - Un cálido anochecer

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Hope Summer estaba acostumbrada a que todo el mundo intentara encontrarle novio, especialmente en Navidad. Esa vez eran sus propias hermanas las que habían decidido buscarle pareja y habían elegido a un guapísimo adicto al trabajo que necesitaba una acompañante para sus múltiples compromisos… bueno, ella estaba en la misma situación.
El abogado Sam Sharkey necesitaba alguien a quien pudiera llevar a la fiesta de Navidad de su jefe y que después no fuera a esperar ningún tipo de compromiso. Hope era la persona ideal, además era preciosa e inteligente. Aquello podía funcionar… muy, muy bien.
Nadie sospechó que aquel apasionado romance no fuera real, especialmente cuando su amabilidad empezó a convertirse en deseo.

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– ¿Cañerías?

– Sí. De cobre, de plástico, de hierro, de acero… La vida funciona gracias a las cañerías. Las cañerías gobiernan el mundo y las mejores son las de Cañerías Palmer.

– ¿Se lo ha inventado usted? ¿Lo de que las cañerías gobiernan el mundo?

– Por supuesto que no. Lo sacamos de una agencia de publicidad. Pero eso sí, yo elegí la agencia.

Hope lo miró con tanta expectación, que le recordó a una de sus hermanas, cuando lo miraban buscando su aprobación por algo que acababan de hacer. Y él, entonces, siempre hacía lo posible por hacerlas sentirse bien.

Había visto a sus hermanas con mascarillas de arcilla y pepino. Con bigudíes en la cabeza y sin maquillar, pero sus hermanas no tenían el tiempo ni el dinero para cuidarse como podía hacerlo una mujer como Hope. Para ellas era una victoria tener el pelo recién lavado y los niños calzados.

Y él quería cambiarles aquello, quería cambiar sus vidas austeras y convertirlas en ciudadanas de clase media.

Pero ese no era el momento más adecuado para ponerse a pensar en sus hermanas.

– Es un buen eslogan. Ha hecho un buen trabajo.

– Gracias, es mi trabajo. Y eso es lo único que me importa. ¿Y usted? Quiero decir, sé que es abogado, pero…

– Soy colaborador de Brinkley Meyers.

– ¿Brinkley Meyers? Su empresa es entonces la que está defendiendo a Palmer en el caso de Magnolia Heights.

Sam chasqueó los dedos.

– Por eso me sonaba el nombre.

– ¿Está usted trabajando en el caso?

– Esperemos que no llegue a eso -sonrió-. Estoy en litigios. Y mi departamento no se implicará a menos que el caso llegue a los tribunales.

– Oh, no llegará -dijo ella con seguridad-. Y ahora, estaba diciéndome que es un colaborador de Brinkley Meyers…

Con eso Hope quería decir que fuera al grano. Él se echó hacia delante.

– Un colaborador independiente, que está decidido a conseguir hacerse socio de la firma. Este año, si puede ser.

– Así que usted es el soltero de oro al que invitan a todas las fiestas. Lo invitan porque tienen una hija, o amiga, o alguien con quien emparejarlo. Y usted no puede decir que no porque no quiere ofender a ningún futuro cliente.

– ¿Ha pasado usted también por eso?

– Estoy pasando por eso -bajó sus grandes ojos verdes-. Acaba de describir mi vida social. Estoy decidida a llegar a ser vicepresidenta del departamento de marketing cuando August Everley se jubile en enero. Eso quiere decir que cada movimiento que hago puede tener consecuencias en el futuro.

– Si no demuestras interés, se enfadan -continuó Sam-, pero si muestras interés y luego no continúas con ello, se enfadan aún más. Una persona que no lo entiende, alguien como su hermana Faith, por ejemplo, se pregunta por qué no encuentra un amigo verdadero y se olvida de todo eso.

– O sus hermanas -dio ella-. Probablemente no dejen de pensar en cuándo se decidirá a buscar una mujer que de verdad le guste. Pero usted no dispone de tiempo para buscarla y menos aún para mantener una relación con ella cuando la encuentre.

– Sí, parece que ninguno de los dos estamos preparados para comprometernos -asintió él.

– Cierto.

– Y de ahí, la posibilidad de hacernos compañía el uno al otro, digamos, sin compromiso. Yo voy con usted a las fiestas a las que la inviten y usted viene a las mías.

– Solo tendremos que comportamos amistosamente el uno con el otro para que la gente crea que estamos comprometidos.

– Eso es -replicó Hope, mirándolo de repente con ojos brillantes-. Pero dejemos una cosa clara. Si finalmente seguimos adelante con este ridículo trato, no se le ocurra llamarme «cielo».

– Lo mismo le digo. Si seguimos adelante con esto, yo tampoco seré su «cielito».

Si le apeteciera expresar sus verdaderos sentimientos, que no era el caso, Sam habría admitido que Hope Summer era la persona adecuada. Le gustaba la seguridad que demostraba. Y sin la mascarilla, debía de ser bastante atractiva. Una de esas chicas que saben ocultar sus defectos con cortes de pelo y maquillaje caros. Hablaba bien y sabía que le causaría una buena impresión a Phil, su director ejecutivo, y también a Angus McDougal, el más veterano del departamento de litigios. Y trataría a sus hijos, una niña y un niño, con energía e inteligencia.

Pero estaba yéndose demasiado lejos. Iba unos cinco años por delante. De momento, Hope sería solo su acompañante y no se convertiría en la esposa adecuada hasta que él no consiguiera entrar a formar parte como socio de su empresa y coleccionara unos cuantos años de experiencia y beneficios. No hasta que se sintiera fuerte, tanto profesional, como económicamente.

Los espectaculares ojos verdes de ella lo miraron desde un rostro del mismo color. Bajo la toalla, parecía esconderse una melena castaña. Ojos verdes y pelo castaño, lo normal en una mujer americana. Por otro lado, era más alta que la media… pero no tan alta como él, y eso estaba bien. No podía decir lo que aquel bonito albornoz escondía, pero sí que se ceñía a una pequeña cintura y que parecía abultarse lo suficiente, tanto por encima, como por debajo.

Sí, era la mujer adecuada para ser su acompañante en fiestas de sociedad. Solo tenía que convencerla a ella de que él también era el hombre adecuado para el mismo propósito.

Hope parpadeó entonces un par de veces y consultó abiertamente su reloj.

– Bien, Sam, parece que nos hemos entendido. Y ahora que nos conocemos, dejemos pasar unos días para pensarlo bien antes de vernos de nuevo.

Sam se relajó ligeramente. Todo lo que podía relajarse en aquel apartamento. Miró a su alrededor y lo comparó con el suyo, espartano y rígido. Era extraño, pero se sentía más a gusto allí. Sin embargo, ella no se sentiría bien en el suyo. Pero en cualquier caso nunca la llevaría. Aunque…

– Una cosa más. ¿Qué hay del sexo?

Hope se quedó helada. Sam observó que a ella se le había abierto una grieta en el barro verde.

– No me refiero a ahora -aseguró él-, ni siquiera pronto. Desde luego, no hasta que confiemos el uno en el otro. Pero es que el sexo es una de las cosas importantes para las que no tengo tiempo. Quiero decir, tiempo para desarrollar una relación hasta el punto de… He pensado que quizá a ti también te pase lo mismo y podíamos incluirlo en… O quizá tú no…

– ¿Te gusta el sexo? -La grieta se abrió del todo-. ¿Quieres sexo? ¿Necesitas? Yo también, Sam, soy una mujer normal. Pero creo que los hombres tienen métodos para… me refiero a que sé que ellos… Pero por supuesto, no es como si…

– Añádelo a tu lista para la próxima vez que nos veamos -sugirió él, muy tranquilo.

– ¿Qué te parece a principios de la semana que viene? ¿Eres alérgico a los gatos?

Sam fue hacia el vestíbulo con una sonrisa en los labios.

No lo era, pero le resultaba curioso que a ella le importara.

Su interés, de todos modos, duró poco. Minutos después estaba en la barra de un restaurante donde sus clientes llegarían en breve. Sam solo se sentía cómodo de ese modo, trabajando.

Capítulo 2

– La señorita Yu Wing desea verla.

– Hágala entrar -le ordenó Hope al conserje.

Una vez más, contempló la vista que se veía desde la ventana del salón: Central Park, las luces del Upper East Side y las torres de cristal. Miró su cama, el mueble del televisor y los sofás… No sabía qué cambios podía hacer allí una decoradora, aunque tuviera la fama de Yu Wing.

Cuando sonó el timbre de la puerta, fue a abrir.

La mujer pequeña que esperaba en el vestíbulo tenía una enorme cabeza de pelo cano, un abrigo de piel que parecía hecho de varios perros afganos, y un sombrero de vaquero que llevaba en la mano con porte Victoriano.

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