Hope le sirvió el café y había un bollo de canela para cada uno.
– ¿Te parece que coordinemos nuestros horarios? -preguntó él, sentándose a la mesa y sacando su agenda electrónica-. Esta noche no hay fiestas, ¿verdad?
Ella fue a buscar su propia agenda.
– No. Yo tengo cita a las siete con Maybelle.
– ¿La decoradora?
– Sí, Maybelle Ewing.
Él anotó su nombre en la agenda.
– Pues dile de mi parte que me gusta mucho cómo está quedando el apartamento.
– Lo haré.
– Especialmente esta fuente, que por otra parte, estoy seguro de que a ti también te encanta. Al fin y al cabo, tiene cañerías en su interior -bromeó él.
– No tiene gracia.
– De acuerdo. ¿Y mañana por la noche?
– Palmer da una fiesta para todos sus clientes. ¿Podrás venir?
– Por supuesto -contestó él, anotándolo en su agenda-. En cuanto al jueves, Cap da una fiesta en su casa de New Jersey.
– ¡Ah, qué bien, así conoceré a su mujer!
– Sí, y de paso yo podré dar esquinazo a su hermana, que siempre está persiguiéndome.
– Muy bien. ¿Y el viernes? -Hope consultó su agenda-. Ah, sí, el viernes tengo una reunión con las personas a las que yo llamo «mis amigos».
Él la miró extrañado.
– Sí, digo que los llamo «mis amigos», porque solo tengo tiempo para verlos dos veces al año.
– Entiendo -contestó Sam-. Pues con esto, ya está todo por esta semana, ¿no? Y de aquí en siete días es Navidad.
– ¿Tan pronto?
– ¿Cuándo sales para tu casa?
– El sábado, ¿y tú?
– El domingo.
Se miraron el uno al otro en silencio.
– No creo que… -dijeron los dos al mismo tiempo.
– … te apetezca acompañarme -terminó la frase Sam, sonriendo.
– Si vinieras conmigo -dijo ella-, mamá y mis hermanas me dejarían al fin tranquila.
– Lo mismo estaba pensando yo.
– Pero no podemos estar en los dos sitios a la vez -comentó Hope.
– No.
Una vez acabaron de desayunar, Sam se levantó y la ayudó a recoger la mesa. Luego le dio un beso de despedida y, como era normal en él, salió a toda velocidad.
Hope fue entonces a su despacho y consultó el correo en su ordenador. Había un correo para Benton. El remitente era Cap Waldstrum.
Después de dudar unos instantes, decidió abrirlo.
– Confirmado. En el mismo sitio y a la misma hora. No te retrases.
En esa ocasión, no borró el mensaje. Si Benton lo abría desde su casa, no notaría nada. Sin embargo, si lo abría desde su despacho sí sabría que alguien lo había leído. Pero decidió que pasaría lo que tuviera que pasar.
Cuando Hope salió del metro, se encontró frente a los edificios de Magnolia Heights. Al acercarse a uno de ellos, descubrió que había portero automático. Después de tomar aliento, eligió un botón al azar.
Como no contestó nadie, eligió otro. Tampoco contestó nadie. Al quinto intento, contestó una voz de mujer. El llanto de un bebé se oía al fondo.
– ¿Hola? -dijo-. Siento molestarla. Soy Sally Sue Summer, una… asistente social. Estoy aquí para determinar los riesgos para la salud de los escapes de agua. ¿Podría atenderme usted un momento?
La mujer pareció pensárselo unos instantes.
– Está bien -contestó finalmente-, suba.
El ascensor era sencillo, pero limpio, y Hope subió al séptimo piso, donde, según la placa del portero automático, vivía la familia Hotchkiss.
La señora Hotchkiss era joven y bastante guapa. Llevaba a una niña pequeña en brazos, que parecía haber dejado de llorar y que empezaba a quedarse dormida.
– Es que está echando los dientes -dijo la mujer, haciendo un gesto hacia la pequeña.
Hope asintió.
– Gracias por recibirme.
– ¿Podría usted identificarse?
– Claro -dijo Hope, metiendo la mano en su bolso y haciendo como que buscaba algo. Entonces levantó la cabeza, buscando inspiración divina-. ¡Oh, Dios! -exclamó al ver la humedad en el techo.
Debajo de la enorme mancha, no había nada. Todos los muebles estaban apiñados alrededor.
– Y ahora que ha dejado de gotear agua, está mucho mejor -dijo la señora Hotchkiss.
– Estoy segura de ello -dijo Hope-. ¡Qué horror! ¿Hasta cuándo tendrán ustedes que soportar esto?
Hope entró en la casa y siguió soltando exclamaciones mientras miraba la mancha de humedad.
– ¿Conoce usted a algún vecino?
– Sí, a algunos. Especialmente a los que tienen hijos pequeños. A veces, voy a pasear a la niña con alguna otra madre.
– ¿Podría usted presentarme a alguna de ellas?
– Claro -contestó la señora Hotchkiss, acercándose al teléfono.
Cuando Hope salió del edificio, estaba conmovida por el estado de las viviendas. El moho, los suelos levantados, las alfombras echadas a perder…
En la esquina de uno de los apartamentos, estaban creciendo champiñones. Cuando las mujeres le preguntaron a Hope qué debían hacer, lo primero que le vino a la mente fue aconsejarles que no se los comieran.
Luego, después de prometerles que las ayudaría, se marchó de allí. Pero era una promesa vacía. ¿Qué podía hacer ella? Porque estaba segura de que no eran las cañerías. No podían serlo.
Salió por la puerta principal y se ciñó el viejo abrigo al notar el viento helado del invierno. De repente, se quedó inmóvil al ver uno de los nombres de los buzones: Hchiridski.
No podía haber muchas personas con ese apellido. Ó por lo menos, no allí. ¿Sería familia de Slidell? ¿La madre quizá? ¿Tendría la gente como Slidell madre?
En cualquier caso, el que un familiar de Slidell viviera en Magnolia Heights aclaraba ciertas cosas. Hope sintió que comenzaba a dolerle la cabeza y, de repente, vio algo que la dejó helada. Sam salía de un taxi y con él iba Cap Waldstrum.
Hope se dio la vuelta rápidamente, se tapó con la bufanda, dejó caer los hombros y se alejó de allí.
Mientras Cap pagaba la tarifa del viaje y pedía al taxista el recibo, Sam observó a la figura que se alejaba en dirección opuesta y pensó que aquella mujer le recordaba a Hope.
Temía el momento en que tuviera que vivir de los recuerdos de ella. Porque cuanto más se metía en el asunto, más seguro estaba de que el problema de Magnolia Heights estaba directamente relacionado con Cañerías Palmer. Y atacar a Cañerías Palmer era igual que atacar a Hope.
También tendría que asumir que jamás llegaría a formar parte de Brinkley Meyers. Nunca podría ser socio si desarmaba la cuidadosa trama tejida contra Stockwell, descubriendo que su cliente había estado mintiendo.
Ese día iba a reunirse con un ingeniero de Magnolia Heights porque tenía que saber la verdad, aunque luego tomara la decisión de no actuar.
Miró a Cap. Este estaba metiendo cuidadosamente el recibo en su cartera y era imposible que pudiera saber lo que él estaba pensando. Sam había aceptado la oferta de Cap y lo había aceptado en su equipo. Era el mejor modo de poder vigilarlo.
Porque en Cap también había algo raro y Sam quería descubrir qué era.
No lo llamaban «el Tiburón» por nada.
Pero Sam no era una máquina y odiaba lo que estaba haciendo. Y lo que más le dolía era no poder hablar de todo aquello con Hope.
A las cinco y media de aquella misma tarde, Hope estaba en su despacho, hablando por teléfono.
– Benton, me alegro mucho de haberte localizado. ¿Tienes un minuto?
– Un minuto, sí, pero no más -contestó el hombre.
No parecía muy entusiasmado y eso le hizo pensar a Hope que iba por el buen camino.
– Enseguida estoy allí -aseguró.
Dejó el papel que tenía en la mano, su plan de acción, en el cajón inferior y buscó el anuncio de la cañería 12867, que pensaba colocar en una revista de ingeniería.
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