Barbara Daly - Un cálido anochecer

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Hope Summer estaba acostumbrada a que todo el mundo intentara encontrarle novio, especialmente en Navidad. Esa vez eran sus propias hermanas las que habían decidido buscarle pareja y habían elegido a un guapísimo adicto al trabajo que necesitaba una acompañante para sus múltiples compromisos… bueno, ella estaba en la misma situación.
El abogado Sam Sharkey necesitaba alguien a quien pudiera llevar a la fiesta de Navidad de su jefe y que después no fuera a esperar ningún tipo de compromiso. Hope era la persona ideal, además era preciosa e inteligente. Aquello podía funcionar… muy, muy bien.
Nadie sospechó que aquel apasionado romance no fuera real, especialmente cuando su amabilidad empezó a convertirse en deseo.

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Ella se estremeció cuando él la abrazó.

– Otro para el amor, otro para el matrimonio y otro para los niños.

Hope lo miró fijamente a los ojos, pero la mirada de él era completamente inexpresiva.

– ¿Tú quieres esas cosas?

– Algún día. ¿Y tú?

– Algún día.

Él respiró hondo.

– Por cierto, no te he contado las novedades de la semana -dijo él-. El caso de Magnolia Heights va a ir a juicio. Y yo voy a encargarme de él.

Los ojos de ella se abrieron de par en par mientras el corazón comenzó a latirle con fuerza. En ese momento, se sintió muy orgullosa de Sam.

– Y Phil me ha insinuado que me harán socio.

– Oh, Sam -dijo, abrazándolo-, estoy muy contenta. Sé lo mucho que eso significa para ti. ¿Cuándo lo sabrás seguro?

– Los socios se reunirán el veintiuno de diciembre. Va a ser como una película de suspense -dijo él, sonriendo-. No sé si podré soportar la tensión.

– Por supuesto que podrás -le aseguró Hope-. Además, para entonces estarás trabajando tanto, que no pensarás en nada que no sea el caso.

«Incluida yo», pensó Hope, poniéndose triste de repente.

– Mañana empezaré a prepararlo. Pero hasta entonces, tenemos tiempo para decorar el árbol.

– Con este triángulo, ya verás como acabamos enseguida.

– Ya está todo, salvo la estrella de arriba.

– ¿Cómo he podido olvidarme de la estrella? -se preguntó Hope.

– Eso tiene fácil solución -le aseguró Sam-. Mañana tengo una comida de negocios en el centro. Así que te compraré una cuando vuelva al despacho. Por cierto, ¿qué hora es?

Hope consultó el reloj, dándose cuenta de que no lo había mirado desde… las siete menos cinco del día anterior. Desde ese momento, no había habido hora, ni ningún otro tipo de presión. Pero al día siguiente, lunes, ambos tendrían que volver al mundo real. De repente, se extrañó al sentir cierta inquietud ante esa idea, ya que siempre estaba deseosa de que llegara el lunes por la mañana.

– Son las siete -contestó ella-. ¿Tienes hambre? Anoche sobró mucha comida.

– Ahora dime la verdad -dijo él, agarrándole la barbilla.

– De acuerdo.

– Si quieres que me marche, solo tienes que decirlo.

– Bueno, no, yo…

– Te repito que seas sincera.

Ella lo miró a lo ojos.

– No, no quiero que te vayas, pero si tienes que trabajar, lo entenderé.

– Por supuesto que tengo que trabajar. Siempre tengo trabajo pendiente. Pero puedo aplazarlo.

Ella asintió.

– Pero tú también tienes cosas que hacer -añadió-. Hoy es domingo, así que te toca ponerte la mascarilla.

Y tenía que arreglarse el pelo y hacerse la manicura, se recordó, mirándose las uñas. Se había roto dos decorando el árbol y el resto no estaban tampoco en muy buen estado.

– También puede esperar.

– En ese caso, tengo que hacer un par de recados.

– Muy bien, yo…

Para Hope, Sam era la persona que más rápidamente se ponía en marcha. Fue a ponerse el abrigo y la bufanda.

– Tú puedes ir sacando las sobras. Estaré de vuelta en tres cuartos de hora. ¿Quieres que traiga algo?

– Sí, podías traerme una bola de goma espuma y pintura de esa que imita al oro.

– Muy bien -dijo él, abriendo la puerta y saliendo.

Cuarenta y cinco minutos. No tenía tiempo que perder. Fue a sacar los platos del lavavajillas y luego abrió la nevera en busca de las sobras de la noche anterior.

Seguidamente fue al baño y se arregló las uñas. Todavía con los algodones entre los dedos, fue a la habitación para llamar por teléfono.

– ¿Diga?

– Maybelle, soy yo. Hope.

– ¿Qué tal, cariño?

– Bien. Gracias por las flores. Son preciosas. Maybelle, me estaba preguntando si podrías venir el martes.

– Sí, claro. Pero, ¿estás segura de que te encuentras bien?

– Claro que sí -aseguró ella.

Pero lo cierto era que se sentía hecha un lío y lo más extraño era que de repente le hubiera apetecido llamar a Maybelle.

Entonces pensó en el armario lleno de compartimentos y llegó a la conclusión de que Maybelle no solo se dedicaba a decorar las casas. También se ocupaba de desenredar la vida de los demás.

– Bueno, pues nos vemos el martes entonces -se despidió de ella.

Después de colgar, Hope sacó las tuberías que tenía y las puso en una mesa para enseñárselas a Sam. Finalmente, se quitó la sudadera y los pantalones y se puso un vestido de terciopelo de color púrpura. No se había puesto ropa interior para darle una sorpresa a Sam.

Este llegó poco después y enseguida reparó en las cañerías. A continuación y sin decir nada, sacó la goma espuma y la pintura dorada.

– ¿Por qué me da la impresión de que esto va a convertirse en una estrella para el árbol?

Hope le sonrió.

Fue una desgracia que el teléfono sonara y peor aún que ella contestase.

– No puedes hacernos esto, Hope -protestó Faith.

– Hace horas que te llamamos y no nos has devuelto la llamada -añadió Charity.

– Telefoneamos a mamá y a papá para decirles que creíamos que estabas muerta -dijo Faith.

– No es cierto -dijo.

Hope se volvió hacia Sam e hizo un gesto de desesperación, diciéndole en voz baja que eran sus hermanas. Luego le hizo un gesto para que no hiciera ruido.

– Pero estuvimos a punto de hacerlo -le aseguró Charity.

Sam se acercó en ese momento y le llevó la copa de ponche para que bebiera un trago.

– ¿Quizá te llamamos en mal momento? -añadió Charity.

Sus hermanas parecían videntes. Porque no podían haber oído a Sam, a pesar de que él estaba detrás de ella y le estaba besando la nuca.

– Bueno, es mi noche para acicalarme. Ya hablaremos mañana.

Después de colgar, se quedó quieta mientras él la abrazaba.

– Se me ha ocurrido una idea -murmuró él.

Ella ya se imaginaba la idea.

– Parece que esta noche estás muy imaginativo -comentó ella-. ¿De qué se trata esta vez?

– Como esta noche te toca acicalarte -dijo, imitando su voz-, yo te ayudaré a hacerlo.

– Es una idea estupenda -dijo, volviéndose un poco hacia él-. ¿Y por dónde empezamos?

– Elige tú. Los dedos de los pies o de las manos.

– Suelo empezar dándome un baño de pies -dijo, besándolo en la barbilla.

Entonces él la tumbó en el sofá y se puso a sus pies.

– Sam, ¿qué estás haciendo? He dicho que tenía que ponerlos en remojo, no que…

Pero él le había quitado ya la zapatilla de terciopelo y se había metido el dedo gordo de un pie en la boca. Comenzó a lamérselo cuidadosamente mientras le acariciaba el resto del pie. Luego sus dedos subieron hasta la pantorrilla y ella comenzó a sentir que una llama corría por sus venas en dirección a su corazón.

Sam continuó con el resto de los dedos y ella creyó que iba a morirse de placer. Aunque enseguida empezó a necesitar más. Loca de deseo por él, estiró su otra pierna y comenzó a acariciar el sexo de él con el pie. La reacción de Sam no se hizo esperar y Hope notó enseguida su erección.

Cuando Sam soltó su pie, Hope pensó que ya se habría cansado de lamerle los dedos, pero entonces le agarró el otro pie, con el que lo estaba torturando de un modo tan placentero.

– Ahora toca el otro pie -aseguró Sam con voz ronca.

Y cuando comenzó a lamerle los dedos del segundo pie, ella acercó el primero a su sexo y él comenzó a moverse.

Hope sintió que el interior de sus muslos comenzaba a quemarlo de deseo y pensó que tenía que hacer algo para remediarlo.

– Creo que esto sería todavía más divertido si estuvieras desnudo -propuso ella.

– ¿Todavía más divertido? -consiguió decir él a duras penas.

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