– Te lo demostraré.
Hope se inclinó hacia delante y alcanzó el cinturón de él. Cuando comenzó a desabrochárselo, él soltó el pie de ella y la ayudó a desnudarlo.
Cuando lo ayudó a quitarse el jersey, a Sam se le quedó enganchado un brazo y ella aprovechó para ir rápidamente a la habitación.
Luego volvió y se sentó a horcajadas sobre él y lo ayudó a terminar de quitarse el jersey. Luego, levantándose la falda del vestido, dejó que su sexo se acercara al de él. Al notar que ella no llevaba nada debajo, él dejó escapar un gemido.
– ¿No te parece esto más divertido? -le susurró ella al oído. Luego le metió la lengua y él comenzó a moverse rítmicamente debajo de ella.
Hope notó que el fuego en su interior crecía más y más. Comenzó a darle pequeños besos por toda la cara mientras apretaba sus senos contra el pecho de él. Entonces Sam le agarró las nalgas desnudas y la apretó más contra él.
Ella se echó hacia atrás y agarró el preservativo que había ido a buscar antes a la habitación. Mientras se lo ponía, notó cómo se agitaba el miembro erecto de él contra su mano. Finalmente, se lo acercó a su propio sexo.
Ambos gimieron cuando sus cuerpos se unieron. Sam comenzó a quitarle el vestido con dedos temblorosos y después de sacárselo por la cabeza, apretó su pecho contra los senos desnudos. Hope, entonces notó cómo un remolino la iba elevando más y más.
Poco después, entre gritos y temblores, Hope alcanzó el clímax y, segundos después, él explotó dentro de ella.
Exhaustos, se dejaron caer sobre el sofá, donde se relajaron poco a poco sin soltarse.
– ¿Quieres que empecemos con las uñas de las manos? -le preguntó él después de unos instantes.
Ella soltó una carcajada.
– No.
– ¿O quieres que empecemos con tu pelo?
– No.
Ella se sentía tan relajada que lo único que podía pensar era en dormir. Sus ojos se fueron cerrando lentamente.
Sam llegó a su casa al amanecer. Su apartamento le pareció incluso más sombrío de lo habitual mientras se duchaba y afeitaba. Luego abrió su desordenado armario para elegir uno de sus caros trajes, que allí colgados parecían fuera de lugar.
Pero así era él. Ahorraba en las cosas que no estaban relacionadas con su imagen pública y no reparaba en gastos en lo que concernía a esta.
Y gracias a esa filosofía, en los seis años que llevaba trabajando para Brinkley Meyers había conseguido pagar el préstamo que había pedido para ir a la universidad, al tiempo que había abierto cuatro cartillas de ahorro para que sus sobrinos pudieran estudiar en el futuro. Y cuando consiguiera entrar como socio, alcanzaría su objetivo principal.
De pronto, se fijó en que la luz del contestador estaba parpadeando y lo puso en marcha para escuchar los mensajes mientras se ponía los gemelos en los puños de la camisa.
– Hola, hijo -dijo la voz de su madre-. Hace mucho que no sé nada de ti. Te veremos en Navidad, ¿no? Llámanos para decirle a papá a qué hora tiene que ir a recogerte al aeropuerto.
Sam soltó una maldición. Todavía no había comprado el billete de avión.
Hope también se marcharía a pasar el día de Navidad con su familia. Sabía que procedía de Chicago y que tenía dos hermanas. Quizá eso sería lo único que llegara a saber de ella; no sabía cuánto duraría su relación.
Una hora más tarde, estaba en su despacho frente a una pila de cajas etiquetadas como: Caso Stockwell contra Cañerías Palmer . Aquella era la documentación del caso informalmente conocido como Magnolia Heights.
– Ya está casi todo -le dijo el joven empleado que le estaba llevando la documentación-. Un par de viajes más y listos.
En ese momento, entró Cap Waldstrum.
– Felicidades -le dijo a Sam-. Ya me he enterado de que te han asignado el caso.
– Eso parece.
– Sí, te has convertido en el príncipe heredero.
– ¿Por este caso?
– Por haber estado en el sitio correcto en el momento preciso. Por cierto, he estado tratando de localizarte este fin de semana -Cap siguió hablando antes de que Sam pudiera decir nada-. No te dejé ningún mensaje, porque supuse que estarías ocupado.
– Sí, estaba ocupado.
– ¿Todavía sigues viéndote con Hope Summer?
– Sí.
– Menuda coincidencia que trabaje en Palmer.
– Es cierto -dijo Sam, que no sabía dónde quería ir a parar el otro.
– ¿Y quién arregló el encuentro?
Ya sabía dónde quería ir a parar.
– Amigos mutuos -respondió Sam en un tono duro-. Pero en cualquier caso eso no es asunto tuyo.
– ¡Qué pequeño es el mundo!, ¿verdad? Resulta que ella trabaja en Palmer y a ti te dan el caso.
Sam se puso en pie y, a pesar de que Cap debía de ser igual de alto que él y con una constitución parecida, este se encogió.
– ¿Estás sugiriendo que me he estado viendo con Hope para que me dieran el caso?
– Oh, no, en realidad lo que he venido a decirte es que me gustaría trabajar en tu equipo. Estuve muy involucrado en el intento de llegar a un acuerdo y me gustaría ver cómo evoluciona el caso.
Aquello dejó a Sam muy sorprendido. ¿Estaba ofreciéndose Cap a seguir las órdenes de Sam?
– Bueno, pues gracias, Cap. Dentro de un día o quizá dos, sabré qué clase de ayuda necesito. Pero supongo que me será muy útil contar con alguien que conozca el caso como tú. Te llamaré -hizo una pausa-. ¿Cómo están Muffy y los chicos? ¿Vais a pasar el día de Navidad en casa o vais con los padres de Muffy?
Aquello le recordó que tenía que telefonear al aeropuerto para reservar un billete para Omaha. Sin embargo, una vez se marchó Cap, llamó por teléfono y decidió reservar dos. Por si acaso.
Hope estaba trabajando en su despacho cuando sonó el teléfono.
– ¿Diga?
– Soy Slidell, ¿qué tal funciona el ordenador que le prestamos?
– Bien, pero, ¿cuándo tendré listo el mío?
– Su ordenador estaba seriamente dañado, así que le he pedido uno nuevo -dijo Slidell-. Lo tendrá listo en unos días. ¿Quiere el maletín opcional reforzado de doscientos veinticinco dólares?
– ¿Doscientos veinticinco dólares? ¿Qué es, de oro?
– Bueno, ¿lo quiere o no?
– No, porque el otro maletín también era reforzado y no impidió que se me rompiera el ordenador.
– Bueno, solo quería saber que el ordenador que le prestamos iba bien.
– Ya te he dicho que sí.
Slidell no dijo nada durante un rato.
– Bueno, espero que le saque partido.
Y después de aquella extraña frase, colgó.
«Sacarle partido», se dijo Hope mientras contemplaba la pantalla del ordenador. En ese momento, se activó la señal de que había entrado un mensaje nuevo. ¿Suyo? No, de Benton.
¿El que le sacara partido incluiría el abrir los mensajes de Benton?
No podía abrir los que él todavía no había leído, pero sí que podía abrir los que había leído. Él nunca se enteraría de que lo había hecho. Sin embargo, no le parecía ético hacerlo.
Pero por otra parte, era el único modo de averiguar si aquellos mensajes tendrían que ver con el mal funcionamiento de las cañerías en Magnolia Heights.
En ese momento, sonó el teléfono para las llamadas internas.
– El señor Quayle quiere verla en cuanto usted pueda -le dijo la secretaria de Benton.
– Puedo ir ahora mismo, si quiere.
– Hope -dijo Benton, recibiéndola en su despacho.
Ella asintió mientras se sentaba frente a él.
– Me temo que ya es del dominio público que vamos a ir a juicio por lo de Magnolia Heights. Estará preocupado.
– Así es -dijo Benton.
– Pero tenemos que estar tranquilos. Nuestra cañería 12867 no ha podido fallar.
Читать дальше