Lynsey Stevens - En los brazos del deseo

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– Me casé contigo de buena fe, Kasey. Quiero una esposa. Para que me sirva de anfitriona y caliente mi lecho.
¿Era Jordan Caine totalmente honesto con ella? ¿No era el casarse con ella un pretexto para ocultar su deseo por la mujer de su hermano? ¿Y cómo podía Kasey acusarlo de motivos deshonestos cuando sus propias razones para convertirse en la esposa de Jodan resultaban sospechosas? El matrimonio estaba condenado al fracaso desde el principio, mas Kasey complicó las cosas al enamorarse de Jordan.

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– ¿Para qué tanto pudor, preciosa? No olvides que anoche contemplé todo tu delicioso cuerpo y debes creerme, no hay razón alguna para ocultar semejante belleza. Incluso me gusta la peca que tienes por aquí.

Posó el dedo sobre la sábana, por debajo del pecho izquierdo de la joven.

– Está bien, es verdad que me has visto desnuda, pero nadie debe vanagloriarse de contemplar desnuda a una mujer cuando ella está inconsciente, ¿no te parece?

– Tienes toda la razón -admitió él-. Escucha, Katherine.

– Soy Kasey -lo interrumpió ella-. Sólo me llaman Katherine en el trabajo, de modo que deja de llamarme así.

– Está bien… Kasey -se echó un poco hacia atrás y la joven suspiró aliviada-. Quiero que hablemos en serio. Respecto a lo del matrimonio, me gusta la idea. Para serte franco, resolvería bastantes de mis problemas. Me gustaría que lo pensaras un poco.

Un torrente de pensamientos contradictorios inundó la mente de Kasey al conjurar la imagen de la pequeña iglesia del condado en el cual estaban la granja de su padre y Winterwood, la del padre de Paula Wherry. Se imaginó a Paula caminando por el pasillo de la iglesia cogida del brazo de Greg, y a sí misma al lado de Jordan Caine. Era una imagen tentadora.

– ¿Pero por qué yo? -se aferró a la sábana, luchando por no ceder con tanta facilidad.

– ¿Por qué no? Tienes los antecedentes que yo puedo desear en una esposa. Provienes de una familia aceptada socialmente y tu padre tiene el suficiente dinero para convencerme de que no eres una cazafortunas. Además, eres muy atractiva. Pero eso ya lo sabes.

Kasey miró fijamente y tuvo que admitir que él tampoco carecía de atractivo.

– ¿Qué dices? -la apremió.

– Quizás acepte -dijo ella, vacilante.

– El «quizá» no me basta -señaló Jordan con firmeza y le cogió una mano-. ¿Sí o no?

– Está bien. Sí -tenía la sensación de que aquello no podía estar ocurriendo en realidad.

– Bien. Entonces necesitamos un anillo. ¿Estás libre mañana?

– ¿Mañana? -Kasey se mordió el labio. Se sintió presionada-. Hay tiempo suficiente. No hace falta…

– Al contrario, querida. Cuando me dedico a algo no veo razón para demoras. Hemos decidido casarnos, así que… -frunció levemente el ceño y se pasó una mano por la barbilla-, ¿qué tal si celebramos la boda dentro de un mes? ¿El dieciséis? -la miró sin pestañear.

Capítulo 3

Por lo menos una vez al día, Kasey descolgaba el auricular para llamar a Jordan y cancelar su compromiso. ¿Cómo se había metido en semejante situación?, se preguntó por enésima vez. Pero aunque no hubiera ninguna explicación lógica, en menos de veinticuatro horas, se iba a convertir en la esposa de Jordan Caine.

Dio media vuelta en la cama de la suite que su padre había alquilado en uno de los mejores hoteles de la ciudad. Quería llorar, pero desde que había terminado con Greg, había agotado todas sus lágrimas.

Había convertido su vida en un auténtico desastre; una vida que pocos meses antes le parecía perfecta. En menos de seis meses la había visto romperse en mil pedazos y concluir en aquella locura.

Quizá había tenido una infancia sobreprotegida. No podía recordar a su madre, que había muerto cuando ella era todavía un bebé, de manera que el mundo de Kasey había girado alrededor de su padre, de su hermano Peter, de Jessie el ama de llaves y, por supuesto, de Greg.

Había asistido a las mejores escuelas y colegios, por lo que se había relacionado con los hijos de las más respetables familias de Australia. Su educación podría considerarse exquisita, sin embargo, comenzaba a preguntarse si no habría sido todo una pérdida de tiempo. O quizá sufría alguna enfermedad que había detenido su desarrollo emocional desde los doce años de edad. Tenía la sensación de haber vivido con una venda en los ojos. O quizá sólo se había permitido ver lo que quería, omitiendo todo lo que fuera desagradable.

Su padre era un auténtico caballero; lo había comprendido sobre todo desde que había abandonado la granja y había conocido un poco de mundo. De hecho, su padre estaba tan lejos de los patrones que se consideraban normales que resultaba casi risible.

Los hombres. Sólo había habido uno para ella: Greg Parker. Un caballero andante que había llegado en su blanco corcel a Akoonah Downs y le había robado el corazón.

Intentó apartar de su mente a Greg. La víspera de su boda no era momento para pensar en él.

La invitación a su boda con Paula le había llegado una semana después de la inesperada visita de Greg. La boda se celebraría en la iglesia del pueblo más o menos un mes después de la boda de Kasey con Jordan.

Su boda con Jordan Caine. Jordan Caine, sin duda el sueño dorado de muchas mujeres. Alto, guapo y rico.

Al padre de Jordan, John Caine, le gustaba ser discreto como un hombre que se había forjado su propio destino. Había levantado Caine Electricals desde un pequeño negocio de reparación de electrodomésticos; había convertido una pequeña tienda en un negocio multimillonario.

Jordan y su hermano David, cuatro años mayor que él, habían nacido con la proverbial cuchara de plata en la boca. Habían estudiado en los mejores colegios de Australia y se habían codeado con las familias más respetables.

A Jordan siempre le habían interesado los ordenadores, y al cumplir veinticinco años, había tomado posesión de la herencia que le habían legado sus abuelos maternos y con la bendición paterna se había adentrado en el mundo de la informática por su cuenta. Con gran éxito, por cierto.

Y diez años después, había decidido casarse con Kasey Beazleigh, cuando hubiera podido escoger entre muchas jóvenes de la más alta sociedad. Y a Kasey todo el mundo la envidiaba…

El dolor le contrajo las entrañas, un dolor más intenso que el que le había causado el rechazo de Greg. No tenía nada que ver con el orgullo, sino que era más bien una profunda desilusión, o al menos eso se decía a sí misma.

En las agitadas, casi irreales semanas posteriores a su compromiso, había llegado a apreciar a Jordan, por su apostura y su inteligente sentido del humor. Y lo admiraba. Pero también había descubierto su faceta egoísta.

Kasey suspiró. Cómo deseaba no haber asistido a la celebración del aniversario número cuarenta del matrimonio de los padres de Jordan una semanas antes. Aquella noche había cambiado todo. Si no hubiera sido así, incluso habría esperado con ilusión su boda y todo lo que ella significaba.

¡Pero no! Todavía amaba a Greg. Nada podía cambiar sus sentimientos.

Sin embargo, los acontecimientos de la fatídica velada que había pasado con la familia de Jordan habían demostrado que no se podía confiar en los hombres. Todavía la perseguían los descubrimientos de aquella noche…

El hogar de la familia Caine, situado en un elegante barrio de la ciudad, estaba lleno de amigos y familiares reunidos para la ocasión. Luces de colores iluminaban los jardines bellamente cuidados.

El tiempo era ideal. Se había levantado una fresca brisa después de un día húmedo y caluroso. Los jóvenes chapoteaban en una piscina, mientras la gente madura charlaba y reía. Había algunos hombres reunidos en la barra y una música suave alegraba el ambiente.

La madre de Jordan era una mujer que se parecía mucho a su hijo y que no aparentaba en absoluto los sesenta años que tenía. Era una mujer muy elegante. Nada más conocerla, Kasey se sintió un poco amedrentada ante su poderosa personalidad, pero se tranquilizó en cuanto le dijo que no podía estar más satisfecha con la elección de esposa hecha por su hijo.

Dos semanas después, acostada en su cama, Kasey casi podía oler los embriagadores perfumes de las flores del jardín de los Caine, oír las risas, los chapoteos de la piscina, el murmullo de voces. Fragmentos de conversación volvían a resonar en su mente…

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