– Si lo que estás intentando es ahogar tus penas, puedo asegurarte que mañana tendrás que enfrentarte otra vez a ellas, pero además, con resaca -dijo Jordan.
¿Penas? Jordan no tenía ni idea de lo que ella sufría. ¿Cómo se sentiría él si su vida se hubiera reducido a cero? Los hombres eran todos iguales; egoístas, fríos y crueles. Y además condescendientes, se dijo la joven.
– Esa pócima no disuelve las penas -insistió el hombre, señalando el whisky.
– Por… por lo menos no pensaré en ellas esta noche -replicó Kasey con estudiado cinismo y se obligó a beber otro trago.
– Quizá te aliviaría hablar sobre el asunto.
Kasey soltó una carcajada amarga.
– Lo dudo. Además, no necesito un paño de lágrimas.
– ¿Qué te ha hecho tu novio? ¿Se ha olvidado de llamarte por teléfono?
Kasey se volvió hacia Jordan y abrió la boca, dispuesta a confiar sus cuitas al atractivo desconocido, pero todo le daba vueltas y cerró los ojos.
¿Qué sentido tendría confesarle su problema? ¿Qué podía hacer aquel desconocido? De nada serviría hablar de lo ocurrido. Greg había estado dispuesto a utilizarla para aliviar su deseo. Nada podía evitar que se casara con Paula.
Y de repente comprendió que se esperaría que ella asistiera a la boda. A finales de noviembre, según había indicado Greg. Las bodas eran todo un acontecimiento social en Akoonah Downs. ¿Cómo podría soportarlo? Todo el mundo sabía lo que sentía por Greg. No toleraría las miradas de compasión de sus familiares y vecinos.
Si al menos pudiera aparecer del brazo de un hombre. No cualquiera, ¡sino de su esposo! ¡Sí… un esposo!
Eso le demostraría a todo el mundo lo poco que le importaba la traición de Greg. Al menos así rescataría parte de su abatido orgullo.
– Háblame de tus problemas -la profunda voz de su acompañante irrumpió en los pensamientos de la joven-. Quizá yo podría ayudarte.
– No puedes. Nadie podría. A menos que conozcas a alguien que esté buscando esposa.
Miró al hombre que estaba a su lado. Sus ojos se encontraron y durante algunos segundos se observaron en silencio.
– Curiosamente, yo estoy buscando una -dijo Jordan tranquilamente, sosteniéndole la mirada-. ¿Qué te parezco como candidato?
Kasey despertó y dio media vuelta en la cama. Tenía un fuerte dolor de cabeza y un terrible malestar en el estómago.
Abrió los ojos y comprobó horrorizada que aquella no era su cama, ni tampoco eran suyas las sábanas de color salmón que cubrían su cuerpo semidesnudo. Se tapó con la sábana hasta el cuello. Sólo llevaba puestas unas bragas de fino encaje.
Observó azorada la habitación. Paredes de color crema. Una gruesa alfombra ocre. Cortinas grises y lujosos muebles de madera fina.
¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado allí? Hizo un esfuerzo por recordar. Por lo menos estaba sola.
Su reloj señalaba que eran las diez y media del domingo y el sol que se filtraba por las persianas le indicaba que era de día. No recordaba nada de la noche anterior. Sí se acordaba de que su compañera de apartamento no estaba en la ciudad. También, de que había decidido no salir. Pero, ¿qué había sucedido después?
Recordaba una llamada a la puerta. Y también a Greg. ¿La había ido a ver Greg o aquel vago recuerdo formaba parte de alguna pesadilla?, se preguntó.
Se frotó las doloridas sienes. No. Greg había ido a verla. La había besado. Habían terminado en el dormitorio. Luego él le había confesado que seguía pensando casarse con Paula. Sí, lo recordaba y el corazón se le contrajo en el pecho.
¿Pero qué había ocurrido después de eso? Kasey se esforzó en recordar los acontecimientos perdidos en la bruma de la memoria. Había salido a pasear y…
La puerta de la habitación se abrió de repente. La joven se sobresaltó y apretó desesperada la sábana contra su pecho. Un hombre desconocido entró en el cuarto y se detuvo cuando vio el miedo reflejado en los ojos de la joven.
Era alto y sumamente atractivo.
– Por fin se ha despertado la Bella Durmiente -comentó con una sonrisa afable.
Se cruzó de brazos y arqueó una ceja, divertido. Tenía el pelo mojado y resultaba evidente que acababa de salir de la ducha. Llevaba puesto un albornoz que dejaba al descubierto unas largas y musculosas piernas, y Kasey sospechó que ése era todo su atuendo. Se estremeció y se puso más tensa.
– ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?
– ¿Quién? Jordan Caine. ¿Dónde? -El hombre hizo un amplio movimiento con el brazo-. En mi habitación. ¿No recuerdas nada, Katherine?
– No -sacudió la cabeza y luego hizo una mueca de dolor, le dolía terriblemente la cabeza-. ¿Cómo he llegado aquí?
El desconocido se volvió y salió por la puerta por la que había entrado. Kasey oyó correr agua. A los pocos minutos, Jordan entró de nuevo en la habitación, se sentó al borde de la cama y le ofreció a la joven dos pastillas y un vaso de agua.
– Para el dolor de cabeza -indicó él.
Kasey se tragó las pastillas y se bebió el vaso de agua. Tenía una sed de náufrago.
– ¿Cómo he llegado aquí? -repitió.
– ¿No lo recuerdas? -preguntó divertido.
– Silo recordara, no preguntaría -replicó la joven, enfurruñada.
– Te traje en taxi -dijo Jordan-. Del bar del hotel.
El bar del hotel. Kasey hurgó con ansiedad en su memoria. Sí… había estado en un bar de la calle Collins. Y estaban allí algunos amigos de su compañera de apartamento. Habían estado charlando, después los demás se habían ido a una discoteca. Pero aquel hombre no.
Había bebido. No demasiado. ¿La había emborrachado aquel individuo? Lo miró con ojos acusadores.
– ¿Por qué no me llevaste a mi casa?
Jordan se encogió de hombros.
– Mi casa estaba más cerca. Y yo tenía algo de prisa.
¿Prisa? ¿Por qué? Un rubor profundo tiñó las mejillas de Kasey al ocurrírsele la posible razón.
– Me emborrachaste y me trajiste aquí para… -Kasey iba a levantarse de la cama, pero se contuvo al recordar su estado de semidesnudez-. ¡Dios mío, eres un ser despreciable! ¡Eso equivale casi a violación!
– Esa es una palabra muy fea, Katherine. Pero si encontráramos al taxista que nos trajo, él podría atestiguar que tú me suplicaste que hiciéramos el amor.
– ¡No es verdad! ¡No he podido hacer eso! -protestó Kasey con indignación.
Jordan alargó una mano y le acarició la mejilla.
– Tranquilízate, Katherine -le dijo con suavidad-. Yo tenía prisa porque me estaba dando cuenta de que te encontrabas muy mal, estabas mareada -le sostuvo la mirada-. Anoche no sucedió nada. Te desmayaste en el ascensor cuando subíamos a mi apartamento. Fue bastante difícil desnudarte y meterte en la cama, créeme.
– ¿Dónde has dormido tú?
Jordan sonrió.
– A tu lado -indicó-. Y te juro por mi honor que lo único que he hecho ha sido dormir.
Kasey lo miró con recelo.
– Te quedaste dormida al instante, Katherine. En realidad, ya estabas casi inconsciente desde que subimos al taxi. Además, tengo el… digamos capricho… de esperar de una mujer al menos la menor reacción de interés antes de intentar hacer el amor con ella. Rarezas que tiene uno -concluyó con ironía.
Kasey se pasó una mano por la frente.
– Ojalá pudiera recordar -se encontró con la mirada de Jordan y el azul intenso de sus ojos abrió otro cauce en la memoria. Él estaba sentado enfrente de ella en el bar del hotel y la miraba-. ¿Me aseguras que eso es… lo único que ha ocurrido?
– Bien, en realidad no -dijo Jordan si apartar su mirada de ella-. Me prometiste algo y espero que no te retractes.
– ¿Una promesa? -Kasey se humedeció los labios-. ¿Qué clase de promesa?
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