Lo dominó un inaudito estado de insatisfacción. Salía con docenas de chicas, y docenas más deseaban que las hubiera invitado o aceptado sus invitaciones apenas veladas. Una de ellas tenía que ser la idónea.
Mientras tanto, le encantaba su trabajo, y ese era el caso más descabellado con el que jamás se había topado. Sólo pensar en él le aligeró el ánimo. Su nombre correcto era Kevin Kingston et al contra Sensuous . Informalmente, lo llamaban el caso Verde, porque el último mes de marzo unas cien mujeres y algunos hombres habían intentado teñirse el pelo con Sensuous Flaming Red, y a cambio se lo habían teñido, junto con todo lo demás que la solución había tocado, de un verde guisante, tal como lo describía el sumario.
No les pareció que fuera gracioso. Tenía que cerciorarse de no transmitir ni un atisbo de que a él sí le resultaba gracioso. Desde luego, Mallory no lo consideraría divertido. Podría contar con que ella lo ayudaría a mantener la expresión seria.
Podía contar con ella para todo, tal como había hecho en la facultad. Aquella ocasión en que habían estudiado toda la noche… algo en su cabeza había hecho clic y al final había encajado. Había requerido un trabajo arduo, pero aquella noche había logrado que su expediente cambiara de tendencia.
Se había sentido muy tentado de acabar la noche con Mallory en su cama, al menos para tener a esa mujer alta y esbelta en brazos y darle un beso que dijera: «Gracias, y reunámonos alguna vez». Un beso que hiciera que ella quisiera que se reunieran alguna vez.
¿Por qué no lo había hecho?
Lo que había pasado era que se había concentrado en los estudios, que había sacado la segunda mejor nota de aquel examen. Mallory, por supuesto, había sacado la mejor.
Había olvidado lo bonita que era con esos ojos azul verdosos y ese increíble pelo rubio plateado.
Su tiempo era demasiado valioso para desperdiciarlo de esa manera. Había estado pensando en el caso, que era lo único en lo que podía permitirse pensar hasta alcanzar un acuerdo. Sensuous había retirado del mercado todo ese lote de tinte al recibir la primera queja, y había enviado a abogados a negociar generosas indemnizaciones con los primeros quince o veinte de los primeros cientos de clientes insatisfechos. Por desgracia, un par de ellos había encontrado una abogada ambiciosa, o al revés, que había conseguido reunir a todos para que presentaran una única demanda. No iban a conformarse con un tratamiento para el pelo, una manicura semanal, fregaderos nuevos, paredes repintadas y un cambio de suelos. Iban detrás de todo lo que tenía Sensuous.
Y todo porque un aburrido empleado de la cadena de montaje había decidido que sería divertido añadir un tinte verde permanente a un lote de tinte en honor del Día de San Patricio.
Su primera prioridad era evitar que el caso llegara a los tribunales, que era una de las ironías de ser un abogado litigante. Se esforzaría al máximo en convencer a esos demandantes de pelo verde guisante de que unas manicuras semanales y unos fregaderos nuevos era la única compensación que necesitaban.
– ¿Señor Compton?
Alzó la vista para ver a una de las pasantes de la empresa en la puerta de la biblioteca.
– Sé que tiene autorización para acceder a los ficheros del caso Verde en nuestra red, pero le he hecho una copia en CD por si se encuentra en alguna parte sin conexión con la red -las manos de la joven temblaron al entregarle el disco.
– Gracias -dijo, poniéndose de pie y ofreciéndole una sonrisa. Durante un segundo, temió que fuera a desmayarse. Pero ella logró mostrar cierta ecuanimidad y devolverle la sonrisa, antes de agitar las pestañas y mover las caderas de forma seductora al salir de la biblioteca.
En la puerta se detuvo, le dedicó más caídas de ojos y dijo:
– Me llamo Lisa, y si hay algo más que pueda hacer para ayudarlo, o si necesita a alguna pasante en Nueva York…
Era la historia de su vida. No podía evitarlo. No era nada que hiciera adrede. Algún elemento químico en su cuerpo… en realidad, testosterona, debió de tener una filtración durante su nacimiento y había estado manando de él desde entonces, atrayendo a mujeres como el alcohol a las peleas.
Si pretendía sentar la cabeza, tenía que cerrar esa filtración. Debía volverse irresistible sólo para una mujer. No había mejor momento que ése para ponerlo a prueba. Se preguntó qué podría decir que no dejara ninguna duda en la mente de Lisa de que no iba a convocarla para ir a Nueva York a pasar un fin de semana desenfrenado. Y mientras él reflexionaba y ella esperaba, se le ocurrió una idea brillante.
– Gracias, Lisa -dijo-. Le pasaré el ofrecimiento a Mallory Trent. Ella va a necesitar mucho respaldo del departamento.
Se sintió aliviado al oír que el tono sensual desaparecía de la voz de la joven.
– Desde luego -liberó el cuerpo de la posición con la espalda arqueada que hacía que tanto los pechos como el trasero sobresalieran al mismo tiempo-. Estaré encantada de proporcionarle a Mallory la ayuda que necesite.
Cuando se marchó, cerrando de un portazo, Carter sintió que había hecho progresos. Mientras regresaba a su despacho elegante en Rendell & Renfro, pensó que había descubierto que era rentable tener a una mujer en su equipo, la cual podría establecer interferencias entre otras mujeres y él.
Durante la estancia en Nueva York, Mallory sería un muro estupendo.
Por supuesto, no quería quedar bloqueado por completo. En su agenda tenía a varias mujeres que vivían en Nueva York. Y cuando las viera, determinaría si podría tener una relación estable con alguna. Arreglaría las citas con un par de ellas en ese mismo instante, antes de que se le olvidara.
Llegó al edificio, firmó el registro y subió a su despacho. Era una pena que las demandantes no tuvieran el cabello de Mallory. Nadie con un cabello como el de ella querría teñírselo de rojo.
Mallory no volvió a abrir la puerta de su despacho hasta que no oyó que sus compañeros se marchaban al finalizar el día. Por ese entonces, sentía que había logrado aislar cada faceta de su vida, incluida la de Carter. Y así permanecería, al menos hasta que tuviera que volver a verlo por la mañana en el aeropuerto. Pero por la mañana ya habría vuelto a ser la misma. Bajo control.
Cuando el taxista la dejó ante su rascacielos situado en el Carl Sandburg Village en Old Town, le dio una buena propina. Al cruzar la puerta, encontró su apartamento, como siempre, silencioso, cálido, impoluto y perfectamente ordenado, tal como debería ser y sería, a menos que, inconscientemente, cayera en la senilidad… y aún viviera en ese apartamento.
Una lóbrega resignación la invadió cuando ese pensamiento recorrió su mente, pero ese no era el momento de atacarlo y desmontarlo. Apoyó el maletín negro de piel sobre el escritorio en el despacho que tenía en casa. El correo de ese día fue a parar detrás del que había llegado mientras soportaba con estoicismo sus vacaciones. Su regla era que los primeros en llegar eran los primeros en abrirse.
«Repasad el correo.
Pagad las facturas. Responded a las invitaciones y peticiones.
Leed, tirad o archivad todo lo demás».
Esa lista, extraída de uno de los libros de su madre, surgió en su mente. No le extrañó que el encuentro sorpresivo con Carter la hubiera hecho perder el equilibrio. La noche anterior había llegado demasiado tarde y había estado demasiado traumatizada con el calor y la arena como para relajarse y seguir la habitual rutina del correo. Una vida feliz, aseveraba su madre en cada uno de sus libros, radicaba en una serie de rutinas o hábitos aprendidos. Y una leve desviación de una de dichas rutinas representaba el primer paso hacia el descenso al caos y la desdicha.
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