Christie Ridgway - Atrévete a amarme

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La reportera Angel Buchanan se ha llevado una sorpresa enorme al descubrir que el difunto pintor Stephen Whitney, quien se autodenominaba el «Artista del corazón» y se caracterizó por defender los valores familiares, es el padre que la abandonó cuando tenía cuatro años. Y no hay nada como la lectura de un testamento para que aparezcan parientes cuya existencia era hasta entonces desconocida: la afligida viuda junto a su sexy hermana gemela… y un tipo de muy buen ver. Se trata de C. J. Jones, un conocido abogado que quiere comprar el silencio de Angel sobre la no tan ejemplar vida secreta de su padre. Ella no ignora que C. J. intentará cortejarla para salirse con la suya, pero ¿quién podría resistirse? Y encima en un escenario como Tranquility House: una mansión plagada de habitaciones y románticos rincones.

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Si seguía hablando sobre sexo tendría que marcharse de allí, así era como pensaba. Por el amor de Dios, desde el mismo instante en que el muslo de la mujer topó con su pierna en la iglesia, el sexo con ella se había convertido en una de sus prioridades. Pero sí, había intentado dominar la libido, por muy irracional que pudiera parecerle a alguien que jamás ha sentido el peso de un elefante africano sobre su pecho ni la guadaña de la muerte rebanándole el brazo.

Había decidido controlar la libido porque el solo hecho de pensar en sexo con Angel hacía que su corazón se desbocara y sentía miedo de que le causara otro…

Pero no había sucedido.

Hacía solo unos minutos, Angel le había puesto la mano sobre el pecho y demostrado que la aceleración era normal cuando un hombre se sentía atraído por una mujer. Y una mujer por un hombre.

Estaba seguro de que otro ataque le traería la muerte muy pronto, pero empezaba a convencerse de que el sexo no sería la causa.

– Claro que no -gritó, sorprendido y riéndose por el cambio en su forma de pensar. Agarró a Angel por los hombros y le plantó un fuerte y sonoro beso en los labios.

La separó de él y soltó una risotada.

– ¡He sido un imbécil! -Exultante por ser capaz de admitirlo, lo gritó a los cuatro vientos, al mar, a las estrellas y a la oscuridad que parecía estar esfumándose de su alma.

Se levantó de un salto y volvió a reír.

– He perdido tanto tiempo, pero tanto…

Cooper se inclinó y cogió a Angel en volandas.

– Y tú eres la mujer más lista y hermosa del mundo, ¿lo sabías?

Cuando la hubo soltado, se acercó para besarla, pero Angel apoyó la mano en su pecho y lo detuvo.

– Espera, espera. ¿Se puede saber qué mosca te ha picado?

Cooper le apartó la mano y cuando sus labios estuvieron muy cerca respondió en tono grave:

– La del deseo, mi amor. Y he decidido dejarme llevar.

– ¿Cómo?

Dispuesto a no malgastar ni un segundo más, empujó a Angel a través del túnel.

– Vamos a la cama.

Angel hundía los pies en la arena.

– Eso mismo decía Dormilón. Pero yo no tengo sueño.

– Pues yo no soy Dormilón, ni Gruñón, ni Mudito. Aun así, cariño, vamos a la cama.

– Hombre, un poco gruñón… -añadió, haciendo fuerza con las piernas y resistiéndose a sus empujones-. Cooper, no vamos a la cama.

Menuda mujer, pensó, mientras el comentario le entraba por un oído y le salía por el otro. Finalmente, la agarró por la muñeca y empezó a tirar de ella.

– Angel, va a ser divertido. Va a ser genial. Te prometo que te va a encantar.

– Primero: vamos a tener que trabajar un poquito ese ego tuyo -dijo mientras se zafaba de su mano-. Y segundo: ¿se te olvida que vuelvo a la ciudad pasado mañana?

Cooper sonrió, pues no había nada que pudiera decir para hacerle cambiar de opinión, no cuando la excitación le hacía bullir la sangre.

– ¿Y qué? Estoy seguro de que una mujer decidida como tú es muy capaz de conseguir lo que quiere sin preocuparse por el futuro.

– Permíteme señalar que esto es lo que tú quieres.

Cooper estaba tan acelerado que a Angel le costaba seguirlo. Entonces el hombre se detuvo en seco, le levantó la camiseta y le agarró los pechos.

– Si quieres te demuestro que tú también lo quieres. -Su voz sonó ronca, tomada por la agradable sensación de sentir de nuevo la calidez de su piel y el fuerte latido de su corazón.

– Cooper -comenzó, pero contuvo el aliento cuando el hombre empezó a acariciarle los pezones-. Cooper, no nos vamos a volver a ver.

Y por eso mismo nadie resultaría herido. Guardarían un bonito recuerdo el uno del otro, sin más. Un moribundo no podía pedir más, no se atrevería.

– Angel… -Le era imposible seguir acariciándola y mantener la cordura. Deslizó las manos hasta su cintura y la acercó hacia sí-. ¿No eras tú la que se quejaba de que el sexo lo cambia todo? ¿De que era complicado retomar una situación en el punto en el que se había dejado? Esto va a solucionar el problema. De entrada, sabemos que serán solo dos noches.

– ¿Cómo que dos noches?

– No se te escapa una, ¿eh? -Quizá le iría mejor si se fijara en rubias tontas que no supieran contar. Se aclaró la garganta-. Iba a quedarme en Carmel mañana por la noche para… para evitar la tentación.

– Cooper… -dijo Angel en tono de preocupación.

Aquella era la primera vez que se encontraba dispuesto a suplicar.

– Angel, Angel, Angel. Por favor, me estás matando…

– Sí, ya ves. Parece que me estoy acostumbrando a ello…

Sin poder contenerse, le mordió la barbilla y, con un beso, eliminó el gesto enfurruñado de sus labios. Al principio Angel se resistió, pero pronto se entregó a él.

– Di que sí -le susurró al oído.

– Cooper. -Angel arrastró la erre final de su nombre de forma extraña, como si con aquel sonido intentara liberarse de las dudas que la atenazaban.

– Di que sí. -Seguro de que la estaba convenciendo, se inclinó para besarle la cabeza.

Pero entonces la mujer se puso de puntillas y le dio un fuerte golpe en el mentón.

– Una sola noche -dijo, sin prestar atención a su aullido.

Cooper se frotó la barbilla.

– ¿Qué?

Angel se separó de él. Había anochecido y la luz de las estrellas se reflejaba en su dorada melena. Estrellas y luz de luna. Cooper fijó en ella su mirada, estupefacto por su belleza, que no era de este mundo. Allí de pie, vestida con una camiseta blanca y vaqueros desteñidos, parecía como si se hubiera despegado de la cola de un cometa y acabara de aterrizar.

– Una noche. Mañana por la noche. Nuestra última noche.

Cooper estaba tan abstraído por su apariencia de criatura fantástica que en aquel momento no puso atención a lo que le estaba diciendo. Entonces cerraría los ojos y al abrirlos ella se habría esfumado.

Puede que fuera fantástica.

En cualquier caso, lo suficientemente como para que, de vuelta a Tranquility House, sintiera la imperiosa necesidad de seguir suplicándoselo. El problema era que poco se podía hacer cuando el silencio era la norma principal. Llamó a la puerta de su cabaña, pero Angel no le abrió. Le escribió una nota con tantas promesas de cariz sexual que, de llevarlas a término, no estaba seguro de poder volver a andar. Pero, maldición, las tiras protectoras contra las corrientes de aire que había instalado en un reciente ataque de aburrimiento impedían el paso de la nota en la que le hacía las enardecidas propuestas.

Se planteó salir en busca de una mujer que estuviera loca de pasión y no loca a secas. Pero no pudo.

«Una noche. Mañana por la noche. Nuestra última noche.»

Tendría que bastar.

A la mañana siguiente, Angel condujo hasta San Luis Obispo con la mente ocupada en la promesa que le había hecho a Cooper en la playa la noche anterior. Aunque Stephen Whitney había nacido en aquella ciudad costera al sur de Big Sur, la razón por la que Angel había decidido subirse a su coche y conducir hasta allí era para distanciarse de Cooper.

Necesitaba espacio para reconsiderar el acuerdo de acostarse con él. La decisión no era fácil y, desafortunadamente, en aquella ocasión el recurrente «¿qué haría Woodward?» no le era de demasiada ayuda.

Debería haber sido capaz de mantenerse firme. Pero él se había sentido tan aliviado al darse cuenta de que su corazón estaba bien. Sus manos habían sido tan cálidas, sus caricias tan dulces. El deleite que había mostrado ante la idea de acostarse con ella había sido bastante atrayente.

¿A quién estaba intentando engañar?

Su deleite la había excitado y alegrado enormemente.

Y ahí era donde debería haber dicho que no.

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