Sacó su mano del bolsillo de su impermeable; sus dedos aparecieron enroscados alrededor de una pequeña pistola negra.
Grotto se quedó petrificado.
– ¡Oh, Cristo, Lucretia!, ¿qué estás haciendo? Le preguntó, pero ya lo sabía. Lo sabía en su corazón-. ¡No! -Se le encogió el estómago cuando ella levantó la pistola, la misma que él le había dado unos meses atrás.
– Tú las mataste -lo acusó con la voz oscilante; su mano temblaba.
– ¡Traté de salvarlas! Tan solo representaba un espectáculo para los demás, pero no era más que una actuación, ¡te lo juro!
– No… -La pistola se agitaba en sus manos.
Tal vez pudiera convencerla. Tal vez pudiera quitarle el arma.
– Tan solo escucha. Podría quedar tiempo. Kristi y Ariel aún podrían estar vivas.
– ¿Kristi? ¿Kristi Bentz? ¿La has metido en esto? ¿Y a Ariel? ¿También a ella? -Sus ojos se endurecieron al apuntar con la pistola hacia su cabeza-. Ha desaparecido. Desde la semana pasada… y es por tu culpa. ¡Oh, Dios, está muerta! Sé que está muerta. Tendría que haberlas avisado, habérselo contado.
Él dio un paso hacia ella, pero los dedos de Lucretia se colocaron sobre el gatillo. Grotto se detuvo. Levantó las dos manos en un intento por calmarla.
– Tan solo tenemos que encontrar a Preston. Él es… es quien conocía a las chicas, quien les ayudaba… Tiene un escondite; está conectado con la casa Wagner por los viejos túneles que usaba Ludwig Wagner.
– Llevan sellados más de cien años -dijo con laconismo-. Eso es otra mentira.
– No, no, te lo juro. Preston les decía que las ayudaría a empezar desde el principio, a conseguir nuevas vidas, a desaparecer… -Ayudándolas a morir.
– Lucretia, yo no lo sabía. Te lo juro, yo no lo sabía -se excusó, tratando de mantenerla en la conversación mientras pensaba en alguna forma de quitarle el arma de las manos, de abalanzarse sobre ella y eliminar sus posibilidades.
– Pero lo sospechabas. Igual que yo. -Se concentró en él, con el arma preparada aunque la había bajado, apuntando de nuevo hacia el pecho.
Su corazón se estremeció y, durante un segundo, sobre el murmullo del viento que chillaba a través del pasillo desde la puerta abierta, Grotto creyó haber oído algo. ¿Eran pisadas?
– Eres culpable, Dominic. Ambos lo somos.
– ¡No! Lucretia, espera. Entra en razón. Llamaré a la policía y les contaré todo acerca de Preston, de las chicas, de mi papel en ello. Confesaré. Por favor, amor mío, dame esa oportunidad -le rogó, cambiando de táctica, sonriéndole, avanzando hacia ella. Ella quería creer que él aún la amaba, así que él le daría todo su ser-. Lo siento tanto -le dijo con esa voz que siempre le había hecho perder la cabeza-. Siempre te he amado. Lo sabes. Le contaré a la policía lo de Preston y lo de las obras y lo de los túneles desde la casa Wagner. Aún podrían encontrar a Kristi y Ariel. Encontrarlas con vida. Venga, cariño. Confía en mí.
Ella retrocedió, antes de mirarlo a los ojos.
– Lucretia, mi amor…
– Te veré en el infierno y, cuando lo haga, recordaré escupirte a la cara. Apretó el gatillo.
* * *
Jay no esperó.
Él y Mai habían visto abierta la puerta de Grotto y lo consideraron como una invitación. Corrieron a través de la lluvia, subiendo los escalones del porche principal. Entraron al edificio con las armas preparadas. Una luz surgía del final del pasillo, donde unas voces se elevaban en una discusión que podía oírse sobre el soplido del viento y la ruidosa lluvia.
Mai le hizo señales para que se quedase atrás, que ella lo solventaría, pero él se encontraba a su lado, escuchando cada palabra de la conversación, oyendo el nombre de Kristi y un comentario sobre túneles que partían de la casa Wagner. Una frase de Grotto, «aún podrían estar vivas», le impulsó a actuar. Con su Glock levantada, abrió la puerta de un empujón.
¡Bang!
Un disparo resonó por toda la casa.
¡Pom!
– ¡fbi! -gritó Mai, entrando en la habitación después de él-. ¡Tira el arma! ¡Bang!
Jay contempló impotente, chillando en vano, cómo Lucretia caía al suelo. El arma se le cayó de entre sus dedos; la sangre manaba de una herida en la cabeza hecha por su propia mano.
Grotto estaba en el suelo, sangrando por el pecho; una mancha roja se extendía sobre la alfombra. Sus ojos estaban abiertos, mirando hacia el techo de forma vacía.
Jay marcó el nueve uno uno en su teléfono, arrodillándose junto a Grotto.
– ¡Aún está vivo! -gritó, encontrándole el pulso mientras respondía el coordinador de emergencias.
– Ella se nos ha ido. -Mai apartó sus dedos del cuello de Lucretia y se acercó a Grotto.
Jay seguía en línea con el operador, dándole la dirección y explicándole lo que había ocurrido.
– Quédate conmigo, doctor Grotto -le dijo Mai-. Resiste.
Las sirenas aullaron en el exterior sobre el fuerte viento y, a través de las ventanas, Jay, que aún hablaba con el operador, vio coches de la policía con las luces encendidas frenando en seco delante de la casa. Una ambulancia y un camión de bomberos llegaron a la vez.
– Han llegado -dijo Jay al auricular; su cabeza seguía revolucionada-. ¡Gracias! -Se apoyó sobre una rodilla mientras unas fuertes pisadas retumbaban a través del pasillo.
– ¡Aquí atrás! -gritó Mai.
– ¿Dónde está ella? -inquirió Jay, inclinándose sobre Grotto, con su cara a tan solo unos centímetros de la del hombre herido-. ¿Dónde está Kristi?
– Con… Preston.
– ¿Dónde? -insistió Jay.
– Los túneles… -Grotto resollaba, su voz se estaba apagando.
– Apártese. Retroceda. -Un enfermero se abrió paso hasta él, tratando de salvar la vida de aquel bastardo-. ¡Llévense a esta gente fuera de aquí!
Lleno de frustración, Jay se apartó del herido; su miedo por Kristi era más agudo que nunca. Salió al pasillo, justo para toparse con Rick Bentz.
– ¿Dónde demonios está Kristi? -inquirió Bentz.
– Con Preston.
– ¿Quién es?
– El doctor Charles Preston. Un profesor del colegio, del departamento de Lengua -le explicó Jay-. Grotto dice que Preston la tiene en su poder, puede que en algún lugar de la casa Wagner. Yo diría que en el sótano, el cual siempre está cerrado. Lleva hasta unos viejos túneles, al menos eso es lo que dice Grotto. Kristi estaba convencida de que allí tenían lugar alguna especie de extraños rituales vampíricos.
Mai Kwan se unió a ellos.
– Esos túneles llevan más de un siglo sellados. Lo sé. Lo he comprobado. Ya hemos mirado en la casa Wagner.
– ¿Quién coño es usted? -le preguntó Bentz, listo para entablar una pelea. -Mai Kwan, fbi. ¿Y usted?
Jay no estaba interesado en formalidades. Mientras Bentz, Montoya y Kwan discutían la jurisdicción, los niveles de autoridad y el jodido protocolo, él salió al aire de la noche.
Si corría y acortaba por el campus, podría llegar a la casa Wagner en menos de cinco minutos.
* * *
Portia Laurent se había pasado todo el día recopilando información del colegio en lo que se refería a sus empleados. Había encontrado a varios que poseían furgonetas oscuras y, por supuesto, había pensado inmediatamente en el doctor Grotto, el mismísimo profesor vampiro, como el principal sospechoso. Pero es que no tenía ningún sentido. ¿Por qué sería tan descarado? Nunca la había tratado como a una idiota. Era egocéntrico sí, desde luego, pero no un cretino.
Así que había investigado aún más, sin encontrar nada, esperando un nuevo indicio de prueba que no se había materializado. Portia había localizado llamadas y correos electrónicos, buscado en Internet junto con los registros criminales y cuentas bancarias, el departamento de Vehículos Motorizados, cualquier cosa que se le hubiera ocurrido.
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