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Liz Fielding: Cena para Dos

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Liz Fielding Cena para Dos

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Había dos cosas a las que Nick Jefferson no podía resistirse: un desafío y una mujer rubia. Así que, cuando se encontró con la última de sus rubias y ésta lo desafió a que preparase una cena romántica para ambos, no pudo negarse. Pero, lamentablemente, Nick era incapaz de freír un huevo, y tuvo que pedir ayuda a Cassie Cornwell. Cassie no era el tipo de Nick. Para empezar, era morena y, además, la primera mujer que lo había rechazado, aunque no muy convencida. Su primer matrimonio la había vuelto muy desconfiada, pero eso no la salvó de la decepción que sintió al saber que Nick la había llamado para que le preparara una escena de seducción, en lugar de querer compartir la cena con ella…

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– También es nuestro último día. Deja eso, Cassie. Quiero hablar contigo.

– ¿Sobre qué? -ella siguió levantando la mesa.

Entonces él le puso una mano en un brazo y la miró intensamente, casi con desesperación.

– ¿De qué se trata, Nick?

– Beth me ha contado lo de tu marido -él no sabía qué le iba a decir realmente, pero tenía que decirle algo-. Me advirtió que si no iba en serio no debía intentar tener una relación contigo. Y tengo que decirte en este mismo momento que jamás he ido tan en serio en mi vida.

– ¿Y Verónica?

– ¿Verónica?

– Le vas a dar un puesto directivo. Creí que eso también era algo muy serio.

– No quería que ella…

– ¿Te pusiera en ridículo?

– ¡Dios santo! No me importa. Cuando te portas como un imbécil, debes asumir las consecuencias. Lo que a mí me importaba era tu reputación, Cassie. El puesto en el consejo de dirección se lo iban a ofrecer de todos modos. Se lo he ofrecido porque de ese modo dudaría en comentar los cotilleos con las mecanógrafas, ahora que iba a tener un puesto fijo en la empresa. Y cuando le he dicho lo del puesto de dirección, también le he dicho que quería casarme contigo. Si tú me aceptabas.

Cassie lo miró con gesto inexpresivo. Él no sabía qué podía estar pensando.

– Cassie, deja eso -le dijo-. Salgamos de aquí y vayamos a dar un paseo.

– No podemos dejar a los niños -ella empezó a recoger el resto de los platos. Pero él se inclinó y le sujetó su mano temblorosa.

– Venga. Sólo daremos una vuelta por el lago. Veremos a los niños si se acercan al agua.

– Nick, está lloviznando -dijo ella, casi con desesperación.

– Creí que estábamos de acuerdo en que un paseo al lado de la playa en un día de lluvia era lo mejor para iniciar un romance.

“¿Romance?”, pensó ella.

– No hay playa, realmente. O poca playa.

– Imagínala. Toma, ponte mi chaqueta. Así no te mojarás -él le puso la chaqueta como si estuviera vistiendo a un niño, y le subió la cremallera hasta el cuello.

– ¿Y tú?

– Sobreviviré -dijo él, mientras abría la puerta de la tienda. Luego le tomó el brazo.

– Será mejor que compruebe si… -empezó a decir Cassie tímidamente.

Entonces se oyeron risotadas desde la otra tienda.

– ¡Oh! Parecen estar pasándoselo muy bien.

– Sí, están muy bien.

Caminaron hasta el lago en silencio. Pero cuando empezó a llover y se mojaron el pelo, Cassie dijo, mirando las gotas de lluvia caer en el lago:

– Esto es una locura.

– Probablemente -los dos sabían que no estaban hablando del tiempo. Entonces Nick se volvió hacia ella y le dijo-: Esperaré, Cassie. El tiempo que necesites. Quiero que estés tan segura como yo de esto. Pero quiero que sepas que no me alejaré de ti, a no ser que tú me digas que no tengo ninguna esperanza. Y si me dices eso, no te creeré.

– ¿Crees que eres tan irresistible? -le dijo ella, con gesto altivo.

– No, Cassie. Eres tú quien se está resistiendo a mí desde que aparecí en la tienda de Beth, y creo que vas a seguir haciéndolo. Pero me parece que te está resultando más difícil de lo que quisieras. Y una o dos veces, cuando has bajado la guardia, se te han escapado tus verdaderos sentimientos. ¿Quieres hablarme de ello?

– Estoy segura de que Beth te habrá dado todos los detalles.

– Beth me ha dicho lo que ella creía que era la verdad. Que estabais muy enamorados y que aquel amor terminó en tragedia. Y que aquello te destrozó el corazón. Pero yo no me lo creo. Al menos lo del amor ideal.

Ella se giró y lo miró con temor.

– ¿Puedes mirarme a los ojos y decirme que me equivoco? -le preguntó él.

Ella abrió la boca para hablar, pero luego la cerró. Él había visto una tormenta en sus ojos. Hubiera querido decirle que no importaba todo aquello. Le daba igual lo que hubiera pasado. Pero hasta que ella no se enfrentase al pasado, no tendría un futuro. Sólo una profesión.

– ¿Cassie? -insistió suavemente.

– No, no te equivocas. Yo pensé que era un amor único e ideal. Pero me había equivocado.

Como él sabía que a ella le resultaría más fácil hablar sin mirarlo, empezó a caminar por la orilla del lago.

– Te pegó, ¿verdad?

Hubo un silencio incómodo que le indicó que estaba en lo cierto. Luego oyó la respiración entrecortada de Cassie debajo de la lluvia.

– No, no me pegó, Nick. Pero lo habría hecho si Dem no se hubiera abalanzado sobre él y le hubiera arañado el brazo. ¿Cómo lo has adivinado?

– Tú me dijiste que a Dem no le gustan los hombres. Eso me despertó la curiosidad de saber por qué. Y luego cuando te senté un poco bruscamente en el sofá, vi que el gato reaccionaba como un tigre -la miró. Cassie estaba con la cabeza bajada y el pelo mojado.

– Podría ser un gato con mal carácter simplemente.

– Podría. Pero cuando el policía te preguntó si querías ponerte en contacto con el Servicio de Violencia Doméstica, te pusiste blanca. Creo que fue por eso que el policía insistió tanto en el asunto.

– ¡Se supone que tú le tenías que estar dando un mensaje a su compañero, y no escuchando detrás de la puerta!

– Lo sé. Luego me sentí mal por hacerlo -le tomó la mano. Ella no lo rechazó-. ¿Qué es lo que marchó mal, Cassie?

– No fue nada complicado, ni que tuviera una intensidad especial. No hubo otras mujeres, ni otros hombres -agregó-. Se trató de dinero -Nick no dijo nada al oír esas palabras-. Jonathan era un jugador empedernido y se casó conmigo por mi dinero. Cuando descubrió que no tenía dinero para pagar sus deudas, se sintió acorralado -un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.

Él la abrazó y ella se dejó abrazar.

– Yo me preguntaba por qué habíais tenido tanta prisa por casaros.

– Fue idea suya, por supuesto. Y yo estaba tan enamorada que no se me ocurrió cuestionar sus motivos -lo miró-. No le he contado a nadie lo que pasó, Nick, ni siquiera a mi hermana.

Nick vio un tronco en el suelo y le preguntó:

– ¿Nos sentamos?

Ella asintió.

– No se lo diré a nadie, Cassie. Puedes confiar en mí.

– ¿De verdad? -le preguntó ella, dudándolo.

Él la comprendía. Un hombre la había defraudado, y él tampoco le había demostrado ser un santo.

– Es posible que yo no sea perfecto, pero no soy un cotilla. Nada de lo que me cuentes saldrá de mí.

Ella lo miró con desconfianza aún.

– Creo que deberías contárselo a alguien.

Ella lo miró y se encogió de hombros.

– No hay nadie más aquí, así que supongo que ese alguien tienes que ser tú.

Tardó un momento en hablar.

– Él andaba detrás de la casa. Ha estado en manos de mi familia durante generaciones y cuando murieron mis padres en un accidente de autocar, quedó en manos de Lauren y mías. Mi hermana estaba casada por aquel entonces. Mike tenía uno o dos años. Joe estaba en camino y ella quería un jardín. A ella nunca le gustó vivir en la ciudad. Yo todavía estaba viviendo con mis padres, así que le pagué una renta por la mitad de la casa y empecé el negocio de las comidas con el dinero que nos dio el seguro por el accidente -suspiró-. Supongo que Jonathan debió de enterarse de la indemnización por el accidente en el diario local y pensó que yo sería fácil de engañar. Luego descubrió que yo estaba viviendo en la valiosa casa, y decidió jugárselo todo a una sola carta. Como te he dicho, era jugador.

– ¿Cómo te conoció?

– En una comida. Me dijo que era un comerciante de caballos de carrera, dijo los nombres de algunas personas de aquel mundillo, y con su encanto y entusiasmo logró lo demás. Ahora que lo pienso, era demasiado bueno para ser real. Nadie es tan perfecto. Tenía que ser una farsa.

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