– Sí, la pérdida de dos personas extraordinarias.
Se quedaron en silencio durante unos momentos. Después, con cuidado, Jilly apartó la mano de la de Max y volvió el rostro para mirar a la hoguera.
– No debería haberte contado esto. No sé por qué lo he hecho.
– No querías que me compadeciese a mí misma.
– Y tampoco quiero que te compadezcas de mí. Fui un egoísta, sólo pensaba en mí mismo cuando me casé con ella. De haberla amado lo suficiente, habría salvado de la quiebra a su padre y la habría dejado en paz.
– Ella no tenía por qué haberse casado contigo, Max.
– Quería a su familia y lo hizo por ellos. Lo que yo hice, lo hice por mí mismo -Max levantó la botella de coñac-. Toma un poco más y te contaré cuál es mi plan.
Max volvió a llenar la vacía copa de Jilly.
¿Vacía? ¿Cuándo se había bebido todo aquello? Jilly se encogió de hombros.
– Está bien, te escucho -respondió ella.
– El plan es muy sencillo, y consiste en, para variar, hacer que el señor Blake te persiga a ti.
Jilly volvió la cabeza para mirarle.
– ¿Perseguirme? ¿Por qué iba a perseguirme a mí cuando tiene cientos de mujeres que le persiguen a él?
– ¿Tienes miedo a que no lo haga?
– Sé que no va a hacerlo.
Max arqueó las cejas.
– ¿Por qué iba a hacerlo? -insistió ella.
– Quizá por curiosidad. Y quizá porque empiece a preocuparle la posibilidad de que se le esté escapando de las manos algo especial.
Jilly negó con la cabeza.
– ¿Qué te pasa, Jilly? ¿Te da miedo que no le intereses? ¿O te da miedo que sí esté interesado por ti?
– ¡No! Es sólo que…
– ¿Que qué?
Max se inclinó hacia delante, le tomó la barbilla y la obligó a mirarlo. Necesitaba verle los ojos.
– Sé que quieres animarme, Max, pero el coñac te está afectando. No puedo competir con la clase de mujeres que rodeaban a Richie esta noche.
La verdad era que Jilly no tenía deseos de competir; aquella noche, un velo se le había descorrido de los ojos. Richie utilizaba a la gente; tomaba, pero no daba. Y ella le había dado suficiente.
A la luz de la hoguera, los ojos de Jilly estaban muy oscuros, ilegibles. Ella valía diez veces más que cualquiera de las mujeres revoloteando alrededor de Rich Blake, y Max lo sabía. Jilly era refrescante, inocente, encantadora, buena y cariñosa. Pero en ese ambiente, no dejaba de ser una buena chica que se había vestido para salir una noche. Necesitaba pulirse para sobrevivir en la jungla en la que moraban los Rich Blakes del mundo. Bien, él podía hacer eso por ella, aunque no era suficiente recompensa por el beso que le había robado.
– Dame una semana y haré que se hable de ti en todo Londres.
– ¿Una semana entera? ¿Va a llevar tanto tiempo?
Como si le importara. Sólo había un hombre que quería que se fijara en ella, y ese hombre parecía decidido a pasársela a otro lo antes posible… siempre y cuando no interfiriese con el trabajo.
– Déjate de sarcasmos, Jilly. No es propio de una dama.
– Soy lo suficientemente dama para saber que dar que hablar no es de damas -respondió ella.
Max se encogió de hombros.
– Puede que no, aunque depende de lo que se diga de la dama en cuestión. Lo que sí es seguro es que va a hacer que Petra tire de los pelos.
– Eso es verdad y es una buena idea, Max, pero la verdad es que no creo que Richie me llame; y la verdad es que hacer que Petra se tire de los pelos no está en mi lista de prioridades.
– Sabes que Blake sentirá curiosidad por saber quién soy yo, Jilly. Y también querrá saber cómo nos hemos conocido. Y querrá saber qué has venido a hacer en Londres. Le has dado una sorpresa esta noche, así que no será capaz de dejar de pensar en ti. Además, mañana te verá en los periódicos… Sí, vas a despertar mucho interés. Así que dime, ¿adónde quieres que vayamos mañana?
– ¿Mañana? ¿Hablas en serio? ¿De verdad quieres que volvamos a salir mañana?
¿Podía ser verdad? Jilly se puso en pie con demasiada rapidez y la habitación empezó a darle vueltas. Al instante, Max estaba a su lado, sujetándola.
– Dios mío -dijo ella apoyándose en Max.
Después lanzó una queda carcajada.
Mientras la rodeaba con los brazos, Max llegó a la conclusión de que Rich Blake necesitaba que le examinaran el cerebro al igual que la vista.
– Creía que eras una luchadora, Jilly. ¿Vas a darte por vencida y a dejar que esas tontas medio desnudas te quiten al hombre al que ayudaste a triunfar?
– Que les aproveche.
– No lo dices en serio.
Sí, lo decía muy en serio. A pesar de todo el coñac que había bebido, eso lo sabía. Pero algo le impidió decírselo a Max, algo que tenía que ver con la forma como la estaba sujetando… el recuerdo de bailar en sus brazos. El beso. Si le seguía el juego, quizá volviera a besarla… Valdría la pena, incluso aunque para eso tuviera que hacer como si le importase poner celoso a Richie.
– No puedo competir con mujeres que van casi desnudas por ahí. Mi constitución física no me permite enseñar tanto.
Max podría haber objetado, pero no lo hizo.
– Lo que hace a una mujer deseable no es lo que enseña, Jilly. A los hombres de verdad les gusta desenvolver sus regalos.
Jilly se ruborizó. Su inocencia era auténtica. Quizá Harriet tuviera razón, quizá lo mejor fuese montarla en el primer tren que saliera para Newcastle. Pero el cerebro de Max se negaba a funcionar como era debido.
– Si realmente lo amas, tienes que luchar por él.
– ¿Como Custer? -Jilly rió.
– Exactamente, como Custer. O todo, o nada -Max se maldijo a sí mismo por idiota y le quitó a Jilly la copa de coñac de las manos para evitar que bebiera más.
En opinión de Max, la única forma que Jilly tenía de liberarse del fantasma de Riche Blake era darse cuenta por fin de que estaba persiguiendo alga que ya no existía.
Max le puso las manos en los hombros y la miró a los ojos.
– Jilly, te prometo que, pase lo que pase, no saldrás perdiendo.
– ¿Lo dices en serio?
– Totalmente en serio.
– ¿Y cómo vamos a hacer que me persiga?
– Muy fácil. Iremos a restaurantes de moda, bailaremos en los clubs también de moda, y tu foto saldrá en los periódicos. Se fijarán en ti.
– ¿Que se fijarán en mí? ¿Quiénes?
– Todo el mundo; pero, sobre todo, Rich Blake. Aunque creo que, a lo primero, deberías hacerte de rogar con él. Ya veremos si conseguimos convencerle de que te persiga -pero Max no tenía ninguna duda al respecto. Jilly estaba preciosa aquella noche y, después de pulirse un poco más, ¿qué hombre podría resistírsele?-. Será una nueva experiencia para él.
– Max, ¿por qué haces esto por mí? Y, por favor, no me digas que es porque no quieres perder a la mejor taquimecanógrafa de Londres porque no me lo voy a creer.
– Esta vez seré sincero contigo -ella esperó-. Amanda opina que debería salir más.
Jilly se quedó perpleja.
– ¿Tu hermana?
– No deja de decirme que trabajo demasiado, que no salgo lo suficiente y que tengo un aspecto… En fin, puedes hacerte una idea. Si me ven por ahí contigo, mi hermana dejará de preocuparse durante un tiempo -Max se encogió de hombros-. Además, bailar es más divertido que los ejercicios en el gimnasio.
– ¡Ya! ¿En serio piensas que me voy a tragar eso?
– Es la verdad, te lo prometo -contestó él con solemnidad.
– No me refiero a lo de bailar, sino a… En fin, ya sabes a lo que me refiero.
– ¿Qué importancia tiene eso, Jilly? Lo que importa es que tú consigas a Blake -mintió Max.
¿Por qué demonios había pensado que la boca de Jilly era demasiado grande? Era una boca generosa, cálida y atractiva. Su rostro no era convencionalmente bonito, pero los rasgos eran marcados y podía considerarse hermoso a la manera francesa, que no tenía nada que ver con el estilo de belleza inglesa consistente en una tez color crema. El rostro de Jilly era todo drama.
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