Liz Fielding - Corazón de Fiesta

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Max Fleming necesitaba una nueva secretaria y la señorita Jilly Prescott parecía adecuada para el puesto porque, además de que tenía los conocimientos y experiencia necesarios, no era probable que se fijara en él, ya que seguía enamorada de Richie Blake. De hecho, Max incluso se ofreció a ayudarla a recuperarlo.
El plan parecía sencillo: un corte de pelo, un nuevo vestuario y el atractivo Max acompañándola a una fiesta sensacional. Con eso, estaban seguros de que Jilly atraería la atención de su antiguo amor. Pero, cuando Max la llevó a aquella fiesta, empezaron a ocurrírsele ideas extrañas respecto a Jilly, y ninguna de ellas tenía nada que ver con arrojarla a los brazos de otro hombre.

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De repente, se dio cuenta de que no quería que Rich Blake se acercara a Jilly aquella noche. Aún no. Primero tendría que aprender lo que era desear a una mujer, anhelarla, apreciarla, sentir celos, y amarla lo suficiente para estar dispuesto a perderlo todo por ella…

– Jilly…

Ella abrió los ojos, engomes, muy oscuros. Su boca era suave e incitante, los labios partidos. Se lo quedó mirando.

– Max… ¿te encuentras bien?

No, no se encontraba bien. Se encontraba de todo menos bien. Al agachar la cabeza, un dolor en lo más profundo de su vientre se intensificó al rozarle el oído.

– Vámonos de aquí, Jilly.

– ¿Qué nos vayamos?

Max clavó la mirada en los labios de Jilly. Suaves, sonrosados, labios de sol y risa. Su propia boca latía con un sobrecogedor deseo por besarla, por sucumbir a la tentación. Eso sí que daría a Rich Blake algo en que pensar. Quizá debiera hacerlo.

– ¿En serio quieres que nos vayamos?

– Sí, ahora mismo -dijo Max, antes de perder el control por completo-. Confía en mí, Jilly. Soy tu hado padrino, ¿o lo has olvidado?

Siempre y cuando él no lo olvidara estarían a salvo. Max le agarró la mano.

– Imagina que el reloj está dando las doce campanadas y que el coche se va a convertir en una calabaza.

– Pero Richie…

Dios, ¿acaso esa chica no podía olvidarse de Rich Blake ni un minuto?

– Que espere -le espetó él.

Jilly se detuvo bruscamente, obligándole a hacer lo mismo.

– El bolso. Lo he dejado en la mesa.

– Olvídalo.

– ¡No!

– No creo que tengas nada de mucho valor en él.

– El bolso es de mucho valor. Era de tu… -la mirada que él le lanzó la hizo callar-. Además, tengo en él las veinte libras que me diste.

Jilly le lanzó una mirada, indicándole que estaba decidida a recoger el bolso. Al momento, se desvió y Max se vio forzado a seguirla mientras ella recogía el bolso.

– Vamos, ve a por el abrigo, Jilly -dijo Max cuando llegaron a las escaleras colocándola delante, decidido a que no volviera a desviarse del camino.

Jilly corrió ligeramente al subir los escalones, Max hizo una pausa al pie de la escalinata, el dolor le había atacado de repente. Se mordió los labios y luego, despacio, la siguió. Pero a mitad de las escaleras, cargó el peso en la pierna mala, ésta cedió, Max se tambaleó y tuvo que agarrarse a la barandilla para no caer.

– ¡Maldita sea! ¡No, Jilly, no pares! Tú sigue, ahora mismo subo.

A pesar de los esfuerzos, la pierna se negó a cooperar y Max acabó sentado en un escalón.

– Me parece que alguien ha tomado una copa de más -dijo una chica que bajaba las escaleras.

Jilly lanzó una furiosa mirada a las espaldas del grupo y luego se reunió con Max. Se sentó a su lado, tomó una de sus manos en las suyas y notó la palidez de su rostro. Le dolía, pero no iba a admitirlo.

– Idiota -dijo ella apoyando la cabeza en el hombro de Max, como si estuvieran ahí sentados porque querían.

– Dilo otra vez y te despido.

– ¡Ya, que te crees tú eso!

– Está bien, soy un idiota. Pero como me digas eso de que «ya te lo advertí…», te juro que…

– Ya, ya. Vamos, apóyate en mí, Max.

Jilly no esperó. Le levantó el brazo y se colocó debajo. Luego, le sonrió mientras se acurrucaba contra él.

– La gente va a pensar que somos una pareja de enamorados.

– Ésa es la idea, ¿no? Además, es mejor eso a que crean que estamos borrachos.

– Cierto.

Max se volvió y se la quedó mirando un momento.

El rostro de Jilly estaba a escasos centímetros del suyo, sus ojos llenos de preocupación.

– ¿Qué…? ¿Qué estás pensando?

La boca de ella era una cálida invitación.

– Estoy pensando que podríamos mostrarnos mucho más convincentes -respondió Max. A Jilly se le secó la garganta.

– ¿Cómo?

– Así.

Y Max la besó. La besó como un adolescente loco de amor. No había imaginado la calidez, se le metió dentro como un bálsamo milagroso. Tampoco había imaginado su dulzura. Pero lo que casi le hizo estallar fue la inesperada forma como ella lo besó, como si hubiera estado toda la vida esperando aquel momento.

– ¿Jilly? -Rich Blake, decidió Max, era tan estúpido y tan torpe como había supuesto que era.

Pero al oír su voz, Jilly se puso rígida en los brazos de Max. El momento pasó y él la soltó. Max se volvió hacia Blake, que estaba mirando a Jilly unos escalones más abajo.

– Eras tú. Petra me ha dicho que no podía ser, pero yo estaba seguro… -Richie miró a Max, frunció el ceño, y se dirigió de nuevo a Jilly-. No me habías dicho que ibas a venir aquí.

– Jilly no lo sabía -intervino Max-. Era una sorpresa.

Rich Blake se echó a reír.

– Para mí sí que lo ha sido. No sabía que vinieras a estos sitios -y Richie miró a Jilly como si estuviera esperando que hiciera las presentaciones.

– Oh, perdona, Richie. Max, te presento a Rich Blake. Es posible que sepas quién es.

– Sí, puede ser -respondió Max.

A continuación, le ofreció la mano a Rich.

– Richie, éste es Max Fleming.

– Max -Richie le estrechó la mano y esperó más amplia explicación, pero no la obtuvo-. ¿Por qué no venís a tomar una copa con nosotros?

– Esta noche no, Richie -dijo Jilly antes de que Max pudiera intervenir-. Estamos cansados.

– Quizá en otro momento -añadió Max, y utilizando la pierna buena y apoyándose en la barandilla, se levantó con cierta dificultad.

Jilly se puso en pie con él, le rodeó la cintura con un brazo y le ofreció su apoyo discretamente.

– Creo que alguien te busca, Blake -dijo Max.

Rich se volvió.

– Oh, Petra, ya iba para allí -Richie se volvió a Jilly-. Nos quieren sacar unas fotos para una revista. Será mejor que nos las saquen antes de que nos emborrachemos del todo.

Jilly saludó a Petra y luego miró a Max con expresión interrogante. Él asintió.

– Adiós, Richie -dijo Jilly.

– Te llamaré mañana, Jilly.

Pero ella ya estaba subiendo las escaleras.

– Apóyate en mí, Max -murmuró Jilly.

– Siento mucho que…

– Me avisaste de que eras tonto. La próxima vez, no seas además presumido y tráete la barita mágica, podrías utilizarla como bastón.

La próxima vez. No habría una próxima vez. No, si le quedaba un mínimo de sentido común.

– Gracias -dijo Max cuando llegaron arriba-. Creo que ya puedo arreglármelas solo.

– ¿Estás seguro?

Ella aún le rodeaba la cintura y el brazo de Max seguía apoyándose en su hombro. Y, desde donde estaba, Max pudo ver a Rich Blake observándolos.

Max dedicó una sonrisa a Jilly.

– Bueno, supongo que no merece la pena arriesgarse -dijo él, dejando el brazo donde lo tenía. Pero le costó un verdadero esfuerzo no volver a besarla-. ¿Te ha gustado eso?

Jilly no dijo nada. No sabía exactamente a qué se refería, si al club, al baile o al beso. Nadie la había besado así, como si el placer fuera lo único que importara.

– No te preocupes, Jilly, no voy a contárselo a nadie.

Entonces, se dio cuenta de que Max no se refería a nada de lo que ella estaba pensando, sino a Petra.

– ¿Te has fijado en la cara que ha puesto? -Jilly se apartó de él y se puso los brazos sobre sí misma mientras se estremecía. Había visto a Petra insegura, perdida. Y se odió a sí misma por ser la causa-. Sé perfectamente cómo se ha sentido. Hace sólo unos horas yo me sentía así también. No, no es ningún placer hacer daño.

– ¿Ni siquiera cuando te untó de esa especie de pegamento?

– ¿Cómo sabes tú que fue intencionado?

Max no lo sabía.

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