Liz Fielding - Corazón de Fiesta

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Max Fleming necesitaba una nueva secretaria y la señorita Jilly Prescott parecía adecuada para el puesto porque, además de que tenía los conocimientos y experiencia necesarios, no era probable que se fijara en él, ya que seguía enamorada de Richie Blake. De hecho, Max incluso se ofreció a ayudarla a recuperarlo.
El plan parecía sencillo: un corte de pelo, un nuevo vestuario y el atractivo Max acompañándola a una fiesta sensacional. Con eso, estaban seguros de que Jilly atraería la atención de su antiguo amor. Pero, cuando Max la llevó a aquella fiesta, empezaron a ocurrírsele ideas extrañas respecto a Jilly, y ninguna de ellas tenía nada que ver con arrojarla a los brazos de otro hombre.

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– En fin, parece que ha conseguido lo que quería y que le van las cosas bien. ¿Cómo le ayudaste a empezar?

– Mi madre era miembro del comité que organizaba la fiesta de Navidad del colegio. Yo le pedí a mi hermano que diseñase con el ordenador unos panfletos anunciando a Richie como discjockey, pero con una ropa que no se le reconocía, y dejé uno de los panfletos donde mi madre pudiera verlo.

– Muy hábil.

Jilly se rió.

– La directora del colegio se quedó lívida cuando se dio cuenta de quién iba a ser el discjockey, y también mi madre. Pero cuando se enteraron, ya era demasiado tarde para buscar un sustituto. Fue todo un éxito y, con la fiesta, se ganó mucha publicidad.

– ¿Y cómo conseguiste eso?

– ¿Yo?

– No me digas que no le sacaste la publicidad tú, Jilly, me desilusionarías.

Jilly se encogió de hombros.

– No fue difícil. Llamé al periódico local, les conté su triste historia y… así empezó la cosa.

Jilly se había ganado la amistad de Richie, pensó Max. Se había ganado mucho más que ser untada con una sustancia pegajosa en un programa de televisión.

– ¿Y qué más hiciste? Porque estoy seguro de que no lo dejaste ahí.

– Le grabé los ensayos como discjockey y envié las grabaciones a la emisora de radio de allí.

– Bien hecho.

– Me costó que me hicieran caso. Al final, después de bombardearles y bombardearles con las grabaciones, le dejaron participar en un programa. Sólo quince minutos los sábados por la mañana, pero fue un comienzo.

– ¿Y después?

Jilly miró a Max a la boca. Aquella boca la había besado hacía unas horas.

– Después… -por un momento, se le olvidó de qué estaba hablando-. Ah, después también grabé los quince minutos del programa con Richie y mandé las grabaciones a diferentes emisoras de radio en Londres.

– ¿Has pensado en dedicarte a las relaciones públicas? -Max no esperó a obtener respuesta-. ¿Cuánto tiempo estuviste así?

– Un par de años.

– Y entonces vino a Londres y se olvidó de ti -dijo Max con unos celos que le hicieron sentirse cruel, que le hicieron recordar lo que había pasado aquella tarde.

Capítulo 7

Jilly se levantó del sillón como un cohete.

– ¡Eso no es justo!

Entonces, se dio cuenta de lo ridículo que era seguir defendiendo a Richie Blake, igual que antes, haciendo de madre igual que siempre.

– ¿No lo es? -Max se la quedó mirando-. Pues sigo diciendo que, después de todo lo que has hecho por él, mandarte mensaje por medio de su secretaria diciendo que está ocupado no es justo. Y también digo que lo que ha pasado esta tarde no es justo…

– Pero ha sido Petra…

– Te debe lo suficiente para asegurarse de que nadie te hiciera eso. Debería haber tenido cuidado… -Max se interrumpió, era algo que Jilly tenía que descubrir por sí misma.

No obstante, la ira que le producía saber cómo la habían tratado le sorprendió.

– Richie no me debe nada, Max -Jilly se encogió de hombros-. Excepto quizá esas cintas que grabé y los sellos. Ah, y el billete a Londres.

¿Y bromeaba con eso?

– Por supuesto. ¿Quieres que le mandemos el recibo o prefieres que le demos algo en qué pensar de verdad?

– Lo que hice lo hice porque creía en él y porque quería ayudarlo.

– ¿Porque estabas enamorada de él? -Jilly no contestó y Max fue a por la botella de coñac-. La vida es un asco, Jilly.

Max volvió a llenarse la copa y, tras un momento de vacilación, llenó también, la de ella. Jilly tenía razón, Blake no le debía nada. Lo que ella había hecho, por él lo había hecho porque quería, porque había visto algo especial en Blake. Y quizá tuviera razón, quizá fuera ésa la única recompensa que obtuviera porque la vida no era justa y el amor, desde luego, no lo era.

– La vida es un asco -repitió Max-. Y después, uno se muere. O quizá no, que es peor a veces. Yo sé mucho del amor y la justicia, Jilly. Sé lo que es quedarse en este mundo.

Max la miró antes de continuar.

– Amaba a Charlotte hasta la obsesión. ¿Has sentido eso alguna vez? ¿Necesitar poseer algo hasta el punto de pensar que, sin ello, la vida no merece la pena ser vivida?

A Jilly le habría gustado negar con la cabeza y decir que no, pero ya no estaba segura de que fuera verdad.

– No podía creer que no me quisiera, que no pudiera amarme -añadió Max.

– Pero se casó contigo…

– La perseguí obsesivamente, estaba convencido de que, si se casaba conmigo, lograría que se enamorara de mí. Al poco tiempo, su padre lo perdió todo en la bolsa, fue entonces cuando acudió a mí para decirme que estaba dispuesta a casarse conmigo si yo sacaba del desastre económico a su padre.

– ¿Tan rico eres?

– Sí, desgraciadamente -Max se encogió de hombros-. Pero lo único que hice fue comprarla. Y cuando conoció a un hombre del que realmente se enamoró, no podía soportar que yo la tocara.

– ¿Tuvo relaciones con ese hombre? -la voz de Jilly se hizo eco de su perplejidad.

Max no tenía idea de por qué le había contado eso. Quizá porque hacía mucho que no hablaba así con nadie. Quizá, en la oscuridad, se sentía más protegido. Pero no podía permitir que Jilly creyera que su esposa le había traicionado.

– No. Quizá eso hubiera ayudado, pero… de haber sido así, podría haberla culpado. Sin embargo, mi esposa y mi mejor amigo estaban por encima de eso. Me rompía el corazón verlos en la misma habitación juntos, sin mirarse, sin tocarse… sólo sufriendo.

– ¿Por qué no la dejaste marchar? -Jilly no pudo reprimir el tono acusatorio de su voz.

– ¿Crees que no lo hubiera hecho? Pero no era tan sencillo. Dominic era un católico convencido, Jilly. No podía casarse con una mujer divorciada, y la alternativa era impensable para él.

Jilly se arrodilló delante del fuego y levantó los ojos para mirar a Max.

– ¿Por eso fue por lo que murieron… juntos?

Jilly era rápida sacando conclusiones, pero se había equivocado.

– No, fue un accidente, Jilly. Yo era quien se suponía que debía morir, era lo único que podía hacer por ella -Max contempló su copa de coñac durante unos momentos-. A Charlotte le encantaba esquiar, y a mí se me ocurrió llevarla a las montañas para que se relajara un poco y se olvidara de sus problemas. La llevé a un pueblecito apartado de los Alpes. Alguien debió decírselo a Dominic, o quizá fuera ella, eso no lo sé, el caso es que Dominic fue la primera persona que vimos al entrar en el hotel del pueblo. Para mí fue como una revelación, en ese momento pensé que aquel era el lugar y el momento para abandonar este mundo…

– ¡Oh, Max!

– Hacía una mañana maravillosa, con un cielo azul totalmente despejado, aunque la noche anterior había nevado y la nieve se había helado. Sí, hacía un día hermoso para morir.

Jilly ahogó un quedo grito.

– Algo debió despertar a Charlotte, o puede que ni siquiera se hubiera dormido -continuó Max-. Debió darse cuenta de lo que yo estaba pensando porque despertó a Dominic y los dos salieron corriendo a buscarme. Les oí llamarme a gritos a mis espaldas. Yo estaba acercándome al borde de la montaña cuando me vieron. Dominic y Charlotte intentaron cruzarse por delante de mí para desviarme, y fue entonces cuando…

Max se interrumpió al recordar la escena que aún le atormentaba, que seguía atormentándole todos y cada uno de los días de su vida.

– Me caí y perdí el sentido… -Max se estremeció al recordar el frío, un frío que no le había abandonado desde entonces.

– Max… -Jilly puso la mano encima de la de él-. Creo que es lo más triste que he oído en mi vida. Qué pena, qué pérdida de dos vidas.

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