Acostó a la niña dormida y le quitó los zapatos, calcetines y pantalones antes de apartarle el pelo de la cara para dar tiempo a que el pulso le volviera a la normalidad y recordar todas las buenas razones que tenía para no abrir su corazón. Cada vez le estaba costando más.
– Llamaré al doctor ahora mismo -dijo en cuanto regresó a la cocina.
Gannon se dio la vuelta para mirarla y toda su resolución de mantener la distancia se evaporó al instante. El color cetrino de su piel se había intensificado y tenía la expresión de estar al borde de sus fuerzas-. ¿John? -murmuró con inseguridad.
El se quedó completamente inmóvil por un momento. Entonces se dio la vuelta, la empujó para pasar y Dora lo oyó gemir de dolor un momento después. Salió corriendo, pero vaciló ante la puerta del cuarto de baño. Él no la necesitaba en ese momento, le sería de más ayuda si llamaba al médico y le pedía que acudiera lo antes posible.
Acababa de colgar el teléfono cuando vio que él estaba en umbral de la puerta y se dio la vuelta.
– Será mejor que te sientes antes de que te caigas, Gannon.
Por un momento pensó que iba a discutir. Entonces él alzó una mano con gesto de resignación.
– Puede que tengas razón -dijo atravesando la sala despacio hasta el sillón más cercano para aposentarse con cuidado-. Recuérdame que no te deje llevarme a ningún sitio.
– Oh, ya veo. Lo que tienes no es más que un mareo del viaje, ¿verdad? -preguntó con sarcasmo.
– ¿Y qué más podía ser? -dijo él mientras se llevaba la mano al pecho al asaltarle la tos.
– Creo que esperaré a que el doctor haga su diagnóstico si no te importa.
– ¿Lo has llamado?
– Por supuesto que lo he llamado. Ya tengo suficientes problemas sin tener que explicar por qué tengo el cadáver de un desconocido en mi apartamento.
– No estoy a punto de morirme, Dora. Sólo necesito descansar un tiempo.
– ¿Eso es todo? Perdonarás mi falta de confianza, pero soy yo la que te estoy viendo y francamente, no creo que sólo con una siesta te vayas a recuperar.
Él cerró los ojos y se sujetó el puente de la nariz entre sus largos dedos.
– Quizá tengas razón. Pero antes de ir a urgencias a que me hagan una radiografía de las costillas, yo también tengo que hacer algunas llamadas.
– De acuerdo. Y supongo que un abogado será el primero de tu lista. Puedo darte el teléfono de uno muy bueno si quieres.
– Gracias, pero tengo el mío. Pero, ¿no tendrás algún conocido en Inmigración, por casualidad? Richard dijo que conocías a mucha gente.
Dora frunció el ceño.
– ¿Eso dijo? -si Richard le había dicho eso es que pensaba que estaba ayudando a Gannon no veía nada malo en que lo hiciera-. Pues lo cierto es que tiene razón. De hecho conocí al mismo secretario de Inmigración en una cena…
– ¿De verdad? ¡Santo Dios! Bueno, quizá no debamos molestar todavía al jefe -esbozó una sonrisa-. Será mejor mantenerlo en la reserva por si acaso. De momento me conformaría con alguien al nivel de subsecretario. Siempre que sea amistoso.
– ¿Te serviría una amistosa subsecretaría? -Gannon enarcó de nuevo las cejas-. No todos mis amigos son hombres. Ni todos funcionarios, ya que hablamos de ello.
– No tengo prejuicios, Dora. No me importa el sexo de nadie siempre que sea compasivo.
– Eso dependerá de cuantas leyes hayas infringido.
– No las he contado.
– Y lo que es más importante, cuáles.
John se encogió de hombros.
– Veamos. Una, sacar a una niña de un campo de refugiados sin permiso. No estoy muy seguro de qué ley infringirá eso, pero seguro que hay una.
– Algunas, diría yo.
– Después está el pequeño detalle de pasarla escondida por más fronteras internacionales de las que puedo recordar.
– ¿Y tomar un avión prestado sin permiso?
John esbozó una sonrisa.
– Gracias, Dora. Me había olvidado de ésa, pero Henri no presentará cargos en cuanto se lo haya explicado. Aterrizar sin permiso, entrar en el país sin informar a Inmigración y Aduanas y traer a una extranjera ilegal, pueden ser infracciones un poco más problemáticas.
– Supongo que sí -esperó, pero él no añadió más-. ¿Eso es todo?
– Todo lo que recuerdo, sí. Aparte de forzar la puerta de Richard. Pero ésa ya la conoces. ¿Presentarás cargos, Dora?
– No te hagas el listo conmigo, Gannon. Me refiero a cosas serias: drogas, armas o bienes que declarar. Si voy a pedirles un favor a mis amigos, necesito saber que no eres… un delincuente. Que hayas usado a Sophie como tapadera. O a mí -él la estaba mirando con expresión distante como si supiera lo que iba a decir después, pero no quisiera ayudarla-. Bueno no sé gran cosa de ti -terminó disculpándose.
– Sólo quiero poner a salvo a mi hija, Dora. Traerla a casa. Si tienes alguna duda acerca de ello, te aconsejo que agarres ese teléfono y llames a la policía ahora mismo.
Dora estaba perpleja.
– Pero, si es tu hija, ¿por qué no has seguido los canales apropiados?
– ¿Crees que no lo intenté antes? -se reclinó contra el respaldo con el aspecto de un hombre al límite de sus fuerzas-. ¿Tienes idea de lo que tardaría? La mayoría de la gente del campo creía que sólo me había encaprichado con la niña y quería darle una oportunidad. Otros creían que quería adoptarla para alguna pareja desesperada por tener niños. Y luego estaban los caritativos. Nadie creyó que les estuviera diciendo la verdad y la niña no estaba en el sitio apropiado para hacer una prueba de paternidad, ya lo sabes.
– No, supongo que no. Pero llevártela ha sido…
– ¿Un acto de desesperación? Estaba desesperado. O hacía eso o la dejaba a merced de las lentas ruedas de la burocracia -a pesar del dolor y la debilidad, de repente pareció incisivo como una cuchilla-. Tú no la hubieras dejado allí, ¿verdad, Dora?
Quizá tuviera razón, quizá empujada al límite hubiera hecho exactamente lo mismo que él. Pero no quería que la obligara a admitir que estaban hechos del mismo patrón.
– Pero ya sabrán que te la has llevado, ¿verdad?
– Por supuesto. Por eso tomé el avión de Henri. Nunca hubiera pasado Inmigración con ella. Y no podía pedirle que infringiera la ley y me acompañara él.
– Pues no te importó involucrarme a mí.
– Eso no es cierto, Dora. Te involucraste tú sola. Tuviste muchas oportunidades de escapar de la situación y no las utilizaste. Recuérdalo cuando declares ante el fiscal.
– ¿El fiscal? ¿Y con qué podrían cargarme a mí?
– No tengo ni idea, pero estoy seguro de que se les ocurrirá algo. A menos que solucionemos todo antes. ¿Cómo de amistosa es esa chica de Inmigración?
– Muy amistosa en la cena, o en la función de caridad a la que acudimos las dos, pero no la conozco de más. No puedo garantizar que no te acuse directamente a Inmigración si la llamo. También tendrá que pensar en su trabajo. Ahora que lo pienso, no creo que sea buena idea llamarla.
– Quizá tengas razón. Pero voy a tener que hablar con alguien. Y pronto.
– Creo que deberías hablar antes con tu abogado. Igual puede solicitar algún permiso temporal hasta que demuestres que Sophie tiene derecho a residir en el país -se detuvo-. Aunque también podrías usar tus contactos con la prensa. En cuanto salgas en los titulares, tendrás a todo el país llorando con las palomitas frente a la televisión.
– Gracias, pero no quiero ese tipo de publicidad.
¿Ni siquiera para mantener a Sophie a salvo? ¿O tendría algo que ocultar?
– Me parece muy bien esa actitud, pero no te servirá de mucho cuando te arresten.
– ¿Crees que me van a encerrar sin juzgarme?
Читать дальше