– El terreno es irregular y no quisiera que se viera zarandeada. Se encontrará más a salvo echada.
¿Con todo su cuerpo cubriéndole el suyo? ¿Disponía de alguna elección? Aunque seguro que tenía razón. Sería más seguro…
¿Qué? ¡No podía creer que pensara eso! Era posible que ese hombre cumpliera todos los requisitos de una fantasía, pero solo se trataba de eso, de una fantasía. La había secuestrado y distaba mucho de encontrarse a salvo.
El modo en que la miraba, cómo sus piernas se hallaban a horcajadas de ella, con las caderas apoyadas con firmeza sobre su abdomen, sugería que la consideraba una mujer. Más motivo para no dejar de hablar.
– Se ha tomado muchas molestias para conseguir mi compañía. Si quería hablar conmigo, ¿por qué no se acercó a mí en el avión? ¿O por qué no llamó a la casa de mi hermano…?
Quizá él también tenía los mismos pensamientos, porque sin previa advertencia se situó al lado de ella y la observó con cautela.
– Supo en seguida quién era yo, ¿verdad?
«Al instante». Pero no pensaba halagarlo.
– No creo que muchos de los bandidos locales hayan estudiado en Inglaterra. Y muy pocos tendrán los ojos grises -incluso en la oscuridad, sus ojos habían sido inconfundibles- Y, desde luego, estaba su voz. La oí apenas unas horas antes. Si quería mantener el anonimato, tendría que haber enviado a uno de sus secuaces a capturarme.
– Eso habría sido impensable.
– ¿Se refiere a que sus hombres no deben tocar la mercancía? Es muy posesivo.
– Es usted muy ecuánime, señorita Fenton -alzó la mano para soltarse el keffiyeh . La luz de la luna brillaba a través del parabrisas, llegando hasta la parte de atrás para hacer que su rostro fuera todo ángulos negros y blancos. Más duro de lo que ella recordaba-. Pero no se deje engañar por la educación que he recibido. Mi madre es árabe y mi padre era escocés de las Tierras Altas. No soy uno de sus caballeros ingleses.
No. En ese momento Rose experimentó el leve escalofrío de algo más próximo al temor de lo que le gustaba reconocer. Se humedeció los labios y se negó a retroceder.
– Bueno, supongo que eso es algo -indicó con imprudente temeridad.
En la oscuridad se vio el resplandor de dientes blancos.
– ¿De verdad es tan valiente?
Claro que sí. Todo el mundo lo sabía. Rose «Primera Línea» Fenton no conocía el significado de la palabra miedo. Pero eso no tenía nada que ver con el coraje. Había reconocido el peligro a metros de distancia en cuanto subió al avión. A centímetros sin duda su magnetismo resultaría fatal, aunque era muy posible que muriera feliz.
– ¿No tiene interés en saber adónde la llevo? -quiso saber él.
El traqueteo ruidoso había cesado un rato antes y en ese momento avanzaban por un camino bueno. Pero, ¿cuál? ¿En qué dirección?
– Si se lo preguntara, ¿me lo contaría?
– No -espetó Hassan. Era evidente que la temeridad de ella empezaba a irritarlo-. Pero tenga la certeza de que no la he traído por el placer de su conversación, aunque no me cabe duda de que será una bonificación inesperada.
¿Una bonificación? ¿De qué?
– Yo no contaría con ello -diablos, la regla dorada en situaciones semejantes era escuchar y averiguar cosas. Pero, a pesar de su farol, el corazón se le aceleró un poco. ¿Se habría equivocado? ¿Tendría por costumbre Hassan secuestrar a mujeres que visitaban su país?- Dígame, ¿utiliza a menudo esta estrategia? ¿Tiene un harén de mujeres como yo en algún campamento del desierto?
– ¿A cuántas mujeres como usted podría resistir un hombre? -inquirió, exasperado y en absoluto divertido porque a ella se le hubiera ocurrido esa idea.
Eso le gustó, ya que al menos deseaba ser original. Pero él esperaba una respuesta. Los ojos le brillaban mientras aguardaba que Rose le preguntara por qué la había secuestrado, qué pretendía hacer con ella. La curiosidad era uno de sus puntos fuertes, y también una de sus debilidades. Nunca sabía cuándo parar. Y la curiosidad sobre ese hombre había despertado mucho antes de que lo viera.
Tenía la cara encima de ella bajo la dura luz de la luna. Mostraba una expresión reservada. Rose no quería que se escondiera, no quería ninguna sombra, Y sin pensárselo levantó la mano hacia su rostro.
Sobresaltado por el contacto, él se apartó unos centímetros. Pero, ¿adónde podía ir? En la parte de atrás del Land Rover, era tan prisionero como ella y, atrevida, Rose plantó la palma contra su mejilla y sintió el áspero contacto de la barba de horas sin afeitarse. En esa ocasión él no se movió, se entregó a su exploración mientras con el pulgar recorría la línea de su mandíbula. No debería hacerlo, pero el peligro la excitaba y al pasar las yemas de los dedos por los labios de Hassan sintió que él tragaba saliva.
En ese breve momento ella fue la depredadora, no Hassan, y en la oscuridad sonrió y le brindó la respuesta.
– Si un hombre fuera lo bastante afortunado de tener a una mujer como yo, Su Alteza, dedicaría mi vida a garantizar que no deseara a otra -durante un instante dejó los dedos sobre su boca, luego los retiró.
Hassan contuvo una réplica cáustica. ¿Qué podía decir? La creyó. Y lo reconoció como una advertencia, no una invitación. ¡Qué mujer! No había gritado cuando podría haberlo hecho, sino que lo había desafiado y seguía haciéndolo con su cuerpo y sus palabras, a pesar de que no tenía ni idea de cuál podía ser su destino.
Era una suerte para Rose Fenton que él no fuera como el hombre amargado y retorcido de la novela que había estado leyendo, o se habría sentido muy tentado a poner a prueba su coraje.
Si era sincero consigo mismo, reconocería que de todos modos se sentía tentado. Era muy distinta de cualquier mujer a la que hubiera conocido. No era coqueta, no tenía miedo… o quizá tenía más práctica que la mayoría de las mujeres en ocultar su temor.
De repente tuvo deseos de tranquilizarla, pero sospechó que lo despreciaría por semejante deshonestidad. Y no se equivocaría. Se dio cuenta de que lo más oportuno sería poner algo de distancia entre ellos.
Se situó de rodillas, recogió la capa, la convirtió en una almohada 1uen titubeó reacio a tocarla a repetir el abrasador impacto de sus pieles al tocarse. Pero el Land Rover se bamboleó cuando volvieron a salir al desierto, sacudiéndolos a ambos; con los dientes apretados le tomó el cuello con la mano.
Los dedos de Hassan eran fríos, firmes, insistentes sobre su piel sensible, y por un momento Rose pensó que la tomaba al pie de la letra.
– Alce la cabeza- dijo él al ver que se resistía, con voz tan firme como su contacto-. Intente ponerse cómoda -colocó la capa debajo-. Nos queda un buen trecho todavía.
– ¿Cuánto? -preguntó en el momento en que él se apartaba para sentarse con las piernas cruzadas contra el costado del vehículo, entre ella y la puerta de atrás, impidiéndole toda posibilidad de fuga. ¿Es que la consideraba tonta? Estaría perdida, magullada y sería una noche larga y fría en el desierto-. ¿Cuánto? -repitió. La expresión de Hassan sugería que tentaba demasiado su suerte-. ¿No habrá gente buscándonos? -insistió.
– Tal vez -él miró la hora-. Su hermano no tiene teléfono, ningún modo de solicitar ayuda y además se ve frenado por el caballo favorito de Abdullah. ¿Qué pondrá primero, a su hermana o al caballo?
– Fue usted quien desconectó el teléfono del coche de Tim? -preguntó, evitando una respuesta directa-. ¿Quitó la bombilla de la iluminación interior?
– No con mis manos.
No. Solo había una persona que podría haberlo hecho. Khalil, que sonreía, inclinaba la cabeza y atendía a su hermano con tanta solicitud.
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