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Liz Fielding: La Rosa del Desierto

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Liz Fielding La Rosa del Desierto

La Rosa del Desierto: краткое содержание, описание и аннотация

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Al atraer la atención de los medios de comunicación internacionales sobre el secuestro de la conocida corresponsal extranjera Rose Fenton, el príncipe Hassan al Rashid salvó a su país de un golpe de estado. Pero su corazón había sido robado por la única mujer que nunca podría tener. Secuestrada por Hassan, Rose descubrió que, debajo del traje elegante del playboy internacional, latía el corazón de un verdadero príncipe del desierto. Poderoso e implacable, Hassan era todo lo que siempre había soñado encontrar en un hombre. Pero, ¿podría convencerlo de que era digna de su amor?

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– Cuando sale de acampada -comentó-, desde luego lo hace con estilo.

– ¿Le molesta eso? -podía estar recatada, pero aún irradiaba fuego.

– ¿A mí? -se acercó para ocupar la silla que sostenía para ella y se sentó con todo el aplomo de su abuela escocesa ante un té en la vicaría-. Diablos, no, Su Alteza -desplegó la servilleta de algodón y la depositó sobre su regazo-. Si tengo que ser secuestrada, prefiero que lo haga un hombre con el buen sentido de instalar un cuarto de baño en su tienda.

– No soy Su Alteza -espetó-. Para usted ni para nadie. Llámeme Hassan.

– ¿Quiere que seamos amigos? -rió.

– No, señorita Fenton. Quiero comer.

Se dirigió a la entrada de la tienda y dio una orden antes de reunirse con ella. Llevaba el pelo al descubierto, lo cual revelaba una cabellera tupida, no tan negra como creía recordar. A la luz de la lámpara, un destello rojizo mostraba las raíces de su padre, de las Tierras Altas. Pero todo lo demás, desde la túnica negra sujeta con una faja hasta el khanjar que llevaba a la cintura, procedía de otro mundo. La delicada funda de plata tallada era antigua y muy hermosa, pero el cuchillo que contenía no era delicado, ni un adorno.

Sería fácil olvidar eso, pensar en Hassan como un hombre civilizado. Estaba convencida de que podía ser encantador. Pero no la engañaba. Había una yeta de acero, templada con el mismo fuego empleado en la daga. El sentido común le indicó que sería inteligente no avivar los rescoldos. Mas su naturaleza le sugería que no sabría resistir la tentación. Aunque todavía no.

Comieron en silencio. Cordero asado al aire libre Y arroz con azafrán y piñones. Rose había creído que no tendría hambre, pero la comida era buena y no ganaría nada pasando hambre. Lo mejor era conservar todas las fuerzas.

Luego, uno de los hombres de Hassan llevó dátiles, almendras y café negro aromatizado con cardamomo.

Ella mordisqueó una almendra mientras Hassan bebía el café con la vista clavada en la oscuridad.

– ¿Va a decirme de qué va todo esto? -preguntó al final. El no se movió ni habló-. Lo pregunto porque mi hermano habrá estado muy preocupado las últimas horas, y sin duda ya lo sabrá mi madre -hizo una pausa-. Odiaría pensar que ello se debe a que solo deseaba irritar a su primo.

Entonces levantó la vista con rapidez. Era evidente que las palabras de Rose habían dado en un punto delicado.

– ¿Son las únicas personas que se preocuparán por usted? ¿Qué me dice de su padre?

– Mi padre es del tipo de los que desaparecen -se encogió de hombros-. Su único objetivo en la vida de mi madre era proporcionar el medio para la maternidad. Ella es una feminista de la vieja escuela. Y pionera de la maternidad soltera. Ha escrito libros sobre el tema.

– No habría imaginado que el tema fuera tan difícil como para que alguien necesitara comprar un libro para descubrir cómo se hacía.

«Vaya, el hombre tenía sentido del humor».

– No son manuales de hágalo usted mismo -informó-. Van más en la línea del comentario filosófico.

– ¿Quiere decir que sintió la necesidad de justificar sus actos?

Iba directo al grano. Eso le gustaba y no pudo evitar sonreír.

– Es posible. Tal vez cuando todo esto haya terminado, debería preguntárselo.

– Puede que lo haga -repuso-. ¿Le importa? Me refiero a no tener un padre.

– ¿Y a usted? -inquirió, y supo la respuesta antes de que las palabras salieran de boca de él.

Mostró una expresión reflexiva, y ella pensó que quizá había revelado más de lo que deseaba. «Harte la tonta, Rosie», se recordó. «Hazte la tonta». Pero Hassan dejó pasar el tema.

– ¿Por qué vino aquí?

– ¿A Ras al Hajar? Pensaba que eso ya lo sabía.

– Podría haber ido a las Indias Occidentales en busca de sol y diversión.

– Sí, pero mi hermano me invitó a venir aquí. Hacía tiempo que no lo veía.

– Abdullah la invitó a venir aquí. Abdullah cedió su 747 privado para traerla…

– No -cortó Rose-. Era para usted -él no parpadeó-. ¿De verdad? El no habría…

– Él no cruzaría la calle para estrecharme la mano. Yo solo me aproveché de la ventaja de un vuelo que ya estaba preparado. Había poco que ganar rechazando la extravagancia por una cuestión de principios.

– Oh -Hassan tenía razón. Tendría que haber aceptado una invitación para ir a visitar las Barbados.

– Mi primo planea utilizarla para potenciar sus ambiciones políticas, señorita Fenton. Lo que quiero saber es si usted es un peón inocente o si ha venido específicamente para ayudarlo.

– ¿Ayudarlo? -al parecer había mucho más que la intención de abochornar a su primo-. Creo que exagera mi influencia, Su Alteza -el destello de irritación que pasó por la cara de él ante la desobediencia en insistir en el empleo del título le resultó extrañamente placentero.

– No, señorita Fenton. En todo caso, la he subestimado a usted. Y le he pedido que no me llame Su Alteza. El título es de Abdullah. De momento.

Tan cerca del trono pero sin poder aspirar jamás a él. Tal vez. Se preguntó cómo se habría sentido Hassan cuando fue descartado por un hermanastro menor. Desheredado después de ser criado como un nieto predilecto. ¿Cuántos años tendría entonces? ¿Veinte? ¿Veintiuno? Era evidente que ahí se libraba una batalla por el poder, pero empezaba a creer que quienquiera que ganara, era poco probable que fuera el joven Faisal.

Rose apoyó los codos sobre la mesa y mordisqueó otra almendra.

– Haré un trato con usted. Si no vuelve a llamarme señorita Fenton con ese tono especialmente molesto, yo no lo llamaré Su Alteza. ¿Qué le parece?

CAPÍTULO 4

HASSAN estuvo a punto de reír en voz alta. Rose Fenton realizaba un buen trabajo al hacer que «Su Alteza» pareciera más un insulto.

– ¿Se me permite llamarla señorita Fenton con otro tono de voz? -preguntó con tanta cortesía como permitía la dignidad.

– Mejor que se ciña a Rose -aconsejó-. Será más seguro. Y ahora, con respecto a mi madre…

– Lamento profundamente la ansiedad que le provocará su desaparición. De verdad desearía poder permitirle que la llamara y la tranquilizara.

– ¿Y qué es exactamente lo que debería decirle?

– Que no se encuentra en peligro.

– Eso lo decido yo, Su Alteza, y he de informarle de que el jurado aún no ha terminado las deliberaciones -lo miró a los ojos y le dio a entender que no le interesaban sus consuelos falsos-. Y para su información, tampoco creo que eso impresionara mucho a mi madre.

– ¿Tienen una relación íntima?

– Sí -repuso sorprendida por la pregunta-. Supongo que sí -aunque él sospechaba que no; dos mujeres fuertes e independientes chocarían mucho. Como si se diera cuenta de que no lo había convencido, ella añadió-: Es muy protectora.

– Bien. Será mucho más útil a mi causa si está indignada.

– ¿Y cuál es su causa? -inquirió irritada-. ¿Qué es tan especial que cree que tiene derecho a hacer esto? ¿Qué hará si mi madre decide no intervenir de forma activa y deja todo el asunto en manos del ministerio de Relaciones Exteriores? Estoy segura de que Tim le aconsejará eso.

– Cuanto más la veo… -se contuvo-. Cuanto más la oigo, Rose, más convencido estoy de que hará exactamente lo que desee. Casi con certeza lo opuesto al consejo que reciba.

Rose no supo si se trataba de un cumplido.

– ¿Y si lo decepciona? ¿No habría resultado todo una pérdida de tiempo? Imagino que abochornar a Abdullah es el motivo principal de mi secuestro, ¿no?

– ¿De verdad?

Ni por un segundo lo creía. Había mucho más en juego que irritar a su primo. Pero con algo de suerte podría provocarlo para que le revelara el motivo.

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