Liz Fielding - Orgullo y amor
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– No desaires lo que no has probado, joven – bromeó ella fingiendo una alegría que estaba muy lejos de sentir-. Soy muy buena para los pudines si tengo el horno. ¿Cuál es tu favorito? ¿Créme caramel? ¿Mousse de chocolate? ¿Mousse de limón? -se volvió y sonrió decidida a fingir que no estaba alterada. El se había acercado y estaba parado detrás de ella. Estiró la mano y le acarició la mejilla.
– Si fueras una buena esposa ya sabrías qué es lo que me gusta, ¿o no?, señora Blake.
– No te preocupes. Preguntaré. Te aseguro que no tendré que buscar mucho para encontrar quien me lo diga -se hizo a un lado, ocupada con las tazas, evitando darle la satisfacción de notar las lágrimas de ira que brotaban de sus ojos, a pesar de los esfuerzos por contenerlas-. Lo siento y tendrá que ser café instantáneo hasta que tenga el filtro.
– Instantáneo está bien -replicó él. Ella lo miró, segura de que se estaba burlando.
– ¿De veras? -ella arqueó la ceja.
– Perdóname, no pude mandarte los regalos de boda esta tarde -se disculpó él moviendo la cabeza.
– No importa. Ya sé que estuviste sumamente ocupado.
– Ya me lo habías dicho -Gil la observó por un momento, luego cambió de tema-. Tuve una idea hoy.
– ¿Sólo una? Estás fallando -él ignoró la burla.
– Pensé que deberíamos hacer una fiesta por inauguración de la casa.
Casey sintió que el corazón le dejaba de latir. Lo decía en serio.
– ¿Una fiesta de inauguración?
– ¿Qué te parece?
– ¿De veras quieres que te diga lo que opino, Gil? -él ignoró sus palabras.
– Nada ostentoso. Sólo invitaremos a unos cuantos amigos a cenar. Ya es tiempo de que empiece a conocer a algunas personas -Casey se puso de pie muy pálida.
– Me parece que no te ha ido mal hasta ahora -declaró con intención, pero él ni se enteró, o quiso ignorarlo.
– No quiero aislarte de tus amistades. Todos son bienvenidos aquí. En todo momento. ¿Crees que debo inscribirme en el Club? O… -añadió agresivamente señalando alrededor-… quizá no permitan la entrada a personas tan plebeyas que residan en sitios como Ladysmith Terrace -ella colocó su mano en la boca para no estallar en carcajadas-. ¿De qué te ríes? -inquirió molesto.
– Ya tienen un miembro que vive en Ladysmith Terrace, Gil. Yo.
– Bueno vamos a contarle esa broma a los demás. Dame unos nombres y teléfonos y yo los invitaré -se notaba que estaba decidido.
– No, yo lo haré -declaró ella y empezó a limpiar la mesa.
– ¿Cómo? Si no tienes teléfono.
– Yo… -ella titubeó y sintió que se sonrojaba al recordar que decidió no mencionar el teléfono portátil que tenía bajo llave arriba en su escritorio, para evitar que desapareciera por el mismo camino que su auto y la llave de su apartamento-. Me imagino que tu asistente personal sabrá organizado todo de maravilla. ¿La invitarás también? ¿O hay alguien más que quisieras que venga? -lo retó.
– No, no lo creo -la observó mientras lavaba los trastos. Cuando terminó, Gil se puso de pie-. Vamos a ver. Te prometí una sorpresa para esta noche, ¿recuerdas?
– ¿Una sorpresa? -Casey estiró sus doloridos músculos.
El no respondió; desapareció por el anexo de la cocina y apareció de nuevo cargando en una mano la tina de hojalata. Le sonrió y salió hacia la sala donde la colocó con cuidado frente a la chimenea. Luego, con la cubeta comenzó a llenarla de agua caliente.
– ¿No sería más fácil con una manguera? -preguntó Casey al fin.
– Mancharía la alfombra. ¿Tienes jabón de burbujas? -Casey llevó una botella y vació un poco en el agua-. Ahora sí, te vas a ver como artista de cine-exclamó feliz.
– ¡Eso sí que no! -exclamó ella retrocediendo.
– Después de tanto pintar, tomar un baño es justo lo que necesitas.
– No…
– Las damas primero…-bromeó él.
– No, gracias -repitió ella frunciendo los labios. Gil vació otra cubeta y probó el agua.
– Perfecta. Adentro, vamos…
– Creo que ya te lo he dicho muchas veces, Gil. Tú puedes hacer lo que te plazca, pero yo… -gritó cuando él la levantó sosteniéndola encima del agua- ¡Suéltame!
– puedes hacerlo por las buenas o por las malas, Casey. Decídete -ella pateaba y gritaba.
– ¡Bájame! -le exigió.
– Si estás segura… -ella enmudeció cuando él la metió vestida a latina.
– ¿Cómo te atreves? -exclamó finalmente.
– Me dijiste que te bajara -sus ojos brillaron al protestar su inocencia.
– Pero no en el agua -gritó ella y se levantó; él la empujó otra vez dentro del agua y Casey se defendió nuevamente, furiosa, mientras el agua empapaba sus pantalones, incluyendo su ropa interior-. ¡Deja que me levante! -gritó, luchando contra él. Pero el agua había" empapado su suéter haciendo más pesada la lana y arrastrándola abajo con su peso-. ¿Cómo pudiste? -jadeó ella casi sin aliento.
– Fue muy fácil, cariño. Créeme.
– Se arruinará mi suéter -gimió la joven, y se recostó en el agua, vencida.
– Quítatelo entonces -sugirió Gil ofreciendo ayuda y se lo quitó por la cabeza, lo exprimió en la tina mientras ella lo observaba, furiosa-. Ahora, Casey, voy a traer un recipiente para que metas tu ropa. Puedes terminar de desvestirte mientras voy, o yo lo haré cuando regrese -su rostro se mostraba implacable-. De nuevo tienes la opción, por las buenas o por las malas. Tú decides -se puso de pie y llevó el suéter chorreando hasta la cocina.
La idea de sentir sus manos desvistiéndola le produjo pánico, de modo que comenzó a desabotonarse la ropa, desesperada por terminar antes de que él regresara. Tiró el bulto empapado dentro del recipiente y Gil la contempló con aire de aprobación.
– Muy inteligente -declaró, y luego añadió un poco arrepentido-. Pero no muy divertido -ella se sumió más dentro de las burbujas haciéndolo reír mientras la contemplaba-. ¿Gustas una bebida? ¿Ginebra con soda? -como ella no contestaba, decidió-. Bien, entonces, eso.
Desapareció llevándose la ropa mojada y regresó con una charola. Sirvió dos medidas de ginebra, añadió hielo, limón y luego terminó con la soda. Le entregó su vaso, y después de un momento de titubeo, ella lo bebió lentamente dejando que el agua caliente suavizara la tensión del duro día de trabajo.
– Es muy diferente -murmuró la chica, contemplando la chimenea.
– ¿Crees que te podrías acostumbrar a esto? -Casey lo miró de reojo.
– Uno puede acostumbrarse a todo, si quiere -él colocó su vaso en el piso y se sentó junto a ella en un sillón.
– ¿Sabes?, mi abuelo siempre disfrutaba de un emparedado y una cerveza cuando tomaba un baño. A mí nunca me gustó. Creo que puede causar indigestión… ¿o si se te cae el emparedado en el agua? -la idea era graciosa y ella ya no pudo contener la risa. Pero dejó de reír cuando él empezó a masajear sus hombros, con suavidad, con sus largos dedos y a eliminar la tensión y la rigidez de los músculos.
– ¿Te sientes mejor? -le susurró al oído. Ella no respondió, pero cerró los ojos cuando le masajeó el cuello. Experimentaba una sensación tan agradable.
Gil bajó sus manos por la espalda presionando con sus nudillos las vértebras, y las deslizó hasta la cintura. Ella contuvo el aliento.
Entonces sus dedos rozaron suavemente sus pechos en una tierna caricia. Pero fue sólo un instante, ya que inmediatamente quitó las manos y se puso de pie.
Casey no quería que terminara. Ansiaba que continuara con sus senos en las manos. Gimió desilusionada y abrió los ojos para descubrir que él la observaba divertido. Poco a poco su rostro se encendió al comprender que se traicionó a sí misma. Gil movió la cabeza a un lado.
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