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Liz Fielding: Sombras en el paraíso

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Liz Fielding Sombras en el paraíso

Sombras en el paraíso: краткое содержание, описание и аннотация

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Flora Claibourne había programado un viaje de negocios con el único propósito de no tener que trabajar junto al sexy Bram Farraday Gifford. Pero le había salido mal, porque él había decidido acompañarla. En lugar de atenerse al cómodo horario de oficina, se vio obligada a estar constantemente con aquel hombre tan atractivo…en una romántica isla tropical. Flora se moría de ganas de besarlo, pero las barreras que había construido para protegerse de los hombres eran demasiado infranqueables. No dejaba que nadie se acercara a ella…, pero Bram sentía cada vez más curiosidad por descubrir por qué.

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Tras organizar un envío de muestras de tejidos a Londres, dieron un paseo por el Jardín Botánico, donde se quedaron maravillados con las orquídeas, los colibríes y las mariposas.

Luego fueron a recoger las chaquetas.

Pero durante todo el rato no dejaron de hacerse preguntas, riendo ocasionalmente ante algunas respuestas especialmente punzantes. Compartieron el dolor de la muerte de una mascota favorita, la angustia de algún momento bochornoso que ambos preferían olvidar, el aroma de las flores en la tumba de alguien a quien habían querido…

Probaron un pescado de la zona en un pequeño restaurante y, finalmente, volvieron a su bungaló.

– Gracias por esta tarde tan bonita, Bram -dijo Flora cuando estaba a punto de entrar en su dormitorio-. Por un día encantador.

– Sin contar los murciélagos.

– Es un recuerdo que compartimos.

– Habrá más -Bram la besó en la mejilla con delicadeza-. Nos vemos por la mañana -añadió, y a continuación entró en su cuarto y cerró la puerta.

Y no volvió a salir de él a pesar de que el sueño lo esquivó durante largo rato.

A la mañana siguiente hacía un calor opresivo y, cuando bajaron a los sótanos del museo, agradecieron el fresco que reinaba en ellos.

Pero la visión del tesoro de la princesa bastó para que Bram olvidara al instante las incomodidades. Resplandecía como si tuviera luz propia.

– Es asombroso -dijo cuando Tipi Myan tuvo que dejarlos para atender unos asuntos. Flora asintió. Se había limitado a contemplarlo sin tocar nada durante largo rato-. ¿Puedo tocarlo? -al ver que ella asentía, Bram tomó la corona, la miró un momento y luego la colocó sobre la cabeza de Flora-. Tenía razón. Eres el vivo retrato de la princesa.

– No…

– Quiero verte con todo esto… -Flora se tambaleó un poco y Bram alargó una mano para sujetarla-. ¿Qué diablos…?

El suelo pareció moverse bajo sus pies y una nube de polvo cayó sobre ellos desde el techo.

– Es un temblor…

Bram tiró de Flora justo cuando parte del techo empezaba a desmoronarse sobre ellos.

– ¡Bram! ¡Bram! Dios mío, ¿dónde estás? ¡Contesta, por favor!

Flora se arrastró a través de una espesa nube de polvo. Y entonces lo encontró. Estaba totalmente quieto, inerte, con un trozo de techo a su lado. Quiso gritar. Quiso llorar.

Pero no había tiempo para eso. Apoyó la cabeza en su pecho. ¿Se oía el latido de su corazón? Buscó su rostro en la oscuridad, le apartó el polvo con delicadeza y luego tanteó su cabeza con una mano. Cuando la retiró, notó que tenía los dedos llenos de sangre.

Bram la había apartado justo a tiempo. Era ella la que debería estar allí, con la cabeza ensangrentada.

– ¡Socorro! -gritó-. ¿Puede oírme alguien? -tras aguardar un momento sin oír respuesta, miró a Bram-. Escúchame, Bram… No estoy dispuesta a permitir que le mueras aquí, ¿me oyes? No pienso permitirlo. Te daré lo que quieras… -trató de encontrarle el pulso en el cuello. Tal vez no lo estaba haciendo bien. Una cosa era hacerlo durante las lecciones de primeros auxilios otra allí…

Calma. Debía mantener la calma. Pero lo único que quería hacer era zarandearlo para que despertara.

No. Allí estaba. El pulso, fuerte y claro. Pero ¿por cae no despertaba de una vez?

– Maldita sea, Bram. ¡Despierta! -lo aferró por la camisa con ambas manos-. Puedes quedártelo…, ¿me oyes? Todo. Al menos mi parte de la empresa. India lo comprenderá o no, pero me da lo mismo -alzó la voz, desesperada-. ¡Escúchame! Querías enterarte de mis secretos, ¿no? Pues te voy a decir uno: India piensa quitar el apellido Farraday de los grandes almacenes y dejar sólo el de Claibourne, y tú no querrás que eso suceda, ¿verdad? Te ayudaré a impedir que lo haga, pero tienes que regresar conmigo.

Bram gimió y Flora volvió a apoyar la cabeza en su pecho. Respiraba y su corazón latía.

– Simplemente dime lo que quieres, amor mío. Haré lo que sea para recuperarte, te daré lo que sea… incluso un hijo con el que puedas quedarte para siempre…

De pronto, Bram empezó a toser.

– Estoy aquí -dijo, y volvió a gemir-. ¿Se puede saber qué tiene que hacer uno por estos lares para recibir el beso de la vida?

– ¡Bram! -emocionada, Flora se arrojó sobre él para abrazarlo y Bram gritó-. ¿Qué pasa? ¿Qué te duele?

Él pensó un momento antes de contestar.

– Me duele todo el cuerpo. ¿Qué ha pasado?

– Creo que ha habido un terremoto… -Flora empezó a toser a causa del polvo-. Y como eres todo un caballero has decidido ser un héroe en lugar de permitir que la naturaleza borrara del mapa a la oposición.

– Eso no es nada típico en mí.

– Sí, claro. Estate quieto mientras voy a ver si logro que alguien nos oiga.

Bram la sujetó por el brazo.

– No, no te vayas.

– ¿Qué quieres que haga?

– Sólo…

– ¿Qué?

Bram alzó la mano y tocó la corona que, por alguna especie de milagro, seguía sobre la cabeza de Flora.

– Vuelve a decirme cómo puedo conseguirlo todo, princesa…

Decepcionada, Flora tragó saliva. Al parecer, aquello era todo lo que quería Bram.

– De acuerdo. Has ganado.

– ¿Ganado?

– El asalto número dos es para los Farraday. Es un intercambio justo por haberme salvado la vida.

– Flora…

En aquel momento se oyó un ruido de madera al quebrarse cuando alguien trató de abrir la puerta.

– ¡Dense prisa! -exclamó Flora-. Aquí hay un hombre herido -luego se volvió hacia Bram-. ¿Qué querías decirme?

– Cuando has dicho que podía tenerlo todo, sólo he pensado en ti. Y puede que no me esté muriendo, pero ese beso sería muy bienvenido.

Bram durmió el resto del día y toda la noche. Flora no lo abandonó en ningún momento, y cuando sintió que el sueño estaba a punto de vencerla, se tumbó a su lado.

– ¿Flora? -al abrir los ojos, Flora vio a Bram apocado sobre un codo, mirándola.

– Hola -saludó.

– Hola -respondió él-. Dime una cosa, princesa, ¿he muerto y he ido al cielo?

– El médico ha dicho que debía mantenerte vigilado por si sufrías una conmoción.

– Excelente médico. ¿Y cuál es el pronóstico?

– Algunas rozaduras y moretones en el cuero cabelludo. Sobrevivirás. ¿Cómo te sientes?

– Puede que no quieras escuchar la respuesta a esa pregunta.

– Deduzco por tus palabras que no te duele precisamente la cabeza -dijo Flora, y se levantó.

– ¿Adónde vas? -protestó Bram-. Necesito una enfermera constantemente a mi lado.

– ¿No quieres comer y beber algo?

– Lo único que quiero lo tengo aquí mismo.

– Pero…

– Dijiste «cualquier cosa». Cualquier cosa que quisiera -Bram giró hasta quedar de espaldas sobre la cama y sonrió-. Puedes empezar por un baño de cama.

– Olvídalo. No tienes ningún problema que te impida utilizar la ducha.

– He recibido un golpe en la cabeza. A lo mejor me mareo…

– En ese caso, supongo que tendré que quedarme contigo para asegurarme de que no te pase nada.

– Flora… -Bram alargó una mano para tomar la de ella-. No tienes por qué hacerlo. No me debes nada.

– Te debo mi vida.

– No hay deudas en esta relación. Cuando todo esto haya acabado, y pase lo que pase con la empresa, quiero que seamos socios. En todo el sentido de la palabra.

– Escuchaste todo lo que dije, ¿verdad? -dijo Flora-. No estabas inconsciente.

– Sólo estaba aturdido -reconoció Bram-. Momentáneamente. Pero tienes razón: lo oí todo. Al menos lo suficiente.

– ¿Y por qué no me hiciste callar?

– Si yo te estuviera abriendo mi corazón, ¿habrías querido detenerme? -al ver que Flora negaba con la cabeza, Bram continuó-. Dijiste que renunciarías a la empresa si me recuperaba, pero yo no quiero que hagas eso. Soy abogado y no podría sustituirte; nunca podría sentir el entusiasmo que sientes tú por lo que haces.

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