Mientras ella se detenía para sujetarse de nuevo el pelo con la goma, justo antes de volver a su tarea, Nash decidió que las últimas horas habían valido la pena solo por aquello.
– ¿Tienes hambre? -le preguntó ella. Sí, claro que tenía hambre. Pero no era comida lo que necesitaba, era a Stacey, allí mismo, en sus brazos-. ¿Has cenado?
Aquello era ridículo. No necesitaba a nadie, nunca había necesitado a nadie.
– No, pero tengo…
– ¿Huevos?
– Stacey…
– Están muy bien, los consigo a cambio de mis verduras. Son orgánicos, sin colesterol -le explicó.
– ¿Tus verduras?
– No, los huevos. ¿Los quieres revueltos?
Stacey se dio cuenta de que estaba hablando demasiado. Siempre lo hacía cuando estaba nerviosa. Y, desde luego, en aquel momento estaba nerviosa. Porque había decidido que Nash no se iba a ir, se iba a quedar con ella.
– Stacey, es muy tarde. Será mejor que me vaya, si tú te las puedes arreglar sola.
Comprobó que la gata estaba bien, y evitó la mirada de Stacey. Porque le provocaba algo dentro, le hacía sentir algo que no quería sentir. No quería ser tan vulnerable, odiaba esa necesidad que sentía de ella.
Ella se arrodilló a su lado. La gata estaba medio dormida y los gatitos se acurrucaban junto a su vientre.
– Stacey -se volvió y lo miró. Iba a decirle que se marchaba, que el jueves se habría ido, pero las palabras se murieron en su boca. Estiró la mano y la posó sobre su mejilla.
– ¡Stacey!
Ella se levantó de golpe y se dio la vuelta.
– ¡Dee!
– He traído el coche. Iba a meter la llave en el buzón pero, al ver luz, pensé que pasaba algo.
– No pasada nada, al menos, de momento -Stacey tragó saliva, sintiéndose como una adolescente a la que su madre había pillado in fraganti-. Tenemos una enferma. Es una gata.
– ¿Una gata? -Dee miró fijamente a Nash-. ¿Pero tú no tienes gato?
– No. Vive en el jardín de Archie, el viejo vivero. Tiene gatitos. ¿Quieres uno para Harry?
– No, claro que no. Y, ¿desde cuando unos gatos son una emergencia? -Dee no miraba para nada la caja, pues su atención estaba fija en el hombre que estaba junto a la caja.
Nash se estiró.
– Ha sido una alambrada la que ha provocado el problema.
– ¿Y usted quién es?
«¡Oh, no!», pensó Stacey.
– Soy Nash Gallagher -le tendió la mano, pero ella lo ignoró.
– Nash está trabajando en el terreno de al lado -dijo Stacey-. Está limpiando el jardín.
– ¿Limpiando el jardín? ¿Quieres decir que es un peón?
– ¡Dee!
Él la sujetó del brazo.
– Tranquila, Stacey. No es algo por lo que tenga que pedir disculpas -se volvió hacia Dee-, Sí, señora, estoy limpiando el jardín de Archie -luego sonrió-. Stacey lo único que ha hecho ha sido ofrecerme de vez en cuando una taza de té y ocuparse de unos gatitos sin madre.
– No lo dudo. Ella siempre ha tenido una especial debilidad por los seres indefensos… y los hombres musculosos.
Stacey protestó en silencio. Dee parecía su madre el día en que se encontró por primera vez con Mike.
– Nash -intervino Stacey-. Esta es mi hermana, Dee Harrington. Iba de camino al aeropuerto.
Esperaba que su hermana captara la indirecta y se marchara.
– Señora Harrington -dijo él, en un saludo cortés hacia la mujer que acababa de impedir que cometiera el peor error de su vida. Sabía que tenía que sentirse agradecido, pero no le ofreció su mano de nuevo. Ella asintió y esperó con toda frialdad a que él se marchara. Durante unos segundos tuvo la tentación de explicarle que no se dedicaba a limpiar jardines normalmente, tuvo tentaciones de decirle quién era. Pero el sentido común venció-. Os dejaré solas.
En cuanto se marchó, Dee la interrogó.
– ¿De dónde ha salido?
– Ya te lo he dicho. Está trabajando aquí al lado, en el vivero.
– Sabes que no es eso lo que te estoy preguntado.
Lo sabía.
– Está acampado en el terreno de al lado.
– ¿Y suele con frecuencia venir en mitad de la noche con algún animal herido?
– ¡No! -La única respuesta de Dee fue levantar las cejas-. Ha traído a los gatitos mientras se iba a buscar a la madre. Está mal, Dee, muy mal. Ha tardado horas en encontrarla y la traía del veterinario.
– ¿A las cuatro de la mañana?
Stacey se estaba cansando de aquel empeño de Dee por ejercer de hermana mayor.
– No creo que la gata sepa la hora.
– No has aprendido nada, ¿verdad?
– Por favor, Dee…
– No me lo puedo creer. Ese hombre es exactamente igual que Mike: mucho músculo, nada de cerebro y cero en ambición. Cuando eras una niña, se te podía excusar, pero ahora…
– No es como Mike. Es un… -estaba a punto de decir que era botánico, doctor en filosofía, pero algo le impidió hacerlo. Nash no se parecía en nada a Mike. Quizás físicamente, y podía entender que Dee dedujera el resto de ahí. Pero no se parecía en aquello que era importante-. No es como Mike, Dee.
– Claro que lo es. Me he dado cuenta de cómo lo mirabas. No lo hagas -le advirtió.
– ¡No he hecho nada! -no pudo evitar ruborizarse al recordar el modo en que había respondido a su beso.
– ¿No? No es más que un semental, Stacey. Solo quiere divertirse contigo, y estoy segura de que será divertido. Pero, ¿y después qué? Se marchará. Tú eres madre y tienes responsabilidades.
Aquel razonamiento estaba demasiado próximo al suyo, como para poder discutírselo.
– Estás sacando las cosas de quicio. De verdad que no ha pasado nada -solo había habido un beso. ¿Qué era un beso?
No había sido muy convincente. Dee le puso la mano en el hombro.
– Por favor, Stacey, escúchame. Noto la atracción que hay entre vosotros. Si se quedara, ¿qué tipo de futuro te esperaría? Tendrías que empezar otra vez, desde el mismo sitio en que te quedaste cuando estabas casada con Mike. Estarías con un hombre perdido en el camino hacia ninguna parte. Solo que esta vez, ya tienes treinta años.
– Veintiocho -Dijo ella, cansada con el maldito argumento de sus treinta años. Todavía le faltaban dos semanas para cumplir los veintinueve. No era vieja. Aún quedaba todo un año para los treinta-. Se va a marchar dentro de dos días, y yo mañana voy a salir con Lawrence, bueno, mañana no, esta noche.
– Por favor, haz un esfuerzo, Stacey -le dijo Dee, dejando las llaves del coche sobre la mesa-. Tim me está esperando fuera. Me tengo que ir. Te sugiero que te metas en la cama. Necesitas dormir para recuperar cuanto puedas de tu belleza.
Vaya, ese comentario no había sido muy alentador.
– Pásatelo bien en París.
– No voy a pasármelo bien, Stacey. Voy a trabajar. Algunos nos tomamos la vida en serio, ¿sabes? Quizás ha llegado el momento de que tú también lo hagas. Quizá no sea Lawrence, pero tienes que marcarte un objetivo en la vida. Antes de conocer a Mike, tenías cerebro. ¿Por qué no tratas de ponerlo en marcha otra vez?
“Bien”, pensó Stacey en mitad del silencio que siguió a la partida de su hermana. En las últimas horas había tenido todo tipo de consejos, la mayor parte de ellos contradictorios: no abandones tus sueños, tíralos a la basura, déjate llevar, toma control de la situación. Alcanza la luna.
Desde su habitación vio un resplandor lejano, más allá del muro del jardín y pensó en sus sueños. Pero Nash se iba a marchar en cuestión de dos días. Quizás había llegado el momento de que ella también lo hiciera.
Quizás debería escribir una lista. A Dee le encantaban las listas. Debería escribir lo que era realmente importante para ella. Las cosas pequeñas. Las cosas grandes. Lo absolutamente imposible. Lo totalmente estúpido.
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