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Lucy Gordon: Un sueño imposible

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Lucy Gordon Un sueño imposible

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Toni y Donna parecían la pareja perfecta: eran jóvenes, se querían y estaban esperando un bebé. Cuando Donna se enteró de que estaba embarazada, Toni quiso formalizar su relación casándose con ella y Donna se sintió la mujer más feliz del mundo. Pero antes tenían que viajar hasta Italia para que la familia de Toni la conociera y les diera su bendición… y ahí empezaron los problemas. Rinaldo Manzini, el hermano de Toni, no estaba igual de contento. Sospechaba que Donna sólo perseguía a Toni por su dinero, para asegurarse una vida sin problemas económicos. Entonces Toni desapareció trágicamente de sus vidas y Rinaldo insistió en que Donna se convirtiera en su esposa, para que el bebé no naciera sin padre. Casarse con Rinaldo era casarse con su peor enemigo. Pero ¿cómo podía negarle la oportunidad de cuidar al hijo de su hermano?

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– No creo que deba encargar nada más -dijo al final con un ligero sentimiento de culpabilidad.

– El signor Mantini no puso límite a tu cuenta -la tentó Elisa Racci.

– El signor Mantini puede haber cometido un grave error -sonrió Donna.

– Pero es lógico que quieras celebrar que hayas recuperado tu línea.

– En tal caso, veamos si conseguirnos que se arrepienta de no haber puesto límite a mí cuenta -decidió Donna.

Se sorprendía de lo que había cambiado. Tiempo atrás no habría pensado jamás en gastar tanto dinero en sí misma; pero el nacimiento de su hijo y el calor de los sirvientes que la rodeaban y agasajaban le habían dado confianza. En Italia, una madre tenía que demostrar finura y buen gusto, y más si el bebé era un niño.

Sólo necesitaba que Rinaldo volviera para terminar de afianzarse en todos los sentidos. Ya se sentía segura como madre de un hijo y como patrona de una villa; pero aún le quedaba sentirse segura como mujer, con su hombre.

Su hombre: lo había llamado así instintivamente, aunque él no le pertenecía. Sin embargo, de acuerdo con lo que María le había dicho, Donna confiaba en ganárselo para sí si luchaba por él. Dejó la tienda después de hacer muchos pedidos y se llevó puesto un nuevo vestido rojo, color que le sentaba a ella mejor que a Selina.

En esa ocasión, había prescindido de Enrico y había tomado un taxi a la ida. El tiempo aún era agradable para pasear, así que caminó hasta las escaleras españolas, que parecían desnudas sin los turistas que normalmente la atestaban. Y de ahí siguió hasta Via Véneto, donde tomaría un café antes de volver a casa.

Encontró la terraza en la que había visto a Selina salir de una ti en da con una bolsa negra. ¿Qué sería de su vida, ahora que Rinaldo no estaba?

No pudo resistir la tentación y, después de asegurarse de que tenía unas fotos de Toni en el bolso, la excusa perfecta, decidió hacerle una visita.

¿Por qué no iba a pasarse por su casa para anunciarle que le declaraba la guerra? Se levantó, cruzó la calle y llegó al bloque en el que Selina vivía; en un tercero, a juzgar por los nombres que había junto a los botones del telefonillo.

Subió en ascensor y llamó a la puerta. Una asistenta vestida de uniforme abrió.

– Soy la signora Mantini -se presentó-. ¿Está Selina?

– No, signora . Lleva fuera varias semanas.

– Ah… ¿Y sabe adónde ha ido?

– No me lo dijo con exactitud. Sólo sé que iba al Sur y que no se quedaría en un sitio concreto.

– ¿Sabe cuándo… regresará? -preguntó, sospechando ya de tanta coincidencia con el viaje de Rinaldo.

– Me dijo que a mediados de abril.

– Gracias -respondió Donna.

Salió del edificio confundida. Rinaldo y Selina estaban de viaje al mismo tiempo, los dos sin alojamiento fijo, los dos de vuelta a mediados de abril. Se sintió estúpida por no haber imaginado que algo así podría estar sucediendo. De golpe, y por mucho que deseó que se tratara de un cúmulo de coincidencias, Donna había perdido toda su confianza en recuperar a Rinaldo.

Volvió un día al anochecer, sin anunciar a nadie su regreso. Entró en la casa y en el jardín de Loretta sin ser visto y allí encontró a Donna, junto a la fuente, con la cuna del bebé a su lado. Estaba mirando hacia la cuna totalmente embelesada. Rinaldo no podía ver al niño por completo, pero sí una manita que se movía juguetonamente en el aire. Donna sonrió, agarró la manita y besó cada uno de sus dedos. La cara le brillaba de felicidad.

Rinaldo ya la había visto con el bebé antes del viaje, pero nunca había apreciado tanto amor en el semblante de Donna. Delante de él, ella siempre se había refrenado en sus mimos a Toni; pero ahora la había sorprendido llenándole de caricias y sonrisas. Madre e hijo existían en un plano distinto de la realidad en el que sólo el amor tenía cabida. Rinaldo sintió un dolor en el corazón que no le resultó desconocido.

Con nueve años, al volver un día del colegio, se había encontrado a su madre acunando a su hermano, recién nacido, mirándolo con una adoración que Rinaldo creía reservada para él.

Toda la vida había crecido sabiendo que era el cielito de Loretta, desplazando hasta a su padre en el corazón de ésta. Eso lo había hecho sentirse como un rey. Pero, de pronto, se había visto desplazado por su hermanito, el cual, con su indefensión, se había ganado la devoción de su madre.

Por supuesto, Loretta no había dejado de querer a Rinaldo; había seguido escuchándolo cuando éste quería contarle algo, interesándose por sus problemas, sintiéndose enormemente orgullosa de su hijo mayor. Pero todo había cambiado, pues el mundo ya no giraba alrededor de Rinaldo, el cual había perdido su privilegiada e indiscutible posición en el corazón de Loretta.

Todavía recordaba cómo había acabado aquel momento. Su madre lo había mirado y, sonriendo, le había dicho: «Ven a ver a Toni. ¿Verdad que es bonito?». Y mientras él se acercaba a ellos, Loretta había mecido a Toni entre sus brazos.

Siempre podría conseguir el aprecio de los demás siendo un buen hermano, había pensado Rinaldo; pero lo cierto es que Toni había poseído desde el principio un encanto y una sonrisa que había derretido los corazones de todos cuantos lo rodeaban. Incluso Rinaldo había sentido en seguida debilidad por su hermano y, desde muy pequeño, lo había defendido siempre que Toni se metía en algún lío, lo cual sucedía con frecuencia.

En su lecho de muerte, Loretta le había susurrado que cuidara de Toni y lo protegiera, y él le había prometido que lo haría.

Rinaldo había querido mucho a Toni y había intentado protegerlo, aunque en el último momento le hubiera fallado. Con todo, detrás de aquel afecto fraternal, siempre había subyacido un cierto resentimiento, pues Toni le había privado del amor que él siempre había querido tener. Rinaldo había pensado que aquello formaba parte del pasado. Hasta ese momento.

Claro que ahora era diferente. Donna no tardaría en advertir su presencia, le diría lo mucho que lo había echado de menos y lo alegre que estaba de que ya hubiera vuelto…

Entonces, Donna elevó la vista y, aunque en un principio pareció que fuera a acercarse a Rinaldo, feliz por tenerlo de nuevo junto a ella, una sombra de recelo empañó su alegría.

– Ven a ver a Toni. ¿Verdad que es bonito?

Capítulo 11

En alguna región de sus sueños, Donna oía el llanto de Toni. Lloraba y lloraba y Donna luchaba por despertarse; pero los tentáculos del sueño la agarraban con insistencia. Estaba tan cansada… pero su niño la necesitaba.

Por fin logró abrir los ojos y se dio cuenta de que el llanto había cesado. Por un momento se preguntó si todo había formado parte de un sueño, pero su instinto maternal le decía que Toni sí la había estado llamando, aunque ya se hubiera callado.

Entonces notó que la puerta de su habitación estaba cerrada, cuando ella la había dejado ligeramente entornada. Un rayo de luz se calaba por debajo de la puerta.

Se acercó sigilosamente a la habitación del bebé y escuchó. Al otro lado se oía el suave arrullo de una voz y Donna se preguntó si no seguiría aún soñando, pues la voz parecía la de Rinaldo. Abrió la puerta con suavidad.

Rinaldo estaba allí, con Toni, a quien estaba colocando sobre una mesita cubierta por una toalla. Sujetaba al niño con soltura, sosteniéndole la cabeza con una mano, como si estuviera acostumbrado a cuidar bebés, y lo hablaba con dulzura.

– ¿Te sorprende verme, piccolo bambino ? ¿Pensabas que vendría tu mamma ? Es que ella está muy cansada, así que esta noche vamos a dejarla que duerma tranquilamente, ¿te parece?

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