Un repentino sentimiento de desolación la invadió.
Debería estar disfrutando un momento maravilloso un momento que tal vez los acercara el uno al otro. Pero recordar que la había dejado ir sola en la ambulancia había arruinado la magia de tan dichosa ocasión. ¿Cómo había sido tan estúpida de creer que las manos que la habían rescatado de la muerte habían sido las de Rinaldo? Volvió a cerrar los ojos pesadamente.
Rinaldo la miraba en silencio. Se sentía agotado.
Desde que dos días antes llegara al hospital, no había pegado ojo. No se había atrevido, para dar fuerzas a Donna constantemente. Había estado a su lado, animándola con todo su corazón para que siguiera viva, suplicándole, rogándole, ordenándole que se quedara con él.
Ahora se preguntaba de qué había servido todo. Ella no lo había reconocido y Rinaldo tenía la descorazonadora sospecha de que Donna había salido del coma en contra de su voluntad. ¿Qué la había mantenido con vida durante aquellas oscuras horas en las que había vagado por un valle de sombras?, ¿a quién había echado de menos?
Rinaldo sólo estaba seguro de una cosa: que no era él por quien había luchado Donna. Donna había luchado por amor a su hijo. Él podría haber regresado a Villa Mantini y nada habría cambiado.
Durante los siguientes días, Donna experimentó placer y angustia a partes iguales. Por primera vez, Donna había estrechado a su bebé entre sus brazos el día de Navidad. Había llegado a imaginarse que era Rinaldo quien entraba con bebé Toni y se lo entregaba, y que ambos compartían aquel momento inolvidable. Pero él se retiró mientras la enfermera le acercaba a Toni, y Donna fue consciente de que Rinaldo la estaba mirando desde la distancia.
Un segundo después había olvidado a Rinaldo y sólo tenía sentimientos para el niñito que tenía sobre el pecho. Nunca había visto a una criatura tan dulce ni tan bonita. Lo abrazó maternal mente y él se acopló entre sus senos como si aún fueran un solo cuerpo.
– ¿Lo ha visto Piero?
– Todavía no -respondió la enfermera.
– Tiene que verlo -dijo Donna, ilusionada.
La sentaron en una silla de ruedas y luego le colocaron a Toni entre los brazos. Rinaldo habría seguido manteniéndose alejado, pero Donna insistió en que fuera él quien empujara la silla por el pasillo, pues sabía que a Piero le gustaría verlos entrar así.
– Este es Toni -le dijo Donna al abuelo -. Un regalo de Navidad -añadió besándole la naricita a su bebé.
Piero y Donna se miraron conmovidos. Mientras tanto, Rinaldo los observaba sin decir nada. Donna sintió la misma pena hacia él que la que había sentido hacia su hermano. Ninguno de los dos podía disfrutar del bebé que había llenado su vida de alegría.
Permaneció en la clínica dos semanas más. Podía haber salido antes, pero se quedó unos días extra para estar con Piero, a quien ver al bebé lo revitalizaba más que cualquier medicina. Volvieron juntos a casa en un frío día de enero.
Donna se pasó las primeras noches en la habitación del bebé, cuidándolo. Cuando se despertaba, le daba de mamar y le cambiaba los pañales. Luego se quedaba a su lado, adorándolo como un avaro a un tesoro. Para ella, el pequeño Toni era más preciado que todo el oro del mundo.
– Deberías dormir más -le dijo Rinaldo una noche.
Estaba en el umbral del dormitorio, mientras ella alimentaba al bebé.
Donna miró a Rinaldo un momento, pero en seguida devolvió su atención al pequeño, que estaba muy concentrado en su tarea lactante.
– Duermo durante el día. Con dos enfermeras y María diciéndome que descanse y mimándome todo el rato, ¿qué otra cosa puedo hacer? -respondió Donna. Miró al pequeño y sonrió complacida-. ¿Verdad que se parece a Toni? Lo que le dije a Piero es verdad: él no nos ha abandonado del todo.
Dijo esto para consolar a Rinaldo, a quien la pérdida de su hermano le producía un gran vacío. Pero no pareció que el comentario le gustara.
– Hay algo que llevo tiempo queriéndote decir _ arrancó después de mirar a Donna de manera extraña-. Tengo que visitar algunas de las fábricas a las que no voy hace tiempo. Debería haberme ido antes.
– ¿Estarás fuera mucho tiempo?
– Puede que tres meses. Están en el Sur, en Calabria, y tendré que pasar varias semanas en cada una. Estaré de vuelta a mediados de abril aproximadamente.
Tres meses sin verlo, pensó Donna. Pero entonces Toni dio un pequeño eructo y ella rió gozosa, deleitándose con el calor de aquel cuerpecito.
– Estarás bien -prosiguió Rinaldo-. Como dices, hay tantas personas cuidando de ti que… no me necesitarás. «Claro que te necesito», pensó Donna. «Quiero que compartamos las primeras semanas de la vida de Toni. ¿Es que no te importa?»
– Estoy segura de que tu trabajo es muy importante -repuso, en cambio, con educación-. No te des prisa en volver.
Se fue a la mañana siguiente y a Donna le pareció que Rinaldo se alegraba de marcharse. Antes, se había asegurado de que anotara el número de su teléfono móvil.
– No te doy los números de las fábricas, porque no sabré dónde estaré en cada momento -Rinaldo vaciló-. Cuídate -añadió con voz ronca, justo antes de meterse en el coche.
Al principio lo echó de menos, pero el pequeño Toni absorbió toda su atención. Era imposible sentirse sola teniendo a ese niñito dependiendo de ella por completo.
Todo giraba alrededor del bebé. Todos los sirvientes lo adoraban y hasta los hombres se escabullían de su trabajo para echar «un pequeño vistazo».
Hablaba con Rinaldo casi todos los días y, generalmente, esperaba a que fuera él quien llamara. Sin embargo, nunca charlaban mucho tiempo. Donna le describía a Toni y le decía cómo crecía día a día o cómo había sonreído aquella mañana. Rinaldo respondía con educación y ambos se sentían aliviados cuando colgaban.
Pasó el frío de enero y febrero y ahora la lluvia reverdecía el jardín de Loretta, un año más.
Un día, al entrar en el salón, Donna encontró a María, que acababa de colgar el teléfono.
– Era la policía -anunció-. Han encontrado el coche de Rinaldo.
– ¿Quieres decir que ha tenido un accidente? -preguntó preocupada.
– No, que han encontrado el que le habían robado.
– No sabía que le hubieran robado un coche. Y eso que, ahora que lo pienso, el día que se fue no iba en el de siempre.
– El otro se lo robaron la noche en que nació Toni.
– Pero si él se quedó esperando a los mecánicos -Donna no entendía nada.
– No todo el tiempo. Llamó a la clínica y le dijeron que estabas enferma; así que dejó las llaves en el contacto para la gente del taller y fue haciendo autostop en una furgoneta. Cuando llamó al taller, le dijeron que nunca dieron con el coche. Alguien debía de haberlo robado. Y ahora lo han encontrado, aunque la policía dice que está en muy mal estado.
– ¿Rinaldo fue a la clínica? -preguntó Donna, que era lo único que había oído.
– ¿No lo sabías?
– Sé que estaba allí cuando desperté; pero… ¿fue a la clínica la misma noche?, ¿haciendo autostop?, ¿en una furgoneta?
– ¿Acaso piensas que te iba a dejar sola sabiendo que estabas enferma? Le llevé algo de ropa limpia para que se cambiase. Estuvo a tu lado día y noche.
– Pero, ¿por qué no me dijo que había estado conmigo desde el principio?
– Me parece que vosotros no os decís nunca nada la regañó María con amable desesperación-. Así que será mejor que empecéis a hablar claro, cuanto antes -y se marchó.
Con algo de ejercicio y una dieta equilibrada, Donna volvió a recuperar su línea habitual; de manera que decidió comprarse nuevos vestidos. Signora Racci se mostró encantada de atenderla, Donna pasó una mañana muy agradable dejando que le tomaran sus nuevas medidas.
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