Rebecca Winters - La primera Navidad de Sarah
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– Dadme vuestros abrigos. Ten… tengo Sidra caliente y galletitas.
– Suena estupendo -murmuró Kyle. Al acercarse a su mujer para ayudarla a quitárselo, ella se alejó y dijo:
– No, no. No podemos quedarnos. Tengo muchas cosas que hacer todavía. Solo queríamos pasar para darle a Sarah su regalo de Navidad. ¿Por qué no venís los tres a cenar a casa mañana? Prepararemos un pavo. ¿Que os parece?
– ¿Podemos, Brooke? -una ansiosa Sarah saltó entusiasmada, sin soltar el oso.
– Creo… -«se suponía que solo iba a ser una noche».
– Nos encantará ir -anunció Vance-. En especial si vas a preparar el helado de arándanos de la tía Nancy.
Sarah alzó la carita para mirarlo con adoración.
– Me gusta el helado -dijo.
– Y a mí, cariño.
La sonrisa satisfecha de Julia fue casi bochornosa.
– Entonces os veremos mañana. ¡Feliz Navidad para todos!
– ¡Feliz Navidad! -gritó Sarah llena de felicidad.
Brooke tuvo ganas de parar a sus amigos para suplicarles que no se marcharan todavía. Pero cerró la puerta a sus espaldas.
Durante un instante podía creer que las dos personas que había en su salón eran su marido y su hija, que formaban una familia que se quería y que acababa de darle las buenas noches a unos buenos amigos después de una fiesta de Nochebuena. La situación parecía tan normal. Demasiado, si se consideraba que los tres habían sido perfectos desconocidos unas horas atrás. Preocupada porque Vance pudiera temer que empezara a hacerse ideas raras, en particular después del beso que habían compartido, giró en redondo para desterrar cualquier inseguridad por su parte.
– Es evidente que tu prima quedó encantada de vernos bajo el mismo techo y no quiso estropearlo quedándose más tiempo del necesario.
– Tienes razón. Pero se delató al invitarnos a cenar. No obstante, no me importa. Cocina como mi tía. Kyle es un hombre afortunado.
– En muchos sentidos -convino ella.
– Siempre que olvides su obsesión por emparejar a sus amigos -añadió con voz seca.
– ¿Qué significa «emparejar»?
La pregunta de Sarah le recordó a Brooke la realidad.
– Que intenta hacer que la gente sea feliz tal como lo es ella con Kyle.
– Vance y tú sois felices, ¿no?
– Sí -unos colores rojos volvieron a encender sus mejillas.
– Quiero ser tu hijita y vivir contigo.
Era la segunda vez que Sarah sacaba el tema. Y en ese momento lo había hecho delante de Vance. Para su consternación, no podía decirle que ya tenía padres o una familia que en alguna parte esperaban que volviera a su lado. A juzgar por la expresión seria en el rostro de Vance, tampoco él disponía de una contestación. La situación no podía ser más embarazosa.
– No nos preocupemos de eso en Nochebuena. Creo que es hora de irse a la cama. ¿Vance? En la habitación de mis padres encontrarás ropa de mi padre en la cómoda y el armario. Puedes ponerte lo que necesites.
Desde su muerte no había sido capaz de desprenderse de sus cosas. En ese momento se alegró de tenerlas.
– Gracias. Iré a echar un vistazo.
– Cuando estés listo, saca el edredón de la cama y tráelo aquí -después de que él asintiera, notó que se detenía junto al armario del pasillo, probablemente para sacar el teléfono móvil-. Vamos, jovencita. En cuanto estemos tapadas, te contaré una de mis historias favoritas de Navidad.
– ¿Podemos esperar a Vance para que también él la escuche?
Sería una espera larga si pensaba hablar con alguien en el departamento del marshal en Great Falls.
– Creo que él ya la conoce. Cuando venga a acostarse, quizá nos cuente una de sus historias.
La explicación pareció apaciguar a Sarah, quien se metió en la cama. Apenas había sitio para Brooke con el oso en medio, pero de algún modo logró encajar en el borde.
– ¿Jimmy y tú estáis listos para escuchar la historia del Grinch que robó la Navidad?
– ¿Qué es un Grinch?
– Una criatura que no era muy feliz y que tampoco quería que la gente de Whoville fuera feliz. De modo que decidió estropear sus navidades. Todo empezó en Nochebuena.
– Como hoy, ¿no?
– Exacto. Todos los padres de Whoville habían puesto a sus pequeños a soñar con la Navidad y la diversión que tendrían al abrir los regalos que les había dejado Papá Noel.
– ¿Quién es Papá Noel? -después de que Brooke se lo explicara, Sarah preguntó-: ¿Me traerá regalos mañana?
– Tendrás que esperar y verlo por ti misma -murmuró con amabilidad. Se puso a pensar en las cosas que podría envolver para la pequeña y colocar bajo el árbol navideño.
– Pero, ¿sabe Papá Noel que vivo aquí?
Al mismo tiempo que Brooke sonreía, los ojos se le llenaron de lágrimas.
– Él lo sabe todo.
– Eso está bien. ¿Puedo oír ahora el resto de la historia del Grinch?
Cuando Brooke llegó a la parte en la que todos los habitantes del pueblo unían las manos para recibir la mañana de la Navidad, Sarah había caído en un sueño profundo. Con cautela dejó a Jimmy en el suelo y antes de salir de la cama cubrió los hombros de la pequeña con el edredón. Por primera vez en su vida entendía por lo que pasaban los padres para tenerlo todo listo para sus hijos antes de la Navidad.
Vance llegó al salón cuando ella entraba en la cocina con algunos de los regalos que había sacado de debajo del árbol. Al instante adivinó lo que ella hacía y le llevó el resto de los paquetes sin que tuviera que decirle una palabra.
– ¿Qué más puedo hacer?
Brooke alzó la cabeza y se encontró con su brillante mirada azul, que parecía evaluarla minuciosamente. Le provocó un nudo en la garganta.
– Hay un paquete que traje de la tienda y que dejé arriba en mi dormitorio. Si lo bajas, sacaré la cinta y las tijeras y veremos qué podemos prepararle.
– Eres una mujer asombrosa, Brooke. Vuelvo en seguida.
«No permitas que el cumplido se te suba a la cabeza. Mañana se dedicará a su trabajo de marshal y nunca más volverás a verlo».
Durante su ausencia, aprovechó la oportunidad para preparar algo de café. Al abrir los paquetes, vio que la gente de la ciudad le había llevado tarta de café y variedad de caramelos.
Vance reapareció con un sombrero vaquero y un par de espuelas de plata de juguete. De camino había pasado por la habitación de su padre para sacar un gran calcetín navideño de color azul.
– Creo que la Navidad no es igual sin un calcetín. ¿Te importa?
– Claro que no -sintió el corazón henchido-. Papá habría sido el primero en ofrecerlo si aún estuviera aquí. ¿Por qué no empiezas a llenarlo con los caramelos mientras yo envuelvo los regalos de la tienda con lo que ha quedado de papel? -por el rabillo del ojo lo observó trabajar y no pudo evitar admirar su cuerpo bien tonificado, el movimiento de sus músculos en los hombros y los brazos bajo su uniforme oscuro. Su cálido aroma masculino impregnaba la pequeña cocina. Un hombre de su tamaño y fuerza empequeñecía el espacio que había entre los dos. Tenerlo tan cerca la hizo pensar en cosas prohibidas. Rezó para que no pudiera leerle la mente-. Hay café si quieres un poco.
– Esperaba que me lo ofrecieras. De hecho, creo que también me serviré una porción de esta tarta de café.
– La hizo Louise Pritchard. Su marido lleva la repostería.
Cortó un trozo y se lo llevó a la boca.
– Mmm, está sabrosa -se acercó a la encimera y se sirvió una taza de café y regresó a su lado-. También me gustó el beso que nos dimos bajo el muérdago. Creo que repetiré -, sin esperar que le diera permiso, bajó la cabeza y robó otro beso de sus labios sorprendidos-. ¿Sabes una cosa? -comentó al apartar la boca-. Besarte podría convertirse en un hábito. Tienes una boca perfecta. A decir verdad, no recuerdo cuándo fue la última vez que me divertí tanto en una Nochebuena.
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