Rebecca Winters - La primera Navidad de Sarah

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La primera Navidad de Sarah: краткое содержание, описание и аннотация

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Brooke Longley y Vance McClain habían jurado mantenerse alejados del amor hasta que rescataron a una niña pequeña llamada Sarah, que jamás había oído hablar de la Navidad. Ella los unió, mientras ambos se esforzaban por enseñarle el significado de ese momento especial del año.

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La niña asintió y corrió al cajón de los cubiertos, olvidada su ansiedad por el momento.

Mientras Brooke se ocupaba del horno, sintió su mirada intensa. Pero se negó a reconocerla o a responder a la pregunta que flotaba en el aire mientras servía un plato de la comida aún caliente. Un minuto más tarde, se hallaban sentados, pero en esa ocasión fue Vance, y no Sarah, quien devoró la comida, como si llevara siglos sin degustar una receta casera.

Lo observó con ojos velados mientras bebía un poco más de sidra caliente. También a Sarah le resultaba una fuente inagotable de fascinación.

¿Por qué no? Era el hombre más atractivo del estado de Montana, quizá de todo el país.

Con su duro físico de un metro noventa y su vibrante voz masculina le derretía las entrañas. Al recorrer su rostro inteligente con los ojos, se dio cuenta de que las líneas de experiencia alrededor de su boca lo hacían más interesante. Debería haber una ley contra un hombre…

– ¿Has dicho algo, Brooke?

Santo cielo, ¿había hablado? Otra oleada de calor la recorrió.

– Sarah y yo queremos oír el resto de tu historia, ¿verdad, cariño? -repuso con celeridad para ocultar su bochorno. La pequeña asintió.

– Muy bien. ¿Por dónde íbamos?

– Después de la tormenta, el árbol estaba v solo en la montaña -indicó Sarah.

Tenía la mente de una niña precoz. ¿Existiría un padre que la había buscado? ¿Hermanos, familia? ¿Habían estado esperando ansiosos esos dos años alguna noticia de ella? Una docena de preguntas sin contestar pasó por la mente de Brooke.

– El árbol -comenzó él- se quedó en la montaña durante años. Al hacerse mayor, le proporcionó sombra a la gente que necesitaba abrigo del sol y un hogar a una familia de ardillas y pájaros. Los niños podían jugar en él. Algunas personas utilizaron sus hojas para fabricar medicinas para la gente enferma, y los habitantes del poblado más próximo recogieron algunas de sus ramas viejas para preparar un fuego cálido.

– Era un árbol bueno, Vance.

– Era el mejor -confirmó él. Brooke notó que la pequeña Sarah se le había metido hondo y también tiraba de sus emociones-. Pero el árbol seguía sin sentirse importante. No hasta Nochebuena.

– ¿Qué pasó? -Sarah estaba tan entusiasmada con la historia que se bajó de la silla para acercarse al lado de Vance. Él le rodeó los hombros con un brazo y bajó la cabeza como si quisiera compartir una confidencia.

– Acababa de nacer un bebé varón. Un niño muy especial. Necesitaba una cama, pero sus padres no tenían ninguna. De modo que el padre subió a la montaña y cortó el único árbol que quedaba para fabricarle una.

– ¿Lloró el árbol?

– No, cariño -le revolvió el pelo-. El árbol no había sido jamás tan feliz en su vida.

– ¿Y eso?

– Porque la madera se empleó para hacer la cama del niño Jesús.

– ¡Lo sé! -exclamó, saltando-. Brooke me enseñó al bebé. ¡Ven a verlo! -tiró del brazo de Vance.

En un momento sin barreras, capturó la mirada de Brooke. La suya pareció decirle que también él reconocía que Sarah era una pequeña muy especial que necesitaba desesperadamente el amor y la atención de personas cariñosas después de lo que se había visto obligada a soportar los últimos dos años. Si una mirada podía transmitir una promesa, ella sintió que Vance acababa de decirle que haría todo lo que estuviera en su poder para manejar esa situación precaria con la máxima delicadeza posible. En ese momento la admiración que le inspiraba obró una nueva dimensión. Vance McClain no a un hombre corriente. Su corazón lo sabía. Y también su alma.

La revelación la dejó débil al levantarse de la mesa y seguirlos al salón, donde la pequeña le señaló la escena que había visto.

– ¿Cómo es que Jesús no le tiene miedo a los perros?

Una vez más los ojos atribulados de Brooke se encontraron con la pregunta no formulada en los de Vance antes de arrodillarse junto a Sarah.

– Son vacas, cariño. Jesús nació en un estalo, donde viven las vacas. Dan leche.

– ¿Muerden?

– No. Son amables. También aman al niño Jesús.

Sarah se acercó más y pasó el brazo por el cuello de Brooke.

– ¿Tienes perro?

– No.

– No me gustan los perros.

– ¿Por qué no?

– El amigo de Charlie tenía un perro que se parecía a esas vacas. Decía que me mordería si me alejaba de la casa.

Santo cielo.

Brooke contuvo un sollozo.

– ¿Qué le pasó a ese hombre y su perro? -preguntó Vance.

– No lo sé. Un día Charlie y él se pelearon. Luego Charlie me hizo subir al coche.

– ¿Y después de eso no volviste a ver al hombre?

– No. Pero me asusta que me encuentren -hundió la cara en el hombro de Brooke y se agarró a ella.

– No te preocupes, Sarah. No saben dónde estás. Además, yo nunca les permitiré que vuelvan a acercarse a ti -juró Vance con la voz más helada que le había oído Brooke.

Sarah alzó la cara y lo miró con ojos tristes.

– ¿Lo prometes?

– No te mentiría, y menos en Nochebuena -él también se había puesto en cuclillas.

– No le tienes miedo a nada, ¿verdad?

– Claro que sí -lo oyó musitar.

– ¿Sí?

– Por supuesto. Por ejemplo, tengo miedo de que Brooke te quiera para ella sola y no me deje quedarme a pasar la noche.

Ella ya le había dicho que podía quedarse, pero, en su sabiduría, Vance buscaba el permiso de Sarah.

– Puede quedarse con nosotras, ¿verdad, Brooke? -suplicó girando la cara.

Como él sabía lo que sentía al dejar que un hombre entrara en su vida, Brooke no necesitó mirarlo para darse cuenta de que probablemente disfrutaba con su oportunidad para aprovecharse de su hospitalidad. Pero en el fondo de su corazón, no podía enfadarse con él. Debía realizar un trabajo en el que se encontraba involucrada Sarah.

Ganarse su confianza le proporcionaría los hechos que necesitaba para solucionar el caso. De hecho, ya había obtenido información gracias al hecho de que Sarah confiaba en él. Por ello, supo que tendría que hacer todo lo que atuviera a su alcance para ayudarlo, aunque significara dejarlo pasar la noche en su casa y volver a poner en peligro sus propias emociones.

«Pero solo por esta noche, Brooke. Solo por esta vez. Por el bien de Sarah».

– Desde luego que es bienvenido. Incluso buscaré el saco de dormir de mi padre para ponerlo junto al fuego. Tú y yo ocuparemos el sofá cama.

– ¿El sofá qué?

– Hay una cama dentro de ese sofá -señaló el sofá que había junto a la pared.

– No la veo -repuso Sarah mirándolo.

– Es porque se encuentra escondida -explicó Vance con sonrisa divertida. Con economía de movimientos, se levantó y se acercó al sofá. Como por arte de magia, lo convirtió en una cama ya hecha con sábanas y mantas. Sarah aplaudió encantada.

– Ahora podré mirar el árbol toda la noche.

– Puedes si no te cansas mucho -bromeó él-. Pero veo a una niña pequeña cuyos ojos se ven muy somnolientos.

– ¿Sí?

– Ven conmigo, Sarah -comentó Brooke-. La chicas tenemos que prepararnos para irnos a la cama -el brillo misterioso que captó en los ojos de él hizo que le temblaran las piernas.

– Mientras os espero, lavaré los platos.

– No es necesario -musitó ella.

– Sigo con hambre -gruñó, provocando una risita de Sarah-. No me negarás la oportunidad de acabar con los restos, ¿verdad?

El encanto de él le quitó el aliento. En cuanto a Sarah, la tenía totalmente enamorada.

– Puedes probar todo lo que tenemos -dijo antes de darse cuenta de lo atrevida que parecía.

– ¿Es eso verdad? -la voz de Vance la siguió fuera del salón.

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