Rebecca Winters - La primera Navidad de Sarah

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La primera Navidad de Sarah: краткое содержание, описание и аннотация

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Brooke Longley y Vance McClain habían jurado mantenerse alejados del amor hasta que rescataron a una niña pequeña llamada Sarah, que jamás había oído hablar de la Navidad. Ella los unió, mientras ambos se esforzaban por enseñarle el significado de ese momento especial del año.

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– ¿Qué son esos ángeles?

– Todos nos echamos en la nieve y movemos los brazos y las piernas. Cuando nos levantamos, da la impresión de que los ángeles han estado jugando en la nieve.

– ¿Qué son los ángeles?

– Personas que viven en el cielo con Jesús. Nos vigilan y nos protegen -indicó Brooke.

– ¿Podemos ir? -los ojos de Sarah se pusieron como platos.

– Claro. En cuanto te hayas bebido toda la leche.

– Estoy lista -anunció después de bebérsela de un trago.

– Pero primero tienes que ir arriba a vestirte. Baja el anorak y los guantes.

– De acuerdo. Vuelvo en seguida. No os vayáis.

Capítulo Siete

– Cielos -oyó que Vance murmuraba en cuanto Sarah dejó la cocina, seguida por el ruido de las espuelas.

Brooke se apartó de la mesa, temiendo la idea de que tendría que marcharse para perseguir a ese asesino de sangre fría. Él llevó los platos al fregadero.

– Todavía no sabemos si Sarah es la hija de la mujer asesinada. De hecho, desconozco si el hombre al que persigo es uno de esos convictos. Podría ser otro criminal. No obstante, no descansaré hasta que lo capturemos y pague por lo que le hizo a Sarah.

– Es perverso -siseó ella.

– Amén. En estas circunstancias, Kyle y Julia han prometido ayudarte a cuidar de Sarah hasta que alguien del departamento del marshal se ponga en contacto contigo. Lo más probable es que sea mañana. Entonces ellos se encargarán del asunto-la mueca en su cara le reveló que se hallaba tan perturbado como Brooke por esa posibilidad.

– La familia que pueda tener se sentirá jubilosa al enterarse de que está viva -se mordió el labio.

– Gracias a ti -dijo con voz ronca-. Lo que tendría que haberle indicado a Sarah es que no todos los ángeles se hallan en el cielo. Algunos viven aquí mismo en West Yellowstone.

– No soy ningún ángel -movió la cabeza avergonzada-. Dio la casualidad de que la encontré primero. Cualquiera habría hecho lo que yo.

– No, no cualquiera -musitó con una amargura casi palpable. Algo en su pasado todavía lo acosaba-. Sarah puede darle las gracias a Dios de que fueras tú la persona que la encontró a tiempo. Necesitaba mucho más que consuelo físico. Tú percibiste en el acto lo que había que hacer. Me tienes asombrado, Brooke.

Ella apoyó las manos en la encimera y lo miró.

– Ya que nos mostramos sinceros, es hora de que tú también compartas el mérito.

– Lo único que hice yo fue invadir tu casa, disfrutar de la Navidad con vosotras y comer tu comida. A propósito, la mermelada de fresa estaba mejor que la que preparaba mi madre.

– Aunque eso fuera una mentira -sonrió-, me siento halagada. Pero lo que quería decirte es que después de la experiencia que ha tenido Sarah con ese bárbaro, lo lógico es que hubiera estado aterrada ante cualquier hombre. Pero fuiste tú quien consiguió que saliera anoche del armario. Se aferró a ti. La psicología que has exhibido me ha asombrado. Lo sepas o no, tienes un trato especial y natural con los niños. Con… con la gente -tartamudeó-. A mí también me encantó la historia que contaste.

Él sonrió y le derritió las entrañas. Quiso decirle que debería hacerlo más a menudo. Lo convertía en el hombre más cautivador que había conocido en su vida.

– A todo el mundo le encanta, jóvenes y viejos -comentó al oír el nítido clinc-clanc de unos pies pequeños. Sus miradas se fundieron durante un momento. Ella se sintió sin aliento, mareada. Un segundo más y temía que terminaría por besar esa boca magnética-. Brooke… -musitó cuando Sarah entró en la cocina, vestida.

Para ocultar el rostro arrebolado, se arrodilló delante de Sarah, que sostenía el oso de peluche.

– Será mejor que te quitemos las espuelas o te costará hacer un ángel. De momento las dejaré sobre la mesa. ¿De acuerdo?

– Sí. ¿Puedo llevarme a Jimmy?

– Por supuesto.

– ¿Él puede hacer un ángel también?

– Me parece que no. Está hecho de tela, y como se moje mucho, se estropeará.

– Oh.

– Vamos, mi pequeña vaquera -Vance la alzó en brazos y le puso el sombrero vaquero encima de la capucha-. Mientras Brooke se viste, tú te sentarás en el interior del coche y me verás retirar nieve. De lo contrario no podremos salir.

– Aquí están las llaves -Brooke abrió el bolso en la encimera. La miró con ojos entrecerrados y no supo en qué pensaba.

– Lo tendremos calentito para cuando llegues.

Naturalmente, él tenía prisa por ir en pos de su presa. Decidió vestirse con la máxima celeridad con unos pantalones de lana verde oliva y una blusa de seda con un jersey verde a juego. Recogió el anorak, los guantes y las botas, apagó las luces del árbol de Navidad y cerró con llave la puerta delantera.

Al volverse, el sol que se reflejaba en la nieve la cegó. Había visto otros días hermosos de invierno como ese, pero había algo diferente en esa mañana navideña. El atractivo hombre de pelo oscuro que había quitado la nieve de la entrada tenía mucho que ver con su euforia.

«Por favor, Dios. No permitas que le suceda nada. Tráelo de vuelta al lado de Sarah y de mí». Cerró los ojos. «¿De vuelta junto a Sarah y a mí? ¿Qué estoy diciendo? ¿Qué estoy pensando?»

Al abrir otra vez los ojos, descubrió que el Land Rover de Vance había pasado toda la noche aparcado frente a la casa. El techo debía estar cubierto al menos con treinta centímetros de nieve. ¿Pensaría dejarlo allí?

Él pareció leerle la mente.

– Iremos a la casa de Julia en tu coche -dijo al acercarse-, luego regresaré a buscar mis cosas y el Land Rover. Kyle os traerá después en su vehículo. Te dejaré las llaves sobre la puerta del porche.

Una vez más colocaba las necesidades de Sarah primero. Lo último que quería cualquiera de ellos era alarmarla llamando su atención sobre el coche, menos aún sobre el sombrero y la pistola. Por suerte Sarah no pareció percatarse del Land Rover mientras retrocedían y ponían rumbo al otro lado de la ciudad. Para la pequeña, Vance era sencillamente un buen amigo de Brooke, nada más. La mantendrían sin saber la verdad el tiempo que fuera necesario.

Al llegar a la cabaña de Kyle y Julia, la pareja ya se hallaba en el exterior construyendo un hombre de nieve. Le pidieron a Sarah que se uniera a ellos para jugar. No necesitó que le insistieran para bajar del coche y correr hacia ellos.

Le pidió a Kyle que colocara a Jimmy junto a la puerta de entrada, donde podría mirarlos sin que le cayera nieve encima.

Brooke recogió los regalos para sus amigos y empezó a bajar del coche. Vance dio la impresión de poseer un radar extrasensorial. Lo siguiente que supo ella es que la bajaba en brazos. Perdió el equilibrio y cayó contra su cuerpo. Se sintió como una tonta hasta que sus brazos la envolvieron y la dominaron otras emociones.

«Santo cielo. Estar tan cerca de él es el paraíso».

Quiso pasarle los brazos por el cuello y fundirse con él. La intensa atracción que sentía no dejaba de asombrarla. Si él se hacía una idea de lo que le provocaba su proximidad…

– ¿Te encuentras bien? -unos ojos preocupados la miraron.

– Sí, desde luego -el calor le abrasó las mejillas-. Solo ha sido un resbalón. Ya puedes soltarme -a unos metros percibió los ojos curiosos de Julia.

– Sabes que a mi prima le encanta esto -susurró-. ¿Por qué no le damos algo más sustancial? Después de todo, estamos en Navidad. ¿Qué daño puede haber cuando somos dos viejos amigos?

Antes de que pudiera suplicarle que no la tocara, Vance bajó la cabeza y le robó un beso. Sus labios se hallaban fríos, pero su boca irradiaba calor, como vino templado. Supo que su intención era que fuera un juego, una broma, pero en cuanto se estableció el contacto, la naturaleza de la diversión cambió.

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