– No entiendo porqué. Es encantadora. Will, y no tengo ninguna duda de que no te costaría nada llevártela a la cama. Hemos estado hablando un rato y creo que está bastante abierta a…
– ¿Has hablado con ella?
– Sí, he pasado por la posada. Había oído decir que estabas buscándome. Hemos tenido una conversación muy agradable y he alabado tu potencia sexual. Habrías estado orgulloso de mí.
Will apretó los dientes, intentando dominarse. Dios, lo peor de vivir en aquella isla era que todo el mundo se creía con derecho a meterse en su vida.
– Sorcha, hazlo ya. Esta noche.
Y, sin más, se volvió hacia su coche, maldiciendo entre dientes. Maldita fuera, él jamás había creído en aquella maldita magia, pero no había otra forma de explicar la atracción salvaje que sentía hacia Claire O'Connor.
Para cuando recorrió la poca distancia que le separaba de la posada, había conseguido calmar su enfado y su frustración. Era ya casi media noche y aquél había sido un día muy largo. Lo único que le apetecía era un whisky, una cama caliente y un sueño reparador. Al día siguiente se despertaría convertido en un hombre nuevo.
Pero en cuanto cruzó la puerta de la cocina, sus pensamientos volaron hacia la huésped que estaba en el piso de arriba. Su única huésped.
Cruzó la cocina, se quitó la chaqueta y la dejó en un taburete. Las luces del salón estaban encendidas y las apagó antes de dirigirse a su dormitorio, situado en la parte de atrás de la posada. Pero cuando pasó por delante de las escaleras, no pudo resistir la tentación de subir a ver a Claire.
Al rodear la esquina del pasillo, advirtió que salía luz por la rendija de su puerta. En un primer momento vaciló, diciéndose que era preferible dar media vuelta y volver a su dormitorio. Pero la curiosidad le venció y continuó avanzando. Se asomó a la puerta y vio a Claire acurrucada en una butaca en frente de la chimenea, con un libro en el regazo. Se miraron a los ojos.
– No esperaba encontrarte despierta -dijo Will suavemente.
– No podía dormir. Cada vez que lo intentaba, me tumbaba encima de la muñeca y me despertaba el dolor.
– ¿Quieres que te traiga algo?
– Si no es mucha molestia, no me importaría tomar una taza de té.
– No es ninguna molestia.
Claire se levantó, dejando el libro en la butaca. La bata se pegaba a su cuerpo como una segunda piel y Will comprendió que no llevaba nada debajo. Clavó la mirada en el nudo del cinturón, preguntándose cuánto tardaría en deshacerlo y quitarle la bata.
– Yo… iré a buscarlo -dijo con voz atragantada.
– Pensaba acompañarte.
Claire se acercó a él y Will la tomó por la cintura. Y en el momento en el que la tocó, comprendió que estaba perdido. Ella se quedó paralizada, mirándole con los ojos abiertos de par en par. Un segundo después, Will capturó sus labios y cayeron los dos junios en la cama, retomando su encuentro exactamente donde lo habían dejado.
Will estaba desesperado por volver a saborearla. Le tomó el rostro entre las manos y devoró su boca. Sin apenas respiración, trazó un camino de besos por su cuello, deslizó la bala por sus hombros y mordisqueó la suave curva de su cuello.
Claire olía al jabón de lavanda que proporcionaba la posada. En ella, aquel olor resultaba tan embriagador como una droga. Buscó de nuevo su boca y, aquella vez, la arrastró a un lento y lánguido beso, decidido a tomarse todo el tiempo que hiciera falla para estar con ella.
– ¿De verdad tenías que hacer un recado? -le preguntó ella-. ¿O sólo estabas intentando alejarte de mí?
Will se la quedó mirando fijamente, sin saber qué contestar.
– Lo de mantenerme lejos de ti parece una causa perdida -le acarició la cara y deslizó el pulgar por su labio inferior-. ¿Quieres que me vaya?
Claire se restregó contra él y comenzó a desabrocharle la camisa, plantando un beso en cada centímetro de piel que dejaba al descubierto.
– No -musitó Claire.
– ¿De verdad no te dejaba dormir el dolor de muñeca o estabas esperándome? -preguntó Will.
– No podía dormir -contestó mientras le quitaba la camisa-. Pero la muñeca va bastante bien.
Will rió suavemente. Siempre había odiado los trucos en las relaciones con las mujeres, las mentiras, los coqueteos absurdos… Con Claire todo era diferente. Ambos sabían lo que querían y no temían admitirlo.
– Quiero que sepas que no hago esto con todas las huéspedes de la posada.
– Me alegro de saberlo -respondió Claire. Se mordió el labio-. Aunque estoy segura de que, si ofrecieras tus servicios, tendrías más clientes en temporada baja.
– Déjame decirlo de otra manera: es la primera vez que hago esto con una de mis huéspedes.
– Supongo que siempre hay una primera vez para todo -respondió ella.
Will la estrechó contra él y le mordisqueó el cuello.
– ¿Hasta dónde vas a dejarme llegar?
– Creo que el home run no estaría mal -dijo Claire.
Riendo suavemente, Will la tumbó hasta colocarla a su lado. Deslizó entonces la mano por debajo de la bata para acariciar su seno y contuvo la respiración al alcanzar el pezón. Claire era suave, perfecta, y cada una de sus curvas parecía estar esperando el contacto de su mano.
Cuanto más se besaban, cuanto más se acariciaban, mayor era el deseo. La prisa los guiaba y en vez de desnudarse por completo, se limitaban a apartar la ropa que les separaba: desabrocharon botones, bajaron cremalleras, hasta que la pierna de Will descansó sobre la cintura de Claire y ésta deslizó la mano por la cintura de sus pantalones para dejarla descansando sobre su espalda.
Sólo hubo un instante de duda, un instante durante el que Will pensó que quizá fuera mejor retroceder hasta la primera base y quedarse allí durante todo el encuentro. Pero entonces Claire posó la mano sobre su pecho y descendió hasta su vientre. Envolvió su erección con los dedos a través de la tela de los boxers y comenzó a moverla lentamente hasta hacer desaparecer la última sombra de duda.
– Nunca he tenido mucho interés por los deportes estadounidenses -susurró Will, mirándola a los ojos-, pero creo que éste podría llegar a gustarme.
Comenzó a subir el dobladillo de la bata. Fue siguiendo con los dedos la parte interior del muslo hasta llegar a la humedad que descendía entre sus piernas. Una vez allí, continuó acariciándola, hundiendo la mano entre los delicados pliegues de su sexo.
– Tercera base -musitó Claire, arqueándose contra él.
Will siempre había disfrutado de todo el abanico de actividades que podían llevarse a cabo en el dormitorio con una mujer. Y aunque los preliminares eran divertidos, perderse completamente dentro de una mujer era para él el mejor de los placeres. Aun así, de momento, aquella lenta seducción en la que ambos participaban le parecía perfecta.
Se sentía como un adolescente que acabara de descubrir las maravillas del cuerpo de una mujer. Con cada caricia, aprendía a interpretar sus deseos y, a cambio, Claire aprendía lo que él necesitaba de ella.
Will no sentía ninguna urgencia y se deleitaba acariciándola, besando cada centímetro de piel que quedaba al descubierto. Sus dedos comenzaron a trabajar con el nudo de la bata y, cuando por fin cedió, la abrió de manera que quedara todo el cuerpo de Claire expuesto ante sus ojos.
– Eres preciosa -susurró, recorriéndola con la mirada. Se inclinó para acariciarle un pezón con la lengua y tiró suavemente-. Y también sabes muy bien.
Claire se echó a reír y lo empujó suavemente hasta hacerle tumbarse. Comenzó entonces con su clavícula, dibujando una línea de besos desde el centro de su pecho hasta su vientre, dejando la huella húmeda de su lengua sobre su piel. Will cerró los ojos al advertir que continuaba bajando.
Читать дальше