Había desnudado a muchas mujeres a lo largo de su vida, y casi siempre había disfrutado al hacerlo. Pero el simple acto de ayudar a Claire a desnudarse, estaba cargado de una tensión que convertía en eléctrica cada una de sus caricias.
Se había olvidado de quitarle antes los zapatos y los calcetines, así que tuvo que agacharse y ocuparse de los cordones, agradeciendo el tener algo que hacer que le permitiera desviar la atención de aquellas piernas perfectas, y de las minúsculas bragas que Claire llevaba.
Claire levantó un pie, perdió el equilibrio y se meció de manera que el encaje de las bragas quedó presionado contra la barbilla de Will. Éste sofocó un gemido e intentó ignorar la actividad que se desencadenó en el interior de sus pantalones.
Cuando por fin consiguió quitarle un zapato, se volvió hacia el otro. Pero cuando agarró a Claire el tobillo, ésta perdió el equilibrio por completo y se inclinó hacia delante. Will le rodeó la cintura con los brazos y amortiguó su caída con su cuerpo. A los pocos segundos, estaban hechos un nudo de brazos y piernas.
Claire miró a Will a los ojos. Su melena rubia acariciaba las mejillas de él. Tenía los pantalones enredados alrededor de los tobillos y Will era profundamente consciente de su propia excitación. Claire se movió ligeramente y al hacerlo, entraron en contacto la delicada seda de sus bragas y la tela fuerte de los vaqueros, en la que se evidenciaba su erección.
A los labios de Claire asomó una sonrisa.
– ¿Pero qué es todo esto? -susurró, colocándose un mechón de pelo tras la oreja.
– La verdad es que esperaba que tú me lo dijeras -respondió Will-. Eres tú la que lo ha provocado.
– ¿Y yo soy la responsable de deshacerme de ello?
– Lo de «deshacerse de ello» resulta un poco duro -dijo Will-. A lo mejor, si continuamos un rato aquí tumbados, encontremos la manera de solucionarlo.
Claire le rodeó el cuello con el brazo bueno, le invitó a colocarse sobre ella y comenzó a moverse lentamente debajo de él a un ritmo tentador que no ayudaba en nada a aliviar la situación de Will.
Aquello era una locura, se dijo Will. Acababan de conocerse, pero había entre ellos una atracción, un deseo, que se multiplicaba cada vez que se tocaban.
Cerró los ojos, entregándose a las sensaciones que fluían por su cuerpo. Se permitiría disfrutar de ellas un momento y después abandonaría sensatamente la habitación.
Pero mientras se mecía contra ella, Will se dio cuenta de que el deseo superaba con creces al sentido común. Se sentía bien, tan bien como la primera vez que, siendo adolescente, había experimentado aquel deseo que necesitaba ser liberado a cualquier precio.
Hundió las manos en su pelo y la besó, al principio con delicadeza. Después, a medida que el deseo fue agudizándose, casi con desesperación. Claire era tan atractiva, tan excitante e irresistible que jamás se saciaría de ella. Pero también era una completa desconocida, además de una huésped de su posada.
Tomó aire, se detuvo y se separó de ella. Se tapó los ojos con el brazo y gimió.
– Esto es una locura. Tenemos que detenerlo.
Todo era culpa de Sorcha, por haberle metido aquellas estúpidas ideas en la cabeza.
– Creo que voy a darme un baño -musitó Claire.
– ¿Es que estás decidida a torturarme? -preguntó Will, alzando la mirada hacia ella.
Claire le estudió durante varios segundos y sacudió la cabeza.
– La verdad es que no tengo la menor idea de lo que estoy haciendo. Pero en cuanto lo averigüe, te lo haré saber.
Y, sin más, se metió en el cuarto de baño y cerró la puerta. Unos segundos después. Will oía el agua en la bañera. Cerró los ojos otra vez y la imaginó desprendiéndose del resto de su ropa y hundiéndose en la bañera.
En cuanto Claire se hubiera preparado para pasar la noche, decidió, iría directamente a ver a Sorcha e insistiría en que deshiciera los maleficios que quedaban pendientes. ¿Cómo demonios se suponía que iba a resistirse a aquella mujer cuando ella no hacía absolutamente nada para resistirse a él? Pero Sorcha lo arreglaría todo. Y después, estaba seguro de que sería completamente capaz de controlar aquel deseo desesperado de seducir a Claire O'Connor.
Cuando salió del cuarto de bailo envuelta en la toalla. Claire encontró la chimenea encendida. Se acercó hasta ella y extendió las manos para recibir el calor del fuego. Afortunadamente, Will había decidido aprovechar que estaba en el baño para salir de la habitación.
Claire se pasó la mano por el pelo mojado, tomó la bata y se la puso. Desde que había llegado a la posada, no había hecho otra cosa que pensar en Will. Era como si se hubiera deslizado en un mundo de fantasía en el que los hombres y las mujeres se sentían atraídos de manera inmediata y se mostraban dispuestos a arrojarse a los brazos del otro sin pensárselo dos veces.
Pero ella siempre había pensado detenidamente cada uno de los pasos que daba en sus relaciones sentimentales. Era una mujer prudente. Y acostarse con un hombre al que conocía desde hacía menos de veinticuatro horas era el epítome de la…
– Estupidez -musitó para sí.
Sí, estaba en un país extranjero y todos sus problemas se encontraban a un océano de distancia. Y mirar a los ojos de Will Donovan tenía un afecto amnésico sobre ella. Quedarse durante un mes en Irlanda para poder tener una aventura con Will Donovan no era una opción. Eric era su futuro y ya era hora de ocuparse del asunto que la había llevado hasta allí, de encontrar el manantial del Druida, llenar una botella de agua y regresar a casa.
Abrió el cajón de la cómoda y sacó su viejo diario. Todavía escribía en él muy de vez en cuando y, cuando sentía que su mundo se tambaleaba, volvía a él para recordar los planes que había hecho para su vida. Hojeó sus páginas y encontró la lista dedicada a su futuro marido.
«Uno», leyó, «tiene que ser atractivo. Dos, de pelo oscuro y ojos bonitos. Tres, tiene que gustarle Madonna», en realidad, eso ya no importaba. «Cuatro, que sea un hombre de éxito y viva en Chicago. Y que le gusten los gatos».
Claire continuó leyendo la lista, recordando el momento en el que se había dado cuenta de que Eric cumplía todos los requisitos, afición por Madonna, incluida. Claire incluso había recortado siendo adolescente una fotografía de una revista del marido soñado y la había pegado en su diario. Y Eric se parecía ligeramente al hombre de la fotografía.
Buscó en el diario y encontró la fotografía. En cuanto la miró, contuvo la respiración. Había algo familiar en aquellos ojos, algo que le recordaba a… Will Donovan.
Rápidamente cerró el diario y volvió a guardarlo debajo de su ropa interior. Sí, quizá Will cumpliera algunos de los requisitos, pero ella había construido todos sus planes alrededor de Eric. Aunque entonces, ¿por qué se sentía tan atraída por Will?
Jamás en su vida había tenido una aventura puramente sexual: jamás había sentido aquel tipo de excitación. Y aunque su lado práctico estaba dispuesto a escuchar todas las campanas de advertencia, otra parte de ella estaba deseando arrojar la precaución al viento. Y si de verdad quería dejarse llevar, seguramente Will Donovan fuera la persona más adecuada junto a la que hacerlo.
Al fin y al cabo, podía hacer realidad todas sus fantasías sexuales y después regresar a su vida de siempre sin arrepentimientos.
Llamaron entonces a la puerta de la habitación y Claire se pasó la mano por el pelo.
– Adelante -dijo, cerrándose la bata.
La puerta se abrió lentamente y apareció Will al otro lado.
– He preparado algo de cenar -dijo-. Está en la cocina, tengo que salir, pero volveré después. Si tienes hambre, sírvele tú misma.
Читать дальше