– No quiero hacer esto -dijo ella.
– Será divertido -le aseguró Jake. Pisó el acelerador y el coche salió disparado. Un momento después, giró bruscamente y empezaron a dar vueltas sobre el hielo. Caley chilló, aferrándose a la palanca de la puerta. Al principio tenía miedo de que fueran a hundirse en el agua, pero poco a poco descubrió que el miedo era muy estimulante.
Cuando Jake detuvo finalmente el coche en medio del lago, ella estaba sin aliento y con el corazón desbocado.
– Ha sido increíble. Casi mejor que el sexo.
Jake puso la palanca de cambio en punto muerto y se abalanzó sobre Caley, presionándola contra la puerta.
– Podríamos hacer una comparación ahora mismo… Un pequeño experimento.
– ¿Quieres hacerlo en un lago helado?
Jake asintió.
– Quiero seducirte en todos los lugares posibles. De esa manera, no podrás olvidarme cuando vuelvas a casa.
Lo dijo en tono jocoso, pero la nota de humor no alcanzó sus ojos. Caley levantó la mano y le tocó la mejilla con la palma.
– Nunca podré olvidar esto -susurró.
Lo besó suavemente en los labios, y un momento después estaban devorándose con pasión desatada. Caley sentía toda la fuerza del deseo, pero también una amarga resignación al saber que, de ahora en adelante, cada momento contaba como si fuese el último.
Mientras empezaban a desnudarse, se preguntó cómo había podido vivir sin aquella pasión. El sexo nunca había sido una parte muy importante de su vida, pero ahora que lo había vivido con Jake, no podía imaginarse renunciando a ello. ¿Podría pasar una semana sin tocarlo, sin besarlo, sin sentirlo en su interior?
– ¿Estás seguro de que debemos hacerlo? -le preguntó, acariciándole el pelo-. Si el hielo se rompe, encontrarán nuestros cuerpos congelados y en una postura muy comprometedora.
– Al menos sabrán que hemos muerto felices -dijo él, desabotonándole la blusa.
– Y puesto que nos congelaremos juntos, tendrán que enterrarnos juntos.
Jake gimió.
– ¿Quieres añadirle un poco de morbo al asunto?
Un crujido quebró el silencio y Caley dio un respingo.
– ¿Qué ha sido eso?
– El hielo -dijo él-. Siempre esta crujiendo, pero no se romperá.
Caley se incorporó y volvió a abrocharse la blusa.
– Puede que ésta fuera una historia encantadora para contarle a los amigos y vecinos, pero no creo que pueda relajarme lo suficiente para disfrutar aquí y ahora.
– ¿Quieres que volvamos?
– Sí, por favor. Si me sacas del hielo, te prometo que podrás hacer conmigo lo que quieras.
– ¿Y si te pido que hagas un striptease?
Caley lo pensó por un momento, y se dio cuenta de que les quedaban muchas fantasías por explorar.
– De acuerdo, pero tú también tendrás que hacerlo.
Jake se incorporó rápidamente, se arregló la ropa y puso el coche en marcha.
– ¿Quieres ver lo rápido que podemos ir sobre el hielo?
– No, gracias…
Jake pisó el acelerador.
– Lo único que tienes que recordar es que se tarda más tiempo en frenar.
Sacó el vehículo del hielo y en pocos minutos habían llegado a Havenwoods.
– Enseguida vuelvo -dijo él, saliendo del coche.
Volvió enseguida con una sonrisa en el rostro.
– ¿Cómo están? -preguntó Caley.
– Muy bien, hasta donde he podido ver por la ventana. Creo que están durmiendo. He dejado el móvil de Sam en el porche, por si lo necesitan.
Caley asintió y le acarició los pelos de la nuca.
– A veces tengo la sensación de haber vivido muchos años en estos días. Cuando éramos pequeños todo transcurría mucho más despacio. Ahora apenas puedo seguir el ritmo.
– Eso es porque tenemos un tiempo asignado -dijo Jake, mirándola-. Aunque podríamos detener ese reloj… La boda está prevista para el jueves por la noche. Si finalmente se celebra, habremos cumplido con nuestro deber. Podríamos sacar unos billetes de avión y pasar el fin de semana en algún lugar cálido y soleado. O la semana próxima, si puedes librarte del trabajo.
La idea era muy tentadora. Caley tenía previsto volver a Nueva York el viernes por la mañana y dedicar el fin de semana a ponerse al día con el trabajo. Pero ahora era la jefa. Si no podía delegar unas cuantas responsabilidades, ¿qué sentido tenía estar al mando?
– Podríamos hacerlo -dijo, sorprendida por su cambio de actitud.
– ¿México? -sugirió él.
– O el Caribe. Un lugar con mucho sol, playas exóticas, habitaciones de lujo con inmensas bañeras… Y una enorme cama con mosquitera.
Jake le agarró la mano y la besó en la muñeca.
– Suena bien. Y si Sam y Emma no se casan, podríamos aprovechar su viaje de luna de miel…
Caley le echó una mirada severa.
– No digas eso. Quiero creer que acabarán reconciliándose. ¿Tú no?
Jake asintió.
– Claro que sí. Me encargaré de prepararlo todo. Podemos irnos justo después del banquete.
Llegaron al hotel y Jake aparcó detrás del edificio. Ayudó a Caley a bajar del coche y la besó apasionadamente, recorriéndole el cuerpo con las manos a través de la ropa de abrigo.
– Maldito sea el destino por volver a juntarnos en pleno invierno -masculló mientras le subía el jersey y le acariciaba el vientre con sus frías manos-. Demasiada ropa por medio.
Caley se echó a reír y lo apartó de un empujón.
– Estoy segura de que encontraremos un modo de remediarlo -agarró un puñado de nieve y se lo arrojó a la cara-. Quizá deberíamos buscar un lugar turístico donde no se necesite ropa…
– ¿Lo dices en serio?
Ella asintió.
– ¿Por qué no? Me encantaría pasar el día desnuda, en vez de llevar toda esta ropa.
Jake sacudió la cabeza.
– No lo creo.
– ¿Te da vergüenza? No tienes motivos… Estás muy bien dotado.
– ¿Ah, sí? -dijo él, riendo.
– Desde luego. No tengo muchos ejemplos con los que compararte, pero creo que la mayoría de las mujeres te encontrarían más que adecuado.
– Oh, perfecto -murmuró él-. Más que adecuado… Eso sí que me hace sentir bien.
– ¡Mírame! -exclamó ella, señalándose los pechos-. Debería ser yo quien sintiera complejos de inferioridad.
– Tienes los pechos más bonitos de la tierra -dijo él-. No podría imaginármelos más perfectos.
Caley sonrió.
– Entonces, ¿cuál es el problema?
– Oh, se me ocurren varios problemas. El primero es que, si vas a estar moviéndote desnuda por ahí, yo iría detrás con una erección permanente. No creo que sea el espectáculo más apropiado para un lugar público. Y tampoco creo que un montón de desconocidos deban mirarte como yo. Me gusta ser el único que disfrute con tu imagen.
– A mí también me gusta tu cuerpo -dijo ella-. Y me gustaría presumir ante otras mujeres.
– ¿Qué te parece si prometo exhibirme ante una señora vieja en el aeropuerto? ¿Quedarías satisfecha?
Caley le tendió la mano.
– Supongo que tendrá que bastar con eso. Fuiste tú quien puso mi osadía en tela de juicio, Jake. Pero ya veo que eres todo palabrería…
Jake la levantó y se la echó al hombro.
– ¿Quieres acción? Pues ahora vas a tenerla.
La llevó a cuestas hacia el vestíbulo del hotel, dejando perplejo al recepcionista. Caley se rió como una histérica y lo hizo girarse en el ascensor para poder presionar el botón de la tercera planta.
Si aún no estaba enamorada de Jake, se estaba enamorando a una velocidad vertiginosa. Y en esos momentos no tenía ninguna intención de hacer nada por impedirlo.
Jake patinaba en círculos sobre el hielo, moviendo el disco con el palo. Se lanzó al sprint y efectuó un tiro hacia la caja de plástico que usaba como portería. El disco salió disparado por los aires y desapareció en la nieve que se acumulaba al borde de la pista.
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