Kate Hoffmann - ¿En tu cama o en la mía?

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¿En tu cama o en la mía?: краткое содержание, описание и аннотация

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El adolescente perfecto ahora era todo un hombre… y un magnífico amante.
Caley Lambert no esperaba que aquella breve estancia en la casa de campo de la familia con motivo de la boda de su hermana fuera a poner su vida patas arriba. Pero eso fue antes de que se perdiera en la oscuridad y acabara en la cama con el hermano del novio.
Durante su adolescencia, Jake Burton había sido el vecino perfecto… y el objeto de las fantasías más atrevidas de Caley. Pero eso había sido hacía mucho tiempo, ahora ya lo había superado… O eso creía ella…

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– Bésalo -le dijo, meneando los dedos delante de él.

Jake sonrió. Volvió a agarrarle el pie y empezó a masajearlo lentamente.

– ¿Te gusta así?

– Sí, pero siempre he querido que me besaras los pies -dijo, retándolo a que lo hiciera.

Jake se arrodilló delante de ella y la besó en el tobillo, y Caley no tardó en darse cuenta de que el pequeño juego se había convertido en una seducción real. Él le besó los dedos uno a uno y le pasó la lengua por el empeine. Empezó a lamerle los dedos y Caley cerró los ojos y se echó hacia atrás. Ningún hombre le había hecho eso antes. Y nunca había sabido que el pie fuera una zona erógena.

– ¿Te gusta? -le preguntó él.

– Sí -murmuró ella.

– ¿Te alivia el dolor?

– Mucho.

Jake se levantó, le acarició el labio con el pulgar y se inclinó para besarla.

– ¿Hay algo más que te duela?

– ¿Estás intentando seducirme?

– Tal vez. ¿Quieres que te seduzca?

– Sí -respondió ella con una sonrisa-. ¿Ves qué fácil? Piensa en lo que podría haber pasado si me hubieras dicho que sí la primera vez que te lo pregunté.

– Estuve tentado de hacerlo -admitió él, besándola en la palma de la mano-. Muy tentado. Estabas muy hermosa aquella noche, con aquella blusa de encaje con flores azules en el cuello.

– ¿Cómo puedes acordarte?

– Me acuerdo de todo de aquella noche. Durante los cinco años siguientes, me sentaba en el mismo lugar y me preguntaba si alguna vez volvería a tener una oportunidad semejante… Hasta ese momento había pensado que siempre te tendría cerca, pero cuando al verano siguiente no volviste al lago, pensé que lo había echado todo a perder. Y ahora que vuelvo a tenerte, será muy difícil dejarte marchar.

Era lo más cerca que Jake había estado nunca de una declaración de amor. A Caley se le encogió dolorosamente el corazón. Cuando era joven, intentaba sacar un significado más profundo a todas las cosas que él le decía. Pero ahora no había duda. El único problema era que no estaba segura de lo que podía hacer ella al respecto.

– Tengo un saco de dormir en el coche -dijo él-. Podríamos ponerlo frente a la chimenea. Es casi tan cómodo como una cama.

– Magnífico -dijo ella, y respiró hondo cuando él salió de la cocina-. Yo tampoco voy a poder dejarte marchar -murmuró para sí misma.

Jake estaba de pie en la puerta del salón, mirando a Caley. Ella estaba sentada frente a la chimenea, con el cuerpo desnudo envuelto en el saco de dormir. Habían hecho el amor dos veces delante del fuego, la primera con una pasión frenética, y la segunda con mucha más dulzura y sensualidad.

Tenían el día para ellos solos, ahora que la boda estaba en suspenso. Jake se había sentido tan mal por el dedo lastimado de Caley que le había llevado el álbum de fotos y algunas cartas del baúl. A pesar de la química sexual que ardía entre ellos, aquella tarde habían compartido una conexión más emocional que física. Cada vez que la miraba, Jake se daba cuenta de lo especial que era. Lista, divertida, sensual… Tiempo atrás le había robado una parte de su corazón, y no estaba seguro de querer recuperarla. Con Caley era feliz.

– ¿Estás cómoda? -le preguntó.

Ella se giró y le sonrió, con sus hermosos rasgos iluminados por las llamas.

– Mucho. Ven y échale un vistazo a esto. He encontrado una foto de la cocina de verano.

Jake se acercó a ella y tomó la foto.

– Mira esos fogones. No me extraña que tuvieran que hacer la cocina en un edificio aparte. Una chispa y todo hubiera ardido hasta los cimientos -levantó la vista hacia el techo-. Debería instalar un sistema de aspersores por si acaso. No quiero que esta casa se queme antes de que pueda acabarla.

– Deberías enviar estas cosas a la familia -dijo ella.

– No creo que la antigua dueña supiera que se dejaba algo en el desván. Haré un inventario y veré lo que quiere recuperar.

– ¿Cuál es su nombre? ¿Arlene?

– Sí.

– He estado leyendo estas cartas. Son de un chico al que ella conoció en un baile de verano. Tuvieron una relación amorosa. Él era del pueblo y ella vivía en Chicago. Parece que se estuvieron escribiendo durante años -frunció el ceño-. Las últimas son de cuando él estuvo en la guerra. ¿Quedan más cartas en el baúl?

– Puedo ir a mirar.

– ¿Crees que murió?

– No -dijo Jake-. Seguramente haya más cartas en el baúl. Voy por ellas.

Volvió al dormitorio, contento de tener a Caley en casa. Se imaginaba a ambos pasando los veranos juntos. Todo sería mucho más interesante si ella formara parte de su vida. Se despertarían y dormirían juntos, y durante el día nadarían en el lago, prepararían la comida y harían el amor a la luz de la luna.

Rebuscó entre los papeles y encontró otro fajo de cartas, mucho más pequeño que los anteriores y atado con una cinta negra. Se lo llevó a Caley y se sentó a su lado.

– ¿Lo ves? Había más cartas.

Ella miró el paquetito y desató lentamente el nudo. Leyó la primera de las cartas y sacudió la cabeza.

– No -miró a Jake y él vio lágrimas en sus ojos-. Es de la madre del chico. Murió en Francia en 1944 -hojeó el resto de las cartas-. Todas son de su madre.

Jake la abrazó por los hombros.

– Tranquila. ¿Por qué lloras?

– No lo sé. Es muy triste. Estaban enamorados y perdieron su oportunidad para estar juntos.

Él la besó en la cabeza, incapaz de consolarla.

– Supongo que hay que apreciar el momento presente -murmuró.

Caley asintió y se frotó los ojos con el extremo del saco de dormir.

– Yo lo aprecio -dijo, mirándolo fijamente-. Lo aprecio de verdad.

Jake sonrió y le dio un beso en los labios.

– ¿Qué te parece si nos vestimos y te llevo al hotel para que puedas darte un baño caliente? Podemos pedir una pizza y pasarnos la noche viendo películas.

Caley guardó la carta en el sobre y volvió a atar la cinta. Él la hizo ponerse en pie y la ayudó a vestirse, secándole las lágrimas que seguían asomando a sus ojos.

Sabía que no ya no estaba llorando por las cartas. Pero no podía imaginarse el motivo. ¿Se había percatado Caley de que no les quedaba mucho tiempo por estar juntos? ¿Lamentaba tener que marcharse? ¿O habría algo más?

– Deberías ver cómo están Sam y Emma antes de que nos vayamos.

– Estarán bien -dijo Jake, tendiéndole el abrigo.

Ella se lo puso y miró a su alrededor.

– Me gusta este sitio, Jake. No importa cuánto pagaras por él, o cuánto te costará reformarlo. Ha merecido la pena.

Siguió a Jake en su coche hasta el pueblo y aparcaron en un pequeño restaurante italiano junto a la oficina de correos. Jake sobrevivía a base de pizzas cuando visitaba North Lake en invierno.

Mientras examinaban el menú, Jake miró a la camarera que estaba al fondo del local. Ella le sonrió y él la saludó con la mano.

– Hola, Jasmine -murmuró cuando ella se acercó.

– Jake -dijo ella con una radiante sonrisa-. Has vuelto al pueblo.

– Mi hermano va a casarse -explicó él, girándose hacia Caley-. Ésta es Caley Lambert. Mi hermano va casarse con su hermana, Emma. Ella es la dama de honor.

Jasmine asintió.

– Mucho gusto -dijo, dedicándole toda su atención a Jake-. ¿Por qué no me has llamado? Aún tengo tu chaqueta en mi casa. Y ese sacacorchos tan original. Deberías venir a recogerlos… con una botella de vino.

Jake había decidido renunciar a la chaqueta y el sacacorchos con tal de no tener que volver a Jasmine nunca más. Era una de las mujeres que resultaban formidables para una primera cita, pero que se iban haciendo más y más exigentes en los encuentros sucesivos. Jake había estado viéndola durante tres meses, y había decidido acabar con todo en cuanto ella empezó a hablar de niños y matrimonio.

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