Le tomó el rostro entre las manos y la miró fijamente.
– ¿Qué vamos a hacer con esto? -le preguntó-. Dímelo.
Caley agarró su sexo, y un momento después él estaba dentro de ella.
– Podemos hacer lo que queramos -dijo-. Ya no somos crios.
Hicieron el amor lentamente, avivando la pasión con besos suaves y delicadas caricias. Mientras la tocaba, Jake memorizaba la sensación de su cuerpo y el sonido de su voz. Quería recordar todos los detalles cuando ella se hubiera marchado. Y cuando finalmente llegaron al orgasmo, fue como había sido desde el principio… Perfecto.
Ella se acurrucó contra su pecho y él enterró el rostro en sus cabellos para inhalar el olor del champú. Había muchas cosas que quería decirle, pero no podía formar frases coherentes. Quería decirle cuánto significaba para él. Quería prometerle que siempre estarían juntos, pasara lo que pasara. Pero tenía miedo de que aquellas palabras tan prematuras pudieran asustarla y hacerla huir.
– Si Emma y Sam estuvieran haciendo lo mismo que nosotros… -murmuró ella-. No tendríamos que preocuparnos por arreglar nada.
– Tal vez haya una manera de conseguirlo -dijo Jake, jugueteando con un mechón de sus cabellos-. Si tuvieras que planear la seducción perfecta, ¿qué necesitarías?
– Haría falta un lugar donde se pudiera estar completamente a solas, sin ninguna molestia.
– Tenemos ese lugar. Havenwoods. ¿Qué más?
– Champán, golosinas, una chimenea -soltó una risita-. Crema batida, miel, sirope de chocolate…
– Y lencería sexy. ¿Cómo se llaman esas cosas que sujetan las medias?
– Ligueros. A todos los hombres les encantan.
– ¿Hay algún sitio en el pueblo donde puedan comprarse? Y medias de red. Y uno de esos sujetadores de realce. Y un tanga.
– Veo que tu visita al club de striptease te ha hecho un experto. A la mayoría de las mujeres no les gustan esas cosas. Prefieren algo bonito, femenino… pero sexy.
Jake se levantó de la cama y se puso los calzoncillos. Si no se vestía rápidamente, no conseguiría abandonar la cama de Caley.
– Compraré el champán y las golosinas. Tú encárgate de la ropa interior. Luego busca a Emma. Yo iré a por Sam y me reuniré contigo al mediodía en Havenwoods. Los encerraremos en la cabaña y nos les dejaremos salir hasta que solucionen sus diferencias.
– ¿Y qué haremos mientras tanto?
– Nos sentaremos a esperar -dijo Jake-. Y confiaremos en que nuestro ADN sexual fluya por sus venas.
En ese momento llamaron a la puerta y Caley dio un respingo.
– ¿Sí?
– ¿Caley? Soy Emma. He hecho el equipaje y estoy lista para marcharme. Esperaba que pudieras llevarme al aeropuerto.
– ¿A qué hora es tu vuelo?
– Sale esta tarde, pero quiero irme ya. No quiero ver a Sam.
– Dame un minuto -dijo Caley-. Te veré abajo y desayunaremos juntas.
– De acuerdo.
Caley se vistió rápidamente y se pasó los dedos por el pelo enredado.
– Muy bien. Creo que puedo entretenerla. Pero tendrás que ser tú quien vaya a comprarlo todo. Olvídate de las medias de red y de los tangas. Busca un picardías y unas braguitas que sean sexys. Hay una tienda cerca de la cafetería que sirve esos bollos de canela. Abrirán en una hora. Llamaré y les diré lo que necesitas. Luego, llevaré a Emma a Havenwoods.
Jake la agarró por la cintura y le dio un beso largo y apasionado.
– Al mediodía. Y una vez que los encerremos en la cabaña, tú y yo pasaremos juntos el resto de la tarde.
Caley respiró hondo y se movió hacia la puerta. Pero Jake la sujetó por la mano.
– ¿Qué pasa?
– Me alegra que no lo hiciéramos aquella noche en el lago.
– ¿En serio?
– No habría sido igual que ahora.
– Nada habría sido igual que ahora -admitió ella.
Jake le acarició el labio con el pulgar y volvió a besarla.
– A veces me pregunto qué habría pasado si lo hubiéramos hecho. Quizá habríamos sido tú y yo quienes nos casáramos, en vez de Sam y Emma. Quizá habría sido el comienzo de algo… -se rió-. Quizá estábamos destinados a estar juntos y nos equivocamos.
– O quizá seríamos nosotros los que tuviéramos dudas -sugirió ella.
Jake sonrió y esperó a que ella saliera. Ya no era posible separar sus vidas. Cada vez que pensaba en el futuro, ya fuera un futuro inmediato o lejano, pensaba en ella.
– Creo que lo comprenderán -dijo Emma-. Mamá parecía preocupada, pero no creo que quisiera verme casada sólo para no desperdiciar la langosta que habíamos encargado.
Caley miró a ambos lados y sacó el coche a la carretera en dirección a North Lake. Había accedido a llevar a Emma al aeropuerto, con la condición de que Emma fuese primero a la casa del lago y le explicara lo sucedido a la familia. Había cumplido con la tarea y ahora quedaba por hacer otro pequeño rodeo.
– ¿No crees que te estás precipitando un poco, Emma? Anoche habías bebido mucho, y Sam y tú ni siquiera habéis intentado arreglarlo.
– Sam es un idiota -espetó ella-. Y yo tengo que volver a Boston. No sé por qué pensaba que estábamos hechos el uno para el otro. Soy muy joven. Debería explorar otras opciones, no atarme a un hombre que tontea con bailarinas de striptease.
– Sam también había bebido mucho. Y me parece absurdo acabar con vuestra relación sólo por una tontería semejante -hizo una pausa-. Sam no te engañó. Sólo estaba siendo amable con esa chica. En vez de huir de vuestros problemas, deberíais pensar seriamente en lo que ambos esperáis del matrimonio. Pero para eso hay que hablar, no pelearse en un bar ni salir huyendo.
– No quiero hablar con él -dijo Emma testarudamente.
– ¿Aún lo quieres?
Emma giró la cabeza hacia la ventanilla.
– No lo sé.
Atravesaron el pueblo en silencio y siguieron por East Shore Road, buscando la indicación de Havenwoods. Apenas habían pasado unos minutos cuando Emma se dio cuenta de que no iban en dirección hacia la interestatal.
– ¿Adónde vamos?
– Quiero enseñarte algo -respondió Caley-. Jake me lo enseñó hace unos días -giró en el desvío y condujo con cuidado por el sinuoso camino.
– ¿De qué se trata?
– Ya lo verás.
Detuvo el coche frente a la cabaña. Jake salió de la casa y esperó en el porche. Momentos después, Sam aparecía en la puerta. Emma miró a Caley y luego a su ex novio.
– ¿Qué está pasando aquí?
– Sam y tú tenéis que hablar. Jake y yo pensamos que necesitabais un lugar tranquilo donde pudierais estar a solas.
– Tengo que tomar un avión -insistió Emma.
– Eso puede esperar.
– ¿Qué lugar es éste? ¿Una especie de casa encantada?
– No está tan mal como parece. Es muy tranquila y romántica -salió del coche y no le dejó a Emma otra opción que seguirla. En el porche, Jake le entregó la bolsa con la ropa interior.
– No pude resistirme a comprar el liguero -le dijo en voz baja.
Emma se unió a ellos y Caley le tendió la bolsa.
– Puede que necesites esto -le dijo. Su hermana miró el contenido y extrajo un picardías negro y unas braguitas, además de un liguero y unas medias negras.
– Creía que habías dicho que teníamos que hablar.
– Esto puede ayudar a la conversación.
– Hola, Emma -la saludó Sam.
– Hola, estúpido -masculló ella sin mirarlo siquiera.
– Regla número uno -dijo Jake-. Nada de insultos.
Echó a andar por el porche y les hizo un gesto a Sam y Emma para que lo siguieran. Rodearon la casa y bajaron por el camino hacia la cocina de verano.
– Muy bien. Ahora vais a quedaros aquí hasta que hayáis resuelto vuestras diferencias. Cuando hayáis tomado una decisión racional sobre vuestro futuro, podéis colocar una lámpara junto a la ventana y vendremos a por vosotros. Hay comida y leña en abundancia, y un cuarto de baño junto a la chimenea. Quiero que entréis ahí, os quitéis la ropa y los zapatos y lo dejéis todo en el porche. Os lo devolveré cuando sea hora de salir.
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