– No sé dónde está.
– Contrata a algún detective con el dinero de tu herencia.
– Todavía no tengo mi herencia.
– Sí que la tienes. Como yo soy la responsable, acabo de decidir que la recibas inmediatamente. El dinero es tuyo Amelia, así que utilízalo en correr todas las aventuras que desees.
Amy abrazó a su abuela.
– Gracias. No te defraudaré, abuela.
– Ya lo sé. Lo único que tienes que hacer es vivir tu propia vida. Y con un poco de suerte, te casarás con ese hombre y me darás muchos biznietos.
La mansión de los Sloane, en Chestnut Hill, era una finca aristocrática, con verjas para mantener alejada a la chusma. Brendan se detuvo frente a la puerta, decorada con elegantes adornos navideños, y echó un vistazo a través de los cristales helados de su coche.
De pronto, le entraron ganas de salir huyendo, pero finalmente apagó el motor y salió del coche. Antes de ir allí, había ido a la mansión de la abuela en Beacon Hill, donde una criada lo había informado de que tanto su señora, como la nieta de esta, habían ido a la mansión de Chestnut Hill.
Cuando llegó a la puerta principal, vio que esta tenía una enorme aldaba, pero pensó que esta debía de ser solo un adorno y decidió pulsar el pequeño timbre que había al lado.
Mientras esperaba, se alisó la chaqueta y se atusó el pelo revuelto por el viento. Poco después, le abrió la puerta una anciana vestida de negro, con un delantal blanco.
– ¿Puedo ayudarlo? -le preguntó, sonriendo.
– Me gustaría ver a Amy… quiero decir, a Amelia Aldrich… Sloane.
La mujer lo miró de arriba abajo.
– Pase -dijo, echándose a un lado. Al ver el increíblemente lujoso vestíbulo, decorado con motivos navideños, se quedó impresionado.
– El señor le recibirá en la biblioteca – dijo la mujer-. Sígame.
– No he venido a ver al señor Sloane.
– El señor Sloane recibe siempre a las visitas.
El ama de llaves lo condujo hasta la biblioteca y, una vez allí, llamó a la puerta y entró sola, dejándolo fuera. Poco después, la mujer salió y le hizo una seña para que entrara.
– Pase -le dijo Avery Aldrich Sloane desde detrás de su despacho.
El padre de Amy, que era un hombre de complexión media y pelo canoso, se levantó y le tendió la mano.
– Soy Avery Sloane -se presentó.
– Brendan Quinn -contestó Brendan, estrechándole la mano.
– Siéntese, por favor -dijo Sloane, señalando una silla de cuero-. ¿Ha venido a ver a Amelia?
Brendan asintió.
– ¿Está aquí?
– ¿Puedo preguntarle para qué quiere verla?
– Bueno, somos amigos. Pero no ha contestado usted a mi pregunta. ¿Está aquí?
– Usted debe de ser el escritor que vive en un barco, ¿no es así?
Brendan estaba empezando a impacientarse.
– ¿Está ella aquí o no? Porque, si no está, me iré inmediatamente.
– Sí está aquí -respondió Sloane-. Pero no sé si quiere verlo.
– ¿Y no cree que deberíamos dejar que sea ella quien decida?
– Amy no siempre sabe lo que es mejor para ella.
Brendan soltó una maldición y se levantó, apoyándose en la mesa de caoba.
– Con el debido respeto, señor Sloane, no creo que usted conozca a su hija en absoluto. Amy es una mujer guapa e inteligente, decidida a vivir su propia vida. Así que, si usted la obliga a hacer algo en contra de su voluntad, ella volverá a salir huyendo. Y quizá para entonces yo ya no esté allí para salvarla.
Sloane se quedó mirándolo fijamente durante largo rato y luego asintió.
– Parece usted un hombre razonable – dijo, abriendo un cajón y sacando una chequera Sloane rellenó uno de los cheques, lo arrancó y lo tendió hacia él.
– No quiero su dinero. Lo único que quiero es hablar con Amy.
– Y hablará usted con ella. Ahora, tome el cheque.
– No me importa lo que me ofrezca. No pienso irme.
– No quiero que se vaya -dijo Sloane-. Deseo que se case con mi hija.
– ¿Qué?
– Esta es su dote. Tómela y Amy será suya.
– ¿Quiere que me case con Amy?
– Por alguna extraña razón, ella parece haberse enamorado locamente de usted y su abuela me ha dicho que, si me opongo a su unión, me hará la vida imposible.
Brendan agarró el cheque y se quedó mareado de ver la cantidad de ceros que había en él. Luego se lo devolvió.
– Puede usted quedarse su dinero.
– ¿Es que no va a casarse con ella?
– Sí, pero no quiero su dote. Aprecio mucho su ofrecimiento, pero ahora me gustaría hablar con su hija.
– Muy bien -dijo Sloane, haciendo un gesto hacia la puerta-. Está arriba, con su abuela.
Brendan se encaminó a la puerta, pero justo cuando iba a salir lo detuvo la voz de Sloane.
– Una cosa más -cuando Brendan se dio la vuelta, Sloane le tiró una pequeña bolsa de terciopelo. Dentro había un anillo con un diamante increíble-. Es una reliquia de la familia y la abuela quiere que sea para ella. No estoy diciendo que usted no se pueda permitir comprarle un anillo, es solo una tradición familiar y estoy seguro de que a Amelia le gustará mucho.
Brendan se quedó mirando fijamente el anillo y luego asintió.
– Gracias.
Luego, salió al pasillo y volvió al vestíbulo, en donde estaba la escalera que llevaba al segundo piso. Subió corriendo. Al llegar al rellano vio que había un montón de puertas. En ese momento, una anciana abrió una de ellas.
– Estoy buscando a Amelia -dijo Brendan-. ¿Sabe usted dónde está?
– Tú debes de ser Brendan -dijo la mujer, sonriéndole y tendiendo la mano hacia él-. Yo soy Adele Aldrich, su abuela. Tengo entendido que eres el cuñado de Olivia Farrell. Olivia y yo somos buenas amigas. Justo ayer me llamó para informarme de que había visto un escritorio que sería perfecto para mi…
La mujer se detuvo y le sonrió, disculpándose.
– Bueno, eso ahora no importa -añadió-. Ven conmigo. Tú y yo vamos a tener una pequeña charla.
– Pero es que quiero ver a Amy.
– Solo nos llevará unos minutos. Adele lo condujo a una elegante habitación con chimenea. La anciana se sentó en un sillón y Brendan se sentó frente a ella.
– Supongo que ya has hablado con mi hijo. Habrás comprobado por tanto que él no se opondrá a vuestra boda, pero antes de nada quiero hacerte saber cuáles son mis condiciones para permitir vuestra unión.
– Yo solo…
– Déjame terminar -le ordenó Adele con un tono educado, que sin embargo no admitía réplica-. Quiero que me prometas que no tratarás de cambiarle el carácter cuando os caséis. Ella es una mujer independiente y a veces incluso testaruda, pero no debes intentar cambiarla.
– Nunca lo haría. Esa es una de las razones por las que me gusta tanto.
– Y luego está lo de los nietos. Tienes que prometerme que me haréis bisabuela muy pronto -dijo la mujer con una enorme sonrisa.
Brendan soltó una carcajada.
– Bueno, eso es cosa de Amelia también. Yo, por mi parte, le aseguro que estoy deseando tener hijos. Pero creo que nos estamos anticipando. Ni siquiera le he pedido todavía que se case conmigo.
– Está en la habitación al final del pasillo -dijo ella, tendiendo la mano hacia él.
Cuando Brendan llegó a su altura y la ayudó a levantarse, la mujer le dio un beso en la mejilla.
– Me recuerdas a mi Richard -añadió-. Fuimos muy felices juntos y espero que vosotros también lo seáis.
– Lo intentaré -dijo Brendan.
Luego, salió al pasillo y volvió al vestíbu-
– Ahora, ve a ver a Amy.
Brendan salió de la habitación y se acercó a la puerta que le había indicado la anciana. Pero cuando llamó, no contestó nadie. Entró y vio que la habitación estaba vacía. En ese momento, oyó unos pasos que se acercaban por el pasillo y se dio la vuelta.
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