– Y si no lo hace, te harás otro. Llamaré a mi abogado y le preguntaré lo que se necesita -la abrazó cariñosamente y la levantó en volandas-. Va a ser estupendo.
Amy colocó las manos en los hombros de él y lo miró a los ojos.
– Todavía no hemos hablado de mi sueldo.
– Lo discutiremos más tarde. Ahora que has decidido venir, tenemos que imprimir el manuscrito y enviarlo al editor. Luego tendremos que sacarte el visado y comprar algo de ropa cómoda. Necesitarás también unas botas.
Brendan la bajó al suelo, agarró su rostro entre las manos y la besó apasionadamente. Se sentía como si la hubiera rescatado de las fauces de la muerte. Estarían cuatro meses enteros juntos. Tendría cuatro meses más para convencerla de que lo suyo podía salir bien.
De repente, todos sus problemas parecieron evaporarse y la vida volvió a ser sencilla. Lo único que contaba era la relación entre ellos dos. Y así era como tenía que ser.
Amy tomó el móvil de Brendan y lo miró un rato antes de marcar, pensando en lo que iba a decir exactamente. Lo más probable era que su padre no estuviera, ya que solía marcharse a trabajar antes de las siete. En cuanto a su madre, esperaba que estuviera ocupada con alguna de las reuniones benéficas de los lunes. Así que, con un poco de suerte, podría hablar tranquilamente con Hannah.
Después de tres timbrazos, oyó su voz.
– Aquí la residencia de los Sloane.
– ¿Hannah?
– ¿Señorita Amelia?
A Amy se le saltaron las lágrimas al oír la voz de aquella mujer, que tanto la había cuidado de pequeña.
– Sí, soy yo, Hannah.
– Oh, cielos, señorita Amelia. Espere un momento y avisaré a su madre,
– No -gritó Amy, pero ya era tarde. Hannah estaba llamando a gritos a su madre. Amy estuvo a punto de colgar, pero poco después oyó la voz de su madre.
– ¿Amelia? Amelia, querida, ¿dónde estás? No cuelgues, solo quiero hablar contigo. Cariño, te echamos mucho de menos y estábamos muy preocupados. ¿Estás bien?
Amy sabía que no debía estar mucho rato al teléfono. Lo más probable era que el teléfono estuviera intervenido.
– Sí, estoy bien, mamá. Solo llamo para deciros que no os preocupéis por mí.
– Pues sí hemos estado preocupados. Especialmente Craig. Él…
– Mamá, no voy a casarme con Craig. No lo quiero. Ya sé que vosotros sí, pero yo no. Así que será mejor que os hagáis a la idea cuanto antes.
– Cariño, tienes que volver a casa -le rogó su madre-. Ya verás cómo lo arreglamos todo. No podemos pasar las navidades sin ti. Y tu abuela también necesita que estés a su lado. Está enferma y no sabemos si seguirá viva para la próxima navidad.
– ¿Está enferma? ¿Qué le pasa? -preguntó alarmada.
– Sufrió un colapso. Los médicos creen que es del corazón. Está bastante enferma y necesita verte, cariño.
Amy sabía que debía colgar cuanto antes.
– Yo… no lo sé. Volveré a llamarte -dijo, cortando la comunicación con dedos temblorosos.
Después de aquello, no podía pensar en irse a Turquía. No creía que sus padres estuvieran utilizando a su abuela como trampa para que volviera, pero solo había una forma de saberlo. Fue a su camarote y comenzó a hacer la maleta. Cuando entró en el camarote de Brendan para recoger algunas cosas, él estaba dormido. Entre las sábanas, aparecía su cadera desnuda y parte del torso.
Después de recoger algunas de sus pertenencias, volvió a su camarote. No sabía cuánto tiempo iba a estar fuera, pero metió cosas suficientes para unos cuantos días. Luego fue por la cartera con los ahorros que guardaba en un cajón de la mesilla. Tenía unos cien dólares, lo que debería ser suficiente para ir en tren hasta Boston y pasar la noche en algún motel barato.
Cuando acabó de recoger todo lo necesario, salió al camarote principal. Pero allí se encontró con Brendan, que la estaba observando con evidente curiosidad.
– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó, frotándose los soñolientos ojos. Tenía puesto solo un pantalón de chándal.
– Tengo que irme -aseguró ella.
– ¿Dónde?
– A Boston. Tengo algo que hacer allí.
– ¿El qué? ¿Vas a recoger tu pasaporte?
– No -Amy comenzó a buscar su bolso-. Es que mi abuela se ha puesto enferma y quiero verla.
Brendan frunció el ceño mientras consultaba la hora en el reloj de pared.
– Te acompañaré. Si me esperas unos minutos, te llevaré en mi coche.
– No -respondió ella, sacudiendo la cabeza-, prefiero ir yo sola.
– ¿Y cuándo volverás?
– No lo sé -dijo, agarrando el abrigo y el bolso.
– Pero vas a volver, ¿no?
Amy subió los escalones para salir a cubierta. Justo antes de atravesar la puerta, se volvió hacia él.
– No lo sé. No sabré nada hasta que la vea.
Brendan soltó una maldición antes de acercarse a ella y agarrar su rostro entre las palmas de las manos, obligándola a mirarlo a los ojos.
– No voy a dejarte marchar -se inclinó sobre ella y la besó-. No puedes irte así. ¿Qué sucederá si no vuelves?
– Tengo que irme.
– Pero, ¿por qué? ¿Quieres regresar a tu antigua vida? ¿No prefieres quedarte conmigo?
– Si a mi abuela le pasara algo y no pudiera hablar con ella más, nunca me lo perdonaría. La admiro mucho y quiero que sepa cómo me va. Necesito demostrarle que estoy bien.
Brendan se la quedó mirando largo rato y luego su expresión se suavizó.
– Deja que te lleve al menos a la estación. Te prometo que estaré listo en unos minutos.
Brendan fue a su camarote y Amy se quedó esperándolo en la puerta. Echó un vistazo a su alrededor para memorizar cada detalle. Tuvo la extraña sensación de que no volvería a ver aquel barco.
Brendan volvió enseguida y agarró su maleta. Salieron juntos a la cubierta y Brendan bajó el primero al muelle, ayudándola luego a bajar a ella. Mientras él la sujetaba todavía por la cintura, ella apoyó las palmas de las manos sobre su pecho. No se había ido todavía, y ya estaba empezando a echarlo de menos. Se le iba a hacer eterno el tiempo que estuviera fuera.
Brendan la tomó de la mano y echaron a andar por el muelle.
– ¿Estás segura de que no quieres que te lleve a Boston?
– Tienes que acabar el manuscrito – dijo-. Y todavía te quedan por hacer bastantes cosas antes de irte.
Él se detuvo y la miró a los ojos.
– Antes de que nos vayamos.
Ella asintió.
– Bueno, sí. Antes de que nos vayamos.
Cuando llegaron al coche, Brendan metió el equipaje en el asiento de atrás y luego fue a abrirle la puerta a Amy. Ella entró y cruzó las manos sobre el regazo, tratando de tranquilizarse. Le daba miedo volver, pero necesitaba ver a su abuela.
Pocos minutos después, llegaron a la estación. Justo en ese momento un tren se detenía. Corrieron a sacar un billete para el tren de Boston, que partía en cinco minutos. Luego fueron al andén y, una vez allí, Brendan dejó su maleta en el suelo.
– ¿Estás segura de que quieres ir sola?
Amy asintió.
– Con un poco de suerte, podré ver a mi abuela sin que mis padres se enteren. Tiene una casa en Beacon Hill. Solo espero que esté allí y no en el hospital.
El pitido del tren sobresaltó a Amy, quien se dispuso a recoger su maleta. Pero Brendan le agarró la mano antes de que lo hiciera y se la besó.
– Amy, tengo que decirte algo.
– ¿El qué?
– Que te amo -le aseguró, tomándola en sus brazos y besándola apasionadamente.
Luego, agarró la maleta y echó a andar hacia el tren.
Después de subir, Amy se quedó mirándolo, como si quisiera memorizar sus rasgos. Él estaba igual de guapo que cuando lo había conocido. Con una barba incipiente sombreando sus mejillas.
Читать дальше