Entonces el tren empezó a moverse.
– Te quiero -gritó ella entonces-, te quiero Brendan Quinn.
Poco a poco, el tren se fue alejando y, cuando ya no pudo verlo, se sintió muy sola. Más que nunca en toda su vida. Se tocó el pecho y trató de contener las lágrimas. Brendan Quinn le había dicho que la amaba.
Brendan estaba frente al pub Quinn's, contemplando la fachada mientras caía una suave nevada. El letrero, con dos jarras de cerveza, se reflejaba sobre las cristaleras y, cada vez que se abría la puerta, se oía el sonido de una banda de música celta. Era jueves por la noche y probablemente estaba lleno. Dos de sus hermanos estaban trabajando dentro y seguramente habría más miembros de su familia, disfrutando de una pinta de Guinness.
Se metió la mano en el bolsillo y sacó su móvil para comprobar que tenía batería. Últimamente, el teléfono se había convertido en una especie de salvavidas.
Había esperado una llamada de Amy la primera noche para que le contara cómo iba todo. Y como tampoco lo había llamado al día siguiente, estaba empezando a preocuparse. Se preguntaba si no debería telefonear él.
Aquella noche, había decidido salir a despejarse y se había acercado al pub de su padre. Por si acaso ella volvía, le había dejado una nota en el barco, avisándola que le telefoneara cuanto antes.
De camino al pub, había pensado en la posibilidad de acercarse a Boston. No le sería difícil dar con la mansión de los Aldrich. Pero tenía miedo de que ella hubiera decidido no regresar. El hecho de que no lo hubiera llamado podía significar que había decidido cortar toda relación con él.
La mañana en que se había marchado, ambos se habían confesado su amor, pero si ella lo amaba de verdad, ¿por qué no le había telefoneado? Solo faltaban cuatro días para el vuelo a Turquía.
– Dale otro día -se dijo Brendan-. Y si no vuelve, mañana irás a buscarla.
Brendan cruzó la calle y entró al pub. Normalmente, el ambiente le resultaba agradable, pero aquella noche le parecía un lugar demasiado ruidoso. Fue a sentarse a un taburete frente a la barra.
Pocos segundos después, se acercó Conor.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– ¿Qué pasa? ¿No puedo acercarme a tomar una cerveza o qué? -bromeó Brendan.
– ¿Dónde está Amy? -le preguntó Conor-. ¿La has dejado sola?
Brendan sacudió la cabeza y Conor intuyó que algo no marchaba bien.
– ¿Qué sucede?
– Nada -respondió Brendan, mirando a su alrededor mientras pensaba en cómo cambiar de tema.
De pronto, se fijó en una chica morena que estaba en la zona de camareros. Le pareció que la conocía de algo.
– ¿Es una camarera nueva? -le preguntó a Conor.
Su hermano se la quedó mirando mientras Liam le llenaba la bandeja de bebidas.
– Se llama Keely Smith -dijo finalmente Conor-. Liam la contrató.
– Me suena haberla visto antes -dijo Brendan-. ¿Es del barrio?
– No creo. Pero solía venir al pub y, cuando vio el cartel de que se necesitaba una camarera, solicitó el puesto -Conor le dio un golpe cariñoso en el hombro-. Pero no me digas que has venido a ver a las camareras…
– No. Ponme una pinta de Guinness. Conor fue a servirle un vaso.
– ¿Sabes? Los camareros tenemos un don especial para solucionar los problemas de los clientes -le dijo a Brendan cuando volvió con su Guinness-. Y estoy seguro de que a ti te pasa algo.
Brendan bebió un buen trago de cerveza y luego se relamió el labio superior.
– Se ha ido -confesó.
– ¿Amy? Brendan asintió.
– Se fue anteayer para ir a ver a su abuela, que se había puesto enferma. Pero no me ha llamado y estoy empezando a pensar que no va a volver. Se suponía que nos íbamos a marchar juntos a Turquía dentro de cuatro días.
– ¿Vas a ir a Turquía a pasar las navidades?
– Voy a hacer un trabajo allí. Conor sacudió la cabeza.
– Pensaba que pasarías el día de Navidad con nosotros. Olivia y Meggie están planeando celebrarlo por todo lo alto. Querían que estuviéramos todos.
Brendan se encogió de hombros y luego sacó los regalos que había ido a comprar con Amy.
– Toma. Ponlos debajo del árbol.
– ¿Le has comprado un regalo a Olivia?
– Y también a Meggie -dijo Brendan-. Son unos pendientes hechos de cristal de mar. Amy me ayudó a elegirlos.
Conor parecía impresionado.
– ¡Unos pendientes! Me parece muy buen regalo.
– Sí -asintió Brendan-. ¿Sabes? Yo no quería enamorarme de ella. Hice todo lo posible para evitarlo. Y justo cuando le confieso que la quiero, ella se va.
– Ve a buscarla.
– Sí, claro, solo tengo que aparecer en la puerta de la mansión de los Aldrich y decirle a su padre que quiero casarme con su hija.
– ¿Quieres casarte con ella?
– En un futuro, sí. Eso es lo que suelen hacer las parejas que se quieren, ¿no?
Conor soltó una carcajada y luego le hizo una seña a Liam, que estaba en el otro extremo de la barra.
– Brendan va a casarse -le dijo. Pocos segundos después, Liam estaba a su lado. Justo entonces, apareció Dylan, y Brendan comentó que ya solo faltaban los gemelos. Pero Conor lo informó de que no habían ido aquella noche, así que tendrían que esperar para enterarse de la buena noticia.
– ¿No estás yendo muy deprisa, Conor? – le preguntó Brendan-. Se ha marchado. Así que, ¿cómo diablos voy a pedirle que se case conmigo?
– ¿Cuándo vas a presentárnosla? -le preguntó entonces Dylan-. ¿Por que no has venido hoy con ella?
– Está… ocupada -dijo Brendan.
– No tan ocupada -replicó Conor, haciendo un gesto hacia la puerta.
Brendan se giró despacio y le dio un vuelco el corazón cuando vio su bonito rostro. Se levantó corriendo y fue hacia ella.
– Amy, ¿qué estás haciendo aquí? -dijo, agarrándole las manos y apretándoselas.
– Estuve en el barco y vi tu nota. Tenemos que hablar -añadió, mirando a su alrededor algo nerviosa.
– Vamos fuera -dijo Brendan, pensando que allí había mucho ruido.
Nada más salir se fijó en el Bentley que había parado enfrente del pub.
– ¿Es tuyo?
– Es de mi abuela. Se lo dio mi padre. Brendan soltó una carcajada.
– ¿Has venido en un Bentley a este barrio?
– Bueno, me ha traído el chófer de mi abuela.
– ¿Has traído tus cosas o las has dejado en el barco? ¿Tenías el pasaporte en casa de tus padres?
Amy se mordisqueó el labio inferior mientras lo miraba a los ojos.
– He venido porque quiero despedirme de ti. No puedo ir contigo, Brendan.
– ¿Qué estás diciendo?
– Tengo que quedarme. Mi abuela me necesita.
– Pero íbamos a ir juntos.
– Pues vas a tener que ir tú solo -Amy respiró hondo-. Los dos sabíamos que no podía salir bien, Brendan. Existen demasiados impedimentos. Tu trabajo, mi familia… Ambos tenemos metas distintas en la vida.
– Pero hasta hace unos días, nos gustaban las mismas cosas. Nos gustaba estar juntos. ¿Qué ha cambiado?
– Hemos vivido en medio de una fantasía. Tú realmente no necesitas una ayudante, solo me contrataste para darme trabajo. Pero yo no necesito ningún trabajo. Dentro de dos meses, heredaré dos millones de dólares y podré comprar todo lo que quiera.
– Y si eso es lo que querías, ¿por qué te marchaste de tu casa? ¿Y por qué te quedaste a vivir conmigo?
– Porque pensaba que podía convertirme en una persona diferente. Y durante un tiempo, lo conseguí, pero luego me di cuenta de que por mucho que me empeñe, no conseguiré nunca ser una persona normal. Siempre me perseguirá mi origen social.
– Sé que yo no puedo ofrecerte nada que no puedas conseguir por ti misma -dijo Brendan-, excepto la promesa de estar siempre a tu lado.
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