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Jill Shalvis: Por el amor de un hombre

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Jill Shalvis Por el amor de un hombre

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Demasiado tentador para resistirse… Nick Cooper no podía creer que estuviera allí compartiendo habitación con Danielle Douglass, el objeto de todas sus fantasías de adolescente. Tener que compartir aquella enorme cama con ella no hacía más que encender el deseo que siempre había sentido por aquella mujer. Pero lo que ella necesitaba de él era protección, no sexo… Lo que Nick no sabía era durante cuánto tiempo iba a aguantar sin acariciar aquel delicioso cuerpo… A Danielle le habría encantado estar allí con el atractivo Nick Cooper en cualquier otra circunstancia, pero ahora estaba en peligro y, justo por eso, no debería estar tan distraída. Debería estar planeando el siguiente paso que debía dar, no fantaseando con él. Cuanto más tiempo pasara a su lado, menos ganas iba a tener de huir y más de seducirlo.

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– ¿Qué? ¿Cómo puedes saberlo?

– Tú también lo notarás pronto. El periodo de gestación de un perro es de solo dos meses. Pero eso enloquecerá a Ted. Los cachorros, hijos de ese Terranova del hotel, no valdrán nada.

– ¡Eh! -Esa vez fue él el que le tapó las orejas-. No dejes que oiga eso.

– Esto no es ninguna broma -la joven frotó su mejilla contra la de Sadie-. Yo no tengo dinero para mantenerme, y menos a unos cachorros. Pero no puedo permitir que nadie lo sepa. No puedo dejar que vuelva con Ted por una cuestión de dinero. Mira lo que le ha hecho en el cuello.

– Sí, tendremos que informar de eso -Nick miró a Maureen y Clint, que asintieron.

– Ya he llamado a la policía -dijo la primera-. Les he dicho lo de las huellas.

Clint acarició a Sadie.

– Parece que es hora de hacer algo, ¿eh, muchacha?

Danielle miró a Nick.

– Sí -dijo-. Es hora de hacer algo.

– Y luego está la boda -añadió Clint-. Tendremos que aclararlo todo antes.

Danielle abrió mucho los ojos. Había olvidado que se suponía que estaba prometida con Nick.

– La boda -forzó una sonrisa-. Respecto a eso…

Sadie se incorporó, lanzó una serie de ladridos y saltó sobre el respaldo de un sillón para pegar su enorme cara a la ventana. Siguió ladrando con fuerza.

– Está ahí fuera -adivinó Nick.

– ¿El ex? -preguntó Maureen.

– Sí -Danielle se puso en pie y se acercó a la perra-. Pero esto termina aquí y ahora. Saldré ahí y haré algo que no he hecho nunca. Le diré lo que pienso y cómo va a terminar esto. Ya es hora de que lo haga.

– No lo harás sola -Nick la apartó con firmeza de la ventana.

– Nick…

– Sí, sí, ya sé que odias los plurales -dijo él, sin importarle que Maureen y Clint estuvieran presentes-. A la porra con eso. No estás sola, así que olvídalo. Cuando termine esto, haz lo que quieras. Quédate sola. Y mejor para ti si puedes hacerlo sin lamentar nada.

– Nick…

– Recuperarás tu dichosa vida y…

– ¡Nick! -Danielle tragó saliva y le tocó el brazo-. Quería decir juntos. Actuaremos juntos.

– ¿Ted va armado? -preguntó Maureen.

– No, le preocupa su imagen -Danielle seguía mirando a Nick a los ojos, como si intentara decirle algo-. No lleva armas. Solo quiere a Sadie. Podemos ponerle una trampa, dejar a Sadie fuera con una soga. Vendrá, la amenazará y esta vez tendré testigos.

Miró a su alrededor esperanzada, apelando a Nick con aquellos ojos hermosos a los que él nunca podía resistirse.

– Ya lo verás -le dijo-. Saldrá bien porque la policía os creerá a vosotros.

El hombre movió la cabeza.

– Hablas como si quisieras que nos quedemos atrás mientras tú lo afrontas sola.

– Sí. Exacto.

– No.

– Estaréis muy cerca. Esperando. ¿Qué puede pasar?

– Danielle…

– Quiero hacer esto -dijo ella con firmeza-. Pienso hacerlo. Me sentaré ahí fuera con ella. Esperaremos juntas y luego todo habrá acabado.

Nick estaba sentado en el porche en penumbra viendo cómo el atardecer convertía a Danielle y Sadie, solas y vulnerables en la zona abierta, en sombras.

La joven estaba sentada en un banco a unos siete metros de distancia, en medio del huerto recién plantado que era el orgullo de Maureen.

Sabía que sus primos estaban justo al otro lado de la casa, vigilantes. Esperando. Ayudándolo a proteger a su «prometida». Sabía que Danielle no sufriría ningún daño, que aquello era algo que había que hacer.

Racionalmente sabía todo eso, pero al verla abrazar a la perra a la que tanto había llegado a apreciar no podía evitar la sensación de que aquel era el principio del fin.

Pronto acabaría todo. Estaría segura y sola. Y él también estaría solo.

Mejor. Estupendo. Podía volver a casa y ponerse al día con las citas que había programado. Podía salir cada noche con una mujer si quería.

Pero en ese momento solo le importaba una y estaba…

Estaba viendo acercarse a un hombre desde el sendero de más abajo.

Capítulo Dieciséis

– Hola, Ted -dijo Danielle cuando se acercó a ella.

El hombre al que había mirado en otro tiempo con el corazón en los ojos le mostró un sobre.

– Los papeles de Laura Lyn -dijo.

A Danielle se le encogió el estómago al pensar en una traición más.

– Entiendo.

– Lo dudo -se detuvo a unos dos metros de Sadie, que no se había movido, pero había empezado a gruñir-. Me ha ayudado Gail Winters. Te acuerdas de ella, ¿verdad?

Saber que Nick estaba cerca y no dejaría que les ocurriera nada ni a Sadie ni a ella le permitía hablar con tranquilidad.

– Siempre le pareciste encantador.

– A ti en otro tiempo también.

– En otro tiempo.

Los ojos de él se oscurecieron, no por pasión, como hacían los de Nick cuando la miraban, sino con una expresión peligrosa que le hizo sentirse agradecida de no estar sola.

Curiosamente, lo de estar sola ya no resultaba tan atractivo. Tal vez nunca volviera a parecérselo.

Se sentía segura, incluso con Ted delante. Y comprendió que no se había sentido así muchas veces en su vida. Pero cuando estaba con Nick sí. Con él estaba segura y lo había estado desde el principio.

– Tienes buen aspecto -dijo Ted.

Danielle no podía decir lo mismo de él. Siempre le había parecido cautivador y sofisticado. Ahora, con la camisa arrugada, los pantalones sucios y los zapatos llenos de barro, parecía un hombre que se enfadaba cuando no conseguía lo que quería.

– No te tengo miedo -dijo, y captó un movimiento en el porche por el rabillo del ojo.

Nick.

Sabía que la apoyaría y cuidaría.

Porque la quería.

Esperaba que aquel pensamiento le causara angustia y miedo… pero no fue así. En lugar de ello sintió un anhelo que estaba empezando a reconocer y comprender.

– Deberías tenerlo -repuso Ted-. Tendrás problemas legales si no haces lo que quiero. Y lo que quiero es que vuelvas a casa. Conmigo.

– Para presumir de novia.

– De esposa. Y también quiero a Sadie.

– No saldrá bien, Ted. Somos demasiado distintos. Yo no soy lo que quieres. Tú no eres lo que quiero yo. Por favor, déjanos marchar.

– Eso no es una opción -sus ojos mostraban una expresión salvaje y… ¿desesperada?-. Sadie y tú me pertenecéis.

– No me casaré contigo -tuvo que hacer acopio de valor para no huir de la furia que expresaban sus ojos-. No pienso volver -puso una mano en la cabeza grande de la perra-. Y Sadie tampoco volverá. Sé que fuiste tú el que me dejó amenazas en el ordenador. Que sacaste todo el dinero de mi cuenta. Que nos ha estado espiando. A la policía le interesa todo eso.

– Tú me has robado.

– Creo que entenderán por qué lo hice cuando se lo explique. No debí huir nunca, Ted. Tenía que haber afrontado esto enfrentándome a ti desde el principio.

El hombre entrecerró los ojos y apretó los labios. Señales que evidenciaban su furia. Se acercó y ella se puso en pie, y se habría colocado delante de Sadie, pero la perra se le adelantó y se situó ante ella enseñando los dientes a Ted.

El hombre la miró de hito en hito.

– ¿Ha olvidado quién te da de comer, perra?

– Yo -repuso Danielle con calma-. Déjala marchar. No nos peleemos por ella, no está bien.

– Lo que no está bien es que no me escuches. Vámonos a casa -repuso él con un cambio brusco de táctica-. Hablaremos. Arreglaremos esto.

– Te saldría más barato comprar otro perro, Ted.

El hombre movió la cabeza y dio otro paso hacia ella.

– No es por la perra. Es por ti.

– No te creo.

– Es cierto -Ted cerró la distancia que los separaba y le puso una mano en el brazo.

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