– Menudo robo -dijo Red.
Seth negó con la cabeza.
– Cinco dólares es lo que cuesta un burrito. Si no lo quieres, no te preocupes, que alguien se lo comerá. ¿Alguien quiere patatas fritas? Un dólar la bolsa.
Toda la cuadra olía a burritos, frijoles y queso.
En el suelo, junto al hornillo había varios platos de chile, su chile, y cerca de ellos estaba la señora Cerdo.
Ni a ella le gustaba su chile.
CONFUNDIDA, se quedó allí de pie, mirándolos con la boca abierta.
– ¿Qué hacéis?
Tim, al que había pillado intentando obligar a la señora Cerdo para que se comiera su plato de chile, se puso en pie.
– Natalia.
– Así me llamo -contestó ella mirando a Red, que se estaba comiendo dos burritos.
El hombre se apresuró a esconderlos tras la espalda y a sonreír.
Sally no se molestó en ocultar su burrito y siguió comiendo.
– He engordado por tu culpa -dijo.
Natalia deseó que se la tragara la tierra. ¿Qué tal que la abdujeran unos extraterrestres? Sí, todavía mejor.
– Creí que el ritual era solo por las mañanas -acertó a decir muerta de vergüenza.
– Bueno, eso es con las chocolatinas -contestó Red-. Lo del burrito es nuevo, la verdad.
– ¿Cuánto tiempo lleváis haciendo esto? – les preguntó.
Pete miró al suelo, Red, al techo y Tim se acercó a ella, pero Sally se le adelantó.
– Desde el principio -dijo.
– Sally -protestó su hermano.
– Estoy harta de engañarla para no herirla -dijo la chica-. Mira, al principio me caías mal y lo sabes. No podía soportar tu actitud ni cómo mirabas a mi hermano, pero ahora no es eso. Es simplemente que cocinas mal.
– No le hagas caso -intervino Tim.
– ¿Ah, no? -dijo Natalia-. Pues dime tú qué está pasando aquí. No, mejor te lo voy a decir yo a ti. Estabais dándole la comida a la señora Cerdo, que no la quiere ni ver -dijo avergonzada y furiosa-. Me parece que ha llegado el momento de que me vaya -decidió pensando en llamar a Amelia.
Tim la agarró del brazo y la miró como pidiéndole perdón.
– Espera. Sabes que nunca te haríamos daño adrede…
Claro que lo sabía y eso hacía que la situación fuera todavía más vergonzosa.
– Tim, me estabas pagando por cocinar una comida que iba directa a la basura. ¿Te das cuenta de cómo me hace sentir eso?
– Quería que te quedaras -contestó él-. Queríamos que te quedaras -se corrigió al oír carraspear a sus hombres-. Antes de darme cuenta de que eras la mujer más eficaz, fuerte e increíble que he conocido en mi vida, creía que te estaba ayudando. Quería que te quedaras todo el tiempo que quisieras.
Natalia lo miró fijamente y se dio cuenta de que todo aquello había sido culpa suya y no de Tim.
– Sé que ya lo he dicho varias veces, pero soy una princesa y no tengo más que chasquear los dedos para irme cuando a mí me dé la gana.
– ¿Ya estamos otra vez con eso? -dijo Sally mirando a su hermano y tocándose la sien como diciendo que Natalia estaba loca.
– Sí, estoy loca, pero por haber aguantado lo que he aguantado -dijo ella furiosa sacando el móvil del bolsillo y marcando un número-. Me voy -añadió mirando a Tim.
Con cada timbre del teléfono, se le rompía un poco más el corazón, pero ya no había marcha atrás.
– Eh, ¿princesa? -dijo Sally acercándose-. No sé si estarás llamando a… no sé… Siberia, me parece que has marcado demasiados números.
– Grunberg no es Siberia -contestó Natalia deseando oír la voz de alguien de su familia.
Al oír la voz de Amelia, estuvo a punto de ponerse a llorar.
– ¿A… A… Amelia?
– ¡Natalia, cariño!
– Yo… -se interrumpió, miró a Tim y tragó saliva.
– Me necesitas.
– Sí.
– Estoy muy cerca. No tardaré en llegar.
Y colgó. Natalia se quedó mirando el teléfono. ¿Cómo que estaba cerca? Desde luego, Amelia era mejor que un hada madrina.
Todos la estaban mirando como si estuviera loca menos Tim, que se acercó, le tomó la cara entre las manos y la besó hasta casi hacerla perder la consciencia.
– No sé qué decir -le dijo entrelazando sus dedos con los de Natalia.
«Dime que no me vaya, dime que me quede contigo para siempre, dime que me quieres aunque sea la mitad de lo que yo te quiero a ti».
– Dime adiós -contestó fingiendo tranquilidad.
– No me gusta decir adiós -dijo Tim besándole la mano- y, menos, a ti.
– Bueno -dijo Natalia encogiéndose de hombros y tragando saliva-. Siempre supimos que llegaría el momento -sonrió.
– Exactamente -intervino Sally-. Ahora, podremos contratar a Josh, que cocina de maravilla -suspiró.
– Todos fuera -dijo Tim señalando la puerta.
– ¿Ahora que se estaba poniendo interesante? -protestó Pete.
– Vas a necesitar nuestra ayuda para convencerla para que se quede -apuntó Red.
Sally estuvo a punto de atragantarse con el burrito.
Natalia consiguió sonreír de nuevo.
– No digáis tonterías. Os mataría de hambre a todos.
– Fuera -repitió Tim-. Tú, no -añadió agarrando a Natalia de la mano.
Natalia no sabía si besarlo o pegarle una bofetada.
– ¿Y ahora? -dijo Tim-. ¿Te montas en un autobús y te vas?
Natalia lo miró fijamente.
– ¿No me has oído llamar por teléfono?
– Sí, pero quiero saber dónde te vas.
– ¿Por qué?
– ¿Por qué? Bueno, por si… eh… porque quizás…
– ¿Porqué, Tim?
A lo lejos, oyeron un ruido inconfundible.
– ¿Te tienen que traer algo en helicóptero? -le preguntó Natalia.
– No.
– ¿Amigos que tengan helicópteros?
– No.
– Entonces, vienen a buscarme -dijo saliendo de las cuadras.
Tim la siguió sintiendo pánico, miedo, frustración y un montón de cosas más, pero, sobre todo, pánico.
Se iba de verdad. Siempre había sabido que llegaría ese momento, pero no creía que le fuera a doler tanto.
Le dolía demasiado. Tanto que se tocó el corazón esperando que le estuviera sangrando. Menos mal que no era así.
Vio aterrizar un helicóptero con un escudo real en las puertas.
La señora Cerdo y Pickles estaban como locos ante el ruido. Su hermana estaba muda, algo muy raro.
– Soy Amelia Grundy -dijo una voz autoritaria-. Apártense -ordenó.
Tim se quedó con la boca abierta mirando a aquella mujer de pelo cano y penetrantes ojos azules que acababa de bajarse del helicóptero y estaba abrazando a su Natalia. La mujer sacó una sombrillita para protegerse del sol.
– ¿Cómo sabías dónde estaba? -le preguntó Natalia confundida.
– ¿Te he fallado alguna vez? -dijo Amelia poniéndose unas gafas de sol.
– Claro que no, pero…
– ¿Una semana en Estados Unidos y ya has olvidado los buenos modales? Nada de peros, ya sabes.
Natalia se mordió el labio inferior y sonrió.
– Me alegro mucho de verte, Amelia -dijo abrazándola de nuevo-. Mucho.
La mujer miró detrás de Natalia y vio a Tim, a quien dirigió una mirada poco amigable. Tim sintió como si lo hubieran clavado al suelo. Reunió fuerzas para echar los hombros hacia atrás y acercarse a ellas.
– Tim Banning -dijo estrechándole la mano-. Un amigo de Natalia.
Amelia frunció el ceño.
– ¿Se refiere usted a Su Alteza Real? Un poquito más de educación, jovencito. ¿No sabe usted cómo hay que hablar con un miembro de la familia real?
– Eh…
– Amelia -dijo Natalia apretándole la mano a su niñera-. En Texas, no hay familias reales. Vas a tener que perdonarlos.
– ¿Cómo dices? ¡Ay, querida, me parece que has estado demasiado tiempo con ellos!
Читать дальше