Jill Shalvis - Una princesa en apuros

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Una princesa en apuros: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Qué hacía una princesa en un rancho de Texas…?
Había ido de primera a tercera clase, le habían robado, después se había calado en mitad de una tormenta y finalmente había acabado perdida en un rancho lleno de animales aterradores… En resumen, la princesa Natalia Brunner había tenido días mejores que aquel. Si no hubiera sido por el oportuno rescate de aquel guapísimo cowboy, se habría dado por vencida. Pero, como en las viejas películas del oeste, el sexy Tim Banning iba a pedirle que se olvidara de la corona y se quedara por allí un tiempo…

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En ese momento, se abrió la puerta y entró Sally.

– ¿Qué demonios ha pasado aquí?

– Hemos tenido un pequeño accidente – contestó Natalia.

Sally miró a su alrededor y se fijó en ellos.

– Ya, ya, accidente.

Tim se incorporó y se frotó la nuca.

– No irás a empezar otra pelea de barro, ¿verdad?

– No, preferiría cargar la escopeta y darte un tiro de gracia para ahorrarte el sufrimiento -contestó acercándose a su hermano-. ¿Me quieres contar por qué estás cubierto de chocolate?

– No.

– Me he perdido una buena juerga, ¿eh? -dijo Sally probando el dulce-. Mmm…

– ¿Está bueno? -preguntó Natalia.

– No está mal -contestó Sally intentando no mostrarse amable.

La verdad era que, desde la pelea, su actitud hacía Natalia había cambiado aunque no quisiera reconocerlo. Moriría antes de admitirlo, pero incluso le caía bien.

Natalia negó con la cabeza.

– Mentirosa.

– Eh, que he dicho que no está mal.

– Está perfecto.

– Deja de comportarte como si fueras una princesa.

– Es que lo soy.

– Lo que tú digas -dijo Sally poniendo los ojos en blanco y tomando un poco más.

– ¿Por qué te lo sigues comiendo si solo está pasable?

– Bueno… puede que esté bueno, sí.

– Claro que está bueno.

– Desde luego, está mejor que las chocolatinas de Seth.

Tim se apresuró a ponerse en pie. No quería tener que explicarle a Natalia que los estaba matando de hambre y por eso recurrían a las chocolatinas de Seth. No era el momento ahora que había conseguido que no siguiera enfadada con ella.

– Sally…

– ¿Qué es eso de las chocolatinas de Seth?

– Sí -contestó Sally-. Si haces este chocolate, puede que no tenga que seguir comiendo chocolatinas y comida basura como llevo haciendo una semana.

«Maldita sea», pensó Tim girándose hacia Natalia.

– Nat…

– ¿Qué me estás diciendo?

– Eh… nada, ¿verdad, Tim?

Tim sintió deseos de estrangular a su hermana. No quería mentir, pero, ¿cómo iba a decir la verdad sin herir a Natalia?

– ¿Tim? -dijo ella mirándolo fijamente.

– ¿No oís a Jake? Creo que me está llamando.

– ¿Y yo soy la loca? -dijo Natalia.

– Sí -contestó Sally agarrando a su hermano de la mano y llevándoselo hacia la puerta-. No te acerques. Es contagioso.

Natalia se encontró mirando a Tim constantemente y, aunque no tenía pruebas, estaba convencida de que él también la miraba.

No había vuelto a intentar nada y Natalia se lo agradecía. Estaba decidida a resistir el deseo de abalanzarse sobre él y a disfrutar de su estancia en el rancho. Lo que más le gustaba era cocinar.

Para su sorpresa, al cabo de un rato, Sally había vuelto y, sin mediar palabra, la había ayudado a limpiar la cocina.

Por si fuera poco, le había preguntado por su vida y por su familia. Natalia le había hablado de su padre, el rey, y de sus hermanas y Sally no se había reído.

Natalia estaba ahora sentada en el balancín del porche mirando a Tim, que estaba dando de comer a sus mascotas a la luz de la luna. Había tenido un día muy largo, pero seguía trabajando. Natalia sospechaba que debía de estar agotado. Sin pensarlo, se acercó al vallado.

– No hace falta que les des de comer -le dijo sonriendo.

– Están muertos de hambre, los pobres -contestó Tim.

– No -dijo Natalia encogiéndose de hombros -. Parecían hambrientos, así que…

– ¿Así que qué, princesa?

– Mi tratamiento es Su Alteza Real, si no te importa.

Tim sonrió.

– No cambies de tema. ¿Qué has hecho?

– Lo sabes perfectamente. Les he dado de comer -contestó-. Cuando no estabas mirando, claro.

– ¿Porqué?

– Porque están ahí, porque…

«Porque, no sé cómo, se me ha quitado el miedo».

Madre mía, lo que le iba a doler irse de allí.

Tal vez haría mejor en irse inmediatamente y no prolongar la agonía. Tenía dinero para un billete de autobús. Solo tendría que llamar a Amelia y estaría fuera de allí en menos de una hora.

Pero había algo que se lo impedía. Texas, el estado en el que todo se hacía a lo grande, se le había colado en el corazón. Y también algunos de sus habitantes, duros por fuera y dulces por dentro. Incluso Sally, a la que jamás olvidaría.

Y, sobre todo, Timothy Banning, que la estaba mirando con deseo.

Capítulo 10

– ¿QUÉ miras? -susurró Natalia.

– A ti -contestó Tim.

Natalia dio un paso atrás. Tim sonrió. Sabía que Natalia no quería sentir nada por él porque a él le pasaba lo mismo con ella. Ninguno parecía haberlo conseguido porque aquello… aquella cosa había sido más fuerte que ellos.

– Para -dijo Natalia con decisión. Tim comprendió que estaba asustada y la entendía.

Él nunca había sentido por otra mujer lo que sentía por ella. Nunca se había tenido que preocupar por olvidar a una mujer porque siempre se habían olvidado ellas de él.

No parecía que Natalia quisiera hacerlo.

La situación era de lo más excitante. Aquella mujer era de lo más excitante.

– Sigues mirándome -lo acusó.

– Sí -sonrió Tim-. Es porque eres guapísima. Ya sé que no es muy original y que, probablemente, te lo habrán dicho un millón de veces, pero… -se interrumpió al ver que se le habían empañado los ojos-… ¿Natalia?

– No -dijo dando otro paso atrás.

No había contado con la presencia de Pickles, que estaba justo detrás, y la cabra emitió un agudo sonido de dolor cuando la pisó.

– ¡Perdón! -exclamó Natalia girándose y acariciando al animal.

De paso, aprovechó para secarse unas cuantas lágrimas que le resbalaban por las mejillas.

– Silencio, Pickles -dijo Tim acercándose a Natalia-. Háblame -le pidió.

– Tu caballo te está intentando robar -le dijo ella entre el griterío de los animales.

Efectivamente, Misty estaba olfateándole el bolsillo en busca de algo dulce. El lío que habían armado entre los tres hacía imposible hablar.

– Vámonos -dijo Tim.

Natalia se había tapado los oídos.

– ¿Qué?

– He dicho que… Oh, por Dios -dijo Tim agarrándola de la mano y sacándola del vallado.

En lugar de ir hacia la casa, la llevó hacia las cuadras, pero no entraron. La condujo a una pequeña ladera que había detrás en la que pudieron sentarse en paz y observar sus tierras.

Estaba oscuro, pero la luna iluminaba suficiente. Además, había un millón de estrellas. Se sentaron tan juntos que se rozaban el brazo el uno al otro. Tim la agarró de la cintura y la apretó contra sí.

– Así mucho mejor -dijo mirándola a los ojos-. ¿Quieres irte? ¿Es eso? ¿Echas de menos tu casa? ¿Te está haciendo la vida imposible mi hermana? ¿Qué te pasa?

– ¿De verdad… te parezco guapa?

Tenía los ojos rojos y el pelo por la cara, en la que lucía una mancha de barro. Probablemente, de los animales, esas criaturas que decía que le daban miedo y a las que daba de comer siempre que podía. Tim sintió que se le encogía el corazón.

– Realmente lo eres.

– ¿Como mujer?

– Sí -contestó Tim-. Claro que supongo que te lo habrán dicho muchas veces.

– Solo como princesa y no te creas que tantas, la verdad -sonrió-. Es la primera vez que me lo dicen como mujer.

Tim había olvidado prácticamente lo del tema de la princesa.

– Por eso estoy aquí, porque quería ver cómo era ser una mujer independiente -le explicó-. Nada más y nada menos y… -tomó aire-… me gustaría que supieras que no me lo había pasado mejor en mi vida.

Tim pensó en lo mucho que se había esforzado, en todo lo que le había soportado a Sally, se dio cuenta de lo mucho que le debía de haber costado llevar aquella vida. Tenía suficiente dinero para irse y no se había ido.

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