Jill Shalvis - Una princesa en apuros

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Una princesa en apuros: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Qué hacía una princesa en un rancho de Texas…?
Había ido de primera a tercera clase, le habían robado, después se había calado en mitad de una tormenta y finalmente había acabado perdida en un rancho lleno de animales aterradores… En resumen, la princesa Natalia Brunner había tenido días mejores que aquel. Si no hubiera sido por el oportuno rescate de aquel guapísimo cowboy, se habría dado por vencida. Pero, como en las viejas películas del oeste, el sexy Tim Banning iba a pedirle que se olvidara de la corona y se quedara por allí un tiempo…

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– Bien -sonrió Sally-. Entonces, ¿hacemos las paces?

– Claro. ¿Por qué no? -dijo Natalia encogiéndose de hombros y dejando la manguera-. Al fin y al cabo, todos sabemos que te puedo, ¿no?

Sally la miró con los ojos entornados.

– Es broma.

– No me caes bien, ¿sabes? -dijo Sally sonriendo.

– Me alegro porque tú a mí, tampoco -contestó Natalia.

Sally asintió y se alejó.

Natalia siguió limpiándose mientras se preguntaba cómo había dejado que todo aquello la afectara tanto. ¿Había olvidado que le quedaba poco tiempo allí? Si quisiera, podría llamar por teléfono y acabar con esa situación inmediatamente.

Se le encogió el corazón.

– Perfecto -se dijo-. Así que me he enamorado de este lugar…

¿Por qué sería?

Al girarse, vio a Tim mirándola con la sonrisa burlona.

– ¿Qué os ha pasado?

– Eh… Bueno, Sally y yo teníamos unos asuntillos pendientes -contestó Natalia.

– ¿Unos asuntillos?

Natalia se echó agua en el pecho y los brazos.

– No te preocupes. No creo que se repita -le aseguró.

Tim observó su cuerpo mojado.

– Mi hermana es un poco difícil. Lo siento.

– No pasa nada -sonrió-. No es la primera vez que me ves mojada, ¿eh?

– ¿Ah, no? -dijo Tim.

De repente, Natalia se dio cuenta de que lo que acababa de decir podía tener un segundo significado mucho más sexual del que había pretendido. A juzgar por la mirada de Tim, así lo había entendido él.

Se acercó a ella y Natalia dio un paso atrás.

– No te acerques.

– De acuerdo -dijo él levantando las manos.

– Bien y deja de mirarme así.

– ¿Cómo?

– Lo sabes perfectamente. Me haces perder la cabeza… como antes y, para colmo, no me paras.

– Eso ha sido porque tenía las facultades mentales perturbadas -contestó Tim-. Deja de apuntarme con la manguera, por favor.

– ¿Y ahora has recobrado la cordura? – preguntó Natalia sin bajar la manguera.

– Claro -contestó mirándola de arriba abajo. Sí, era cierto, estaba calada-. Estás muy bien mojada y sucia, Natalia.

– Me parece que vas a tener que ir al oftalmólogo.

– Tengo los ojos perfectamente, gracias.

Natalia lo miró y se dio cuenta de que ya no se la estaba comiendo con la mirada. La estaba mirando a los ojos y estaba claro que le estaba gustando lo que estaba viendo. A Natalia la mujer, no la princesa.

Su sueño hecho realidad.

Entonces, ¿por qué dio otro paso atrás? Descubrió con sorpresa que lo que realmente quería era que le gustara la mujer y la princesa.

– Me voy a duchar y a cambiar -anunció.

Tim dio un paso al frente.

– A mí también me vendría bien una ducha.

¿Por qué la miraba con tanto deseo, por todos los cielos?

– No hay problema -contestó volviendo a levantar la manguera.

– No te atreverás…

No la conocía, claro. De lo contrario, jamás la habría desafiado. La adolescente que llevaba dentro luchó con la mujer que era, que quería ser, que quería atención y amor.

No podía ser, claro. Dentro de ella también había una princesa.

Era un ser humano tan complicado como cualquier otro y quería que Timothy Banning, el hombre al que deseaba, lo viera.

Lo miró y se dio cuenta de que la estaba mirando de nuevo con deseo.

Era como si la quisiera devorar allí mismo.

Natalia se estremeció de gusto.

– Natalia, deja la manguera.

– No puedo, Tim -contestó preguntándose qué pinta tendría empapado de pies a cabeza. Seguro que impresionante.

– ¿Por qué?

– Porque resulta que sigo un poco enfadada -mintió.

Lo que realmente le sucedía era que estaba excitada y era culpa de Tim. Sí, era culpa de Tim, así que…

– Natalia…

– Lo siento -dijo mojándolo entero.

Pero la broma se le volvió en contra porque al ver cómo le caía el líquido por el cuerpo, cómo hacía que se le pegaran los vaqueros al cuerpo, lo único que consiguió fue que la boca se le hiciera agua.

Maldición. Todas las hormonas de nuevo revolucionadas.

A la mañana siguiente, Tim todavía seguía pensando en aquel momento. Estaba a varios kilómetros de casa y ya necesitaba ducharse.

Necesitaba una buena ducha fría.

Hacía un día caluroso, pero no era por eso. No era porque acababa de encontrar una valla rota o porque se hubieran escapado unas cuantas reses.

No, era por la cocinera, por aquella mujer a la que había contratado para ayudarlo y que lo había sorprendido tanto que no podía dejar de pensar en ella.

Le gustaba todo de Natalia… hasta cómo comía. Sí, verla disfrutar de su comida había resultado ser una experiencia mística. Aunque no estaba de acuerdo con ella en lo que era una buena comida, pero eso era harina de otro costal.

Lo hacía sonreír continuamente. No recordaba la última vez que había besado a una mujer riéndose, como con ella.

Era increíble cómo lo miraba, como si para ella fuera el hombre más maravilloso sobre la faz de la tierra. ¿Por qué lo tenía que mirar así? ¿No se daba cuenta de que le hacía desear cosas que no podía tener?

Se iba a ir. Podía ser aquel mismo día. Desde luego, como muy tarde, al día siguiente. Le había ido pagando a diario y cada mañana pensaba nada más despertarse que, tal vez, ya se habría dio. Sin embargo, seguía allí.

Cocinando.

La comida era terrible, la verdad, pero sabía que la iba a echar de menos.

Al darse cuenta, sin pensarlo mucho, volvió a casa con una sola idea en la cabeza: verla.

La casa estaba en silencio. Demasiado. Maldición. Se había ido. Seguro.

Entonces, oyó un ruido que llegaba de la cocina. Era como un horrible grito. Horror. Alguien se había hecho daño.

Entró corriendo en la cocina y vio que se trataba de Natalia.

Pero no estaba herida, no… ¡Estaba cantando!

Estaba de espaldas a él y no lo había visto. Tenía los auriculares puestos y de su boca salían unos gritos espantosos.

Tim se apoyó en la pared y sonrió. Sin saberse observada, Natalia siguió cantando y bailando. Menos mal que bailaba un poco mejor de lo que cantaba…

En un momento dado, levantó el índice al cielo, en plan «Fiebre del sábado noche» y Tim ya no pudo aguantar más la risa.

Natalia gritó y se dio la vuelta quitándose los auriculares. Tenía la cara y el pecho manchados de chocolate.

– Casi me matas del susto -le reprochó poniéndose la mano en el corazón.

– Sigue, sigue -la animó Tim sonriendo-. Por mí no pares. Sigue bailando para mí un poco más.

– No estaba bailando para ti. ¿Sabes una cosa? Me deberías subir el sueldo por espiarme mientras trabajo.

– ¿Ah, sí? -dijo Tim intentando no dar importancia a aquel gesto que estaba haciendo con la lengua para intentar limpiarse el chocolate de alrededor de la boca.

Por favor, por favor, que lo volviera a hacer.

Natalia le estaba hablando, pero él, que era hombre y débil, por cierto, ya no podía ni oír ni pensar ni nada.

Natalia lo miró divertida.

– ¿Todos los hombres son tan fáciles como tú?

Tim la siguió como un cachorro sin poder apartar la vista de ella.

– ¿Cómo?

Natalia introdujo un dedo en el chocolate, se lo metió en la boca, cerró los ojos y gimió.

Tim gimió también.

– ¿Ves? -dijo ella abriendo los ojos-. Fácil.

– Sí -carraspeó Tim.

– Te quería dar una sorpresa.

Tim se quedó de piedra. ¿Una sorpresa porque se iba?

– Quería preguntarte una cosa… ¿Dónde irás después de la boda?

– Vaya, vaya, así que crees lo que te digo, ¿eh? ¿Crees que tengo una boda en Nuevo México? Entonces, ¿también crees que soy una princesa? ¿Desde cuándo?

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