Jessica Steele - Cuestión de principios

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Carlyle Hetherington era un hombre de negocios que estaba acostumbrado a tomar decisiones rápidas.
Y no perdió mucho tiempo en sacar sus propias conclusiones acerca de Kelsa. Esta, nunca había conocido a un hombre tan arrogante y hostil como el. ¿Cómo se atrevía este a asumir que ella era el tipo de chica que estaría dispuesta a progresar, convirtiéndose el la amante del presidente de la compañía, en este caso, el padre de Carlyle?

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– Yo… -trató de negarse, pero al ver a Nadine mirándola sin esperar ninguna oposición, Kelsa no pudo pensar en ninguna excusa aceptable… no sin tener que confesarle a Nadine las sospechas de Lyle Hetherington. Y, de algún modo, hablar acerca de la sospecha de que ella tenía una aventura amorosa con su padre, parecería un insulto a su memoria-. ¿A qué hora será? -preguntó.

Kelsa sé puso un traje gris al día siguiente y, con la ayuda de una buena persona que pasaba, logró arrancar el coche. Caminó del taller a la oficina, después que le advirtieron que su auto no iba a estar listo ese mismo día; pero estaba más preocupada por su presencia en el funeral del señor Hetherington, que por el problema de su automóvil.

Afortunadamente, tuvieron mucho trabajo esa mañana, y no tuvo tiempo para seguir pensando en el asunto; pero cuando, más tarde, se dirigieron al funeral en el coche de Nadine, Kelsa empezó a sentirse nuevamente partida en dos. Le parecía importante ir a presentarle los últimos respetos a su jefe, pero, al mismo tiempo, no quería ofender a nadie, especialmente a Lyle Hetherington, que había querido mucho a su padre y que no tomaría muy bien su presencia ahí.

De pronto se le ocurrió que él probablemente ni siquiera la notaría; estaría muy preocupado. Además, habiendo sido Garwood Hetherington una figura tan conocida, ella tal vez se perdería entre la muchedumbre que iría a presentar sus últimos respetos.

El funeral transcurrió con normalidad y Kelsa, con el corazón lleno de tristeza, vio a Lyle, alto y erguido, escoltando a una mujer de aspecto aristocrático, de unos sesenta años.

Pero estaba muy equivocada si pensó que él no la notaría, pues, una vez que terminó el servicio religioso, la descubrió. Con una expresión tensa y con la mujer aristocrática de su brazo, él caminó por el pasillo de la iglesia y cuando llegaron al nivel de Kelsa, Lyle Hetherington movió levemente la cabeza hacia ella y le lanzó una mirada fulminante que le penetró hasta los huesos. Entonces supo que no le pedirían que trabajara los tres meses de su aviso de renuncia.

Tanto Nadine como ella estaban de un humor solemne en el camino de regreso a la oficina; pero una vez ahí, Kelsa observó que Nadine, habiendo trabajado tantos años para Garwood Hetherington, estaba a punto de un colapso nervioso.

– ¿Por qué no te vas a tu casa?-sugirió Kelsa con gentileza.

– Siento que ahora tengo una reacción atrasada -confesó Nadine-, pero tengo demasiado trabajo…

– Vete a tu casa -insistió Kelsa-. Yo me encargaré de todo aquí.

– Yo…

– Te lo prometo -sonrió Kelsa.

– ¿Estás segura?

– Claro que sí.

Eran las siete y Kelsa todavía estaba en la oficina, pero había avisado a seguridad que iba a trabajar hasta tarde. Por eso cuando a las siete y diez oyó que se abrió la puerta y que alguien entró, pensó que era un empleado de seguridad que venía a verificar si ella continuaba allí.

Alzó la vista, con un comentario amable en los labios, pero se quedó petrificada antes de pronunciarlo, porque el hombre alto, de traje oscuro y ojos grises que la miraba con frialdad, definitivamente no era de seguridad. No; por lo visto, él esperaba que ella dijera algo.

– ¡Muy dedicada a su trabajo! ¿Eh? -comentó él mordazmente y Kelsa adivinó que, si él estaba dolido por dentro, había encontrado justo a la persona con quien desquitarse.

– Sólo poniéndome al corriente en algunas cosas -repuso ella lo más tranquila que pudo.

– ¡Pero su coche no está en el estacionamiento! -recalcó él.

– Tiene la costumbre de portarse mal… Está en el taller por el momento -informó ella. No había reparado en que él conocía su coche, pero ya estaba empezando a perder su calma y advertía, por su agresividad, que estaba decidido a molestarla, como lo iba a comprobar.

– Yo pensaría, por la forma en que usted se conduce -la barrió con una mirada ofensiva-, que ya tendría un coche que no acostumbrara portarse mal.

Ante ese insulto deliberado, Kelsa no pudo contenerse más. Tomó su bolso y se puso de pie. Trató de dominar su ira, pero sin mucho éxito.

– Puede guardarse sus sarcasmos y sus burlas -reclamó-. ¡Yo me voy!

– Yo no la voy a detener -espetó él, haciéndose a un lado-. Aunque dudo que pase mucho, tiempo antes que otro hombre la detenga -agregó.

Kelsa estuvo a punto de decirle que no fuera tan repulsivo, pero tenía la idea de que eso ya se lo había dicho. Y se tragó su furia al recordar que Lyle debería estar sufriendo.

– Pues no sólo me voy en este momento, sino que, para su mayor información, también de Hetheringtons -dijo. No se le escapó la mirada alerta de sus ojos y, aunque no encontró nada insultante que decirle en respuesta, sí hubo burla en el tono de su voz.

– ¿De veras?

– ¡Entregué mi renuncia anticipada de tres meses, el jueves! -replicó ella y vio que los inteligentes ojos grises reflexionaban sobre eso.

Sin embargo, un instante después, estaba de regreso su agresividad en pleno.

– Y ahora, ¿a qué demonios pretende jugar? -preguntó él, furioso, y eso la molestó.

– ¡Un juego que usted, con su maliciosa y suspicaz mente, no reconocería, desde luego! -y trató de salir, pero él se acercó haciéndola retroceder un paso. Descubrió que él era mucho más astuto de lo que ella imaginaba. En cuestión de segundos, encontró una respuesta.

– ¿Por orgullo? -preguntó-. ¡No me venga con eso! -exclamó furioso entre dientes-. Si tuviera algo de orgullo, nunca se habría acostado con un hombre que pudo ser su abuelo…

– ¡Ya deje eso! -gritó Kelsa, tan furiosa con esas viles insinuaciones, que estalló y, sin importarle nada, exclamó-: Para su información, ¡la única persona con la que he dormido soy yo misma ! -”a ver qué le parece eso”, pensó, con los brillantes ojos azules llameando.

– ¡Es una virgen! -se burló él.

Kelsa ya lo había abofeteado una vez y ahora estuvo a punto de volver a hacerlo.

– ¡Me voy a casa! -le gritó y se dirigió hacia la puerta.

– ¿Quiere que la lleve? -se burló él antes que ella saliera, y Kelsa se volvió.

– ¿Con usted? -preguntó con desprecio-. ¡Prefiero irme arrastrando!

– Espero estar ahí para verlo -replicó él con hielo en la voz, mientras captaba la ira temblorosa de Kelsa.

Ella se volvió y se fue, colérica. Sin embargo, para cuando llegó a su apartamento, se sentía lo suficientemente calmada, como para darse cuenta de que todavía tenía un empleo al cual ir al día siguiente… porque Lyle Hetherington no la había despedido, ¿o sí?

Capítulo 4

En la mañana, Kelsa se sintió avergonzada de haber permitido que Lyle Hetherington la presionara hasta enfadarla. Eso era tan poco característico de ella, pero tenía que reconocer que sus reacciones hacia él eran muy diferentes de las que tenía hacia cualquier otra persona… y eso era desde el primer instante en que lo conoció.

Cuando iba a la oficina en el autobús, sentía el arrepentimiento de haberse molestado con él. Era obvio que el día anterior… el día del funeral de su padre fue muy malo para él emocionalmente. Y ella se comportó muy ofensiva. ¿Cómo pudo hacerlo?

Pero él no estuvo muy amable con ella; se reanimó al bajar del autobús y se dirigió a su oficina, de mal humor.

– Buenos días, Nadine -la saludó al entrar y vio que, al parecer, Nadine llegó temprano para recuperar el tiempo perdido el día anterior.

– Buenos días, Kelsa -le sonrió Nadine-. Gracias por permanecer en mi puesto ayer en la tarde. ¿Algún problema?

Kelsa deseó poder compartir su problema con Nadine, quien con su experiencia en los negocios, probablemente lo solucionaría fácilmente.

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