Jessica Steele - Cuestión de principios

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Carlyle Hetherington era un hombre de negocios que estaba acostumbrado a tomar decisiones rápidas.
Y no perdió mucho tiempo en sacar sus propias conclusiones acerca de Kelsa. Esta, nunca había conocido a un hombre tan arrogante y hostil como el. ¿Cómo se atrevía este a asumir que ella era el tipo de chica que estaría dispuesta a progresar, convirtiéndose el la amante del presidente de la compañía, en este caso, el padre de Carlyle?

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Más tarde, trató de telefonear a Nadine, pero le dijeron que la señora Anderson no se encontraba ahí. No le sorprendió que Nadine estuviera demasiado alterada como para trabajar y se fuera a su casa.

En la mañana, Kelsa trató de acostumbrarse a la idea de la muerte de su jefe, aunque sentía que fue más que un patrón. Tenía calor humano para aquellos que trabajaban para él, una permanente cortesía…

Estaba en el autobús, camino a la oficina, pensando en que el trabajo ya no sería lo mismo sin él, cuando de pronto, se dio cuenta de que po necesitaba preocuparse por eso. Recordó lo que le dijo fríamente Lyle Hetherington: que ella no tendría ese empleo mucho tiempo si de él dependía, y era seguro que él sería el presidente de la compañía ahora. Entonces, Kelsa supo con certeza, que una de sus primeras acciones al tomar cargo de su puesto, sería despedirla. Muy pronto, ella no tendría empleo.

Se bajó del autobús y en los cinco minutos del trayecto a la oficina, tuvo una silenciosa lucha entre lo mucho que disfrutaba de su trabajo, lo cual la impulsaría a tratar de quedarse ahí, y su orgullo, que insistía en no darle oportunidad a Hetherington de decirle: “¡Fuera!”

Ganó el orgullo, como Kelsa sabía que sucedería. Se iría voluntariamente, con la cabeza en alto, antes que la empujaran. Pero al principio, cuando ella y Nadine se encontraron en la oficina, estuvieron sentadas discutiendo los tristes sucesos del día anterior. Tal vez debido al choque emocional que ambas habían recibido, estaban más comunicativas que de costumbre.

– No hay duda de que Lyle será el presidente ahora -comentó Nadine.

– He estado pensando en eso -confesó Kelsa- y me parece que, mientras tú vas a estar muy requerida por tu experiencia y conocimiento en el manejo de esta oficina, Lyle Hetherington probablemente querrá que trabajes en pareja con su asistente particular, lo cual significa que yo estaré de sobra aquí -y, mientras Nadine parpadeaba de asombro, Kelsa continuó rápidamente-. He decidido renunciar.

Durante un buen rato, discutieron ese asunto; Nadine le informó que Lyle Hetherington tenía la reputación de ser muy trabajador, y que Ottilie Miller le confió un día, que le encantaban los viajes de su jefe al extranjero, pues le daban oportunidad de ponerse al corriente en el trabajo.

– Es muy probable que haya el mismo lugar para ti aquí -le aseguró Nadine-, especialmente cuando es seguro que el señor Hetherington le haya dejado todas sus acciones de la compañía a Lyle y…

– ¿A su esposa no? -preguntó Kelsa, sorprendida.

– Um… -Nadine titubeó, pero luego, al estar segura de que Kelsa sabía guardar una confidencia, aclaró-: De hecho, la señora Hetherington más bien le tiene resentimiento a la compañía.

– ¿Resentimiento?

– Resiente el tiempo que le dedica el señor Hetherington… le dedicaba -rectificó Nadine-, pero, además de no tener ningún interés en la compañía, ella tiene bastante dinero propio, así que no necesita más y estoy segura de que no agradecería en lo absoluto las acciones que le dejara el señor Hetherington.

– Qué lástima -comentó Kelsa y ante la mirada interrogadora de Nadine, aclaró-: Dije “qué lástima”, porque el señor Hetherington trabajaba tanto, que es una pena que su esposa no estuviera interesada en sus logros.

– Bueno, sí estaba interesada al principio -prosiguió Nadine-. Le prestaba grandes cantidades de dinero de vez en cuando, que ya están pagadas, desde luego, pero… como sabes, he estado con el señor Hetherington durante diecisiete años… cuando Lyle, contra la voluntad de su madre, entró a la compañía, después de terminar la universidad, y comenzó a dedicarle al negocio tanto tiempo como su padre; la señora juró que no volvería a tener nada que ver con la compañía; siquiera visitarla.

– Ah, es por eso que la señora Hetherington se sentiría ofendida, si su esposo le dejara algo que tuviera que ver con la compañía.

– Exactamente; aunque ahora que Lyle agregará las acciones de su padre a las suyas, el Consejo no tendrá ninguna defensa cuando se discutan los planes que tiene Lyle de diversificación.

– ¿Qué quieres decir?

– Diversificación quiere decir expansión.

– ¿Acaso la compañía de Hetherington no es lo bastante grande ahora?

– En este mundo de competencia despiadada entre empresas, uno tiene que diversificarse para sobrevivir, explotar toda la capacidad posible. Así que -Nadine sonrió-, no puedes irte. Si Lyle va a proseguir con los grandes planes de expansión… y no habrá quien lo detenga ahora que su padre le dejó todo… Hetherington necesitará más personal en todas las áreas, no perderlo.

Kelsa casi estuvo convencida con ese argumento, pero posteriormente tuvo la seguridad de que había un miembro de su personal, la asistente de su secretaria particular, de quien Lyle Hetherington se apresuraría a deshacerse.

– Lo lamento, Nadine -se disculpó en voz baja-, pero sí quiero irme.

Nadine examinó la seria expresión de Kelsa y tal vez adivinó que, aunque le daba tristeza hacerlo, estaba decidida a renunciar.

– Yo no haría nada apresurado -aconsejó y minó la determinación de Kelsa al agregar-: Sé que el señor Hetherington planeaba agregar una cláusula en tu contrato de “dar aviso de renuncia o despedida con tres meses de anticipación” -y como Kelsa pensaba dejar el trabajo al día siguiente, Nadine continuó-: En recuerdo del señor Hetherington, ¿qué te parece si te quedas los tres meses para ayudarme con el trabajo que significaría un período de cambio?

– ¡Oh, Nadine! -exclamó Kelsa, sabiendo que haría cualquier cosa en recuerdo del fabuloso hombre que había sido Garwood Hetherington… si la dejaban.

– Puedes entregar tu renuncia hoy, si quieres -la instó Nadine, como para mejorar la sugerencia, y Kelsa se rindió.

– Muy bien -convino y sabía que era un síntoma de debilidad suya, cuando escribió a máquina su aviso de renuncia y lo entregó. Supuso que Nadine pensaba que tal vez cambiaría de opinión en esos tres meses.

Kelsa no vio a Lyle Hetherington en la oficina ese día, ni al siguiente. Se fue a su casa en la noche, después de rechazar una invitación a cenar que le hizo un joven ejecutivo de compras. Cenó sola y decidió no ir a Drifton Edge ese fin de semana, que fue uno de los más tristes desde que sus padres murieron.

El lunes despertó con el mismo humor triste y, para aumentar su depresión, encontró que su coche no arrancaba. Nuevamente recurrió al transporte público y telefoneó al taller automotriz en cuanto llegó a la oficina. El gerente del taller le explicó en su complicado estilo, cómo arrancar el coche y le sugirió que tratara de llevarlo al taller al día siguiente.

– Lo veré mañana -confirmó Kelsa, cruzando los dedos para que en caso de poder arrancar el motor de su coche el día siguiente, pudiera llegar con él al taller.

Todavía tenía el teléfono en la mano, cuando entró el señor Ford, con quien Nadine había hablado varias veces desde el Jueves.

– Buenos días -las saludó y cruzó unas palabras con Nadine. Luego con ésta siguiéndolo, entró a la que fue la oficina del señor Hetherington.

Media hora después, Nadine salió sola y reveló que Lyle había pedido que Ramsey Ford, manejara la oficina temporalmente.

– Mientras tanto -continuó Nadine-, el señor Ford, sabiendo que de todos modos querríamos ir, nos pidió que tú y yo fuéramos al funeral del señor Hetherington, mañana.

Eso partió en dos a Kelsa. Debido a su profundo respeto y afecto por el señor Hetherington, sí quería ir al funeral; pero, sabiendo que Lyle la odiaría más si iba, sentía que no debía hacerlo.

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