Jennifer Greene - Ola de Calor

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Para Mick, era perfecta: inteligente, atractiva, apasionada. Desde el momento en que entró en su vida, sólo tuvo ojos para ella. Kat era un mujer preparada para el amor, pero había una parte de ella que no podía alcanzar…
El conocer a Mick era lo más maravillosos que le hubiera sucedido. Pero comprendía que las mujeres como ella no podían pensar en el matrimonio. Y a pesar de que lo amaba, Kat sabía que cuando le dijera la verdad, lo perdería para siempre.

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– Es evidente que te has formado de mí una opinión deplorable como padre. Pero, ¿podrías esperar hasta que hayas entrado en mi casa para juzgarme? Sólo unos minutos. No tardaré mucho en demostrarte que, quizá, hay otra versión de las cosas.

Capítulo 2

Mick tuvo que convencerla para que entrara en su casa. Sabía que Kat no quería entrar. Tampoco tenía por costumbre dar explicaciones o defenderse delante de nadie, pero eso era diferente. La idea de que alguien pudiera creer que él descuidaba a sus hijas era un golpe bajo. Tenía que desmentirlo.

La cocina estaba en penumbra. Mick encendió la luz y de inmediato se dirigió a la nevera.

– No quisiera ensuciarte el suelo, Mick. Tengo los pies llenos de barro.

– No será la primera vez que el suelo se ensucia un poco. Además, tenemos un ama de llaves que se encarga de limpiar.

Oír eso desconcertó a Kat.

– ¿Un ama de llaves? Pero las chicas dijeron que…

– Quizá ama de llaves no sea la palabra adecuada. Hay una mujer que viene aquí tres veces a la semana para encargarse de limpiar la casa y lavar la ropa.

– Pero Angie dijo…

– Sí, ya sé lo que Angie te dijo. ¿Te gustaría echar un vistazo aquí dentro?

Ella avanzó de puntillas para ver lo que había en la nevera. Los estantes estaban llenos de comida: fruta fresca, leche, mantequilla, carne, quesos, verduras…

– Yo… -Kat se rascó la nuca y luego se incorporó. Se había ruborizado-. Parece que… las chicas no se están muriendo de hambre, después de todo.

– Espero que no. No te imaginas el dinero que me gasto en comida.

– No me lo digas -dijo Kat con voz débil-. Noel no tiene que hacer todas las compras de la familia.

– Es la que compra mejor en casa, claro, siempre que se trate de ropa y la pague con mi tarjeta de crédito.

Kat tragó saliva.

– Mick, lo siento, pensé que…

– ¿Puedes venir aquí, por favor? -cerró la nevera, abrió la puerta del cuarto donde guardaba los trastos de la limpieza y se volvió hacia su visitante-. ¿Quieres echar un vistazo aquí dentro?

Con la paciencia de alguien que le sigue la corriente a un loco, Kat se asomó para mirar el cuarto. Por un instante, estuvo tan cerca de Mick que él pudo oler su perfume y el aroma de su pelo. El pulso se le aceleró, lo que lo desconcertó.

Mick bajó del estante superior una caja de cartón de la cual sacó una bolsa grande de papas fritas, varias barras de chocolate y otras golosinas.

– Angie la cambia de sitio todas las semanas -dijo Mick con naturalidad-. Desde que prohibí que se comieran porquerías en esta casa, se dedica a esconderlas. No te puedes ni imaginar lo que encontré el otoño pasado en mi sombrero de pesca en el armario del vestíbulo.

– Dímelo.

– Caramelos, bombones y chocolates que debían de llevar allí unos seis meses. ¿Tienes idea del efecto del calor en el chocolate?

Kat no se rió abiertamente, pero él la oyó reírse por lo bajo… y luego vio que sonreía de forma suave, tímida y muy femenina. Otra vez sintió que se le aceleraban los latidos de su corazón.

Mick la invitó a sentarse en una silla de la cocina y luego sacó una cerveza de la nevera. Le preguntó si ella quería una. Ella negó con la cabeza, pero al final accedió.

Antes que pudiera volver a cambiar de idea, Mick le puso delante una botella de cerveza, luego sacó otra para él, aunque tenía tan pocas ganas de beber como la joven. Quitarle la tapa le daba algo que hacer y al mismo tiempo le permitía controlar el extraño nerviosismo que había hecho presa de él de repente.

Kathryn lo desconcertaba, siempre lo había desconcertado. Con excepción de June, Mick nunca había sabido cómo comportarse con las mujeres. Pero Kat en particular lo hacía sentirse confuso, torpe y amedrentado.

Nunca sabía qué pensar de ella. Llevaba ropa de encaje y sombreros anticuados, pero también andaba por la calle en un auto deportivo. Llevaba un bolso tan grande como para meter dentro una ametralladora, y sin embargo sus hijas le habían contado que tenía en el salón un caballito de tiovivo. Parecía una camelia frágil, delicada, aunque tres años antes él la había visto arreglar su tejado sola, teja por teja. Y de forma eficiente.

No sólo era eficiente, sino una mujer de negocios competente. Había dedicado los últimos cinco años a levantar un negocio de restauración. Mick sentía respeto y admiración por lo que su vecina había logrado, pero nunca había podido decírselo. Para ser sincero, ella lo intimidaba.

Su pelo, por ejemplo. Era de color rojo canela. Cuando se lo soltaba, le llegaba hasta la espalda. Además cambiaba de peinado con frecuencia. ¿Cómo podía un hombre saber cómo era ella en realidad? Un día parecía una solterona, y al día siguiente una vampiresa.

Pero todo el tiempo era una mujer muy atractiva y deseable, lo cual, confundía todavía más a Mick.

Kat era baja, pero incluso con unos vaqueros viejos y una blusa holgada, resultaba explosiva. Sus ojos color castaño claro estaban llenos de vida y humor, inteligencia y pasión. Siempre se movía con ligereza, y con gracia. Quizá no era una belleza clásica, pero su abundante pelo rojizo, sus delicadas facciones y su precioso cutis de marfil llamarían la atención de cualquier hombre.

Pero era esa misma femineidad lo que desconcertaba a Mick, porque nunca la había visto con nadie. Sus hijas decían que la llamaban muchos hombres, pero nunca aparecía el coche de ningún pretendiente por los alrededores los fines de semana. Ella estaba en su casa todas las noches. Mick había sido su vecino cinco años. Lo sabía. Cinco años era mucho tiempo para que una mujer tan atractiva estuviera completamente sola.

Por supuesto, era también mucho tiempo para que Mick descubriera por fin que no era tan intimidante. En realidad, estaba resultando bastante fácil hablar con ella.

– No voy a regañar a tus hijas delante de ti -dijo la joven-. Pero quiere que me des permiso para estrangularlas mañana, ¿de acuerdo?

– Tú estrangulas a una y yo a la otra -accedió él.

Kat siguió con el dedo una gota de agua que descendía por su botella de cerveza. Todavía no la había abierto.

– Ahora que lo pienso, no puedo entender cómo pude creerlas. Debí suponer que mentían al quejarse tanto. Siempre se les ilumina la cara cuando se menciona tu nombre, y no sería así si no te ocuparas de ellas. Todo lo que puedo decir es que quiero a tus hijas y tiendo a protegerlas, mientras que a ti no te conocía en realidad; aún no te conozco. De cualquier manera, creo que te debo una disculpa.

– No me debes nada -por fin se le ocurrió a Mick que debía darle un vaso a su visitante. Se puso de pie, tomó un vaso, abrió la botella y vertió el contenido en el vaso-. Si mis hijas querían que te compadecieras de ellas, quizá era porque necesitan compasión -admitió a regañadientes-. Me acuso de no pasar suficiente tiempo con ellas. Quizá soy culpable de mucho más que eso. Ya sabes que soy ingeniero naval…

– Sí.

– Y hay muchos ingenieros en el negocio, pero pocos que trabajan sólo con madera, lo cual significa que tengo una demanda ilimitada si así lo deseo. Hace dos años, quería trabajar sin descanso. Quería tener tanto trabajo que no pudiera respirar, dormir, comer o pensar. De modo que lo busqué y lo conseguí.

Hizo con la mano un gesto de impotencia y desazón.

– No era que no pensara en Angie y Noel, pero me parecía que ellas estaban bien. Los tres tuvimos dos años para prepararnos para la muerte de June; el fin fue más un alivio que un golpe duro. Y ellas parecían aceptarlo mejor que yo, con más madurez. Pero no eran, ni son maduras. Sin embargo, cuando me di cuenta ya estaba hasta el cuello de contratos de construcción.

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