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Jennifer Greene: Ola de Calor

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Jennifer Greene Ola de Calor

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Para Mick, era perfecta: inteligente, atractiva, apasionada. Desde el momento en que entró en su vida, sólo tuvo ojos para ella. Kat era un mujer preparada para el amor, pero había una parte de ella que no podía alcanzar… El conocer a Mick era lo más maravillosos que le hubiera sucedido. Pero comprendía que las mujeres como ella no podían pensar en el matrimonio. Y a pesar de que lo amaba, Kat sabía que cuando le dijera la verdad, lo perdería para siempre.

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Pero otras cosas en la vida de Kat, como su coche deportivo y sus zapatos rojos de tacón alto, denotaban que también sabía ser moderna. Al morir June, las chicas se habían quedado sin un ejemplo de mujer a seguir. Kat hizo lo que pudo, pero la tarea era difícil. No sabía nada sobre educar a adolescentes y las dos muchachas eran unas curiosas insaciables.

Eran demasiado curiosas. Kat se colocó intencionadamente detrás de la puerta del armario antes de quitarse la blusa de manga larga pero de nada le sirvió su estrategia. Noel y Angie se cambiaron de sitio para poder seguir mirándola.

No tenía nada de malo desnudarse delante de las chicas. Pero se dijo que unos hombres en un bar no mirarían a una mujer con mayor descaro que unas adolescentes.

Las pecas de sus hombros fueron juzgadas con la misma gravedad que las huellas de sus medias alrededor de la cintura. Kat se puso unos pantalones cortos blancos porque Noel observaba extrañada sus bragas de encaje. Escogió una blusa ligera ya que hacía mucho calor, y se puso un sostén al ver que Angie estudiaba atentamente sus senos.

– Cuando tenga tu edad me gustaría tener una figura como la tuya -comentó la chica.

– Gracias.

– Apuesto a que los hombres se te quedan mirando. Yo me moriría si un chico me mirara. Sobre todo ahí arriba.

Kat sólo tuvo que mirar a Angie para recordar lo doloroso que era tener trece años.

– Por suerte los chicos no están interesados en una vieja de treinta y tres años -murmuró.

– En realidad no eres tan mayor, ¿verdad, Kat?

Kat se rió.

– Me temo que sí.

– No te preocupes. Sigues siendo muy guapa -la tranquilizó Noel con aire condescendiente-. Tengo los muslos muy gordos; ¿crees que debería ponerme a régimen? ¡Oh! ¡Esto es maravilloso! ¿De verdad te lo pones?

Kat tomó con delicadeza el camisón de seda negra de manos de Noel y lo dejó en el armario detrás de sus zapatos rojos.

– A veces. Y no, no creo que debas ponerte a régimen. Creo que estás bien así.

– Estas son unas bragas francesas, ¿verdad? ¿Piensas que soy demasiado joven para llevar ropa como esta?

Kat notó que empezaba a dolerle la cabeza y a ponerse tensa. Tenía una opinión muy clara sobre lo que Noel debía o no llevar, pero había una gran diferencia entre servir en ocasiones de figura materna y en entrometerse en la vida de la chica. La forma en la que Mick educaba a sus hijas era problema de él, no de Kat. No quería tener que vérselas con su vecino…¿pero cuánto tiempo más toleraría ver que las chicas tenían que soportar la indiferencia y el descuido de Mick?

Trató de borrar a ese hombre de su mente, pero no le resultó fácil. Las dos chicas la siguieron al cuarto de baño. Mientras se lavaba la cara, se interrumpían la una a la otra al hablar sin parar. ¿Cuál era el mejor remedio para el acné, qué edad tenía Kat cuando se depiló las piernas por primera vez, a qué hora la dejaban llegar sus padres cuando tenia quince años? Cada pregunta denotaba que necesitaban a alguien que las guiara. Se preguntó cómo su padre podía estar tan ciego.

El cuarto de baño ejercía una especial fascinación en las chicas. La bañera de mármol negro y los azulejos color limón eran de otro siglo. A Angie le encantaba la antigua cadena del water. A Noel le gustaba tocar los cepillos de plata y el jabón de limón. Pero en ese momento estaban más interesadas en charlar y en contemplar a Kat mientras convertía su elegante peinado en un moño descuidado. Cuando el tiempo era agradable, su largo pelo rojizo era el orgullo y la alegría de Kat, pero con ese calor a veces sentía la tentación de raparse…

– Hoy lavé toda la ropa -anunció Angie.

– ¿Y que? Yo aspiré toda la casa y fregué el suelo de la cocina. Papá lo deja todo peor cuando intenta ayudar -confió Noel-. Los hombres son unos inútiles. Yo iba a ir de compras, pero se le olvidó dejar el dinero.

Kat dejó el cepillo del pelo con fuerza en el tocador. Una semana antes, Angie le había explicado cómo había preparado una cena lamentable y escasa. Eso era bastante indignante, pero cuanto más oía acerca de las tareas domésticas que pesaban sobre los hombros de las pobres criaturas, más ganas tenía de estrangular a su vecino. Lo que la exasperaba más era que las muchachas no se quejaban. Pensaban que su padre era una combinación de galán de la pantalla y caballero andante.

– ¿Crees que este perfume es demasiado fuerte para mí? -preguntó Noel.

– ¿Cuál, querida? -como la chica se había probado de casi todos los frascos, el cuarto de baño empezó a oler como un burdel de lujo.

– Este. ¿Crees que le parecerá sexy a Johnny?

– Pues… -Kat se dirigió a la puerta con decisión. En el piso de abajo podría poner la televisión para que se entretuvieran las chicas.

– ¿Qué es una ducha vaginal, Kat?

Kat se detuvo en seco en el primer escalón.

Angie, encogiéndose hacia adelante para ocultar sus senos incipientes, repitió con paciencia:

– ¿Qué es una ducha vaginal?

– Ya te he dicho lo que es -intervino su hermana irritada-. Se lo dije hace mucho tiempo-agregó, dirigiéndose a Kat.

– Sí… y también me dijiste que si besaba a un chico adquiriría el Sida. Yo te vi besando a Johnny y no tienes Sida. Además, no me agrada en absoluto besar a ningún chico. Sólo quiero saber lo que es una ducha vaginal.

– Pues, es… -Kat se aclaró la garganta.

¿Bien? "¿Cómo vas a contestar a esta pregunta?", se burló de ella una vocecilla interior. La cuestión era que no sabía cómo explicar lo que era una ducha vaginal… y sólo Dios sabía qué clase de educación sexual les había dado Mick Larson a sus hijas. Maldición…

– Te contestaré en cuanto haya servido la limonada abajo. ¿De acuerdo? Me muero de sed.

– No te preocupes, Kat -dijo Noel y se volvió hacia su hermana menor-. Te he dicho un millón de veces que no molestes a Kathryn haciéndole ese tipo de preguntas. Todo lo que tienes que hacer es consultarme a mí.

– Pues te consulté y todavía no estoy segura de lo que es.

– Cuando una mujer llega a cierta edad, sabe estas cosas de manera automática, ¿verdad, Kat? -luego se dirigió otra vez a Angie-: Ya te lo dije. Una ducha vaginal es una especie de tampón -vaciló-. Creo.

El dolor de cabeza que tenía Kat se estaba haciendo cada vez más intenso.

– Ya hablaremos de ello, ¿de acuerdo! En cuanto sirva la limonada -indicó Kat, procurando parecer despreocupada.

Alrededor de medianoche, Kat renunció a intentar dormir y fue hacia el porche de su casa con una copa de jerez. Todavía hacía calor. La luz de la luna se filtraba entre las ramas de los cipreses al otro lado del patio. Las luciérnagas dibujaban sus trazos luminosos en las rosas silvestres. Del jardín se desprendía un aroma denso y cálido.

Apoyada en la barandilla del porche, Kat le dio un sorbo a su jerez e hizo una mueca. Se dijo que no había nada más dulce y empalagoso que el jerez. A veces le gustaba tomarse un vaso de buen vino. Pero siempre se le olvidaba comprarlo.

Como una niña que debe tomarse su medicina, le dio otro trago al licor. Esperaba que el vino la adormilara. Pero no daba resultado. Contaba con que el aire fresco la relajara. Pero tampoco funcionó. Scarlett OHara, la de Lo que el Viento se llevó, hubiera disfrutado de una noche como esa con la luna creciente, los aromas de la madreselva y las rosas silvestres. Pero el amor era algo prohibido para Kat. Normalmente tenía la suficiente fuerza de voluntad para escapar de las ataduras y las complicaciones sentimentales.

Pero su fuerza de voluntad no le bastaba para dejar de preocuparse por sus vecinitas.

Le dio otro sorbo a la "medicina", pero de repente no la pudo tragar. En el patio de al lado, oyó cómo se cerraba una puerta. Hacía varias horas que las luces estaban apagadas en la casa de los Larson. Pero alguien estaba levantado.

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