– En realidad nunca he oído hablar de ninguna Tammy Diller. Pero me resulta curioso que las iniciales sean las mismas que las de Tracey Ducet -Kate levantó la mano, haciendo un gesto de impotencia-. Seguramente la coincidencia es solo casual. Solo el cielo lo sabe. Estoy tan preocupada por mi hijo que soy capaz de agarrarme a un clavo ardiendo. Pero el nombre de la señorita Ducet me ha venido a la cabeza porque esa mujer causó numerosos problemas a mi familia y desapareció justo antes de que pudiéramos acusarla de algo en concreto. ¿Conoces esa historia?
– Sí. Yo mismo estuve investigando el pasado de Tracey Ducet cuando llegó y dijo ser la heredera perdida de los Fortune. Pero como Tracey no se quedó durante todo el tiempo que hubiera sido necesario y no teníamos pruebas contra ella, no tuve ningún motivo para prestarle demasiada atención a la historia. ¿Por qué no me lo cuentas todo?
Kate, que era tan inquieta como su hija, se levantó y comenzó a caminar por el despacho como si el exceso de energía le impidiera permanecer sentada.
– Como ya sabes, yo levanté este imperio económico y siempre ha habido sanguijuelas y parásitos dispuestos a ganar dinero a nuestras expensas. Cualquiera que esté en un lugar como el nuestro debe esperarse esa clase de problemas. Tracey Ducet solo fue una caza fortunas más. Era una estafadora, una artista del engaño -se interrumpió de nuevo-. No me gusta hacerte perder el tiempo con esto. En realidad no tengo ninguna razón para pensar que pueda haber alguna relación entre Tammy Diller y Tracey…
– Y quizá no la haya. Pero si me cuentas toda la historia quizá podamos decidir si puede ser relevante o no.
Kate suspiró.
– Bueno, ya sabes que hace años di a luz a dos mellizos y uno de ellos fue secuestrado. La prensa le dedicó mucha atención a la noticia e incluso años y años después hemos estado encontrándonos con personas que dicen ser el heredero secuestrado. Y así es como Tracey entró en escena. Llegó a la conclusión de que podía hacerse pasar por la heredera perdida de los Fortune. Indudablemente, la razón por la que creía que podría engañarnos era su aspecto. Esa mujer se parece de una forma increíble a mi hija Lindsay… Le bastaría con sacarse el chicle de la boca y ponerse una ropa decente para ser la viva imagen de Lindsay.
– Pero tú sabías que era imposible que fuera su hermana, ¿verdad? -le preguntó Gabe.
– De forma incuestionable. El caso es que el FBI mantuvo reservada toda la información relativa al secuestro mientras duró la investigación con la esperanza de poder atrapar al secuestrador. Uno de los detalles que no trascendió nunca fue que el bebé secuestrado era un niño, Brandon. Era imposible que Tracey pudiera llevar su farsa hasta el final, por lo menos conmigo. El resto de la familia podría haberla creído. No estaban al tanto de todo lo ocurrido, puesto que ni siquiera ellos sabían que el bebé secuestrado había sido un niño. Y yo no estaba en condiciones de confesarles la verdad. Pero el caso es que Tracey desapareció antes de que hubiera ocurrido nada y fue imposible denunciarla. En realidad ella no violó ninguna ley. Así que siempre podría haber fingido ser una mujer inocente que había visto una fotografía de Lindsay y había llegado a la conclusión de que era la heredera perdida.
– Pero por la forma en la que la has descrito, no creo que haya una gota de inocencia en la señorita Ducet – repuso Gabe secamente.
– Yo estoy convencida de que es una auténtica tramposa -añadió Kate.
– Meteré sus datos en el ordenador, Kate, pero no quiero que te forjes falsas esperanzas. Por lo pronto, no me parece muy probable que ninguna de esas dos mujeres tenga relación con el asesinato de Mónica Malone.
– No, yo tampoco veo qué tipo de conexión puede haber.
Gabe alzó ligeramente la barbilla.
– En cualquier caso, es obvio que Tammy Diller sabía algo de Mónica, puesto que las dos estaban en contacto. Y, por otra parte, si la señorita Ducet estaba al corriente de que Mónica había estado involucrada en ese secuestro, es posible que se oliera otra forma de ganar dinero fácilmente y decidiera chantajearla.
– Sí, es una suposición esperanzadora, pero no sé cómo vas a demostrarla. Y me gustaría creer que eso puede suponer alguna diferencia para Jake, pero no estoy segura, Gabe. Incluso en el supuesto de que esa pequeña estafadora haya estado involucrada en un caso de chantaje, como no encontremos alguna prueba de que tuvo tanto motivos como una oportunidad para asesinar a Mónica, no conseguiremos que le retiren los cargos a mi hijo. ¿Sabes? Yo pensaba que había algo sospechoso en su repentina desaparición, y sé que la policía tiene un testigo que dice haber visto a alguien muy parecido a Lindsay por la zona, pero con la emoción de mi posterior aparición y al no tener ninguna prueba de su paradero, han dejado de lado esa información.
Gabe le dirigió entonces una larga mirada.
– Por favor, escúchame atentamente. Sé que estás preocupada, pero procura no olvidar que nosotros no tenemos que demostrar quién mató a Mónica. Lo único que tenemos que hacer es demostrar que había otro sospechoso en escena y ser capaces de hacer dudar de forma razonable de la culpabilidad de tu hijo. Y esa Tammy Diller continúa pareciéndome la mejor opción para ello. Hasta el momento, ha conseguido mantenerse oculta, pero ahora tenemos esa carta que la relaciona con Mónica y además sabemos dónde está. De hecho, pienso ir a Las Vegas en cuanto salga de aquí. Y la encontraré -se interrumpió un instante-. Hay otro problema del que también me gustaría hablar contigo.
Kate asintió, como si estuviera anticipando lo que le iba a decir.
– El transporte, por supuesto. Seguro que llegarías más rápido si pudieras volar en el avión de la compañía. Debería habértelo sugerido inmediatamente…
– No, no es eso, ya tengo el billete de avión. Lo del transporte puedo gestionarlo yo mismo. Es Rebecca el problema del que quería hablarte.
– ¿Rebecca? -Kate lo miró por encima del borde de sus gafas-. ¿Qué demonios tiene que ver mi hija con esta conversación?
Gabe nunca había sido un hombre especialmente sutil. Y una de las mejores cosas de tratar directamente con Kate era que con ella no le hacía falta serlo.
– Tu hija pequeña se ha metido en casa de Mónica como si fuera una vulgar ladrona y se ha dedicado a intentar sacar información de los miembros de una pandilla de uno de los peores barrios de Los Ángeles. Eso es lo que tiene que ver -frunció el ceño-. En lo relativo a su hermano, es exageradamente leal.
Kate se detuvo sobre sus pasos inmediatamente. Se apoyó en el escritorio y estudió el rostro de Gabe. Descubrió algo en su ceño sombrío y en sus ojos oscuros que despertó inmediatamente todo su instinto maternal. En aquel momento de su vida, el mayor de sus hijos se estaba enfrentando a un problema terrible, pero eso no significaba que quisiera menos a sus otros vástagos. En su corazón había espacio para todos ellos. Y su hija pequeña, aunque nadie se diera cuenta de ello, era idéntica a ella.
– La lealtad es uno de los defectos de la familia Fortune, lo sé -dijo con cierta ironía-. Un defecto que Rebecca y yo siempre hemos llevado hasta el final.
– El problema es que, por culpa de esa lealtad, Rebecca se cree capacitada para dirigir ella misma la investigación. Más aún, cree que es absolutamente necesario que se involucre en ella. No sé si lo has notado, pero Rebecca es bastante inquieta. La verdad es que me resulta tan manejable como un volcán -Gabe se levantó de la silla como si acabaran de pincharlo-. Y creo que si hay una persona que pueda controlarla, esa eres tú. Pídele que se aparte del caso, Kate.
– Oh, querido -musitó Kate. Sus astutos ojos no abandonaban en ningún momento el rostro de Gabe-. Me temo que yo nunca he tenido ningún control sobre Rebecca. De hecho, no creo que nadie lo tenga.
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