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Marion Lennox: Amor en palacio

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Marion Lennox Amor en palacio

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Tammy se sorprendió al descubrir que se había convertido en la tutora de su sobrino huérfano, Henry, que algún día sería príncipe de un país europeo Marc, el príncipe regente, quería que fuera educado en la realeza,y no estaba a acostumbrado a recibir negativas. Pero Tammy una combativa australiana, no tenía tiempo para los títulos, y estaba decidida a darle a su sobrino todo el amor que necesitaba,,, incluso si tenía que mudarse a palacio. Pero mientras Tammy y Marc se enfrentaban por el futuro del bebe, la pasión que nació entre ellos se hizo imposible de resistir. ¡ESTABA OBLIGADA A VIVIR CON UN PRINCIPE!

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Sabía que Isobelle se llevó al niño a Australia y supuso que estaría bien cuidado. Pero cuando llamó a la madre de Lara…

– Ese niño no tiene nada que ver conmigo -le contestó Isobelle. Estaba en Texas, con su último amante, milagrosamente recuperada tras la muerte de su hija y demasiado ocupada como para encargarse de su nieto-. Sí, yo dejé al niño y a la niñera en un hotel, pero pensé que Jean Paul y Lara se harían cargo de su salario. Si no le han pagado, yo no tengo la culpa.

Marc se quedó perplejo. Si su primo hubiera estado vivo, la habría estrangulado con sus propias manos.

Y cuando llegó a Australia se encontró con aquello.

– A partir de ahora estará bien cuidado -le aseguró.24

– Claro que sí -replicó Tammy. Pero estaba hablando consigo misma, no con él.

El hotel en el que Henry y la niñera estaban alojados era el mejor de Sidney, naturalmente. El portero hizo una ligera reverencia al ver a Marc y puso cara de sorpresa al ver a Tammy.

Había una alfombra roja que llevaba hasta las puertas giratorias, una cascada auténtica a un lado del vestíbulo, candelabros de cristal y un gran piano. Las notas de Chopin se confundían con el ruidito del agua.

¿Allí era donde Marc había instalado a Henry y su niñera? El dinero no parecía ser un problema para Su Alteza.

Pero ella no pensaba dejarse intimidar. Tammy dejó caer la mochila, se limpió el polvo de los pantalones y miró alrededor.

– ¿No quiere quedarse en la embajada esta noche, Alteza? -preguntó Charles, nervioso.

– Ven a buscarnos mañana a las once -contestó Marc, mirando el reloj-. El avión sale a las dos.

– Lo haré -murmuró el hombre, con expresión preocupada.

Marc y Tammy se quedaron solos en el vestíbulo. ¿Un príncipe y su princesa? No, más bien no. Tammy miró a Marc, luego miró sus botas sucias y casi le dio la risa.

Casi. Tenía un nudo en el corazón que no la dejaba sonreír.

– Lléveme a la habitación de Henry.

– ¿No quiere ducharse antes?

Ella lo fulminó con la mirada.

– ¿Qué tiempo me dijo que tenía?

– Diez meses.

– ¿Cree que le importará que mis botas estén manchadas de polvo?

– No…

– Entonces, ¿cuál es el problema?

El portero seguía esperando y, por su expresión Tammy diría que estaba dispuesto a echarla de allí en cualquier momento.

– No pasa nada. No voy a atracar a Su Alteza. Sólo quiero ver a mi sobrino -le dijo, irónica, antes de dirigirse a recepción.

Sorprendido, Marc se encogió de hombros y la siguió.

La suite que ocupaban Henry y su niñera estaba en la sexta planta. Marc llamó a la puerta una vez, esperó un momento y luego volvió a llamar. La puerta se abrió de inmediato.

El instinto de cualquiera que entrase en aquella suite sería mirar por los enormes ventanales porque la habitación tenía una extraordinaria panorámica del puerto de Sidney y del edificio de la Ópera, pero para Tammy no tenía ningún interés. A ella sólo le interesaba Henry y entró en la habitación sin esperar que la invitasen.

¡El niño era exactamente igual que su hermana!

Lara, de pequeña, era preciosa. Bueno, siempre fue preciosa. Era una niña morena con unos ojos castaños que parecían ocupar toda su cara. Y una sonrisa con la que podría iluminar una habitación entera.

Y Henry era exactamente igual. La diferencia era que el niño no sonreía. Estaba sentado en su moisés, mirando hacia la ventana. Tenía unos ojos enormes, pero en su rostro no había ni rastro de la sonrisa con la que Lara parecía haber nacido.

Cuando Tammy y Marc entraron en la habitación volvió la cara, pero no pareció entusiasmado por la visita.

Parecía un niño que no tenía a nadie.

La televisión estaba puesta a todo volumen. Y no había un solo juguete en el moisés.

Por Dios bendito…

Tammy dejó caer la mochila y tomó a Henry en brazos. Al enterrar la cara entre los rizos de su sobrino y respirar el delicioso olor a niño pequeño se le encogió el corazón. Hasta aquel momento lo que Marc le había contado era como una fantasía, pero entonces se hizo real.

Y, por primera vez en muchos años, se puso a llorar.

El niño no respondió. Su expresión no cambió en absoluto y permanecía rígido entre sus brazos.

Tammy intentó controlarse. Marc la miraba sin saber qué hacer y la niñera… la niñera no debía tener más de dieciocho años.

Tampoco ella sabía qué hacer, de modo que se dejó caer en un sillón para mirar de cerca a su sobrino. Henry la miró un momento y después se volvió hacia la ventana

– ¿Henry? -lo llamó ella.

– No responde cuando lo llamas por su nombre -dijo la niñera-. Sólo tiene diez meses.

– ¿Gatea?

– Sí.

– Entonces debería reconocer su nombre. Si gatea significa que se desarrolla de forma normal.

– Sí, es muy avanzado -murmuró la niñera, con expresión indiferente.

– ¿Dice alguna palabra?

– No, todavía no.

El pobre Henry parecía aburrido. Quizá si ella hubiera tenido que mirar una ventana durante meses…

– ¿Juega con él?

– Claro -contestó la joven, con expresión ofendida.

– ¿Ah, sí? Pues a mí me parece que no.

– Oiga…

– Contrataré a una buena niñera cuando estemos en Broitenburg -intervino Marc-. Encontramos a Kylie a toda prisa…

– O sea que Henry ha estado con Kylie o con la otra niñera desde que murieron sus padres -murmuró Tammy, acariciando los rizos del pequeño-. ¿Ha estado con niñeras desde que nació?

– Me imagino que sí. No lo sé -contestó Marc suspirando.

– ¿Lo sabe alguien? ¿Alguien se ha preocupado de este niño? -le espetó ella, furiosa.

– Yo.

– ¿Ha visto a alguien abrazando a mi sobrino? ¿Alguien ha jugado con él, le ha leído cuentos? ¿Alguien lo ha querido?

Marc no podía responder a eso.

– Cuando lleguemos a casa estará bien cuidado.

– No -dijo Tammy entonces-. Se acabaron las niñeras. Si Lara me ha hecho su tutora, Henry está en su casa. Se quedará en Australia, conmigo. Gracias por contarme toda esta… tragedia, príncipe… como se llame, pero no tiene que molestarse más. Me lo llevo.

– Pero…

– Yo soy su tutora legal. ¡Y los demás se pueden ir al infierno a partir de ahora!

Capítulo 3

TAMMY no soltaba al niño, como si temiera que Marc fuera a quitárselo. Iba por la habitación guardando las cosas de Henry en una bolsa, sin mirarlo siquiera.

– ¿Podemos hablar de esto? -preguntó Marc.

– No hay nada que hablar.

– No puede quedarse con el niño.

– ¿Que no?

– No tiene dinero para mantenerlo.

Tammy se volvió hacia él, furiosa.

– No, no tengo dinero para vivir en un hotel tan caro. Pero si cree que esto es lo que necesita un niño, está muy equivocado, Alteza. Henry no necesita dinero, ni niñeras ni criados. Lo que necesita son abrazos, besos, alguien que lo quiera de verdad, que se preocupe por él… Y me temo que usted no está preparado para eso.

– Sí lo estoy.

– Ya, seguro.

– Espere un momento -dijo Marc.

– No quiero esperar.

– ¿Lo ha pensado? ¿Sabe lo que significa cuidar de un niño?

– Puedo hacerlo mucho mejor que usted.

– Pero no tiene dinero para criar…

– ¿Quién dice que no lo tengo? -replicó Tammy, echando un paquete de leche materna en la bolsa.

A su lado, Kylie miraba la escena con expresión de sorpresa.

– Está claro que no tiene usted medios. Sólo hay que verla para… -empezó a decir Marc.

Un error. Un terrible error. Tammy tomó un paquete de leche materna y se lo tiró a la cara. El paquete lo golpeó en el pecho, se rompió y lo cubrió de polvo blanco.

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