La palabra fuerte lo describía muy bien. Su cuerpo era sólido como una piedra. Ella medía un metro sesenta y ocho y se sentía diminuta al lado de aquel hombre.
– ¿Se ha hecho daño?
Estaban tan cerca que sintió el absurdo deseo de apoyar la cara en su pecho y echarse a llorar.
Pero no. No había llorado en mucho tiempo y no iba a hacerlo ahora.
– Estoy bien -dijo en voz baja.
– ¿De verdad no sabía que su hermana había muerto?
Tammy se concentró en las medallas del traje. Incluso las contó: seis.
– ¿No lo sabía? -insistió él, levantando su barbilla con un dedo.
Tenía unos ojos preciosos, grises. Una chica podría perderse en aquellos ojos. Cualquier cosa antes que soportar aquel dolor…
– Mi hermana y yo no nos llevábamos bien.
– Lo siento.
– No lo sienta.
El hombre la soltó, pero lo hizo de una forma curiosa. Como si no quisiera soltarla.
Preguntas. Tenía que hacer preguntas. Tenía que saber…
– ¿Ha dicho que murió en un accidente?
– Sí.
– ¿Cómo?
– Iban en un trineo, en una zona bastante peligrosa. Y me temo que… habían bebido.
El nudo que Tammy tenía en la garganta se hizo insoportable. «Tonta», pensó. «Lara, ¿cómo pudiste ser tan tonta?».
– Así que… mi hermana estaba casada con su primo.
– Sí.
– ¿Y su primo murió también?
– Jean Paul murió también.
Tammy observó su cara para encontrar algún gesto de dolor, pero no encontró nada.
– Lo siento.
– Supongo que lo sentimos los dos.
Tenía una voz bonita, profunda, masculina. Con rastros de acento francés, pero muy leve.
No debía estar pensando en el acento de aquel hombre… O quizá lo hacía para distraerse.
Lara estaba muerta.
¿Qué más había dicho, que tenía un hijo?
– No puedo creer que su madre no se lo haya contado.
– ¿Mi madre lo sabe?
– Por supuesto. Estuvo en Broitenburg para el funeral de estado.
Un funeral de estado. A su madre le gustaría eso, pensó Tammy. Isobelle Dexter de Bier en un funeral de estado. Lo habría hecho estupendamente… incluso podía imaginar lo que se habría puesto. Sería algo muy elegante, negro, de encaje. Con un velo, por supuesto. Y un pañuelo blanco con el que fingiría secar sus lágrimas.
– ¿Estaba… sola?
– Su padrastro fue con ella.
Ah, claro. Su padrastro. ¿Cuál de ellos? Tammy se mordió los labios. Isobelle ya no se molestaba en casarse con sus amantes. Cuando Lara nació, iba por el cuarto marido. ¿Lara estaba muerta?
Ella debería haber estado en el funeral, como estuvo con Lara durante la infancia. De todas las cosas malas que su madre le había hecho, aquélla era la peor. Enterrarla sin decírselo…
– ¿Quería usted a su hermana? -preguntó Marc.
– La quise. Hace mucho tiempo.
– ¿Y habían perdido el contacto?
– Sí.
– ¿Y con su madre?
– ¿Cree que mi madre admitiría tener una hija que es arboricultora y que lleva esta pinta?
Él la miró de arriba abajo, pero su rostro permanecía impasible.
– No lo sé. Quizá no.
– Mire, creo que necesito tiempo para aceptar todo esto -suspiró Tammy-. ¿Tiene una tarjeta o algo así? Yo lo llamaré…
Necesitaba estar sola. Había aprendido que la soledad era el único remedio para el dolor. No la consolaba, pero sola podía soportarlo mejor.
– Ahora mismo no tengo ganas de hablar…
– Lo siento, pero no puedo hacer eso.
– ¿Por qué no?
– Tengo que ir a Sidney esta noche y después saldré para Broitenburg -contestó Marc-. He traído los papeles conmigo, señorita Dexter. Fírmelos y así podré llevarme a Henry. Y usted tendrá toda la soledad que necesita.14
– ¿Y su primo murió también?
– Jean Paul murió también.
Tammy observó su cara para encontrar algún gesto de dolor, pero no encontró nada.
– Lo siento.
– Supongo que lo sentimos los dos.
Tenía una voz bonita, profunda, masculina. Con rastros de acento francés, pero muy leve.
No debía estar pensando en el acento de aquel hombre… O quizá lo hacía para distraerse.
Lara estaba muerta.
¿Qué más había dicho, que tenía un hijo?
– No puedo creer que su madre no se lo haya contado.
– ¿Mi madre lo sabe?
– Por supuesto. Estuvo en Broitenburg para el funeral de estado.
Un funeral de estado. A su madre le gustaría eso pensó Tammy. Isobelle Dexter de Bier en un funeral de estado. Lo habría hecho estupendamente… incluso podía imaginar lo que se habría puesto. Sería algo muy elegante, negro, de encaje. Con un velo, por supuesto. Y un pañuelo blanco con el que fingiría secar sus lágrimas.
– ¿Estaba… sola?
– Su padrastro fue con ella.
Ah, claro. Su padrastro. ¿Cuál de ellos? Tammy se mordió los labios. Isobelle ya no se molestaba en casarse con sus amantes. Cuando Lara nació, iba por el cuarto marido.
¿Lara estaba muerta?
Ella debería haber estado en el funeral, como estuvo con Lara durante la infancia. De todas las cosas malas que su madre le había hecho, aquélla era la peor. Enterrarla sin decírselo…
– ¿Quería usted a su hermana? -preguntó Marc.
– La quise. Hace mucho tiempo.
– ¿Y habían perdido el contacto?
– Sí.
– ¿Y con su madre?
– ¿Cree que mi madre admitiría tener una hija que es arboricultora y que lleva esta pinta?
Él la miró de arriba abajo, pero su rostro permanecía impasible.
– No lo sé. Quizá no.
– Mire, creo que necesito tiempo para aceptar todo esto -suspiró Tammy-. ¿Tiene una tarjeta o algo así? Yo lo llamaré…
Necesitaba estar sola. Había aprendido que la soledad era el único remedio para el dolor. No la consolaba, pero sola podía soportarlo mejor.
– Ahora mismo no tengo ganas de hablar…
– Lo siento, pero no puedo hacer eso.
– ¿Por qué no?
– Tengo que ir a Sidney esta noche y después saldré para Broitenburg -contestó Marc-. He traído los papeles conmigo, señorita Dexter. Fírmelos y así podré llevarme a Henry. Y usted tendrá toda la soledad que necesita
NO HABÍA esperado aquello. Marc no sabía cómo sería la hermana de Lara, pero desde luego no esperaba que fuera la mujer que tenía delante.
Que no sabía nada de la muerte de Lara… ¿y su madre? ¿Qué clase de madre oculta a una hermana la muerte de otra?
No era asunto suyo, se dijo. Su misión era conseguir que le firmara los papeles y volver a Broitenburg lo antes posible. La muerte de Jean Paul había creado un problema serio en el país. Tenía que volver con el niño.
Sólo necesitaba la firma de Tamsin Dexter…
Quizá sólo tendría que ponerle los papeles delante y decir: «Firme». Ella parecía tan afligida que seguramente firmaría sin pensar. Debería darle tiempo, debería dejar que fuera ella quien tomase la decisión, pero estaba luchando por su país. El país de Henry. La herencia de Henry.
Y su propia libertad.
– Necesito que firme esos papeles -insistió, llevándola hacia el coche.
– ¿Qué papeles?
– Para llevarme a Henry de aquí.
– Sigo sin entender de qué está hablando -murmuró Tammy, pálida.
Marc alargó la mano para apretar la de la joven, pero se echó atrás. Debía tener con ella el menor contacto posible. Él no podía consolarla.
– Necesito que firme unos papeles para poder llevarme a Henry a Broitenburg.
– ¿Henry?
– El hijo de Lara.
– ¿Lara tenía un hijo?
– Sí.
– ¿Un niño? Nadie me había dicho nada. ¿Estaba casada cuando lo tuvo?
– Naturalmente. Su hermana se casó con Jean Paul y tuvo todo lo que deseaba: un matrimonio real, un palacio, criados, dinero, lujos que no se puede imaginar…
Читать дальше