Annie miró de nuevo a Sarah y luego a Tom.
Pero, después de todo, no era su problema. Que se las arreglaran como quisieran o como pudieran. Annie se dio media vuelta y se marchó.
Annie no supo cómo había resuelto el problema de la niña. Pero tampoco tuvo tiempo de preguntar.
Cuando Tom llegó el hospital estaba en plena actividad.
Kylie Mannie, de cinco años, no hacía sino gritar aterrada y confundida por lo que había sucedido.
– Helen, ocúpate de ella. Doctor McIver, la niña necesita una radiografía. Creo que se ha partido la pierna.
Mientras tanto, Annie se las tenía que arreglar con una señora Manning completamente fuera de sí.
– ¡Cálmese, así no vamos a solucionar nada! Kylie ya está siendo atendida. Tranquilícese.
Annie lanzó a Tom un mensaje con los ojos. Hasta que no se llevaran la camilla de la pequeña la mujer no se iba a tranquilizar. La niña estaba nadando en un mar de sangre y lloraba desconsolada.
– ¿Estás bien? -le preguntó Tom-. ¿Te encargas tú de ella?
Annie asintió. Pero la escena hablaba por si sola.
La señora Manning también sangraba mucho y estaba en estado de shock, mientras su marido gritaba de dolor en la camilla contigua. Dave lo sujetaba como podía para que no se moviese.
– Me ocuparé de la señora Manning primero y luego veré a su marido -dijo Annie. Aquella información iba más dirigida a Betty que a Tom. La mujer necesitaba que la tranquilizasen.
Una vez más los ojos de Annie se encontraron con los de Tom.
Siempre habían trabajado muy bien juntos. Se entendían sin necesidad de palabras.
Helen levantó la sábana que cubría la pierna de la niña. Tom se tensó. A penas si circulaba la sangre por debajo de la rodilla. Si Tom no actuaba con rapidez, acabaría por perder la pierna.
– ¿Y Rod? -el rostro de la madre estaba empapado de sangre y lágrimas-. Él está peor que yo, atiéndale a él. ¡Mi marido!
– Rod sólo tiene un brazo roto -dijo Annie-. Antes tenemos que parar la hemorragia que tiene en la cara.
– Pero…
– Soy yo la que decide qué hay que hacer antes -dijo Tom con firmeza-. Dave se ocupará de su marido. Sugiero que se que se tumbe y facilite nuestro trabajo, para poder hacerlo todo en el tiempo que requieres.
Tom se dio media vuelta y se dirigió a la camilla de la niña.
– Estaré contigo en cuanto termine aquí -murmuró Annie. Sabía que Tom realmente la necesitaba en la sala de operaciones. Pero era imposible dejar a Betty. Estaba perdiendo mucha sangre.
¿Y el marido? Aparentemente, sólo tenía una pierna rota.
– Señora Manning -le dijo Annie a la joven madre, mientras le limpiaba la sangre de la cara-. Kylie está en muy buenas manos. Tom se encargará de ella. Tiene una pierna rota. Pero necesito ocuparme de usted antes que nada.
La mujer tenía un gesto aterrado.
– Está segura de que mi niña…
– Tom no va a permitir que su hija se muera sólo por una pierna rota.
La mujer se tranquilizó.
– ¿Y Rod?
– Aparte de la fractura del brazo, no veo ningún signo de algo más grave -Annie no podía evitar cierto tono de censura en su voz. Por lo que había podido ver, el alcohol había sido el causante de todo…
Tampoco pensaba que pudiera hacer nada con aquel brazo de momento. Se limitaría a darle calmantes para apaciguar el dolor.
– Le ruego que me deje hacer mi trabajo. Mi prioridad es usted.
– De acuerdo.
– Le voy a dar un tranquilizante.
– Pero, si algo ocurre, hágamelo saber…
Treinta minutos después, Annie se había unido a Tom. Kylie, Helen y él ya estaban en el quirófano.
Tom levantó la vista y al ver a Annie entrar se mostró aliviado.
– Tenemos que darnos prisa. La poca sangre que llegaba a la parte inferior está dejando de regar.
Annie miró la pierna con preocupación.
– Si la arteria está obstruida…
La ambulancia aérea tardaba dos horas en llevar a cualquier enfermo a Melbourne.
– La arteria no está obstruida del todo. Hay pequeños fragmentos de hueso presionándola. Tal vez yo pueda hacer algo para que deje de ocurrir eso y la sangre fluya sin problema.
Annie miró la pierna. ¡Realmente estaba destrozada!
– ¿Qué tal allí fuera? -Tom levantó las manos y Helen le puso los guantes.
Annie no respondió de inmediato. La prioridad estaba en la anestesia. Tenía que comprobar que había actuado correctamente.
Las constantes vitales de la niña eran las adecuadas para una pequeña que había sufrido un impacto de aquellas características.
– Mejor -respondió Annie por fin-. Ya le han hecho la radiografía a Rod. Estoy casi segura de que sólo tiene un brazo roto. Está confuso y asustado. Chris se ha quedado con él.
– ¿Y Betty?
– Ha perdido mucha sangre y he tenido que darle un punto para parar la hemorragia. Pero me temo que va a necesitar la ayuda de un cirujano plástico después de todo esto.
– Ahora sólo queda Kylie. Dos han tenido suerte. Espero que podamos salvar a la tercera. ¡Cómo necesitaría un cirujano especializado en este momento!
Así era. Pero no había tiempo de enviarla a un hospital mayor. Tom tenía que lograr poner las cosas en su sitio, para que, más tarde, un especialista hiciera su trabajo.
Si no salvaba la pierna de la pequeña, habría poco que hacer después.
Pasó una hora antes de que Tom tuviera claro que lo había conseguido. Media hora después, exhausto y sudoroso, dio por terminado el trabajo.
– Ya está. Lo he hecho lo mejor que he podido.
Annie miró el pie de la pequeña. Había recuperado el flujo sanguíneo.
– Dudo que un cirujano especializado hubiera podido hacerlo mejor.
– Sí, pero en pocos meses necesitará que le pongan una rótula artificial y mucha fisioterapia -dijo Tom.
– ¿La vas a mandar a Melbourne esta noche?
Los músculos de la niña sufrieron un pequeño espasmo. En breve, comenzaría a respirar por sí sola.
– Será mejor que se quede toda la noche aquí, para estabilizarla un poco. Me da pánico mover esa rodilla… ¡Le queda tanta vida por delante!
– Al menos todavía le queda la posibilidad de recuperarse -Annie observaba cuidadosamente el pecho de la niña.
El cuerpo reaccionó contra el tubo respiratorio y Helen se lo quitó.
– ¡Bien!
Annie no fue la única contenta de que reaccionara. El rostro de Tom, macilento y agotado por el esfuerzo realizado en la sala de operaciones, acusó el despertar, transformando su gesto con una sonrisa.
Aquel era el Tom McIver que ninguna otra mujer conocía, el hombre capaz de entregarse en cuerpo y alma a sus pacientes. Otro habría decidido enviar a Kylie en la ambulancia aérea, sin haber intentado nada. Tom había luchado por ella y, gracias a eso, las posibilidades de que no perdiera la pierna eran muy altas.
¡Tom era un verdadero médico!… Además de adorable.
¡Cómo lo quería! Pero no podía acercarse a él y besarlo y aplacar con ternura su dolor y su cansancio.
No podía. No era su lugar. Annie sólo era parte de la vida profesional de Tom.
– Será mejor que vayamos a ver a Rod -dijo Tom, totalmente ignorante de las emociones que removían a Annie en aquel instante.
– ¿No pensarás intervenirle el brazo hoy? -dijo Annie.
Tom la miró sorprendido.
– No sería buena idea anestesiarlo. La cantidad de alcohol que tiene en la sangre no lo permitiría. La policía me ha pedido que le haga un análisis, para saber el nivel alcoholemia. Ya les dije que en ese momento había otras prioridades. Pero el sargento no se perturbó. Me dijo que unas cuantas horas no harían bajar el nivel por debajo del mínimo. Según parece, el árbol contra el que chocaron estaba en un tramo de carretera completamente recto, y no ocurrió nada que debiera haberlos desviado. Debió de beber mucho en la fiesta.
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