A Annie no le gustaba nada tener que hacer de espía, pero era parte de su trabajo y una obligación ineludible.
– No me di cuenta -afirmó Tom.
Annie se encogió de hombros. ¿Cómo iba a darse cuenta de nada, si tenía a la maravillosa Sarah a su lado?
Pero Tom no estaba pensando en ella en aquel momento. Se quedó pensativo unos segundos y cuando se volvió hacia el lavabo, su rostro estaba cargado de rabia. Abrió el grifo tanto, que el agua comenzó a salirse y a mojar el suelo. Él no se dio ni cuenta.
– ¡Maldito estúpido! ¿Cómo se le ha podido ocurrir emborracharse de esa manera y meter a toda su familia en un coche? Ese hombre no merece tener una hija.
– Casi la pierde -le aseguró Annie.
Helen que estaba en la habitación, miró a Tom fijamente.
– ¿Y usted está tratando a su hija mejor, doctor McIver? -preguntó la enfermera sin ninguna traza de resquemor en la voz. Era una pregunta que había tenido en la cabeza, pero que no se había atrevido a formular.
Tom levantó los ojos y miró a Helen.
– Yo… -agitó la cabeza, como si tratara de despejar la niebla que enturbiara sus ojos-. Yo no tendré oportunidad de demostrarlo. La voy a dar en adopción.
– Ya, eso es lo que he oído -dijo la enfermera-. Bueno, esperemos que tenga suerte y no termine con unos padres que beban y conduzcan.
– Eso es ridículo. Los criterios de adopción son muy estrictos -el tono de Tom era tremendamente cortante. Se estaba conteniendo, pero el esfuerzo que hacía era palpable para todos.
La presión de lo sucedido en la mesa de operaciones y de lo acontecido en su vida en las últimas veinticuatro horas era demasiado fuerte.
– La adoptarán unos buenos padres.
– Los padres adoptivos no vienen con garantías. Realmente, ningunos padres lo hacen -la voz de Helen era implacable. Miró a Annie, como si buscara un apoyo tácito-. Rod Mannie habría pasado cualquier prueba de adopción. Socialmente, está considerado un ciudadano modelo. Se dice que se lo hace pasar mal a Betty, pero ella no lo admitiría públicamente y no hay nada oficial que diga que es un bebedor.
– ¿Qué quieres decir con todo eso?
– Que sólo la suerte puede determinar que su hija caiga en buenas manos. Y, cuando la adopten, usted perderá todo control sobre ella.
Helen hizo una pausa y se encogió de hombros.
– Doctor, desde anoche no he podido dejar de pensar en la pequeña. Yo tengo cuatro niños y no puedo entender que Melissa haya sido capaz de abandonar a su pequeña. Pero me atrevería a recomendarle que se lo piense bien antes de dar a su hija. Si usted no tuviera posibles o fuera demasiado joven, sería lógico que prefiriera que otros se ocuparan de ella. Pero es usted un hombre hecho y derecho, con una posición social. No tendrá ningún problema en encontrar a una mujer que lo ame a usted y a su hija. Tal vez, alguien en quien aún no se le ha ocurrido pensar.
Antes de que Tom pudiera responder, Helen se puso en marcha.
– Llevaré a Kylie a la sala de recuperación. Necesita estar en observación -se detuvo un último segundo-. Pero, le aseguro que si fuera usted, sólo la daría en adopción cuando ya hubiera agotado cualquier otra posibilidad.
Helen miró a Annie. Sentía que no tenía derecho a decir todo lo que había dicho. Pero alguien tenía que decírselo.
Se volvió de nuevo a Tom. -Y, por cierto, doctor McIver, se está empapando los zapatos -salió.
– ¡Maldición!
Tom miró a Annie unos segundos y, por fin, cerró el grifo.
– ¡Maldición! -repitió por segunda vez. Tenía las sobrebotas empapadas.
Estaba furioso, por el agua, por Helen, por la vida y el modo en que parecía lanzarle las cosas a la cara.
Annie trató de no mirarlo, de obviar la patética escena que estaba protagonizando.
De pronto se volvió hacia ella.
– ¡Tú te quedas ahí, como si nada de esto importara! ¡Claro! ¿Por qué iba a importarte a ti?
– ¿Perdón? -Annie estaba perpleja, no entendía nada.
– Te presentas en la puerta de mi casa con mi hija y me la tiras a los brazos.
Annie respiró antes de responder.
– ¡Que yo te la tiré…!
– Sí. Si no hubiera sido por ti…
– Yo no he hecho nada. Melissa es la madre y la responsable de la criatura. Si yo no hubiera salido, tu hija habría estado tirada en un pasillo hasta que tú te hubieras dejado de hacer el amor.
– ¡Pero te divirtió hacerlo ayer y te ha divertido hoy!
– ¡Me divirtió! ¿Qué se suponía que debía de haber hecho? -Annie se puso en jarras. Una parte de ella sabía que aquella reacción no era sino producto de la tensión que tenía acumulada. Necesitaba sacarla fuera. Pero ella también tenía sentimientos. Una parte de ella se sentía aliviada y otra dolida. Un grito solucionaría todo. Así es que le gritó la respuesta-. Sabes de sobra que necesitábamos a todas las enfermeras aquí. Tu hija necesitaba un padre o una madre, no una enfermera.
– Podrías haber intentado conseguir una niñera.
– ¡Sí, claro! Por ejemplo, la señora Stotter, que está aquí pasando la noche junto a su marido enfermo. Podría haberla despertado para que cuidara a su hija, doctor McIver. ¿O habría preferido que no interrumpiera su idilio con Sarah y que Kylie hubiera perdido la pierna? Pues resulta que me pareció bastante más importante eso que tus historias de alcoba. Kylie tiene sólo dos piernas y necesita ambas, mientras que tú tienes toda la vida para compartirla con Sarah.
De pronto, Tom se derrumbó. La rabia se transformó en tristeza.
– No.
– No sé que quieres decir con eso. Sarah y tú parecíais realmente encandilados cuando entré.
– Sí, y podría haber funcionado. Pero tú nos interrumpiste…
– ¿Qué fue exactamente lo que interrumpí? -preguntó Annie con crudeza-. Bueno, tal vez impedí que se concibiera otro bebé que acabaría tirado en alguna puerta.
– ¡No! -dijo Tom-. Pero sí impediste que le preguntara…
Silencio.
Annie sabía instintivamente lo que él iba a decir.
– Impedí que le propusieras el matrimonio.
– Sí -Tom se pasó los dedos por la mata de pelo oscuro-. Lo tenía todo planeado.
Annie se mordió el labio. ¿Qué le importaba a ella?
– Bueno, ahora puedes ir e intentarlo de nuevo -consiguió mantener un tono neutro-. Me las puedo arreglar yo sola aquí. Llamaré a la ambulancia para que recojan a Kylie y a su madre por la mañana. Tú puedes volver con tu…
Se detuvo en seco. El sonido de aquella palabra le hacía especial daño.
– Puedes volver con tu familia.
– ¡No son mi familia!
– ¿No? -Annie se encogió de hombros. Estaba a punto de llorar, pero consiguió controlarse-. Si tienes una prometida y un bebé, eso me suena a mí a familia.
– ¡No son ninguna familia! -Tom agarró una toalla y comenzó a secarse las manos. Miró a Annie-. No, no y no, no lo son. ¿Qué voy a hacer?
Annie se quedó inmóvil donde estaba. Si se acercaba, si trataba de reconfortarlo, acabaría por sobrepasar los límites que le correspondían.
– Tom, vete a casa y pídele a Sarah que se case contigo. Un retraso de dos horas no puede afectar algo así, si eso es lo que has decidido.
– Eso era lo que había decidido -dijo Tom con la voz carente de toda entonación o sentimiento-. Eso tenía sentido hace dos horas, pero ahora no. Cuando dejaste a Hannah con nosotros…
¿Qué había pasado entonces?
– A Sarah no le gustó, ¿verdad? -dijo Annie y esperó a que él respondiera.
Lanzó la toalla con rabia.
– No -dijo al fin-. Sarah me dijo que se pasaba todo el día con niños y que lo que quería por la noche era otra cosa, que no le gustaba verse a cargo de una niña en mitad de una cita. Dijo que lo estabas manipulando todo, que tratabas de separarnos.
Читать дальше