La asustada esposa del enfermo estaba en casi peores condiciones que él. Al final, Annie pasó más tiempo con Marth Stotter que con su marido.
A eso de la una de la mañana, Annie volvió a la unidad infantil para comprobar el estado de Murray.
Allí se encontró a Chris, con Hannah en brazos. La paseaba de arriba a abajo, mientras vigilaba a Murray.
– No hay forma de dejarla en la cuna. En cuanto la dejo en la cuna se pone a llorar como una loca. Quizás eche de menos a su madre.
– Me da la impresión de que se ha acostumbrado a dormir de día y a estar despierta por la noche. Quizás es por eso que su madre decidió abandonarla.
Annie se quedó mirando a la pequeña. No podía descartar que aquella fuera la explicación. Pero, realmente, no podía entender que una madre sana abandonara así a su criatura.
– Pobrecita -dijo Chris, acompañando el pensamiento de Annie-. Es tan encantadora y se parece tanto a su padre. Siempre pensé que Melissa era una cabeza loca. Ahora, además, pienso que es una mala persona.
– Y nosotras tenemos que seguir ocupándonos de ella, mientras sus mayores intentan arreglar el enredo que han formado.
Chris asintió.
– Al menos está bien alimentada y feliz. Y, mientras no trate de dormirla en la cuna, no hay problema. Tendré que tenerla en brazos. No quiero que despierte a Murray. Está aterrado.
– Lo peor del ataque de asma ya ha pasado. Debe de ser realmente espantoso no poder respirar. ¿Te las puedes arreglar tu sola aquí?
– Sí, claro que puedo -le aseguró ella-. Dos pacientes no son nada. Sólo lo siento por Jack y Kimbeley.
– Tendrán que dejar su apasionado descubrimiento para mañana -Annie sonrió-. Lo bueno de un héroe de novela es que lo puedes dejar debajo de la almohada hasta que te apetece otro romance. Mucho más práctico que un hombre de verdad.
– Quizás -dijo Chris-. Pero a mí me da la impresión de que uno de verdad debe de ser mucho más divertido.
La enfermera miró a Annie y se quedó pensativa.
– Sé que esto es meterme en lo que no me importa -continuó-. Pero no ha salido con nadie desde que llegó. ¿Es que no quiere?
Annie se encogió de hombros.
– Estoy demasiado ocupada -dijo-. No tengo tiempo.
– Pero es guapa -le aseguró la enfermera-. ¡Si se quitara esas gafas!
– Entonces no podría escoger a ningún hombre -Annie sonrió-. No podría verlos.
– Puede que eso fuera una ventaja -le aseguró Chris-. El problema de trabajar con el doctor McIver es que luego cualquier hombre se le queda pequeño. ¿No le parece guapísimo?
– Sí, claro -la voz de Annie mantuvo un tono aséptico, impersonal.
Chris la miró fijamente. Pero, por suerte para Annie, la hija de Tom comenzó a removerse y la conversación se vio interrumpida.
– De acuerdo, señorita -le dijo la enfermera a la niña-. Voy a contarte la historia de mi vida amorosa que es seguramente el mejor remedio contra el insomnio de cualquiera.
La enfermera desapareció.
Pero a los diez minutos, cuando Annie acababa de meterse en la cama, recibió una llamada. Era Helen.
– Annie, ha habido un accidente de coche -la informó-. No sabemos los detalles, pero la ambulancia estará allí en diez minutos.
– Voy para allá.
Annie se vistió a toda prisa. En cuanto las ambulancias recibían el aviso, informaban al hospital, pero todavía no sabían la gravedad del accidente.
Pero en un lugar como Bannockburn un incidente de aquellas características no era un mero número en las estadísticas. Era una ciudad pequeña y todos se conocían directamente.
– Espero que no sea grave.
Dos minutos después ya se estaba recorriendo el pasillo del hospital.
Helen acababa de colgar.
– Es muy grave -le dijo, mientras buscaba el número de una enfermera-. Se trata de Rod y Betty Manning y su pequeña, Kylie. Rod y Bettie habían estado en la fiesta y acababan de recoger a Kylie de casa de la canguro. Se chocaron contra un árbol.
– ¿Están vivos?
– Sí, pero Rod y la pequeña están muy mal. Betty sólo tiene unas magulladuras en la cara. Eso es todo lo que yo sé. Pero Dave parecía realmente impresionado.
Annie asintió. Dave era uno de los voluntarios que conducían las ambulancias. Tenía la formación básica que se impartía en los cursos de voluntariado. Pero las veces que había atendido a varios casos no habían sido suficientes para que se acostumbrara a las escenas que solían darse.
– ¿Has avisado a más personal?
– Sí. He llamado a Susan, para que ocupe el lugar de Chris. La necesitaremos en el quirófano. Elsa viene también para acá. Se quedará en la unidad infantil ocupándose del asma de Murray. Pero no sé qué hacer con la pequeña del doctor McIver. Sigue despierta. Tal vez, debería llamar a Robbie, pero ha tenido una guardia muy larga y está cansado, y mañana le toca otra vez.
Elsa era sólo auxiliar y no tema capacidad para ocuparse de Murray y Hannah al mismo tiempo.
– ¿Y el doctor? ¿Ha regresado ya de la fiesta?
– Sí… -Helen dudó unos segundos-. He estado a punto de llamarlo, pero no me he atrevido. La verdad es que lo necesitamos aquí. Ni siquiera será capaz de cuidar a su pequeña.
– Sí, lo necesitamos. Pero él mismo dijo que a Sarah le gustaban los niños… Creo que no nos queda otra opción.
Annie salió en dirección al apartamento de Tom.
Al abrir la puerta, lo primero que vio ella fue la marca de carmín que Tom llevaba en el cuello. Annie no debería de haberse fijado en algo tan trivial, dadas las circunstancias. Pero no lo podía evitar.
«Olvídate del carmín», se dijo a sí misma.
Annie metió la cuna con el bebé en el apartamento sin darle a Tom opción a protestar.
– Doctor McIver, lo necesitamos urgentemente.
Tom parpadeó desconcertado.
Annie también.
Sarah estaba allí, en mitad del salón, con su inmensa mata de pelo rubio y el gesto de quien ha estado haciendo el amor.
Bueno, eso habría sido lo que Annie habría querido estar haciendo. ¿Por qué le dolía tanto no ser ella la que estaba allí de pie, con cara de tonta?
«Haz lo que tienes que hacer y olvídate del resto», volvió a decirse Annie.
– También te necesitamos a ti, Sarah, para que te ocupes del bebé. Es una emergencia. Espero que no te importe.
– ¿Una emergencia? -Tom abandonó su estado de amante para entrar rápidamente en su personalidad de médico responsable.
– Ha habido un accidente de coche -dijo Annie-.
Dos adultos y una niña. La ambulancia estará a punto de llegar. Me voy para el hospital.
– Pero Tom… -dijo Sarah-. Me habías invitado a tomar un café. ¿No puede Annie arreglárselas sola?
– Es obvio que no -dijo Tom con dureza.
Tom ignoró por completo la protesta de Sarah. Estaba claro que no la había oído.
– Prometo que cuando la situación esté controlada, me ocuparé de todo. Pero, de momento, no es posible.
– Pero…
– Tardaré un rato, Sarah -Tom se metió en la habitación y en menos de un segundo salió preparado y dispuesto a ponerse manos a la obra.
La cabeza de Tom ya no estaba en Sarah. Annie sabía que el hombre tenía una capacidad extraordinaria para olvidarse de todo y centrarse en su profesión. Era una de esas cosas que admiraba profundamente.
– Pues, entonces, me iré a casa -dijo Sarah. Agarró el bolso-. No tengo ningún motivo para quedarme aquí.
Annie miró de Tom a Sarah y de Sarah a Tom. Ninguno de los dos parecía haber reparado en la cuna.
Pero era asunto de ellos. Si querían iniciar una familia, aquella era una ocasión sin igual.
– Sarah, Tom te necesita para que te quedes un rato con la pequeña -dijo Annie-. Tom, tú sabes que no tenemos a nadie que se pueda ocupar de ella. Hannah empezará a llorar como una desesperada en el momento en que sienta que no se la atiende.
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