Eran unos niños increíbles, pensó Matt, empezando a entender por qué Erin luchaba tanto por ellos. Una vez que te ganabas su amistad, la conservabas para toda la vida. Se tomaron el helado sin apenas disfrutarlo, porque sabían que Tigger estaba sufriendo.
Justo cuando acababan sus helados, sonó la alarma de la secadora. Tigger dio unas cuantas vueltas más y se detuvo. Erin abrió la puerta.
– Puede que queme- les advirtió Erin.
Pero los niños habían esperado demasiado tiempo y se arrojaron sobre él.
– Está perfecto- aseguró William.
No lo estaba, opinó Matt, mirando al muñeco que durante tantos años había sido su única compañía. Le faltaban trozos de tela, un trozo de oreja, los ojos los tenía muy sucios y de la tripa empezaba a salírsele el material del interior.
– absolutamente perfecto- dijo Erin, sonriendo de oreja a oreja. Gracias a Dios que el señor McKay lo salvó. Esta tarde le coseré un poco la tripa. Mientras tanto…
– ¿Podemos ver la granja ahora que Tigger está bien?- preguntó Henry, mirando a los adultos.
– ¡Sí, por favor!- suplicó William.
Matt los miró a los ojos, dándose cuenta de que no podría negarles nada.
Además, Erin también lo estaba mirando.
– ¿No habéis estado fuera todavía?.
– Aparte de cuando hemos tendido a Tigger para secarlo un poco, no-contestó Erin, mirándolo como si fuera un poco estúpido por hacer aquella pregunta. Pera ahora Tigger está mejor y podemos hacer una pequeña excursión. ¿Te parece bien, señor McKay?.
– Me parece bien.
Por supuesto que sí. De hecho, estaba encantado de que no hubieran visto nada sin él. Le apetecía mucho enseñarle él mismo la granja a aquella mujer.
Y también a los gemelos, añadió para sí.
– ¿Qué has hecho con Charlotte?.
Iban caminando hacia el almacén. Los niños iban delante, muy contentos, con Tigger sobre la cabeza de Henry.
– Se ha ido a su casa a prepararme la cena.
– Entiendo.
– Ayer había quedado en ir a su casa a cenar- le explicó Matt, un poco incómodo.
Y después de que Charlotte lo acompañara al centro aquella mañana, se había sentido obligado a aceptar la invitación.
También estaba el asunto de la caja de terciopelo…
Decidiera lo que decidiera sobre la caja, lo cierto era que estaba alojando allí a Erin y a los niños simplemente porque no tenían otro sitio donde ir. Solo pro eso.
– Tom Burrows va a venir a verte- añadió.
– ¿Tom?.
– fui a verlo- le explicó Matt. Tiene muchas cosas que hacer, ya sabes, pero dijo que traería una pizza a eso de las seis para que cenarais. Me comentó que tenía que hablar contigo relajadamente. Según parece, ha hablado con el seguro y quiere…¡Oh!.
La puerta del almacén estaba abierta. Los gemelos se habían colado dentro y se habían subido a un tractor antes de que ellos pudieran hacer nada. Matt se tocó el bolsillo para ver si tenía las llaves y, al notarlas, dio un suspiro de alivio.
Aunque…
– No, no podrán arrancarlo sin laves. No son tan malos como la gente dice- aseguró ella. Solo son dos niños activos y que les gusta preguntar. No han tenido la vigilancia necesaria en el pasado y necesitan mantenerse ocupados.
– ¿Entonces mi tractor sobrevivirá?
– No he dicho eso y será mejor que tengas controladas las llaves.
– Sí, señorita- dijo Matt, sonriendo.
La miró y notó que se apoderaba de él una sensación extraña. Y eso que Erin estaba ridícula con aquel vestido, pensó mientras la sensación se alojaba en su pecho. Estaba además despeinada. Pero bajo aquel vestido y aquel peinado, estaba muy guapa…
– ¿Qué estabas diciendo de Tom Burrows?
– ¿Qué?- preguntó, tratando de volver a la realidad.
¡Ah, sí!. Le dije que podíais quedaron aquí el tiempo que necesitéis. Como si queréis quedaros hasta que reconstruyan el hogar.
Erin se detuvo y lo miró sorprendida.¿Sabría Matt lo que significaba aquello?
– Matt, eres muy amable, pero, ¿lo has pensado bien?. La reconstrucción puede durar seis meses.
– No importa. Aquí hay mucho sitio y vosotros necesitáis un techo bajo el que vivir.
– Seguro que el orfanato podría alojar a los gemelos en algún otro centro en Sydney- sugirió Erin, no muy segura.
– Pero tú no quieres que eso suceda, ¿a que no?
– No.
Erin dio un suspiro y miró a los niños, que seguían en el tractor.
Era evidente que ella solo pensaba en los niños y eso era algo nuevo para Matt. Él, un hombre guapo y disponible, estaba acostumbrado a que las mujeres se fijaran en él, pero Erin solo tenía ojos para los niños.
– Son bastante inseguros y una ciudad grande los asustaría- comentó Erin.
– Y tú les echarías de menos, ¿verdad?- preguntó Matt, mirándola directamente a los ojos.
Erin dio un suspiro.
– Solo están conmigo por temporadas, entre adopción y adopción. No puedo…no debo encariñarme demasiado con ellos, porque quizá Tom haga un nuevo intento de darlos a otra pareja en el futuro.
La idea tenía que haber complacido a Matt, pero algo por dentro le decía que podía ser diversito tener en su casa durante una temporada a aquella mujer y a los niños.
De repente, se le ocurrió que su vida ya no sería divertida sin ellos.
Por supuesto que había llevado una vida estupenda, se dijo, sorprendido por aquel pensamiento. Tenía una de la mejores granjas de la zona, su ganado era exportado todo el mundo y tenía más dinero del que necesitaba.
Y tenía a Charlotte.
Pero…
Pero ¿qué?. No podía decirlo, pero solo podía pensar en lo que le estaba sucediendo en ese momento.
William estaba en el asiento del conductor del tractor y Henry a su lado. Tigger estaba apoyado en la ventanilla. Habían apretado todos los botones sin ningún resultado y Henry estaba tirando en ese momento de la palanca de cambios.
– Tengo que ir a ver el ganado- les gritó. Voy a ir en el tractor. ¿Queréis venir conmigo?-
Los niños lo miraron con los ojos muy abiertos.
– ¿Te parece bien?- le preguntó a Erin.
– Claro que sí, respondió ella, evidentemente complacida. Pero solo si puedo ir yo también.
– ¿Tú?.
– Es un tractor grande y cabemos todos.
– Pero no hace falta que vengas. Yo cuidaré de ellos.
– Ya lo sé.
– Entonces…
– ¿Entonces qué?. ¿Por qué no puedo ir yo?- preguntó, colocándose en jarras.
– ¿Quieres venir?.
– Claro que quiero ir. ¡Me parece estupendo!
Matt se quedó pensativo. Se acordó de su madre, o de Charlotte, y pensó si alguna vez le habían pedido que las subiera en el tractor. Desde luego, él no recordaba que lo hubieran hecho.
– Sí puedes, pero pensaba que no querrías.
– ¿Por qué iba a quererme quedar en tierra?- preguntó, sorprendida. Me parece divertidísimo.
Se subió a la cabina del tractor y sonrió desde arriba, con un gemelo a cada lado.”Un trío de conspiradores dispuesto a la aventura”, pensó Matt. “Cuatro, si se contaba a Tigger”.
– ¿Me dejas ponerme al volante?- preguntó Erin.
Todos condujeron un rato.
Matt tuvo que darles un gran paseo por toda la granja, ya que no les bastaba con estar unos segundos cada uno. El tractor era enorme. Matt normalmente lo usaba para transportar las herramientas para cosechar, no para pasear a gente.
Los tres estaban tan felices, que no hubiera sabido decir quién disfrutaba más, si los gemelos o Erin.
Los gemelos fueron los primeros en conducir, claro. Matt se pudo detrás de ellos, controlando todos sus movimientos. Luego Erin tomó el volante y él tuvo que pasar los brazos por sus hombros, como había tenido que hacer con los gemelos. Pero le resutó…diferente.
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