Marion Lennox - Unos Invitados Muy Especiales

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Matt McKay creía tener la vida perfectamente planeada cuando decidió pedirle a su novia que se casara con él…, pero entonces se interpuso el destino. La irresistible Erin Douglas apareció en su camino…¡con dos preciosos gemelos de la mano! El impulso caballeroso de Matt tiró por la borda todo su futuro; de pronto, tenía una familia. Para su propia sorpresa, Matt no tardó en darse cuenta de que le gustaba la mujer que había provocado todo aquello…

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Charlotte parecía muy satisfecha de sí misma, pero era evidente que a Matt no le agradaba la idea.

– Pues ya puedes ir enrollándolo para llevártelo de vuelta a tu casa- ordenó, avergonzado ante todos aquellos malos detalles hacia Erin.

¿Qué pensaría de todo eso?. Charlotte tal vez era preciosa y una gran anfitriona y cocinera, pero a veces era insoportable. ¡Era igual que su madre!.

– No…-dijo Erin.

– ¿No?- ambos la miraron.

– Déjalo. Los niños y yo no lo notaremos.

Los niños desde luego que no y así no tendría que preocuparse de la preciosa alfombra de Matt.

– Matt, está bien.

– ¡No, no lo está, Erin!

Matt estaba empezando a enfadarse de verdad. De pronto, recordó a su madre gritándole a su padre en la entrad: “Quítate esas botas ahora mismo o salgo pro esa puerta y no me ves más”.

Amenaza que había repetido una y otra vez. Más tarde, cuando Matt fue creciendo, se preguntó a menudo si su padre habría sido feliz con ella.

Y por eso él seguía sin casarse.

Así que fuera ese plástico, se dijo mientras empezaba a dudar de que fuera una buena idea casarse con Charlotte.

Quizá estaba destinado a quedarse soltero. Había comprado el anillo, pero no había hecho la petición de mano.

Pero no era momento de recordar el pasado, ni tampoco de hacer planes para el futuro. En esos momentos, lo único que importaba era conseguir que la bienintencionada, pero equivocada Charlotte, se fuera de allí.

– Te vamos a dejar en paz- le dijo a Erin.

Charlotte, Erin tiene razón. Vamos a continuar esta conversación fuera.

Echó un último vistazo a Erin y su bata, y empujó suavemente a Charlotte hacia el pasillo.

– Voy al centro- le dijo a Erin, al salir. Charlotte, necesito ayuda. ¿Tienes tiempo para venir conmigo?- añadió.

Charlotte se sorprendió, pero inmediatamente se sintió complacida.

– Por supuesto, cariño ¿Dónde quieres ir?-

– Erin, tú y los gemelos comportaos como si estuvierais en vuestra casa. La señora Gregory estará hasta la hora de la comida, así que si necesitáis algo, se lo pedís. Yo comeré probablemente con Charlotte en el centro, así que no nos veremos hasta la tarde.

Charlotte dio un suspiro de alivio. Eso ya estaba mucho mejor. Una comida a solas con Matt era justo lo que necesitaba. Se volvió hacia Erin, dirigiéndole una de sus mejores sonrisas y luego echó a andar junto al hombre con el que tenía pensado casarse.

No había ninguna amenaza por parte de Erin, pensó.

Todo estaba bien.

4

Matt llegó a casa a eso de las tres y no vio a nadie. Ni a los niños, ni a Erin.

Fue al salón y a los dormitorios, pero no había nadie. Sin embargo, el coche de Erin seguía donde lo había estacionado la noche anterior.

Finalmente, entró de nuevo en la casa y esa vez Sadie, su collie, decidió unirse a él. Al pasar por el cuarto de la lavadora, Sadie gimió y levantó una pata. Matt abrió la puerta y allí estaban los tres, sentados en el suelo, con la nariz pegada a la secadora.

¿No funciona la televisión?.

Desde luego era un trío particular. La ropa que les habían dado no les favorecía lo más mínimo, pensó. No les sentaba bien nada de lo que llevaban.

¡Pero Erin estaba estupenda de todos modos!.

Apartando la vista de ella con un esfuerzo sobrehumano, se ordenó a sí mismo concentrarse en los niños.

Ellos llevan unos pantalones de chándal que les quedaban grandes y unas camisetas demasiado estrechas. Sus ojos de color verde brillaban de manera especial y la sorpresa se dibujaba en sus rostros infantiles. Matt no pudo evitar sentir un gran cariño hacia ellos.

¡Eran adorables!.

Y ella también era adorable, pensó, volviéndose hacia Erin, que llevaba un vestido de color azul con lunares rosas, sujeto en la cintura con un cinturón de plástico. La prenda parecía de alguien de sesenta años y le quedaba enorme. ¿Cómo conseguiría Erin estar guapa con aquello?.

– Te puedes reír, pero atente a las consecuencias-dijo Erin, leyéndole el pensamiento.

Matt deseó que ella no pudiera adivinar todo lo que estaba pensando.

– ¿Por qué iba a hacerlo?.

– Porque es el único vestido que me vale, pero debe ser de la señora Beverly Borridge, que tiene unos pechos…

Los ojos de Matt se posaron inmediatamente sobre la zona mencionada y Erin se sonrojó, cruzándose de brazos y volviéndose hacia la secadora.

– Enormes- concluyó.

Matt no pudo evitarlo y sonrió, que fue exactamente lo que no tenía que haber hecho. Porque ella se volvió y, al ver su sonrisa, reaccionó como cuando estaba en la escuela. Nade se podía meter con Erin Douglas sin sufrir sus represalias.

Al lado de Erin había una toalla empapada. Justo lo que necesitaba. Erin hizo una mueca, agarró la toalla y la lanzó con una gran puntería, alcanzando a Matt en la cara.

Pero Matt seguía sin saber lo que estaban haciendo, así que se quitó la toalla, que se había quedado colgada de un hombro, y fue hacia la secadora. Una vez más, los tres le estaban dando la espalda mientras contemplaban la máquina.

Lo único que podía hacer era mirar por sí mismo. Se agachó y entonces miró al cristal.

– ¿Qué programa hay?. ¿Está divertido?.

Los gemelos no le hicieron ni caso. Lo miraron brevemente y volvieron a centrar su atención en la secadora. Su ansiedad era palpable y miraban al cristal como si su vida dependiera de ellos. Entonces Matt vio unas gafas dentro de la secadora.

Y de repente todo quedó claro.

– ¡Tigger!- exclamó, sorprendido.

– Por supuesto que es Tigger- dijo Erin mientras continuaba mirando el crista. Llamé a la tienda para que me detallaran las instrucciones de lavado. Espero que no te importe que haya usado tu teléfono.

Dijeron que no se secaría solo, aunque lo pusiéramos al sol, porque se le había metido el agua dentro. Me aconsejaron que lo lavara con agua y jabón, y ya te imaginas cuánto hemos tardado en hacerlo.

Luego le extrajimos el agua que pudimos con una toalla y lo colgamos al sol un rato para que no encogiera. Y ahora, acabamos de meterlo en la secadora. Pero…

– ¿Pero?.

– Pero los niños siguen un poco nerviosos. Así que nos sentamos fuera al sol con él y ahora estamos mirando cómo se seca.

– Entiendo.

Todo aquello era un poco absurdo y Matt tuvo que hacer un gran esfuerzo para no echarse a reír. Luego vio que a la secadora le faltaban todavía veinte minutos para acabar.

– ¿Cuánto tiempo lleváis aquí?.

– Hora y media. Ya debe estar a punto. Erin estaba en medio de los gemelos y les tenía abrazados a los dos. Se comportaba como si tuviera todo el tiempo del mundo y Tigger fuera su problema más urgente.

– No le gusta estar ahí dentro- susurró Henry.

Los ojos de Tigger pasaron por el cristal en ese momento y Matt tuvo que pellizcarse para asegurarse de que no estaba soñando.¡Maldita fuera!. Aquel juguete era solo un tigre de trapo, pero Henry estaba sufriendo muchísimo por él.

Y todavía quedaban veinte minutos…

– He comprado unos helados- dijo Matt, ilusionado.

Pero nadie se movió.

– ¿os los traigo?

– Sería estupendo- contestó Erin sin dejar de mirar el cristal.

Si Alguien le hubiera dicho a Matt que se iba a pasar veinte minutos viendo cómo un animal de trapo daba vueltas en una secadora y que casi iba a disfrutar con ello, no se lo habría creído. Pero eso fue lo que sucedió a continuación.

Después de darle un helado de chocolate a cada niño y otro a Erin, empezó a comerse el suyo. Debería haber comprado palomitas, pero no sabía que iba a asistir a una sesión de cine

Porque aquello era lo más parecido a ver una película que había hecho nunca. Nadie dijo nada y todos se concentraron en Tigger, como si observándolo pudieran meterse dentro de él.

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