– En realidad, sólo tengo una pregunta. -Respiró hondo-. ¿Me escogiste a propósito como socia para utilizarme de tapadera?
Él se recostó en la silla.
– ¿Qué? ¿Has hablado con tu amigo Joe? -Tanto la pregunta como la cólera que había detrás la asombraron-. El día que me arrestaron me dijo que yo te había utilizado. En realidad tuvo las pelotas de actuar como si él no lo hubiera hecho también. Para colmo, al día siguiente vino a mi celda y me acusó de haberme aprovechado de ti. ¿No te parece irónico cuando fue él quien te utilizó para pillarme?
Por un momento consideró decirle la verdad sobre Joe y qué papel había jugado ella en su arresto, pero al final no lo hizo. Supuso que era porque no tenía fuerzas suficientes para discutir y, de todas formas, tampoco tenía importancia ahora. Ni siquiera sentía que le debiera nada.
– No has contestado a mi pregunta-le recordó-. ¿Me escogiste a propósito como socia para usarme como tapadera?
Kevin ladeó la cabeza y la estudió un momento.
– Sí. Al principio sí, pero resultaste ser más lista de lo que pensaba y también más observadora. Además, al final no hacía tantos negocios fuera de la tienda como había planeado.
Ella no sabía lo que había esperado sentir. Cólera, dolor, traición, tal vez un poco de cada cosa, pero lo único que sintió fue alivio. Podía seguir adelante con su vida. Un poco mayor, un poco más sabia, y bastante menos confiada. Todo gracias al hombre que se sentaba frente a ella.
– De hecho, estaba pensando en hacer todo legalmente hasta que los polis metieron las narices en mi vida.
– ¿Quieres decir después de obtener el dinero de la venta del Monet de los Hillard?
Él se inclinó hacia delante y negó con la cabeza.
– No llores por esas personas. Son ricos y tienen seguro.
– ¿Y eso hace que esté bien?
Él se encogió de hombros sin mostrar ni una pizca de remordimiento.
– No deberían tener una pintura tan cara en una casa con un sistema de seguridad tan penoso.
Una risa tonta se le escapó de los labios. Kevin no se sentía responsable de sus acciones. Incluso en una sociedad que culpaba del cáncer de pulmón a las compañías de tabaco y de las muertes por disparos a los fabricantes de armas, acusar a los Hillard del robo de su propia pintura era ser extremadamente sociópata. Pero la parte realmente espeluznante era que ella no se hubiera dado cuenta antes.
– Necesitas un psicólogo-dijo levantándose.
– ¿Sólo porque no me sienta culpable de que a un montón de ricos les roben sus obras de arte y antigüedades?
Ella podría intentar explicárselo, pero sabía que sus palabras caerían en saco roto y en realidad ya no le importaba.
– De todas formas, a ti no te fue tan mal. El gobierno embargó todo mis bienes, pero tú aún conservas la tienda para que hagas con ella lo que quieras. Como te dije, no es para tanto.
Gabrielle cogió las llaves del bolsillo de su falda.
– Por favor, no me escribas, ni intentes ponerte en contacto conmigo de ninguna manera.
Cuando cruzó las puertas de la prisión, se sintió invadida por una sensación de libertad que nada tenía que ver con la prisión que había dejado atrás. Había concluido una parte de su pasado. Ahora estaba lista para mirar al futuro. Preparada para dar un nuevo giro a su vida y ver hacia dónde la conducía.
Siempre lamentaría la pérdida de Anomaly. Había amado la tienda y había trabajado muy duro para que funcionara, pero una nueva idea le rondaba por la cabeza y ya planeaba cómo ponerla en marcha. Por primera vez en mucho tiempo, estaba entusiasmada y llena de energía. Ya era hora de que su karma diera un giro positivo. Había sido realmente castigada por lo que fuera que hubiera hecho.
Pensar en su nueva vida le llevaba a pensar en Joe Shanahan. No trataba de engañarse a sí misma. Nunca se libraría completamente de sus sentimientos por él, pero cada día era un poco más fácil. Podía mirar las pinturas de Joe en el estudio sin sentir cómo el corazón se le desgarraba en el pecho. Seguía sintiendo un vacío, pero el dolor había disminuido. Podía pasarse horas sin pensar en él. Creía que cuando acabara el año estaría casi preparada para buscar a otra alma gemela.
Los silenciosos limpiaparabrisas barrieron las gotas de lluvia del parabrisas cuando la última limusina serpenteaba por la carretera mojada que llevaba a la mansión Hillard. Las ruedas derrapaban cada metro que el vehículo avanzaba por el asfalto, y el nudo del estómago de Gabrielle se retorcía cada vez más. Sabía por experiencia que respirar profundamente no iba a ayudar. Hasta entonces, nunca le había preocupado estar en el mismo lugar que Joe Shanahan. Había pasado un mes, dos semanas y tres días desde que le había dicho que lo amaba y él se había marchado. Era el momento de enfrentarse a él otra vez.
Estaba preparada.
Gabrielle cruzó las manos sobre el regazo y centró la atención en la mansión totalmente iluminada. La limusina se detuvo bajo una gran carpa que habían instalado delante de la puerta principal y el portero se dispuso a ayudar a Gabrielle.
Llegaba tarde.
Probablemente era la última en llegar. Lo había planeado de ese modo. Lo había planeado todo, desde el recogido del pelo al vestido negro ajustado. De frente el vestido parecía conservador, algo que Audrey Hepburn se habría puesto, pero por detrás dejaba la espalda al descubierto hasta la cintura. Algo muy sexy.
Muy a propósito.
El interior de la mansión Hillard parecía un hotel. Las puertas que daban a las distintas habitaciones habían sido abiertas para crear un gran espacio diáfano donde se distribuía la gente. La madera del suelo, las cornisas, las puertas en arco, los frisos y las columnas eran espectaculares y abrumadores al mismo tiempo, pero no eran nada comparados con la vista del valle que tenía el Rey de las Patatas. No cabía duda, Norris Hillard poseía la mejor vista de la ciudad.
Una pequeña orquesta llenaba la gran sala con jazz suave, y un grupo de gente bailaba al ritmo de la música relajante. Desde donde estaba, Gabrielle podía ver la barra y el bufet contra la pared del fondo. No vio a Joe. Respiró hondo y exhaló muy lentamente para relajarse.
Sabía que él estaba allí, en algún lado. Con el resto de los detectives, sargentos y tenientes, todos ellos trajeados. Esposas y novias colgaban de sus brazos, charlando y riendo como si esa noche se celebrara una fiesta cualquiera. Como si ella no tuviera el estómago en un puño y no estuviera tan nerviosa que tenía que obligarse a permanecer perfectamente quieta.
Entonces sintió su mirada una fracción de segundo antes de que sus ojos se encontraran con los suyos, con el hombre que había conseguido que lo amara y luego le había roto el corazón. Permanecía junto a un pequeño grupo de personas y sus ojos oscuros se clavaron en ella con tal intensidad que impactaron en su corazón roto. Se había preparado para esa reacción traicionera y para el rubor ardiente que atravesó su piel. Había sabido qué ocurriría, y se obligó a permanecer allí y absorber cada detalle de su rostro. Las luces de las lámparas de araña que colgaban por encima de su cabeza iluminaban los rizos que le rozaban las orejas. Su mirada se movió por la nariz recta y esa boca que había soñado que la besaba por todas partes. Sintió cada latido de su corazón y contuvo el aliento. No hubo sorpresas. Había esperado que aquello ocurriese.
La gente se apartó y la mirada de Gabrielle recorrió su traje gris oscuro y su camisa blanca. La anchura de sus hombros y la corbata gris claro. Ahora ya lo había visto. Y no se había muerto. Estaría bien. Podía cerrar ese capítulo de su vida. Podía mirar al futuro. Pero a diferencia de la última vez que había visto a Kevin no se sintió libre de Joe.
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